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El sótano

Fuentes: Rebelión

Me encontraba detrás de un escenario, en cinco minutos intervendría en una lectura de escritores. Entre las manos tenía un papel con el microrelato «El vuelo de Caín». (La última mañana de 1899, Rafael se levantó de su cama dispuesto a volar…). En aquel instante me vino a la mente la insistencia de crisis que […]

Me encontraba detrás de un escenario, en cinco minutos intervendría en una lectura de escritores. Entre las manos tenía un papel con el microrelato «El vuelo de Caín». (La última mañana de 1899, Rafael se levantó de su cama dispuesto a volar…). En aquel instante me vino a la mente la insistencia de crisis que golpea afuera: El ciclo de las crisis consecutivas. Y pensé en el afuera que está más allá de la sala que refugia a escritores y a oyentes. De pronto recordé a una señora que una vez me dijo que «yo no la engañaba con mis papelitos inútiles, pues a ella siempre le parecieron inútiles los hombres que andan con papelitos entre los brazos». Entonces sentí una carga de conciencia. Se enfrentaron mi necesidad de ficción y la necesidad de realidad de la señora. Por vez primera pensé, en serio, en la inutilidad de la escritura. ¿Qué hace un escritor en esta sala contando ficciones mientras afuera el mundo se reduce a los intereses de los llamados «mercados». Caen estados; quiebran individuos, familias; quiebran naciones. Y yo aquí, próximo a relatar la posibilidad de un espacio menos duro que el de la calle «real» (Vistió el traje y la sonrisa serena de un audaz piloto; salió al jardín, miró a los cielos y suspiró…).

Nunca antes me sentí más inútil que durante aquellos cinco minutos. Ya lo escuché hasta el cansancio: El pragmatismo se está devorando todas las ideas. De tanto pensar en lo tangible se volvió intangible el deseo. Y nos convertimos en piedras de un camino demasiado duro y ajeno. La tierra ha dejado de ser nuestra, tan sólo somos obreros de un mundo secuestrado. Todo cuanto ocurrió fue una cadena de ensayos para arribar a esta encrucijada. Eso ya lo sospechaba. El funcionamiento del capitalismo clásico había colapsado; los dueños de la maquinaria, jefes tanto de la ley como de la trampa, necesitaban demoler la estructura para mutar hacia una forma de dominio superior: el mercado virtual. Ya no podemos seguir jugando a hacer amigos en las redes. Mucho menos podemos regresar a las calles. No hay tiempo, nos robaron el tiempo. Acudimos al plan global de la esclavitud cargados de modernidad y con la sonrisa forzada. Somos la vergüenza de todos los esclavos antiguos. Ellos defendieron la tierra que ahora nosotros entregamos. (…él sabía que pronto alcanzaría el gran sueño sagrado de los mortales. Bajó la cabeza a la altura de los hombres y ató las cuerdas del globo a la motocicleta).

De pronto sentí una mano en mi hombro; el presentador me advertía que yo era el siguiente (Sin despedirse de su hogar, subió a su poderoso vehículo de dos ruedas con alas y se echó a volar por el mundo…). Si bien asentí con la cabeza, me creí más inútil que antes. En la calle el presente estaba atrapado en un futuro inminente; en mi mente el futuro, previamente escrito por los dueños de la maquinaria, ya era pasado. Mientras yo, como el actor que llega tarde a todas las funciones, pretendía salir a escena en el teatro del destiempo. (En su ruta fue dejando caer los papeles de su tardía confesión: «Mi verdadero nombre es Caín; hace siete días asesiné a mi hermano menor y dejé su cuerpo en la calle 11 de la avenida norte. A él, denle cristiana sepultura; a mí ni me busquen porque jamás me encontrarán»).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.