Hace unos días leí un artículo de economía realmente tranquilizador. Sí, lo que a mí a veces me resulta tranquilizador, a muchos otros les parece aterrador. Dicho artículo describía con gran detalle y perfección el proceso por el cual la difusión ideológica del mainstream había logrado privatizar, también en el ámbito económico, ese concepto tan […]
Hace unos días leí un artículo de economía realmente tranquilizador. Sí, lo que a mí a veces me resulta tranquilizador, a muchos otros les parece aterrador. Dicho artículo describía con gran detalle y perfección el proceso por el cual la difusión ideológica del mainstream había logrado privatizar, también en el ámbito económico, ese concepto tan extraño y familiar al mismo tiempo que es el «sentido común», hasta el punto de hacernos creer que su esencia no puede ser sino eterna, única e incluso «eso», común a todos nosotros. Hoy, cualquier objeción al dogma imperante termina siendo una locura que ha de ser expulsada del paraíso de los cuerdos; así de sutiles y terribles son aquellas armas que a priori no consideramos poderosas.
Vivimos una época en la que la economía es el ídolo de nuestros días -no cabe ninguna duda a este respecto, ¿verdad?- e incluso tal es así que hasta nos resulta «sensatamente» irrelevante lo que este sistema económico de nuestros días pueda traer consigo detrás -ya sean externalidades negativas como la contaminación medioambientalo brutales desigualdades de corte económico y social- con tal de que las oportunas tasas de crecimiento empresarial puedan ser alcanzadas sin impedimento alguno.
Y como seguramente ahora habrá quien tras la lectura de este primer y segundo párrafo inicial ya esté pensando en que lo que estoy diciendo es una absurda y molesta insensatez, a continuación voy a dar breve paso a algunos de los más famosos dogmas del sentido común vinculados con la economía, tan solo para tranquilizar a todos aquellos que requieren siempre de una realidad, por ficticia que sea, tan incapaces como son para construirla con sus propios criterios.
Termino por ello resumiendo algunas de estas recurrentes creencias a las que acabo de aludir, como por ejemplo que la economía es una ciencia -una ciencia, con dogma de fe, partiendo por ahí- en la que el mercado de competencia perfecta asigna eficientemente los recursos -conceptos «perfección» y «eficiencia», terminando por aquí-. Una ciencia en la que la única posibilidad es competir -¿cabe alguna otra?- y en la que cuantas menos reglas contravengan e interrumpan el sagrado verbo competir, mejor. Pero mejor, no solo para unos, los que ganan, sino para todo el conjunto –dixit Adan Smith, «padre de la economía moderna»-. Y digo yo, ¿cabe esperar mayor contrasentido e insensatez? Definitivamente, he de decir que no.
Fuente: http://www.elcaptor.com/economia/sinsentido-economia-común