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El Sur no existe

Fuentes: La Jornada

El gobierno mexicano tiene poco entusiasmo por la integración latinoamericana, y su deseo de fortalecer la región no va más allá de los discursos de ocasión. La decreciente influencia económica y política en el entorno sudamericano frente a la de Brasil, se confronta con las condiciones de integración en América del Norte.

«No hay suficiente espacio en este continente para los dos.» La frase, típica de los westerns, parece hecha para ilustrar el sentimiento de competencia diplomática entre Brasil y México. Los dos «forasteros» del territorio sudamericano (México por razones geográficas y Brasil por sus pocas afinidades culturales con los vecinos) han protagonizado una suerte de «pelea diplomática» por el liderazgo regional, y los encontronazos se hicieron más evidentes a partir del lanzamiento de la iniciativa de la Comunidad Sudamericana de Naciones, a mediados de diciembre pasado, en Cuzco, Perú.

«Me parece que la cumbre sudamericana pasará a ser un lindo gesto político. Como gesto político, vale», expresó la embajadora saliente de México en Argentina, Rosario Green, menospreciando la iniciativa impulsada por Brasil. La canciller en el gobierno de Ernesto Zedillo dijo en entrevista al diario porteño La Nación que el proyecto no es más que «una idea, una quimera, un sueño».

Para Brasil, la respuesta es simple. El gobierno ha enfocado los esfuerzos diplomáticos en agrandar su influencia política y económica sobre los vecinos sudamericanos, como instrumento para tener una plataforma que lo proyecte internacionalmente. Y para aprovechar la ventaja geográfica, dado que tiene fronteras con casi todos los países de Sudamérica, Brasil ha hecho esfuerzos para ampliar su ascendiente económico, con inversiones en proyectos que siendo aún tímidos, buscan ampliar la integración física de la región para estimular el comercio.

México, a su vez, tiene como principal argumento para no ser excluido de la unión, que en su opinión debe ser latinoamericana, los lazos culturales con las demás ex colonias españolas. Pero el deseo de acercamiento se confronta con su decreciente influencia económica en el entorno sudamericano, una tendencia que se ha visto reforzada por su integración al mercado norteamericano mediante el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Ese es, según un funcionario de la cancillería brasileña que habló con La Jornada, el factor que más limita las posibilidades que México pueda tener de competir con Brasil por cualquier forma de liderazgo regional. El diagnóstico de Itamaraty, sede de la diplomacia brasileña, es que México no tiene forma de dar sustento económico a su voluntad de acercamiento con los países sudamericanos y, por ello ha intentado, aunque no abiertamente, descalificar los esfuerzos de Brasil por promover la Comunidad Sudamericana.

En opinión de dicho funcionario, el liderazgo regional que han intentado alcanzar los sucesivos gobiernos mexicanos tiene la función de compensar con reafirmaciones de su identidad latinoamericana la aproximación económica con el norte. Dicho de otra manera: para Brasil, consolidar su posición de líder en la región es vital para el desarrollo económico del país, mientras que para México, que ya tomó la opción de tener a Estados Unidos como principal aliado económico, la necesidad de presencia y hasta de liderazgo respondería más a ambiciones de prestigio.

El funcionario brasileño calificó las palabras de Green de indicio de que, como no puede dar contenido económico a su discurso latinoamericanista, la diplomacia mexicana intenta presentar los esfuerzos de Brasil como poco factibles. En la entrevista, Green señaló que es necesario hacer «un análisis económico de costo-beneficio» del uso de los recursos económicos y financieros necesarios para fomentar la integración regional.

Así, preguntó: «¿Qué requiere la conexión fluvial, terrestre y aérea de los países sudamericanos?, pues recursos que no se tienen ni estarán disponibles desde el exterior para ser utilizados en ese proyecto. Pero aun si los hubiera, continuó, los volúmenes de comercio y de personas que se mueven no parecen ser de tal magnitud que justifiquen que esa sea una prioridad del desarrollo, en lugar de producir más alimentos, educar, curar o dar empleo».

La visión brasileña es que la antigua colonia de Portugal ya no concentra su desarrollo solamente en los extensos territorios costeros, sino que necesita conectarse con los otros países para facilitar el transporte de bienes y personas y ganar mercados para sus productos, generando así mayor prosperidad para sí mismo y sus vecinos. Se considera que esa es una gran labor pendiente.

El gobierno brasileño también considera que todas las «tareas» asociadas con la integración regional en la parte sur del continente americano, que todavía no se han llevado a cabo, así como las debilidades y conflictos internos del proceso de formación del Mercado Común del Sur (Mercosur) son terreno fértil para la estrategia mexicana de «poner palos en las ruedas».

Brasil fue el único país del Mercosur representado por su presidente en la cumbre de Cuzco, mientras que los otros tres miembros plenos del bloque no enviaron a sus mandatarios. La ausencia más notable fue la de Néstor Kirchner, de Argentina. La justificación oficial fue que el presidente no concurrió por los problemas de salud que la altitud (3 mil 360 metros) pudiera haberle causado.

Pero la ausencia puso en evidencia que Argentina no está dispuesta a renunciar a sus propias ambiciones de liderazgo y no acepta ser vista como mera coadyuvante de Brasil. Por lo menos Argentina ha dejado en claro que no se someterá a un rol secundario sin obtener algo a cambio.

Con las necesidades básicas de su población en estado de pobreza todavía no cubiertas, Brasil no tiene posibilidad ni condiciones políticas para aplicar recursos propios para ayudar a sus vecinos a desarrollar sus economías. Para compensar esa dificultad, ha hecho concesiones a Argentina.

El empresariado brasileño presiona constantemente a las autoridades. Los conflictos comerciales con Argentina y la frustración por no haber avanzado el año pasado en las negociaciones del Area de Libre Comercio de las Américas y en un acuerdo comercial con la Unión Europea han hecho que sectores de la poderosa Federación de las Industrias de Sao Paulo (Fiesp) pongan sobre la mesa la propuesta de que Brasil desista de hacer que el Mercosur se consolide como unión aduanera y retroceda a la condición de zona de libre comercio, para que el país pueda negociar pactos comerciales sin el «peso» de los otros socios y con mayores ventajas.

Pero hay por lo menos un punto en el que México y Argentina coinciden en la necesidad de hacer un contrapeso a las pretensiones brasileñas de poder. Ambos países se oponen a que Brasil obtenga un asiento permanente en la probable reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, objetivo que ha sido uno de los ejes de la política externa del gigante sudamericano. El Mercosur, además, no ha sido capaz de proponer a un candidato único a la dirección de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Aun después de la victoria del izquierdista Tabaré Vázquez en las elecciones presidenciales del pasado octubre en Uruguay, el futuro gobierno todavía no ha dejado en claro si retirará la candidatura del uruguayo Carlos Pérez del Castillo, actual embajador ante la OMC, y apoyará al brasileño Luis Felipe Seixas Correa.

Si existen choques entre los miembros permanentes de Mercosur, la situación es aún más problemática entre los miembros de la naciente Comunidad Sudamericana de Naciones.

Con tantas dificultades por resolver, Brasil tiene el desafío, sin la posibilidad de presentar resultados concretos rápidamente, de que su población y la de los otros países involucrados en el proyecto se convenzan de que la asociación puede ser beneficiosa.