A cien días de iniciados los ataques contra Libia por parte de los principales miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), muchas personas se preguntan el porqué de ese ensañamiento contra la nación árabe. La duda salta debido a que la agresión otanista se produce cuando esas mismas naciones ya participaban, con […]
A cien días de iniciados los ataques contra Libia por parte de los principales miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), muchas personas se preguntan el porqué de ese ensañamiento contra la nación árabe.
La duda salta debido a que la agresión otanista se produce cuando esas mismas naciones ya participaban, con sus compañías transnacionales, en la extracción y explotación del petróleo libio, hecho que ocurría por primera vez desde septiembre de 1969 cuando el coronel Muammar El Gaddafi encabezó un movimiento militar que derrocó al rey Idris.
Y de ahí la pregunta: ¿qué ganan Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia y España con los prolongados bombardeos si ya se habían penetrado en los negocios del crudo de ese país?
Varios son los factores que impulsaron a las potencias capitalistas a lanzarse en esa sangrienta aventura. La primera fue deshacerse de Gaddafi que a partir de 1969 fue considerado un «enemigo desagradable» y desde 1992, cuando abrió nuevamente los campos petrolíferos a las transnacionales, pasó a ser un «aliado molesto» para las naciones capitalistas.
Recordemos que Gaddafi llegó al poder con un proyecto nacionalista que afectó directamente a Estados Unidos e Inglaterra; rompió lazos con Occidente y sacó las bases militares extranjeras asentadas en el país.
El desarrollo económico y social se puso a disposición de las grandes masas desfavorecidas. Fueron construidas carreteras, hospitales y escuelas por todo el país.
A partir de 1992 Gaddafi se acerca a Europa y a Estados Unidos, entran numerosas compañías petroleras extranjeras, y en 2006 Washington decide sacarla de la lista de países terroristas, pero de todas formas, su política de altas y bajas no era segura para los intereses occidentales.
Aunque esa nación árabe no es clave para la producción mundial de crudo pues solo extrae 1,5 millones de barriles diarios en comparación con Arabia Saudita que produce más de 8 millones, las transnacionales estaban deseosas de obtener mayores dividendos en sus convenios con Libia.
Mientras, con el posible derrocamiento de Gaddafi, Washington, Londres y Paris, controlarían esa importante nación del norte de África que junto a Egipto (aliado de Occidente desde hace 40 años) les darían seguridad marítima plena sobre el Canal de Suez y del mar Mediterráneo, ruta fundamental para el traslado del crudo desde el mar Rojo.
Estas son causas económicas que las potencias hegemónicas occidentales no podían desperdiciar en momentos en que estallaban revueltas sociales en varios países árabes las cuales les permiten tratar de ajustar los mapas políticos de la región aunque esto conlleve sangrientas agresiones.
Pero ahí no para el asunto. Otras tres relevantes cuestiones, casi no mencionadas por los grandes medios de comunicación debido a que los intereses monopólicos desean mantenerlas semi ocultas, están también detrás de esos hechos.
La primera se deriva de las ansias de agua potable en el orbe, cada vez más escasa. La mayoría de los analistas insisten en afirmar que en los años presentes y futuros, la mayoría de las guerras serán por el control de ese imprescindible líquido para la existencia humana.
En los últimos 50 años se han desatado 40 conflictos por ese motivo en diversas regiones del orbe. En la actualidad, 1 100 millones de personas carecen de acceso al agua y anualmente 1 500 millones de niños perecen por enfermedades relacionadas con la contaminación de las fuentes.
El negocio de la venta del preciado líquido se ha incrementado, principalmente tras el apoyo del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, que promovieron su privatización y exportación a favor de las empresas transnacionales que ganan miles de millones de dólares.
Con protección de esos organismos internacionales, las compañías exportan agua mediante oleoductos, grandes buques cisterna, bolsas de agua, sistemas de canales o embotelladas.
Lo relevante es que Libia posee un enorme caudal acuífero que se estima en 35 000 kilómetros cúbicos de agua potable, (la capacidad que tiene el río Nilo en 300 años) ubicado en la zona sur de su territorio y que el país árabe comenzó a utilizar a partir de 1984 cuando inició la construcción del llamado Río de la Vida, que lleva el liquido por enormes canales subterráneos hasta las principales ciudades del norte.
Existen dos cuencas principales, la de Al-Kufra-Al Sarir-Tazarba y la de Marzak-Al Hassauna desde donde se bombean diariamente 6,5 millones de metros cúbicos del líquido hacia las ciudades de Trípoli, Bengazi, Sirte y otras.
Las transnacionales podrían utilizar las millonarias construcciones acuíferas desarrolladas por Libia durante los últimos 27 años para enviar agua hacia Europa y otros países a un costo irrisorio.
Se calcula que un metro cúbico del líquido libio hacia el viejo continente, después de adicionarle todos los gastos posibles de transportación, comercialización y almacenaje costaría 35 centavos euros, mientras que la misma cantidad obtenida en Europa cuesta dos euros.
Las ganancias de las transnacionales alcanzarían como mínimo 58 millones de millones de dólares, una cifra nada despreciable para los pulpos monopólicos.
El segundo tema son los enormes dividendos que reciben los grandes emporios que se dedican a la fabricación de todo tipo de artefactos de guerra, los cuales deciden en muchas ocasiones los derroteros que deben seguir los gobiernos capitalistas.
Esas compañías ganan billones de dólares anuales con la fabricación de disímiles armamentos y artefactos que van desde aviones, cohetes, radares, embarcaciones, vestuario, avituallamientos, etc.
Su poder es incalculable y obligan a los gobiernos a inmiscuirse en guerras de rapiña como las de Kosovo, Irak, Afganistán y Libia, por citar algunas, con la máxima de elevar la producción y economía de los países agresores donde están basadas, a la par que aumentan sus capitales.
Como tercera causa no mencionada aparece aa reciente proposición de Gaddafi de no realizar transacciones mercantiles en dólares o euros, emplear el dinar de oro en el comercio internacional y crear un único estado africano con espacio económico común.
El planteamiento fue apoyado por varias naciones africanas y árabes pero provocó una álgida respuesta por parte de Estados Unidos y la Unión Europa. El presidente de Francia, Nicolás Sarkozy declaró públicamente: «Libia amenaza la estabilidad financiera de la humanidad».
Estados Unidos, que no esta dispuesto a ceder en el estatus hegemónico que el dólar ha mantenido por décadas, le marcó otro punto negativo a Gaddafi.
Todos estos aspectos, unido a las ansias por controlar las fuentes del oro negro en el mundo, fueron las causas para que las potencias occidentales se lanzaran como aves de rapiña a atacar a este país soberano y tercermundista.
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