Una de las frases que se han estado reproduciendo con mayor frecuencia en los medios de mayor difusión a los dos lados del Atlántico es que «el euro está en peligro de desaparecer». Una y otra vez se subraya que el euro puede colapsarse creando un enorme problema, no sólo a los países de la […]
Una de las frases que se han estado reproduciendo con mayor frecuencia en los medios de mayor difusión a los dos lados del Atlántico es que «el euro está en peligro de desaparecer». Una y otra vez se subraya que el euro puede colapsarse creando un enorme problema, no sólo a los países de la Eurozona, sino a toda la economía mundial, resultado de la importancia que ha adquirido tal moneda a nivel internacional. El euro, sin embargo, no está en peligro de desaparecer. Como bien dijo el Sr. Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, en su conferencia de prensa última (02/08/12), «el euro no ha estado ni estará en peligro». En realidad, el Sr. Draghi podría haber hecho referencia a que el euro continúa estando por encima del dólar, habiendo descendido algo desde su momento de auge, pero permanece todavía por encima del valor que muchos sectores exportadores de la Eurozona desearían. Y el hecho de que no esté en peligro se debe a que las fuerzas dominantes que determinaron su establecimiento continúan existiendo y beneficiándose de su existencia.
Aquellos que continúan insistiendo en que el euro está en peligro ignoran o desconocen cómo y el porqué se estableció. El euro se creó como un mecanismo para integrar la (dividida) Alemania post-nazi dentro de la Europa democrática. La reunificación de las dos Alemanias, deseada por la estructura de poder de aquel país, atemorizaba a la mayoría de países aliados que habían ganado la II Guerra Mundial, temiendo que surgiera de nuevo la Alemania unida frente a los países aliados (como Francia y Gran Bretaña) que habían sufrido dos veces en un siglo las ansias expansionistas de aquel país. De ahí que el presidente Mitterrand (que había dicho que quería tanto a Alemania que quería dos de ellas, en lugar de una) propusiera que el marco alemán fuera sustituido por una moneda europea -el euro-, a fin de anclar la nueva Alemania en la Europa democrática.
La condición que puso el gobierno alemán, sin embargo, fue que el euro fuera gobernado por una institución (el Banco Central Europeo, BCE) en el que el Bundesbank (el Banco Central alemán) tuviera la mayor influencia: en realidad, el BCE estaría bajo su control. La otra condición que puso Alemania fue la aprobación del Pacto de Estabilidad, que sometía a todos los países de la Eurozona a condiciones de gran austeridad fiscal, que deberían respetarse incluso en condiciones de recesión, como ahora. Para entender la aceptación de estas dos condiciones (que han tenido un impacto negativo en el crecimiento económico de toda la Eurozona) por parte de los países aliados, hay que entender el dominio hegemónico del neoliberalismo (iniciado por el presidente Reagan en EEUU y por Margaret Thatcher en Gran Bretaña) a los dos lados del Atlántico. Un promotor de tal ideología fue el capital financiero alemán, que estableció el control de la inflación como el objetivo central del establecimiento del sistema financiero europeo, centrado en el BCE, intentando a la vez disminuir el rol de los Estados y en su lugar, favorecer a la banca privada y al mundo empresarial exportador. Y así se hizo.
El Banco Central Europeo no es un banco central
Ahora bien, el problema mayor del BCE es que no era ni es un Banco Central. Un Banco Central digno de su nombre imprime dinero y compra la deuda pública de su Estado, regulando así los intereses de su deuda. Cuando tales intereses suben, el Banco Central compra deuda pública de su propio Estado y los intereses bajan. Con ello, el Banco Central protege a los Estados frente a la especulación de los mercados financieros con su deuda.
Pero el Banco Central Europeo no hace esto. Imprime dinero pero no compra deuda pública de los Estados, consecuencia de ello es que la deuda pública de los Estados está sujeta a la especulación de los mercados financieros. Ello explica que todos los Estados de la Eurozona sean muy vulnerables a tal especulación, pues no tienen un Banco Central que les proteja. Es cierto que el BCE ha comprado deuda pública de algunos de estos Estados (a pesar del mandato que tiene de no hacerlo) cuando la situación ha alcanzado un nivel intolerable en algún país. Pero lo hace casi clandestinamente y muy a regañadientes, y en cantidades muy insuficientes. Y los mercados financieros son conscientes de ello. No hace, pues, lo que debe hacer un Banco Central, que es indicar a los mercados financieros que actuará con contundencia cada vez que se inicie un ataque de especulación, no permitiendo que éste tenga lugar. El grado de desprotección que un país puede alcanzar aparece claramente ahora en el caso de España. A pesar del enorme ascenso de la prima de riesgo, el Estado español no puede hacer nada (repito nada) para protegerse de tal ataque. El argumento de que hay que reducir el déficit público para recuperar la confianza de los mercados y dejar que éstos especulen es frívolo en extremo. El que marca los intereses de la deuda pública es el Banco Central, no los mercados financieros. Y el hecho que la prima de riesgo sea tan elevada en España se debe a que el BCE no ha comprado deuda pública desde hace ya casi 5 meses.
