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El traje nuevo del emperador

Fuentes: Rebelión

La brecha que hasta ahora venía separando la diferente percepción sobre la situación económica que tenían ciudadanos, de un lado, y gobernantes y empresarios, del otro, se ha convertido ya en un abismo. Algunos analistas buscan una explicación, que encaje en sus oxidados parámetros, ante lo que denominan «creciente esquizofrenia» o total divorcio que existe […]

La brecha que hasta ahora venía separando la diferente percepción sobre la situación económica que tenían ciudadanos, de un lado, y gobernantes y empresarios, del otro, se ha convertido ya en un abismo. Algunos analistas buscan una explicación, que encaje en sus oxidados parámetros, ante lo que denominan «creciente esquizofrenia» o total divorcio que existe entre la población mundial y sus Gobiernos e instituciones, como reconocieron en los últimos días representantes del foro económico de Davos a raíz de una encuesta realizada a nivel mundial. El sondeo revela que mientras el 65% de los gobernantes de los sesenta países encuestados son optimistas con respecto al futuro económico a diez años vista, sólo opina así el 40% de los ciudadanos, descenso que se consolida como clara tendencia.

Pero esto no sólo sucede a nivel planetario ya que esta misma percepción desilusionada es trasladable a nuestro país. De hecho, en el año 2002, mientras la economía crecía al 2% la confianza ciudadana en el futuro era de un 60%; confianza que el año pasado había caído ya hasta el 40% con un crecimiento económico de un 3,7% anual. Entretanto, la percepción de la realidad económica y de su evolución es bastante más optimista entre los empresarios españoles. Publica «El País» una encuesta que detalla que el 84% de las empresas consultadas considera que sus beneficios se incrementarán en el primer trimestre del año 2007, lógica previsión a tenor del análisis de los beneficios pasados: el 75% de las compañías incrementó sus ganancias en el último semestre del año 2006; entre un 26 y un 44% más sólo el pasado año. Quizás con estos balances sobre la mesa todos desarrollaríamos nuestra latente fe en el futuro.

El profesor de Economía de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Mulas-Granados, nos ofrece, también en «El País», una peculiar teoría para explicar la falta de confianza ciudadana en la economía. Según Mulas, cómo ya no hablamos de economía porque -según este «especialista»- va bien, la ciudadanía no le atribuye ningún mérito al Gobierno, dando por sentado sus «logros». Para este profesor la clave reside en saber vender la economía y demostrar a los ciudadanos que los «buenos datos» no son fruto de la casualidad. En definitiva, no se trata de que los ciudadanos perciban que su economía está -y estará- peor porque tienen menos poder adquisitivo cada año, ya que sus salarios crecen siempre en menor cuantía que la inflación, con la vergonzosa complicidad de los sindicatos; ni tampoco que sus impresiones tengan que ver con que hayan perdido capacidad de ahorro; o porque de nuevo se les haya subido la mensualidad de la hipoteca, el teléfono, la luz o el agua, o todos ellos a la vez; o porque no saben si mañana tendrán trabajo -un 33% de asalariados temporales-; o si sus precarios sueldos les permitirán algún día abandonar el hogar paterno y acceder al objeto de lujo en que se ha convertido la vivienda. En realidad, para el ilustre profesor, lo que necesitan los ciudadanos para recuperar el optimismo es una buena campaña publicitaria que les explique lo bien que va su economía sin que ellos en su supina ignorancia se den cuenta. Menos mal que existen los economistas: para ayudarnos a ver la luz.

De manera parecida a lo que sucedía en aquel cuento infantil, «El traje nuevo del emperador», cuando los ciudadanos aplaudían en las calles ante la ridícula imagen de aquel gobernante que paseaba ufano su desnudez; y todo porque no querían demostrar que no eran dignos de visualizar aquellos hilos invisibles -a los ojos de los necios- que trenzaban su traje; hoy, nuestros economistas no reconocen, aun con datos incontrovertibles en la mano, quizás por el coste que supone nadar contra corriente cuando la ideología campa disfrazada de ciencia, la más tozuda realidad: los ciudadanos perciben que su situación económica es peor y más insegura cada año porque ciertamente es así; y lo que es más, no hay razones objetivas que inviten al optimismo por mucho que nos repitan la letanía de las cifras de crecimiento macroeconómico como única variable digna de mención. A corto plazo, si nadie lo remedia, nos encontraremos con consecuencias políticas que ya comenzamos a vislumbrar: el absoluto descrédito y falta de legitimidad de unos gobernantes que no defienden ni sirven a los intereses de la mayoría, y por extensión, la deslegitimación de las mismas instituciones en las que se turnan rutinariamente cada cuatro años para hacer prácticamente lo mismo.