Algunos dicen que matemáticamente seguimos ganando. Esto puede ser cierto a simple vista y tal vez nos sirva de algún consuelo. Algunos dicen que los que estaban contra la reforma no superaron sustancialmente la pasada votación para la Presidencia de la República, y que se abstuvieron casi 3 millones de «chavistas» que no comprendieron o […]
Algunos dicen que matemáticamente seguimos ganando. Esto puede ser cierto a simple vista y tal vez nos sirva de algún consuelo. Algunos dicen que los que estaban contra la reforma no superaron sustancialmente la pasada votación para la Presidencia de la República, y que se abstuvieron casi 3 millones de «chavistas» que no comprendieron o no aceptaron que votar por el NO, significaba votar contra Chávez. Esto puede ser un superficial ejercicio de aritmética, más que de matemáticas modernas, porque la teoría de conjuntos nos puede decir que hay un conjunto intersección formado por personas que estaban del lado del SI pero votaron por el NO. Es decir, que tal vez el NO tuvo un voto decisivo de probables «chavistas». Y tal vez, lo más doloroso para un proceso «revolucionario», que los estratos pobres alimentaron significativamente la votación por el NO.
Al menos en la zona donde vivo, fuertemente escuálida, no llegué a observar a los partidarios naturales de la contra revolución movilizándose a votar masivamente. La ciudad mostraba una abstención distribuida. Esto lo constaté cuando presencié que, a las 2 de la tarde, cómo las bandas de Primero Justicia recorrían impunemente las calles de Los Palos Grandes, una urbanización de clase media alta al Este de Caracas, llamando a la gente a votar de una forma bien insultante, (o dependiendo como se vea, de una forma «sincera») al gritarle a la gente que «! Dejara el control remoto de su televisor y saliera para apretar el control remoto del voto!».
Seguro nos veremos, sumergidos en diferentes cuentas y estadísticas, demostrando nuestros precarios conocimientos de matemáticas, para tratar de explicar este resultado no esperado por nadie. Porque si algo tiene de paradójico este resultado, es que ni los contrarreforma ni los reformistas, esperaban este resultado.
Sin embargo, el pueblo no es un simple número. Y por eso ganó la abstención. Ganó el desaliento, y esto lo observé en Petare, una zona de barriadas populares al Este de Caracas, cuando la gente que escasamente iba a votar por el SI, añoraba el entusiasmo movilizador y organizativo de las UBES , además de hablar muy mal de los encargados del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y demás jerarcas de la zona. Políticamente es una derrota, y eso no hay que ocultarlo. Es una derrota parecida a la caída de Muhammad Alí frente Joe Frazier en aquella terrible noche de 1971, duele no sólo el golpe sino la caída.
Para tragar la derrota: no dejarse atrapar por el discursito de la formalidad democrática-burguesa
Los balances que señalan que «ganó el civismo», «demostramos el modelo democrático que se ha construido» , que «se derrotó la matriz negativa sobre Venezuela» (como si ahora los enemigos en el exterior van a pensar que -de verdad- en Venezuela no hay una dictadura), que «se fortalecieron las instituciones» , que salió inmaculada la credibilidad del Consejo Nacional Electoral…bla, bla, bla… suenan muy consoladores y buenos para cerrar -con una de esas frases banales de Paulo Coello- un round donde en realidad salimos consternados, rabiosos, y deprimidos. ¡Arrechos pues!
Es una derrota y punto. Las derrotas políticas sirven además para aprender la lección. Muhammad Alí aprendió que no bastaba con ser «bocazas», que no era suficiente una alta dosis de soberbia para derrotar al enemigo. Lo demás es el Iodex untado en la superficie de la piel después del traumatismo. Lo demás es un ejercicio de «autoestima», de meditación; de un necesario reconocimiento, porque ya lo sabíamos, que nuestro pueblo cree en las prácticas democráticas así -lamentablemente- se hayan reducido a lo electoral; de reconocer que, ante todo, se debe mantener una práctica política con ética, que no recurre al engaño. Pero es una derrota, y lo primero es hacerla conciente para superarla. En realidad, en este momento no sólo interesa si el pueblo es democrático, bla, bla, bla…interesa si a gran parte del pueblo le interesa la revolución. Al menos, parte de la gente chavista que no votó y algunos chavistas que votaron por el NO, demostraron el insuficiente respaldo por una reforma constitucional que pretendía abrir camino a la revolución.