¿Qué hace, pues, el mal llamado Banco Central Europeo?
El BCE, en lugar de prestar dinero al Estado, ha prestado dinero a los bancos privados, a unos intereses bajísimos (menos de un 1%), y con este dinero, estos bancos compran deuda pública a unos intereses elevadísimos, de un 6 ò un 7% (como es el caso italiano y español). Es el negocio más redondo del año. Esta situación se justifica con el argumento de que tales préstamos a la banca privada garantizan la efectividad del sistema financiero y la oferta de crédito, aún cuando la evidencia de que tales préstamos repercutan en una mayor disponibilidad de crédito es muy limitada. El crédito, por lo general, no aparece ni se le espera. El BCE ya ha prestado casi 500.000 millones de euros desde diciembre de 2011 a la banca española e italiana, sin que el crédito aumentara a las familias o a las pequeñas y medianas empresas. La evidencia de esta realidad es robusta y convincente.
En este sistema financiero europeo, la banca alemana es la dominante y ello, no solo por diseño de los fundadores del euro, sino también por la enorme acumulación de capital financiero resultado de otro diseño político, consecuencia de una serie de decisiones tomadas por los sucesivos gobiernos alemanes. El gobierno Schröder tomó una serie de medidas, continuadas por los gobiernos Merkel, que potenciaron el sector exportador a costa de la demanda doméstica. En un enfrentamiento entre el canciller Schröder y su Ministro de Finanzas, Oskar Lafontaine, este último quería que la demanda doméstica fuera el motor de la economía alemana (y por ende, de la economía europea), para lo cual proponía una subida de salarios y aumento del gasto público, denunciando que el crecimiento de la productividad estaba beneficiando más al capital que al mundo del trabajo. El canciller Schröder, sin embargo, se opuso a esta estrategia, favoreciendo, en cambio, que el sector exportador fuera el motor de la economía, propuesta que el sector empresarial y financiero apoyó y que se impuso, facilitando la acumulación de capital a costa de mantener una escasa demanda doméstica. Ello generó una enorme concentración de euros en el sistema financiero que, en lugar de mejorar los salarios de los trabajadores alemanes (como Oskar Lafontaine deseaba) compró deuda privada y pública en los países donde había una mayor rentabilidad de aquella inversión financiera, que era precisamente en los países periféricos de la Eurozona, incluyendo España. El origen de la burbuja inmobiliaria en España es precisamente el flujo de capital financiero del centro, incluyendo Alemania, a la periferia, flujo que fue facilitado también por la escasa capacidad adquisitiva de la población española (resultado de la disminución de las rentas del trabajo durante los últimos quince años) y consiguiente necesidad de endeudamiento.
¿Cómo aparece la crisis en España?
Cuando la banca alemana paralizó el flujo de capital financiero a la periferia (como consecuencia del pánico que le entró al verse contaminada con los productos tóxicos de la banca estadounidense) las burbujas inmobiliarias colapsaron, creando un agujero en el PIB español de un 10% (y todo ello en cuestión de meses), disparando el desempleo y los ingresos al Estado, apareciendo con toda su crudeza el enorme déficit estructural público de España (que había sido causado por las grandes rebajas de impuestos en tiempos de bonanza) y que había estado ocultado por el crecimiento del gasto público, resultado de la burbuja inmobiliaria. El enorme crecimiento del déficit público del Estado no se debía, como decía el pensamiento neoliberal dominante de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional), al disparo del gasto público, sino al colapso de los ingresos al Estado. De ahí que las medidas de austeridad que se han estado imponiendo no tienen ninguna oportunidad de resolver el problema del déficit público, el cual sólo se puede reducir a base de incrementar los ingresos al Estado mediante el estímulo del crecimiento económico y de las reformas fiscales progresistas que faciliten el aumento de estos ingresos, aumento necesario para resolver el mayor problema, no sólo humano y social, sino también económico, que existe en la Eurozona (y en España), y que es el desempleo.
