La revolución bolivariana consiste en transitar de un capitalismo salvaje (neoliberalismo) hacia un socialismo del siglo XXI. Con el epíteto «socialismo del siglo XXI», lo que se pretende es fijar distancia con otros socialismos, distinguir a este socialismo de los socialismos del siglo XX, algunos de los cuales habrían de degenerar en socialismos totalitaristas o, […]
La revolución bolivariana consiste en transitar de un capitalismo salvaje (neoliberalismo) hacia un socialismo del siglo XXI. Con el epíteto «socialismo del siglo XXI», lo que se pretende es fijar distancia con otros socialismos, distinguir a este socialismo de los socialismos del siglo XX, algunos de los cuales habrían de degenerar en socialismos totalitaristas o, simplemente, ver derruidos sus sueños y aspiraciones ante el imparable impulso capitalista.
Una cualidad muy interesante de este socialismo del siglo XXI es que su oposición al capitalismo no es, lógicamente, una oposición al mercado en general. Este socialismo entiende bien que la existencia de mercados como práctica es necesaria a la actividad comercial en general, actividad a la que necesariamente ha tendido el hombre tanto en civilizaciones antiguas como modernas.
Otra cualidad interesante es que adopta al sistema democrático como sistema e instrumento para la elección de sus representantes populares; es decir, conserva e importa el ideal democrático propio de los liberalismos. En ese sentido, este socialismo del siglo XXI es socialdemócrata.
Hasta aquí, no constituye en apariencia una ruptura tajante con modelos ya conocidos. ¿En qué radica entonces su veta revolucionaria?, ¿en qué medida podemos afirmar que es revolucionario este proceso? Podemos afirmar que es revolucionario al introducir un cambio que es más bien un retorno: vuelve a depositar en manos del estado el control de sus recursos energéticos, el recurso mismo de su actividad comercial y, fundamentalmente, sustraer de manos privadas la función social de dotar a sus soberanos de los servicios básicos en sanidad, educación, vivienda; tiene semejanzas en esto con la función del Estado benefactor de la primera mitad del siglo XX, suscriptor -como era- de un pacto social con sus soberanos.
Si me es más natural parangonarlo con el estado benefactor del capitalismo es porque, a diferencia de los estados socialistas del siglo XX que igualmente suscribían este pacto, el socialismo del siglo XXI no nombra a un soviet o poder centralizado para la ejecución operativa de su gobierno, sino que conserva la figura de un primer mandatario elegido democráticamente. Por otra lado -como ya mencioné-, no liquida la actividad comercial en general, sólo la regula.
¿Por qué, sin embargo, a pesar de conservar importantes semejanzas con las liberaldemocracias se trata de un proceso tan vilipendiado, cuanto revolucionario? En mi opinión, esto sucede porque ha sido tal el desgaste de recursos y la competencia rapaz entre los monopolistas, -los magnates capitalistas del mundo- que la pérdida de cualquier mercado, el proteccionismo de fronteras sobre recursos estratégicos (el petróleo venezolano por ejemplo) constituye ya un golpe letal a estos rapaces. Hay, además, importante factores geopolíticos que hacen de Venezuela, con su revolución bolivariana, una amenaza en el hemisferio. Me refiero específicamente a su comercio con países del ridículamente llamado eje del mal (el eje del bien dixit); Irán, por ejemplo, China. Pero, sobre todo, me refiero al proceso de integración-regionalización cristalizado con el surgimiento de la CELAC y de la UNASUR durante los últimos años.
Es increíble cómo, la decisión soberana de una nación de reservar para sí la administración de sus recursos, los derroteros de su gobierno, etcétera, puede alterar en tal forma a los artífices del statu quo del sistema-mundo* capitalista.
La más revolucionaria de las acciones del gobierno chavista ha consistido en meter al orden a la clase empresarial ultraliberalista venezolana que, hasta antes de ’98, mantenía hambriento y expoliado al pueblo; y luego, tomar las decisiones de gobierno con arreglo a los intereses de la nación en su conjunto y no nada más supeditarlos a los de un grupo o élite; en eso ha consistido propiamente la revolución bolivariana. Y por supuesto, escucharemos a los medios-chacha de la periferia aullar lastimeros, cosas como que el proceso bolivariano es dictatorial, veremos a sus ideólogos vociferar las consignas manufacturadas desde sus think tanks y enarbolar, idealistas, los principios más nobles del liberalismo, que no han pasado de ser lindas aspiraciones en nuestros países supuestamente sí democráticos.
Nadie dice que en Venezuela se viva como Alice in Wonderland, o que no haya por qué no ser críticos con las decisiones de aquel gobierno. Lo que simplemente se está diciendo es que: 1) Seamos críticos en todo momento, no nada más unos ratos sí y otros no y 2) Justo por el punto anterior, con el mismo rigor que los analistas acomodaticios de Occidente miran el proceso bolivariano, exigirles miren los procesos de los gobiernos de que ellos son lacayos. Bueno, esto es pedir demasiado; con que lo hagamos nosotros, ya habrá habido algún avance.
*La idea de los sistemas-mundo fue acuñada por Braudel y popularizada por Immanuel Wallerstein, de quien la tomo prestada.
Publicado en La Ciudad de Eleutheria el 7 de octubre de 2012.
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