Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Uno de los aspectos menos analizados del movimiento por la democracia en Egipto, en relación con las políticas de EEUU frente al mismo, es el papel de la influyente Configuración del Poder Sionista (ZPC, por sus siglas en inglés), incluida su principal organización rectora -la Conferencia de Presidentes de las Principales Organizaciones Estadounidenses Judías (CPMAJO, por sus siglas en inglés)-, los miembros del Comité para Oriente Medio del Congreso, los funcionarios que ocupan puestos estratégicos en los burós para Oriente Medio del gobierno de Obama, así como importantes editores, publicistas y periodistas que juegan un papel fundamental en prestigiosos periódicos y populares revistas semanales. Este ensayo se basa en una investigación sobre la cuestión llevada a cabo en el Daily Alert (boletín propagandístico de CPMAJO), el New York Times y el Washington Post entre el 25 de enero y el 17 de febrero de 2011.
Desde el principio mismo del movimiento egipcio a favor de la democracia, la ZPC puso en tela de juicio la legitimidad de sus demandas contra la dictadura tratando de hacer especial hincapié en la «amenaza islámica». Especialmente, los ultra sionistas Washington Post, Wall Street Journal y Daily Alert insistían una y otra vez en la «amenaza» de una «toma del poder islámica» por parte de los Hermanos Musulmanes, aunque una cifra abrumadora de expertos y periodistas, no-sionistas, en Egipto hubieran ya manifestado que la inmensa mayoría de los manifestantes no pertenecían a movimiento político alguno y que propugnaban mayoritariamente una república democrática laica (véase el Financial Times de los días 26 de enero y 17 de febrero de 2011).
Una vez fracasada la estratagema de su propaganda inicial, la ZPC desarrolló varias nuevas líneas de propaganda: la más importante fue una defensa sostenida de la dictadura de Mubarak como baluarte de la «seguridad» de Israel y guardián de los llamados «Acuerdos de Paz» de 1979. Es decir, la ZPC presionó a la administración estadounidense, a través de diversas audiencias en el Congreso, la prensa y el AIPAC para que apoyara a Mubarak como garante clave y colaborador de la supremacía de Israel en el Oriente Medio, aunque eso significara que el régimen de Obama tuviera que oponerse abiertamente al movimiento por la libertad de millones de egipcios. Los periodistas y funcionarios israelíes y sus homólogos sionistas en EEUU estuvieron dispuestos a admitir que aunque el régimen de Mubarak era una tiranía corrupta y sangrienta, había que apoyarlo porque un gobierno democrático en El Cairo podría acabar con décadas de colaboración egipcia con la brutal colonización israelí de Palestina.
Cuando quedó patente que el apoyo incondicional a Mubarak ya no era una posición viable y que el gobierno de Obama estaba haciendo un llamamiento al movimiento democrático para que «dialogara» y negociara con el dictador, la ZPC pidió cautela a la hora de apoyar tal «diálogo» y seguridades de que el mismo no provocara cambios abruptos en el tratado entre los israelíes y Mubarak. La ZPC y sus escribas del Washington Post presentaron al «Vicepresidente» designado a dedo por Mubarak, Omar Suleiman, un infame torturador y colaborador desde hacía bastante tiempo del Mossad de Israel, como el interlocutor legítimo para el diálogo, a pesar de que el movimiento por la democracia, de forma unánime, le había rechazado ya.
Como los manifestantes seguían creciendo en número e iban ocupando las principales plazas públicas de todo el país más allá de la primera semana, Israel y la ZPC promovieron una posible solución alternativa para mantener a Mubarak en el poder durante un período de «transición» de nueve meses. Cogidos por sorpresa por la veloz expansión del movimiento egipcio por la democracia, los bien dispuestos cómplices de Israel en la administración y en los medios estadounidenses concedieron que no estaría mal que la dictadura llegara a su final… siempre que se llevara a cabo de forma apropiada; es decir, excluyendo o minimizando el papel de los Hermanos Musulmanes y maximizando el papel del alto mando del ejército y de los servicios de inteligencia, favorables a Israel, en calidad de supervisores de la «transición». La ZPC rechazó despectivamente al independiente movimiento egipcio y a sus líderes y trató de socavar el movimiento popular egipcio inflando el papel de los mejor organizados «Hermanos Musulmanes» y advirtiendo acerca de una futura «toma del poder» islamista.
