En vísperas de la nueva ronda de TLC en Lima, que unos dicen que es la octava y otros la novena (según cuenten, o no, las reuniones por separado de los delegados andinos con los negociadores de Estados Unidos que ocurrieron en marzo), el gobierno ha lanzado una operación tenaza. De un lado se dice […]
En vísperas de la nueva ronda de TLC en Lima, que unos dicen que es la octava y otros la novena (según cuenten, o no, las reuniones por separado de los delegados andinos con los negociadores de Estados Unidos que ocurrieron en marzo), el gobierno ha lanzado una operación tenaza. De un lado se dice que no espera mayores avances y novedades en los temas «sensibles» durante el encuentro en la capital peruana, por tanto admite que los participantes quedarán básicamente en sus posiciones cuando se suspenda la reunión. El mensaje implícito es: los gringos se están poniendo duros y la negociación será cada vez más difícil. Por tanto nadie se sorprenda si «a último momento» se hacen concesiones adicionales a las que ya se han venido haciendo. De otra manera no habría TLC sí o sí, como prometió Toledo, y el presidente tendría que buscarse otro nombre como ofreció públicamente.
Pero junto con esa nota, el gobierno se ha lanzado a una impresionante campaña propagandística para convencer a los peruanos que el TLC, como antes Camisea, Las Bambas, Bayóvar, etc., son de esas cosas 100% buenas de las que nos vamos a beneficiar todos. Todo es cosa de paciencia y de confianza en el gobierno, que sabe contratar afuera para que nos beneficiemos dentro. Los spots que inundan la televisión no hablan de lo que se ha discutido hasta ahora con nuestro inminente socio, ni los puntos que la delegación peruana ha defendido en el debate y las cosas que ha conseguido en la mesa de negociaciones. Es decir del trabajo por el cuál le pagan al señor Ferrero y su séquito, sino de las ventajas que en general traerían los tratados de comercio exterior y de lo bueno que resulta entrar con nuestros productos a un gran mercado como Estados Unidos.
Seguramente en el ministerio de comercio MINCETUR, hay quienes piensan que somos un territorio de gente despistada que necesita que le recuerden que para vender hay que tener compradores. Y que Estados Unidos es un gran comprador mundial (pero también un gran vendedor, inversor, acreedor, invasor y varias cosas más)… El punto más importante es, sin embargo, que nos quieren convencer que gracias al TLC, «vamos a ingresar» a ese gran mercado con 280 millones de habitantes y 35 mil dólares de PBI anual, por persona. Y allí es donde empiezan a ofender nuestra inteligencia. Porque hace rato que el Perú está dentro del mercado norteamericano peleando por una pequeñita fracción del gigante, como lo hacen casi todos los países del mundo. Y no depende del TLC, ni siquiera del ATPA-ATPDEA (programa de entrada de productos andinos sin aranceles a Estados Unidos, teniendo como contraparte compromisos de reducción de hectáreas sembradas de coca en cada país) Se está en un mercado porque se tiene algo que vender y se puede competir exitosamente por los consumidores. Las exportaciones de confecciones textiles peruanas a EE.UU., crecieron consistentemente en la década de los 90 y recién entraron a ATPDEA en el 2002. Y muchos productos peruanos (entre ellos el espárrago), se venden en mercados europeos, asiáticos y latinoamericanos sin necesidad de TLC.
Con ATPA-ATPDEA, ciertamente, se acrecentaron los lazos comerciales con Estados Unidos y aumentaron las exportaciones, al punto que se convirtió en nuestro principal destino (24% de las ventas al exterior, 45% de materia prima y 55% de no tradicionales). Eso es producto de una ventaja concedida, en este caso unilateralmente, por el país receptor. Nadie sabe exactamente cuánto de los casi 3 mil millones de dólares que vendemos a los gringos, han podido hacerlo gracias a la vigencia del arancel cero. De hecho el alambrón, los cátodos de cobre y otras materias primas sin proceso, seguirían llegando a su destino, con o sin arancel. Y aquí estamos hablando de casi la mitad de las ventas, en las que las beneficiarias de la «concesión de mercado», son empresas mineras no peruanas, varias de ellas de capitales estadounidenses. Se supone, sin embargo, que el sector que más se ha impulsado por ATPA-ATPDEA es el agro exportador, que constituye 13% de las exportaciones a ese país. Alrededor de 400 millones de dólares. Más o menos la tercera parte de los espárragos peruanos van a Estados Unidos y el resto a otras partes del mundo. Algo por el estilo está pasando con los mangos.
Hay obvia mentira en la propaganda cuando se pretende que en una fracción del 10 o 12% de las exportaciones totales (70 u 80% de las no tradicionales a EE.UU.), se juega el crecimiento del país para los próximos años y la oferta de empleo. Más aún cuando se dice que el TLC es el despegue, porque todo, o casi todo, lo que de mercado adicional podía darnos Estados Unidos, ya lo tuvimos con el acuerdo antidrogas vigente. Efectivamente, los yanquis chantajean ahora con que si no firmamos un tratado con ellos nos quitarán el beneficio que antes entregaban en forma graciosa. Y ya se ha formado un poderoso lobby local para defender este privilegio, aún a costa del perjuicio de otros sectores. Con el ATPDEA de 2002, que amplía el ATPA original, el Perú podía ingresar casi 6 mil productos a Estados Unidos sin arancel y abarcar el 80% o más de nuestras partidas arancelarias. Pero la utilización ha sido de 10 a 15% de toda la lista. Y siete productos (incluidos los minerales) representaron el 95% de todas las ventas al coloso del norte. Esta es, lamentablemente, una cifra muy cercana a nuestra capacidad de penetración en el aparentemente infinito mercado de Estados Unidos. Si no tienes qué vender y quién se interese en lo que vendes, puedes tener arancel cero y pasará muy poco o simplemente no pasará nada.
