Al parecer los presidentes de cinco naciones centroamericanas y de República Dominicana que visitaron recientemente Estados Unidos para implorar al mandatario George W. Bush y a congresistas norteamericanos que confirmaran el Tratado de Libre Comercio (TLC) con esa región, no han leído mucho sobre el TLCAN suscrito hace 11 años entre Ciudad de México, Ottawa […]
Al parecer los presidentes de cinco naciones centroamericanas y de República Dominicana que visitaron recientemente Estados Unidos para implorar al mandatario George W. Bush y a congresistas norteamericanos que confirmaran el Tratado de Libre Comercio (TLC) con esa región, no han leído mucho sobre el TLCAN suscrito hace 11 años entre Ciudad de México, Ottawa y Washington.
Si lo hubieran hecho, casi seguro que Antonio Saca de El Salvador, Enrique Bolaños de Nicargua, Ricardo Maduro de Honduras, Oscar Berger de Guatemala, Abel Pacheco de Costa Rica y Leonel Fernández de República Dominicana, lo hubieran pensado varias veces antes de realizar el periplo por el país del Norte.
Un análisis del premio Nobel de Economía 2001, el norteamericano Joseph Stiglitz indicó que si el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ayudó a México a recuperarse de la crisis de 1994-95, más tarde los beneficios de la apertura se desvanecieron.
Stiglitz enfatizó que si los latinoamericanos obtienen con el Area de Libre Comercio para las Américas (ALCA) y TLC los mismos resultados de México con el TLCAN, «la paz y la prosperidad en el hemisferio estarán en juego».
Lejos de ayudar a las grandes mayorías, el TLCAN ha impulsado la pobreza, el desempleo, y la desnacionalización de las empresas, mientras unos pocos han visto incrementadas sus ya millonarias cuentas.
México tiene actualmente más de la mitad de su población en la pobreza pues 53,2 millones de habitantes, de 104 millones en total, no pueden satisfacer sus necesidades de alimento, educación, salud, vivienda, vestido y transporte.
El Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) indicó que la pobreza se encuentra desigualmente distribuida entre las sociedades rurales y las urbanas y entre las distintas entidades federativas.
La revista de negocios Forbes informó 11 mexicanos poseen una fortuna conjunta calculada en 35 500 millones de dólares, un incremento del 48 % desde el 2002.
El TLCAN tampoco ha dado resultado en el empleo pues de los 41,5 millones de personas en edades de trabajar, solo lo hacen 15 millones (36 %), mientras que la desocupación afecta al 63 %.
En el campo se incrementaron las quiebras de los pequeños agricultores, que ha llevado a la pobreza a más de 3 000 000, pues sus productos no pueden competir con los grandes propietarios nacionales y las transnacionales.
Además, las empresas multinacionales estadounidenses, adueñadas del mercado mexicano, controlan las importaciones que hace la nación azteca de maíz, sorgo y frijol, soya, carne, arroz y edulcorantes.
En México operan 15 120 empresas con participación mayoritaria de capital estadounidense que representan el 56 % de las 27 290 sociedades económicas que integran los receptores de inversiones extranjeras, los que también se están adueñando poco a poco del gas y el petróleo mexicano que hace cinco décadas fue nacionalizado por el gobierno de Lázaro Cárdenas.
Si esto le ocurre a México que dispone de grandes industrias y un Producto Interno Bruto de 600 000 millones de dólares, qué podrán esperar esas naciones centroamericanas y República Dominicana que en conjunto cuentan con un PIB de solo 65 000 millones de dólares, sin importantes empresas y con enorme subdesarrollo en el campo y las ciudades.
Durante el periplo efectuado por Estados Unidos, los visitantes prácticamente entregaron en bandeja de plata a sus naciones pues estuvieron dispuestos a hacer cualquier tipo de concesiones con tal de que el acuerdo se concrete.
En las conversaciones, el presidente George W. Bush reconoció que «estas son naciones pequeñas pero están haciendo compromisos grandes y valerosos». Y no es menos cierto pues están ofreciendo libertad total a las transnacionales para que penetren en todas las áreas económicas y sociales de sus naciones.
Si los documentos del TLC, confeccionados por Washington, se aprobaran sin realizarse arreglos simétricos entre esas variadas economías, los campesinos de Centroamérica y Dominicana tendrán que abandonar sus lugares de estancias, sus familias, costumbres para ir a ganar salarios de miseria en los trabajos esclavos de las máquilas, afirmó Marcelino Bassett, dirigente del Consejo Latinoamericano de Iglesias.
Ciertamente, los presidentes que visitaron Estados Unidos obviaron que lejos de ayudar a sus pueblos con la firma de ese Tratado lo que lograrán será acabar de entregar la soberanía de sus naciones a las transnacionales y a su vecino del Norte.
El TLC es un instrumento legal que tras su sanción permitirá a las poderosas compañías extranjeras determinar qué mercancías producirán o importarán hacia esos países, cuales variedades de la flora, la fauna o minerales explotarán, cómo impondrán leyes de privatizaciones a importantes servicios como el agua, la electricidad, la educación y la salud, además de otras prebendas que no podrán ser rechazadas por gobiernos futuros bajos las leyes y acápites de ese Tratado.
Los pueblos se han dado cuenta del peligro que corren y han salido a las principales calles de Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica y Nicaragua a protestar contra los acuerdos.
Los presidentes centroamericanos y de Dominicana no están oyendo los reclamos de sus pueblos, que con un promedio de pobreza del 60 % (con excepción de Costa Rica que se sitúa en alrededor del 30 %), no están dispuestos a incrementar el grado ya asfixiante de sus miserias. Por las enormes diferencias, el TLC-RD será mucho peor que el TLCAN