Es, en primer lugar, una derrota en lograr movilizar y convencer que la reforma le favorecía a ese mismo pueblo que ha respaldado este proceso que lleva casi 9 años. Es una derrota para la prédica del socialismo. Sin embargo, el socialismo no se construye con leyes, se construye con prácticas. Y si las prácticas no son socialistas o revolucionarias, ¿cómo pretendemos cambiar esa realidad con una reforma?. La reforma era y es importante, pero es la reforma de la forma. Lo importante es la sustancia. Independientemente que ganara el SI o el NO, está el reto de construir prácticas y relaciones socialistas y revolucionarias. Es por eso que el trabajo que se plantea en los próximos 5 años es bien exigente, y estamos convencidos que puede abrir una posibilidad bastante fértil.
En primer lugar hay que reconstruir el vínculo entre el liderazgo y el pueblo.
Este liderazgo se ha debilitado por la incoherencia entre la consigna y el ejemplo. Al pueblo se le habla de socialismo, pero al mismo tiempo, ese mismo pueblo observa que los que se están repartiendo los bienes «democráticamente» son algunas personas que pertenecen a las sectas o clanes de la boliburguesía, o a los familiares de un mandatario regional o de un funcionario público. Ante estos ejemplos nada socialistas, el pueblo tiene dos posibles salidas: a) No creer en ese socialismo porque los adecos y copeyanos robaban o practicaban el nepotismo de forma más eficiente, e igual de descarada. b) Creer que el socialismo es una piñata donde se trata de llegar lo más temprano posible a la repartición y por tanto tiende a apoyar al «proceso» mientras este le dé dividendos personales (¿Dónde carajo están los 5 millones de aspirantes que se inscribieron en el PSUV?, ¿Dónde los miles de chavistas que participan en los consejos comunales?). Esta última alternativa, el socialismo como piñata, refuerza la ideología individualista, egoísta, neoliberal, populista-reaccionaria, clientelar, que los que gobernaron este país durante la mayor parte de su vida republicana se encargaron de cultivar. Lamentablemente, la «práctica revolucionaria» que predomina es la que se ha dado a conocer por unos contrarrevolucionarios vestidos con camisas rojas.
El vinculo más cercano con el pueblo son los gobiernos locales, las misiones, la reserva, otras organizaciones y movimientos populares que han nacido en estos años y, finalmente, el recién nacido PSUV. Es evidente que la forma de vinculación con el pueblo a través de estas instancias es muy diversa, y sería irresponsable hacer juicios generales. Uno se pregunta dónde estuvieron los votos de las misiones, de los estudiantes de la Misión Sucre, de la Universidad Bolivariana de Venezuela, de la UNEFA…la respuesta a esto es muy compleja y depende mucho de comprender el tipo de relaciones que se han establecido entre el pueblo participante y estas instancias del Estado naciente. En otros casos, no tememos caer en generalizaciones: es muy probable que las gobernaciones y alcaldías «rojas» se convirtieran en verdaderos obstáculos desalentadores para promover la votación por el SI. Básicamente porque una parte fundamental de la reforma atentaba contra sus intereses, me refiero a los artículos 11, 16 y 18. Es lo que puede explicar que se haya perdido en estados tan importantes. Este desaliento, promovido por algunos gobiernos locales va en dos sentidos: el primero es un desaliento promovido en forma voluntaria, es decir los gobernadores y alcaldes ven como una amenaza, para sus feudos e intereses personales, la reforma constitucional y por eso algunos casos abiertamente y solapadamente dieron señales para votar por el NO (en los dos bloques, o cruzado). En segundo lugar, la administración y el desempeño de estos poderes locales está actuando como desestímulo a la base chavista. Bien