El escándalo del Banco Mundial trae nuevas sorpresas cada día. El lunes 7 de mayo renunció sorpresivamente Kevin Kellems, mano derecha de Paul Wolfowitz y su asistente desde los tiempos en que el actual presidente del Banco Mundial planificaba la invasión a Irak desde su puesto de viceministro de Defensa de Estados Unidos. Según Kellems, […]
El escándalo del Banco Mundial trae nuevas sorpresas cada día. El lunes 7 de mayo renunció sorpresivamente Kevin Kellems, mano derecha de Paul Wolfowitz y su asistente desde los tiempos en que el actual presidente del Banco Mundial planificaba la invasión a Irak desde su puesto de viceministro de Defensa de Estados Unidos.
Según Kellems, «en las actuales circunstancias por las que atraviesa la dirección del Banco es muy difícil ayudar efectivamente a que cumpla su misión».
Kellems no tenía ninguna experiencia previa en los temas de desarrollo o de combate a la pobreza en el mundo que configuran la misión del Banco Mundial. Sin embargo eso no obstó a que Wolfowitz fijara su salario en 200.000 dólares al año… apenas un poco menos que el salario que le atribuyó a su novia y cuya divulgación desató una ola de acusaciones de nepotismo en su contra.
Si Kellems renunció para salvar su carrera política ante el inminente hundimiento de su patrón o para salvarlo a éste es motivo de especulación. En todo caso el mismo lunes el comité de siete directores que analizó la conducta de Wolfowitz concluyó que ésta se había apartado de las normas, pero pasó los antecedentes a la junta de directores en pleno sin formular ninguna recomendación.
La junta de directores que debe resolver sobre Wolfowitz en los próximos días se reúne en secreto y no lleva actas de sus consideraciones. Teóricamente todos los países están representados en ella, pero mientras que Estados Unidos tiene un director con poder de veto (con apenas 16,5 por ciento de los votos, ya que las resoluciones requieren de una mayoría de 85 por ciento) y los europeos tienen varios directores y el doble de los votos (lo que les da mayor poder, cuando se ponen de acuerdo), los países en desarrollo tienen que compartir un director entre varios. Para peor estos directores son pagados por el Banco Mundial y casi siempre son más leales al Banco, que puede contratarlos cuando terminen su mandato, que a los países a los que representan y a cuyos parlamentos jamás brindan cuentas.
Mientras Wolfowitz considera si renuncia o continúa su desesperada pelea para evitar un voto de «no confianza» sin precedentes en la historia del Banco Mundial, entre bastidores la verdadera discusión no es si se va, sino quién lo reemplazará y, sobre todo, cómo será elegido un sucesor.
Según un «pacto de caballeros» establecido hace más de sesenta años, cuando el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional fueron creados en la conferencia de Bretton Woods (1944), Estados Unidos siempre designa al presidente del Banco y los europeos al director del Fondo.
«Tal vez sea el momento de repensar (este arreglo)», dijo a la prensa en Bruselas Javier Solana, jefe de la diplomacia europea.
La prensa internacional especula sobre si habrá o no enfrentamiento entre Estados Unidos y Europa, dependiendo del empecinamiento del presidente George W. Bush en defender a su protegido o del nombre que proponga para sucederlo. Robert Zoellick, ex subsecretario de Estado y ex negociador norteamericano en la Organización Mundial del Comercio, es uno de los candidatos rumoreados, así como Stan Fisher, ex vicepresidente del Banco Mundial y actual gobernador del Banco de Israel. El sueco Lars Thunnell, actual director de la Corporación Financiera Internacional (la agencia del Banco Mundial que presta al sector privado), es el candidato más probable a asumir la dirección interinamente.
Los países en desarrollo, y en particular los más pobres, son rehenes de la situación. En los próximos días deben comenzar las negociaciones para reponer los fondos de la Asociación Internacional de Fomento, que maneja la cartera de donaciones o préstamos concesionales del Banco Mundial. Y si Wolfowitz sigue en su cargo, los europeos no van a querer poner dinero en sus manos «y la agenda antipobreza estará en riesgo», según dijo ante cientos de funcionarios del Banco Mundial, Mark Malloch-Brown, ex administrador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, ex hombre de confianza de Kofi Anan y actual asesor del especulador George Soros.
Pero por su parte el New York Times cita a funcionarios de la administración Bush, según los cuales «el liderazgo (norte)americano es esencial para mantener la influencia sobre las políticas y prioridades del Banco, incluyendo las decisiones sobre qué países reciben financiamiento». (No es casualidad, entonces, que Irak ha sido un gran beneficiario, bajo la administración Wolfowitz.) «Estos funcionarios -continúa el New York Times- temen que si el Banco es dirigido por alguien que no tenga la confianza del Congreso (norte)americano» puede perder los fondos, como le ocurriera a las Naciones Unidas.
Si los países europeos resuelven canalizar sus fondos a través de la Unión Europea y el Congreso de Estados Unidos (que es quien resuelve sobre todos los temas presupuestales y de comercio, y no el presidente) amenaza con hacer lo propio, el Banco Mundial puede verse obligado a cerrar sus puertas. En realidad, desde hace más de diez años la institución creada para reconstruir a Europa después de la guerra y luego reformada para «desarrollar» a los países pobres está recibiendo más dinero de éstos que el total que les presta o regala.
Lo que sucede es que, hastiados de la imposición de condiciones de todo tipo y en una situación en la que el dinero abunda en los mercados comerciales, los países de ingresos medios prefieren emitir bonos antes que pedirle prestado al Banco Mundial y los países más pobres, endeudados a tal extremo que los mercados no les prestan, tienen ahora otros donantes a los que recurrir: China ya está dando más dinero a África que el Banco Mundial y Venezuela, Irán, Arabia Saudita, los emiratos del Golfo y hasta India se han convertido en países donantes. O sea que si el Banco Mundial se hunde debido al empecinamiento de su capitán en aferrarse al timón, los pasajeros de tercera clase de este Titanic financiero no van a carecer de algún bote salvavidas.
Y junto con el Banco Mundial también hace agua el Fondo Monetario Internacional, jaqueado por las propuestas del Banco del Sur y del Fondo Monetario Asiático.
Entre los movimientos sociales del mundo, tras décadas de lucha contra los planes de ajuste estructural, privatizaciones y liberalización de los mercados financieros, el hundimiento de las instituciones que forzaron el «consenso de Washington» no va a derramar muchas lágrimas.
Cabe preguntarse, sin embargo, si la multiplicación de liderazgos financieros regionales, combinada con el fracaso previsible de las negociaciones comerciales de la «Ronda de Doha» no estará conduciendo a un mundo fraccionado y en peligro de guerras como el que predominó en la primera mitad del siglo XX. El sueño de John Maynard Keynes, inspirador de la Conferencia de Bretton Woods, que quería un mundo con menos pobreza (tarea del Banco Mundial) y con pleno empleo (la misión original del FMI), merece ser revisitado. Pero para eso es necesario visiones menos miopes en Europa y Estados Unidos y una refundación de la arquitectura financiera internacional en la que los países de la periferia ya no pueden estar ausentes.
Roberto Bissio es Director Ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo. Este artículo fue publicado el 10 de mayo de 2007 en Agenda Global, un suplemento semanal que circula los jueves con el periódico La Diaria de Montevideo, Uruguay.