El principal funcionario sionista en la Administración Obama y hombre clave del AIPAC [siglas en inglés del Comité de Asuntos Públicos EEUU-Israel, el lobby pro-Israel en EEUU], el Vicesecretario de Estado, James Steinberg, viajó a Israel para asegurar al régimen de Netanyahu/Lieberman que EEUU estaba en contacto con el alto mando del ejército egipcio y sectores de la oposición civil (El Baradei) y que el apoyo de Washington al movimiento democrático estaba condicionado a que dieran todo tipo de seguridades de que no iban a cambiar el Tratado israelo-egipcio.
Cuando finalmente se le obligó a Mubarak a dimitir y a pasar el poder a una junta militar, la ZPC felicitó a los golpistas, apoyó su desmovilización del movimiento y, lo más importante, celebró el refrendo de los generales egipcio al «Acuerdo de Paz de 1979». A partir de ahí, la maquinaria de la propaganda israelí empezó a criticar duramente a Mubarak y a representar el golpe militar como un paso positivo hacia una «transición pacífica y ordenada». Por «ordenada», los think tanks sionistas entienden un «cambio de régimen» que no altere en nada el asedio contra Gaza, el envío regular de fuel a Israel o la tórrida colaboración entre Tel Aviv y El Cairo. Los sionistas estadounidenses e israelíes rechazaron que se celebraran elecciones de inmediato y promovieron un prolongado proceso por el que el ejército egipcio, la Administración estadounidense y la ZPC podrían nombrar a dedo a los miembros de las «comisiones electorales y constitucionales transitorias» comprometidas con la continuación de la política de Mubarak de sumisión incondicional a Israel. Por «pacífica», los diplomáticos a favor de Israel en la Administración Obama querían significar limpiar las calles de las masas de manifestantes y activistas a favor de la democracia a fin de que el pequeño círculo del ejército, y algunas reminiscencias civiles de Mubarak, pudieran controlar las decisiones a puerta cerrada. Por «transición», los círculos de propagandistas sionistas, los políticos israelíes y estadounidenses y los generales egipcios entienden que nada va a cambiar salvo el rostro de Mubarak.
Mientras Israel y el grueso de los escribas y propagandistas israelíes en EEUU se oponían o cuestionaban los movimientos por la democracia y en contra de los gobernantes favorables a Israel en Oriente Medio, se dedicaban también a apoyar y difundir la actuación de los movimientos sociales contrarios al régimen iraní. En todos los medios impresos y electrónicos, los periodistas a favor de Israel resaltaban la naturaleza brutal y represiva del régimen iraní, pidiendo el cambio del régimen y exagerando el espectro de una confrontación militar en caso de que los barcos de guerra iraníes atravesaran el Canal de Suez, un derecho de Irán en virtud del derecho marítimo internacional. En un intento reduccionista, en todas las discusiones y debates sobre la política estadounidense en relación con los enormes y crecientes movimientos de masas a favor de la democracia por todo el mundo árabe se citaban la seguridad israelí, la amenaza del «Islam radical» y a Irán.
Los mismos prominentes escribas sionistas estadounidenses que al principio defendieron el apoyo estadounidense al dictatorial régimen de Mubarak, y después alentaron la toma del poder por el ejército en El Cairo, se han convertido en patrocinadores de los demócratas anti-régimen en Irán. Aunque esto no resulta incompatible: la cuestión importante para los sionistas estadounidenses es cómo podrían afectar los movimientos a favor de la democracia en las políticas coloniales israelíes en Palestina y en la expansión del poder de Israel por Oriente Medio. Es decir, que tanto en el Congreso como en la Casa Blanca, la ZPC no está precisamente preocupada por fomentar la democracia a través de la política exterior estadounidense sino tan sólo en utilizar la diplomacia y el apalancamiento militar de EEUU al servicio de Israel.
Lo que resulta más sorprendente en los giros y cambios de Obama en sus políticas respecto a las luchas populares de masas en Egipto es cuán estrechamente repite y pone en marcha las posiciones políticas de la Configuración del Poder Sionista en EEUU que están claramente presentadas en el órgano de propaganda de las «52 organizaciones», el Daily Alert.
Versión original en inglés:
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