sea por la mala administración (por ineficiencia), bien sea por prácticas nada revolucionarias. Acaso creen que el pueblo no saca cuenta de la continuidad de las prácticas adeco-copeyanas ilustradas de formas tan evidentes como las siguientes: tener un contingente de guardaespaldas, repartirse contratos con factores de derecha, emplear en cargos sensibles y claves hasta la mascota de la familia; andar en camionetas lujosas; adquiriendo propiedades sin que lo justifiquen sus presuntos ingresos; de cobrar comisiones y actuar como intermediarios promoviendo la ineficiencia burocrática, de celebrar fiestas derrochadoras especialmente si se trata de matrimonios, cumpleaños y bautizos; de abusar del poder; de mostrar una desvergonzada prepotencia; de hacer caso omiso a las exigencias del pueblo que lo colocó en ese cargo. Es preocupante que el pueblo venezolano esté viendo lo que observó el pueblo nicaragüense, cuando parte importante de la comandancia sandinista protagonizó -en la década de los años 80- un proceso de acumulación originaria de riquezas denominado por la derecha «la piñata». El pueblo no es pendejo, saca su cuenta o su fórmula: un corrupto o un ineficiente con boina roja es igual a un mismo espécimen pero con boina blanca, verde copey, amarilla o verde oliva. Algebra popular.
Ahora bien, la corrupción como práctica institucional existe desde que el primer cura y el primer conquistador español pusieron sus pies en estas tierras. Así que, convertir el tema de la corrupción como principal elemento valorativo de si nos alejamos o nos acercamos a la sociedad deseada, puede ser engañoso. El problema no es sólo que exista corrupción o existan prácticas políticas no democráticas, el problema es que estas prácticas y esta ideología se conviertan en hegemónicas o predominantes; en la práctica generalizada y aceptada por todos. Si esto es así, significa que la ética socialista no se está practicando y sembrando en los diferentes niveles de organización y de gobierno.
Desarrollar una pedagogía (metodología) de la liberación en la construcción de diversas modalidades organizativas
Reconstruir el vínculo orgánico con el pueblo, significa desarrollar una metodología participativa, de fortalecimiento ideológico y de formación de cuadros revolucionarios. La metodología participativa debe enfrentar la práctica burocrática, clientelar y oportunista de los que tienen posiciones de poder nacional, regional y local (en el aparato del Estado, en el reciente creado PSUV, y en los otros partidos del proceso) que reproducen las relaciones de dominación política. Un ejemplo, que ilustra la necesidad del trabajo revolucionario de base, fue la creación y la destrucción de las UBES por parte de las camarillas locales. La creación de las UBES fue un importante reconocimiento de que este proceso sin la organización popular tiene un futuro muy triste. Pero luego de ganar la victoria del referéndum ratificatorio, desde arriba se encargaron de masacrar a las UBES, especialmente aquellos aspirantes a gobernadores, a alcaldes y a jalamecates.
Desarrollar el trabajo popular, meter los pies en la tierra, subir cerro, meterse en el campo, organizar a la gente contra los males del capitalista y a favor de la construcción del socialismo, es un trabajo que la izquierda tradicional siempre despreció. Nosotros debemos fortalecer y desarrollar este trabajo en el seno de las comunidades, en nuestros sitios de trabajo, en nuestras relaciones sociales. Este el trabajo de base necesita una estrategia política que se distinga sustancialmente por tener un estilo revolucionario. Si » con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar», hay que organizar a los pobres oprimidos por el capitalismo y no sólo verlos como «objetos» de política y de jornadas electorales.
