Dice un viejo adagio: el que siembra espinas no espere cosechar flores y eso le está sucediendo al presidente Donald Trump quien desde su llegada a la Casa Blanca ha impuesto sanciones contra legítimos gobiernos que no le agradan o a los que ve como potenciales enemigos económicos. En su lista de sancionados aparecen Venezuela, […]
Dice un viejo adagio: el que siembra espinas no espere cosechar flores y eso le está sucediendo al presidente Donald Trump quien desde su llegada a la Casa Blanca ha impuesto sanciones contra legítimos gobiernos que no le agradan o a los que ve como potenciales enemigos económicos. En su lista de sancionados aparecen Venezuela, Cuba, Rusia, China, Nicaragua, Bolivia, Irán y todos los que estima que no obedecen las directrices de Washington.
A principios de marzo Trump anunció y firmó un decreto para imponer aranceles del 10 % al aluminio y 25 % al acero que entren al país.
En esa ocasión aseguró que ningún país se salvaría de esa medida, pero después ha dado marcha atrás, por una u otra razón y sacó del paquete a México, Brasil, Argentina, Canadá y la Unión Europea, para dirigir las amenazas primordialmente a China, debido a que esa nación mejora año tras años su economía con una ascendente competitividad. Recordemos sus palabras en la ceremonia de la firma: «Hoy estoy defendiendo la seguridad nacional de Estados Unidos. Cuando estamos atrasados en cada país, las guerras económicas no son malas, cuando estamos abajo en 30, 50 o 100 millones, la guerra comercial no nos duele… Tenemos déficit masivos en nuestro país y vamos a arreglarlo de una manera muy amorosa, nos querrán mejor y nos respetarán mucho más».
Esgrimiendo la tradicional política estadounidense de tratar a otras naciones con el palo y la zanahoria, Trump se refería a que México y Canadá debían aceptar nuevas condiciones para corregir a favor de Washington el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) firmado en 1994 y que actualmente se vuelve a discutir.
Ante la insistencia política de aplicación de aranceles del mandatario estadounidense, el gigante asiático no se ha quedado de brazos cruzados y lanzó una meditada pero efectiva contramedida a Washington.
Rápidamente anunció el aumento de impuestos entre 15 % y 25 % a 128 productos estadounidenses, porque según el departamento de Aranceles y Aduanas del Consejo de Estado, se trata de medidas legítimas para proteger los intereses del país y seguir las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Los aranceles del 15 % se aplicarán a 120 artículos como manzanas, frutos secos, vinos, soja, automóviles, y entre los ocho grabados con el 25 % aparecen productos alimenticios como la carne de cerdo y sus derivados, así como residuos de aluminio.
Ante la contramedida de Pekín Trump ordenó primero establecer impuestos por 50 000 millones de dólares a varios productos chinos y después ordenó a funcionarios de su administración que consideren «si sería apropiado establecer aranceles adicionales» por valor de 100 000 millones de dólares.
China en varias ocasiones ha llamado a Washington al diálogo porque defiende y apoya un sistema comercial multilateral y a la vez ha solicitado una consulta a la OMC sobre las medidas estadounidenses impuestas a las importaciones de productos de acero y aluminio.
Estados Unidos compró en 2017 más de 500 000 millones de dólares en bienes chinos mientras vendió a ese país alrededor de 130 000 millones. Si los encontronazos hasta ahora verbales pasan a la práctica, Washington enfrentará un impacto potencialmente devastador en su mercado con China.
Los primeros que han criticado los impuestos acordados por la Casa Blanca han sido los agricultores estadounidenses que el pasado año exportaron más de 20 000 millones de dólares. Solo la industria porcina lo hizo por 1 100 millones de dólares y proporciona empleo a 110 000 personas.
El portavoz del Ministerio chino de Relaciones Exteriores, Geng Shuang, afirmó que Estados Unidos es el culpable de la tensión comercial entre ambos países y que es imposible llevar a cabo negociaciones en las condiciones actuales. Muy elocuentes han sido las declaraciones del primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong durante el Foro de Boao para Asia, quien señaló que la eventual guerra comercial entre esas naciones repercutiría en los Estados grandes y pequeños, minaría el sistema de comercio multilateral y tendría consecuencias catastróficas para el mundo entero.
Agregó que ninguno de los problemas como lucha contra el cambio climático, la proliferación de armas nucleares o la seguridad de la península coreana se solucionarían sin la plena participación de esos dos Estados.
El temor por la profundización de esta crisis alcanza a los bancos centrales mundiales que en los últimos días han cambiado 500 millones de dólares por euros porque ven la debilidad del billete verde motivado por la previsible guerra económica y el avance imparable de China.
Pekín ha informado de que las contramedidas las aplicará después de que Washington anuncie la fecha de la entrada en vigor de sus impuestos extras.
En el fondo, la verdadera razón del proteccionismo comercial lanzado por Washington se debe a que observa que en los últimos años China y Rusia, dos de sus principales enemigos, han estado alcanzando relevancia estratégica en la arena internacional.
Especialmente los analistas consideran que Pekín superará a Washington como primera potencia económica mundial, mientras que en el plano militar, tanto China como Rusia han tenido un poderoso desarrollo que pone en jaque la política de amenazas bélicas desarrollada por las administraciones estadounidenses desde finales del siglo XIX.
Pero la realidad es que una guerra comercial entre estas naciones elevará los precios de mercancías y servicios y afectarán, directa o indirectamente, a todos los países del orbe.
Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano, especialista en política internacional.
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