¿Cuál es el propósito de la supuesta ayuda financiera?
La narrativa oficial es que tal ayuda viene a ayudar al sistema financiero español. La realidad, sin embargo, es distinta. Su objetivo es ayudar a que los Estados (incluyendo España) y los bancos de la periferia a que paguen su deuda a los bancos del centro de la UE, y muy en especial a la banca alemana. En realidad, hubiera sido una medida más eficiente (que la transferencia de fondos a los bancos) el que tales fondos se hubieran distribuido a la población endeudada así como a las pequeñas y medianas empresas y al Estado (tanto central como autonómico) a través de agencias de crédito estatales como el Instituto de Crédito Oficial (ICO), proveyendo crédito a intereses bajos, resolviendo así el enorme problema de falta de crédito. La experiencia muestra que transferir estos fondos a los bancos no resolverá tal problema. La población está enormemente endeudada, y el Estado también. Pero tales «ayudas» financieras no están, en contra de lo que dice el discurso oficial, orientadas a ayudar a los países sino a los bancos del centro de la Eurozona y muy en particular, los bancos alemanes, como indica Peter Böfinger (Chatterjee, Pratap, «Bailing Out Germany: The Story Behind The European Financial Crisis», 28/5/2012), consejero económico del gobierno alemán. Un tanto igual ocurrirá con la intervención que el BCE desea que ocurra en España (puesto de manifiesto en la última conferencia de prensa del Sr. Draghi) pues, como ha ocurrido en Grecia, Portugal e Irlanda, el objetivo principal de tal intervención es que los acreedores reciban su dinero.
¿Dónde está el problema del euro?
El hecho de que el Estado español tenga dificultades en obtener liquidez, y que esté en dificultades, no quiere decir que el euro esté en dificultades. En realidad, este desequilibrio en la disponibilidad de crédito le está yendo muy, pero que muy bien a la banca alemana (receptora ahora de un enorme flujo de capitales de la periferia al centro) consecuencia de la inseguridad financiera existente en la periferia. La fuga de capitales de la periferia al centro está descapitalizando a los países periféricos y enriqueciendo a los bancos y al Estado alemanes (los bonos del Estado alemán son hoy los más seguros del mundo, junto con los estadounidenses).
La situación que se llama de crisis, no es crisis del euro. A los países de la Eurozona periférica, el sistema de gobierno del euro les está yendo fatal. Pero, repito, ello no quiere decir que el euro se colapsará. Sólo colapsaría si los países periféricos abandonasen el euro, lo cual es casi imposible, y ello por razones políticas. Las medidas que se están tomando en la periferia (en teoría para salvar el euro, el cual está en muy buena salud), están favoreciendo a las clases dominantes de aquellos países. Las burguesías de los países periféricos están utilizando la crisis para conseguir lo que siempre han deseado: reducir los salarios, eliminar la protección social y desmantelar el Estado del Bienestar. Y todo ello con el apoyo de la troika. Así, cuando Mario Draghi llamó a Zapatero antes, y a Rajoy ahora, lo que le pide es que, a condición de que les ayude, desarrollen las políticas de confrontación con el mundo del trabajo (y esto es lo que ocurrirá si España está intervenida). Y en su conferencia de prensa, Mario Draghi no podía ser más explícito. Indicó que la ayuda del BCE estaba condicionada a la desregulación de los mercados laborales y a la reducción del gasto público (del cual la mayoría es el social). Es lo que Noam Chomsky ha llamado la guerra de clases unidireccional (ver su introducción al libro Hay alternativas de Vicenç Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón). Se ha establecido así una alianza de las clases dominantes (que Jeff Faux definió en su día como la lucha de clases a nivel mundial) que ahora toma lugar a nivel europeo.
Nos encontramos, pues, en una situación en la que la troika (que representa los intereses de la burguesía financiera y exportadora alemana y de otros países del centro) coincide con las burguesías financieras y empresariales de la periferia, en que el euro permanecerá, pues está sirviendo a sus intereses. Lo último que el establishment alemán desea es que Grecia, España, Portugal, Irlanda y ahora Italia, dejasen el euro. Esto significaría el colapso de la banca alemana, que posee 700.000 millones de deuda pública y privada de estos países.
Y las burguesías periféricas tampoco desean salirse del euro porque les permite conseguir lo que siempre han deseado, externalizando la responsabilidad. Es más, salirse del euro abriría un enorme interrogante sobre su propio futuro. De ahí que de tal alianza de clases puede concluirse que tendremos euro para rato. Así de claro.
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.