En este ámbito del trabajo popular, como en otros ámbitos, no debe predominar el pesimismo y la hipercrítica. Dentro de los saldos favorables que tenemos que reconocer, son las diversas experiencias de trabajo popular y organizativo que se han potenciado debido a las condiciones subjetivas que ha creado este proceso desde que el comandante nos despertó aquella madrugada del 4 de febrero de 1992. Sin embargo, estas experiencias no se han constituido como las prácticas hegemónicas, y aún más están seriamente amenazadas por las prácticas predominantes. Hay que recorrer las experiencias, hacer un balance, no medir la realidad por Caracas porque en las regiones (tanto en las ciudades como en el campo) hay gente que está haciendo un trabajo hermoso. Hay que hacer un inventario de fuerzas. Nos daremos cuenta que tenemos muchas fuerzas, que las fuerzas del lado oscuro pueden ser reducidas significativamente, con una clara orientación y con tesón. Reconocernos en nuestras fortalezas y combatir las tendencias corrosivas, en la medida que empujamos hacia el lado correcto.
El PSUV, ciertamente está naciendo, pero no lo pasmemos con una crítica paralítica que puede conducir a la dispersión, por favor no debemos caer en la añoranza del MRV y otros parapetos. Ahora es cuando la construcción del partido cobra relevancia. Esa construcción debe continuar y no debe desecharse en el camino como se ha hecho con otras experiencias organizativas. Ante el riesgo de pasmo, hay que darle calor y movimiento al Partido, como herramienta de la revolución.
El socialismo se construye fundamentalmente desde la base, con prácticas que generen una conciencia social cooperativa, solidaria, socialista. El estilo del liderazgo y las prácticas organizativas son fundamentales para esta construcción. Un estilo que promueva la participación contra el paternalismo; la educación para la liberación frente a la pedagogía y frente al lenguaje del dominador. Un estilo que promueva una dirigencia creativa, fresca, responsable, joven, honesta, socialista, que trabaje en equipo. Un estilo que promueva que el pronombre personal más utilizado sea el NOSOTROS y no el YO.
Construir la organización popular, la organización política revolucionaria y la teoría revolucionaria.
El movimiento popular se construye desde la base, no desde el gobierno ni del Estado. El PSUV tiene un trabajo fundamental para construir y consolidar un movimiento popular revolucionario. No se decreta el movimiento popular, su conformación no resulta de una voluntad, ni de una orden vertical de un funcionario de gobierno o del partido.
El movimiento popular necesita de la organización popular, la organización popular necesita de la organización política (sea el PSUV o cualquier otra organización política de izquierda revolucionaria) y ambos, organización popular y organización política revolucionaria necesitan de la teoría y la ideología revolucionaria.
La teoría y la ideología revolucionaria tienen que ver con la definición del socialismo que queremos. Esta definición no se encuentra en los espacios académicos, se forja en los espacios políticos. Para ello tenemos que pasar de la superficialidad de la simple consigna del socialismo a la fortaleza de la práctica socialista. No será fácil porque implica primero reconocer al otro, al compañero o a la compañera. Trabajar en equipo. No será fácil porque significa reconocernos, y en este sentido hay que comprender que estamos en esto por nosotros, por los demás, no por una individualidad. Estamos aquí por nosotros, y en ese NOSOTROS, cabe sin lugar a dudas ese liderazgo que encendió esta esperanza, y que está encarnado en el Chávez pueblo. Ese Chávez que nos identifica porque nos identifica ser pueblo. No se trata de endiosar ni al pueblo ni al líder. Si ocurre esto, estamos seguros que esos procesos tienen poco futuro. Se trata de identificarnos colectivamente bajo los intereses que tenemos como clase dominada por el capital; se trata de defender nuestro ser, y este ser, como decía Marx, es un ser genérico; es decir, un ser en colectivo, en sociedad, donde el liderazgo es liberador en la medida que reivindica que las revoluciones las hacen los pueblos organizados y no los espíritus iluminados.
Estamos convencidos que, gran parte de la sobrevivencia de esta esperanza depende de nuestra capacidad para convertir este proceso de una revolución para el pueblo a una revolución del pueblo.
El autor es miembro del Colectivo El Lumpen