La estrategia de Washington sigue desarrollándose por todo el mundo. Si primero fueron las elecciones de Afganistán, ya olvidadas para muchos, luego siguieron las de Palestina, y ahora el tercer pilar de este guión elaborado en la Casa Blanca es Iraq. Y todo parece indicar que de seguir esta moda electoral tan peculiar si nos […]
La estrategia de Washington sigue desarrollándose por todo el mundo. Si primero fueron las elecciones de Afganistán, ya olvidadas para muchos, luego siguieron las de Palestina, y ahora el tercer pilar de este guión elaborado en la Casa Blanca es Iraq. Y todo parece indicar que de seguir esta moda electoral tan peculiar si nos atenemos a los moldes que se aplican en Occidente, las llamadas «elecciones democráticas» se asemejarán cada día más a una elecciones «por control remoto» o a «punta de fusil», como han manifestado algunos analistas.
Los iraquíes que se decidan a depositar su voto no conocerán la ubicación exacta de los colegios electorales hasta horas antes de que los mismos se abran, además la mayoría de las listas electorales no contiene los nombres de todos sus candidatos, con lo que votarán «a ciegas». Tampoco lo tendrán sencillo para llegar finalmente hasta las urnas, y no sólo por las acciones de la resistencia, sino porque el gobierno y los ocupantes han impuesto importantes medidas restrictivas, como el toque de queda, cierre de fronteras y el aeropuerto internacional de Bagdad, sin observadores internacionales e independientes…Y todo ello sin olvidar el llamamiento al boicot efectuado por más de cincuenta organizaciones y personalidades, que rechazan la posible legitimidad de estas elecciones, argumentando que la población difícilmente puede votar libremente al estar sometida a una ocupación militar extranjera.
Iraq se había convertido en un importante referente para la región, y eso no era del agrado de Washington y de sus aliados. Con los segundos depósitos de petróleo más grandes del mundo (y de fácil extracción), con acceso a importantes reservas de agua y grandes extensiones de tierra para cultivos, así como con una mano de obra cualificada y uno de los índices más altos de alfabetización y formación del mundo árabe, la riqueza y las posibilidades de progreso de este país estaban fuera de duda. Pero la estrategia norteamericana ha echado por tierra todo esto. Tras años de agresión, en forma de un cruel embargo en un primer momento, y con una agresión y posterior ocupación militar recientemente, el escenario iraquí ha sido enviado al agujero negro de la historia.
Destrucción
El fruto de todo ello ha sido la destrucción absoluta del país, así como la partición de la convivencia y la separación de buena parte de la población en afinidades religiosas. Esta distorsión en muchas ocasiones también nos llega impulsada por determinados medios que caen en lecturas simplistas de esa compleja realidad. Históricamente las comunidades religiosas iraquíes no han mantenido una abierta hostilidad o enfrentamiento. Probablemente su utilización partidista, primero por parte de los Estados Unidos fomentando esa división religioso-política inexistente como tal, y en estos días por parte de las corrientes wahhabíes (enemigas declaradas del chiísmo), han llevado a un mayor enervamiento de la convivencia religiosa. La Asociación de Clérigos Musulmanes, que controla la mayor parte de las mezquitas sunitas en el país, ha llamado a la resistencia, pero ha condenado cualquier intento extranjero por acentuar la división religiosa entre los musulmanes.
Por todo ello tampoco debe extrañar que tras los cruentos atentados contra los fieles chiítas, éstos no han llamado a la venganza, sino que apuntan directamente hacia Estados Unidos y la ocupación como autores reales de estos ataques, al tiempo que identifican a los jihadistas extranjeros como meros peones útiles de Washington o de otros actores, interesados en un escenario de división religiosa y política que debilite cualquier intento de volver a Iraq a su pasado.
La posibilidad que tras esta farsa electoral nos encontremos ante una situación similar a la que se vivió en los años setenta y ochenta en el Líbano añade más nubes sobre el negro futuro iraquí. Los intentos por buscar posibles acuerdos postelectorales entre sunitas y chiítas, basados en le mantenimiento de esa división religioso-política, está condenado al fracaso, sobre todo mientras se mantenga la ocupación de tropas extranjeras. Por eso no es de extrañar que Estados Unidos busque un «régimen legítimo», al estilo afgano o palestino, para mostrar al mundo que la transición hacia la «democracia» se ha conseguido en Iraq, y acto seguido lograr un mayor apoyo y presencia internacional en el país que le permita ir elaborando un plan de salida para sus propias tropas, algo que los más optimistas no sitúan antes del 2007, a pesar de las recientes declaraciones de Bush, en el sentido de que se marcharían si se lo pidiese el nuevo dirigente del país.
Y mientras, la resistencia, principalmente compuesta por fuerzas del antiguo Ba´ath, controla Ninawa, Babilonia y al-Ambar, las fuerzas extranjeras de la resistencia también dominan importantes zonas del centro del país, al tiempo que la región tribal está fuera del control norteamericano. Además, el sur está controlado por milicias privadas que controlan de ipso la región, y el norte del país, con la ciudad de Kirkuk, puede acabar convirtiéndose en el futuro foco de enfrentamientos.
El sur del Kurdistán, enclavado en Iraq, está nuevamente pasando desapercibido para los medios occidentales. Nuevamente el destino del pueblo kurdo se encuentra a las puertas de un nuevo olvido intencionado. Cualquier demanda de mayor autogobierno y de unificación territorial va ser rechazada por parte de EEUU y seguramente algunos países vecinos como Turquí o Irán no dudarían en utilizar la situación para obtener ventajas aun a costa de provocar nuevos y violentos enfrentamientos.
Caos
La única lectura que se puede desprender de estos movimientos norteamericanos es la que conduce al caos a Iraq. Tanto los ocupantes como los colaboradores del gobierno iraquí quieren demostrar al mundo que con la celebración de las elecciones son ellos los que controlan la situación. Sin embargo, la resistencia nos recuerda cada día que esta lectura es errónea, y que su potencial crece cada día y que no tiene visos de concluir hasta que se acabe la ocupación militar de su país. Un slogan que está en muchas calles iraquí dice «Min Al-Sanduq il Al-sanduq» (de la papeleta de voto al féretro), algo que no deja lugar a duda de la determinación de la resistencia.
El impulso interesado a la interpretación que votaciones es igual a democracia, y que la ausencia de violencia es lo mismo que la inexistencia de conflicto, también está llamado al fracaso, la cruda realidad y el caos iraquí son un buen ejemplo de ello. Restituir la soberanía plena al pueblo iraquí, acompañado del fin de la ocupación es la única salida factible para lograr una paz duradera en la región. Y mientras que Washington y sus aliados locales sigan por la senda emprendida, tal vez a partir del 31 de enero los pilares del imperio norteamericano podrían comenzar a resquebrajarse en Iraq.