Pero mientras más vendamos afuera, más trabajo tendremos dentro, dice entusiasta la campaña de propaganda que, según se comenta, financia directamente USAID (agencia del gobierno de Estados Unidos) Pero no se ha notado mucho el empleo y los buenos salarios creados en más de diez años de crecimiento continuo de las exportaciones. Pero, lo más grave es que no se advierta que mientras más compremos de afuera reemplazando producción nacional, más desempleados y subempleados tendremos, también, adentro. O lo que es lo mismo: todas las aperturas que ha habido han beneficiado a un pequeño sector de exportadores e importadores, y han sido fatales para los productores del mercado interno que son la enorme mayoría y los que sostienen el 85% de los puestos de trabajo. Sobre este punto, el ministerio de comercio exterior responde que ese no es su problema, sino aumentar las exportaciones. Y los demás miembros del gabinete actúan como quién dice ya nos metimos en esto y qué vamos a hacer. Toledo, por supuesto, parece confiar ciegamente en que sus padrinos no pueden fallarle. Asociarse con Estados Unidos debe ser bueno, porque es Estados Unidos. ¿Ves?
Tampoco aclaran nada sobre todos los otros campos del acuerdo en los que el único que concede es la parte débil, que son los llamados derechos del inversionista: el trato nacional al inversor extranjero, la privatización de servicios públicos (agua, infraestructura de transporte), la eliminación de protecciones y ayudas a la agricultura, los derechos de propiedad intelectual (marcas, patentes de conocimientos, etc.), el acceso a las compras públicas, los tribunales internacionales de controversia. Todo eso que damos a cambio de prácticamente nada, por habernos creído el cuento que nos están regalando un mercado 150 veces más grande que el nuestro, como si en ese famoso mercado no estuviese disputado por otros 200 países, con todos los cuales EE.UU, puede firmar los TLC que quiera.
Estamos pues ante la ronda de Lima a la que se asiste explícitamente a seguir hueveando. No importa mucho además si después de ésta, vaya a haber una, dos, o más rondas, hasta llegar a la final y definitiva que de todas maneras tendrá como escenario la ciudad de Washington, como corresponde a un compromiso que se supone que los andinos «hemos pedido» a los Estados Unidos. Todo lo que va a pasar antes de esa fecha va a sonar a dificultad, riesgo, problemas, y todo -como ha sucedido anteriormente-, va a quedar resuelto en el cuarto de hora postrero, cuando se ablandan las posiciones de los que no pueden regresar con las manos vacías y los yanquis una vez más salen con su gusto. Este es el sistema del TLC. No hay que sorprenderse mucho ni dejarse arrastrar al falso suspenso. Tampoco hay que prestar tanta atención a la propaganda manipulatoria de don Alfredo Ferrero y don Pablo de la Flor, que en el fondo nos dice que cualquiera sea lo que firmen siempre nos será mejor que si no se firma nada. Y entonces ¿para qué negocian?
El saldo neto, lo que importa, es que el Perú carece a estas alturas (casi un año después) de información seria y creíble, sobre lo que está camino a firmarse con Estados Unidos en un acuerdo con pretensiones de perpetuidad, más duro de romper que matrimonio católico. Tampoco hay debate verdadero. El gobierno se queja de los críticos por antinorteamericanos y no modernos, y se burla de los dirigentes de la resistencia a los que acusa de estar buscando un protagonismo político con proyecciones electorales. Pero no deja escuchar otras opiniones que no sean las de sus voceros pro TLC, y los grandes medios hacen el juego a este monopolio. No dejan oír otras voces, como si se tratara de aturdirse con la suya propia y creen que descalificando personas, eliminan las evidencias de lo que están decidiendo a cuenta de todos.
Finalmente, no está pensado ningún mecanismo democrático para que el país pueda participar en decidir si le conviene el tratado, sí o no; si está de acuerdo con pagar el precio de empresas cerradas, agro quebrado, medicinas encarecidas, agua privatizada, inversiones mineras sin controles ambientales y sociales, tribunales extranjeros decidiendo sobre nuestros asuntos, a cambio de la pequeña ventaja comercial que un puñado de exportadores quiere conservar en amarre con el gobierno. ¿Y que nos hacemos sin TLC nos responden con angustia? Pero hemos vivido tanto tiempo sin TLC, hay tantos países sin TLC, vendemos a muchos países sin TLC, ¿cuál es el apuro de firmar cuando ya se va este gobierno, repudiado por el pueblo?
O, si se quiere, ¿por qué no discutimos, primero, una estrategia de desarrollo del país para los próximos 20 o 30 años, en las que todos podamos decir nuestra palabra, y ningún interés particular se sobreponga al del conjunto, y los grandes propósitos nacionales: crecimiento, sostenibilidad, justicia social, protección del ambiente, derechos para todos, integración andina y sudamericana, dejen de ser líricos y se convierten a la guía básica de la acción estatal?, ¿es que acaso eso no es posible?