Por razones de optimismo histórico y por pura simpatía, me he resistido a creer que en Brasil se retrocede. Mas no queda otra alternativa que rendirse a la evidencia de que Lula ha cedido terreno y ello ha conllevado a un paulatino alejamiento de líderes, sectores y organizaciones populares que lo apoyaron. En el ámbito […]
Por razones de optimismo histórico y por pura simpatía, me he resistido a creer que en Brasil se retrocede. Mas no queda otra alternativa que rendirse a la evidencia de que Lula ha cedido terreno y ello ha conllevado a un paulatino alejamiento de líderes, sectores y organizaciones populares que lo apoyaron. En el ámbito internacional, la aproximación al núcleo bendecido del sistema es visible.
Lo más lamentable no es que un luchador retroceda porque sea presionado por la derecha y la reacción, incluso que sea vencido o tenga que replegarse por la fuerza de las circunstancias. Más penoso es que cambian sus convicciones, sustituya sus paradigmas, se aleje de sus bases y establezca alianzas dudosas.
Al distanciarse de las fuerzas populares que lo apoyaron y por dos veces lo catapultaron a la presidencia y que ahora le reclaman por incumplir promesas y compromisos y son cada vez más críticas de su gestión, Lula, quiéralo o no, permite que se abra un espacio por donde penetra la oligarquía que, como una cuña, empuja en ambas direcciones, separa lo que antes estuvo unido y cubre amplios espacios.
Dado que Lula y el PT, fueron y probablemente son todavía una esperanza, no sólo para la izquierda, sino para elementos nacionalistas y probablemente para cierto sector de la burguesía, su retroceso puede conllevar a un importante revés en Brasil, donde todos los huevos están en la misma canasta.
No obstante, nadie debe temer un efecto dominó. En el peor de los casos, a pesar de su enorme importancia y de su peso especifico como la primera economía latinoamericana y una de las diez mayores del planeta, Brasil no es el escenario principal de la lucha en América Latina, ni los eventos históricos se miden por toneladas, millones en el PIB ni por la magnitud de las reservas, sobre toco cuando esos factores no sirven para el impulso sino que son una retranca.
En América Latina han tenido lugar procesos políticos que han desarrollado una capacidad para ejercer influencia positiva sobre el movimiento revolucionario a escala continental, como por ejemplo, resultó con la revolución Cubana; sin embargo no recuerdo ningún ejemplo de esa categoría en sentido inverso.
Es cierto que el asesinato de Sandino, el derrocamiento de Jacobo Arbenz, el golpe de Estado contra Salvador Allende, la derrota sandinista en Nicaragua y las sucesivas invasiones norteamericanas en Panamá, Santo Domingo, Haití, Granada y otros países, cada cual en su momento, aunque conmocionaron a la opinión pública, no ejercieron un efecto paralizante a escala continental, entre otras cosas porque a pesar de su enorme importancia, no eran el escenario principal de lucha. Con Brasil ocurre otro tanto.
Los estrategas, militares y políticos comprenden muy bien que en una empresa o campaña de grandes proporciones, se establece una cadena de esfuerzos, sucesos y circunstancias que poseen un valor relativo, una dialéctica propia e incluso una gran flexibilidad, no obstante, siempre existe un punto nodal y una dirección principal de la que depende el esfuerzo en su conjunto.
Durante los últimos cincuenta años, el fiel de la balanza ha estado en Cuba, papel que no ha estado condicionado por aspectos económicos o militares, sino por la capacidad de resistencia y por el prestigio y la coherencia de un liderazgo cuya influencia emana de fenómenos subjetivos.
El hecho de que Cuba no haya podido ser derrotada y de que ninguna circunstancia la haya hecho abdicar de sus convicciones, ser omisa en sus obligaciones para con la solidaridad ni la hayan hecho deponer sus principios, ha obrado como una fuerza telúrica. Sin querer ser líder ni modelo ni interferir en los procesos políticos, la revolución cubana ha sido como una garantía que la convirtió en un eje de cuya estabilidad depende la estrategia en su conjunto.
En los años recientes, ese peso se ha repartido porque otros procesos asumieron parte de las responsabilidades, sobre todo Venezuela, hacía donde se han desplazado importantes componentes, también el Brasil de Lula, la victoria de Evo Morales en Bolivia, los avances en Argentina, Ecuador, Nicaragua, así como en otros países que forman un magnifico conjunto.
Ojalá no haya resta, pero si la hubiera no es el diluvio. Hay procesos que: «Al salvarse, salvan» Esos son los eslabones que no pueden ceder y que seguramente, no cederán.