Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
«Si los principales banqueros del planeta acumulan cantidades escasas de dólares, EEUU va a necesitar pedir prestamos de forma inexorable ante el hecho consumado de un dólar cada vez más débil – una receta ideal para tipos de interés y precios cada vez más altos. Las repercusiones económicas podrían irse extendiendo de forma gradual, dando lugar a un largo y lento declive en los niveles de vida. O podría darse un desencadenamiento rápido, con las características propias de una crisis fiscal incontrolada».
Editorial del New York Times, 4.2.05
Parece que cada vez hay más personas que piensan, como yo, que el tsunami económico planeado por la administración Bush está probablemente a unos meses de distancia. En tan sólo cinco cortos años la deuda nacional ha aumentado en casi tres billones de dólares mientras que el dólar ha seguido con su predecible decadencia. El dólar ha caído un enorme 38% desde que Bush llegó al poder, debido fundamentalmente a los masivos 450 mil millones de recortes de impuestos realizados cada año. Al mismo tiempo, se han ido promulgando numerosas leyes (el Acta de la Patria, el Proyecto de Ley de Reforma de la Inteligencia, el Proyecto de Ley de Seguridad Interior, la Tarjeta de Identidad Nacional, los requisitos para emitir pasaporte, etc…) que han anticipado la necesidad de una mayor represión mientras la economía va cayendo en picado inevitablemente. Por desgracia, parece que esa caída en picado va a llegar de inmediato.
En la actualidad, la administración está presionando todo lo que puede para que la OPEC aumente el flujo de petróleo en otro millón de barriles por día (claramente por encima de sus capacidades) para calmar los alterados mercados y así ganar tiempo para el planificado bombardeo de Irán en el mes de junio. Al igual que los artificialmente bajos tipos de interés del jefe de la reserva federal Alan Greenspan, la manipulación de la producción petrolífera es una vía para encubrir cuán horrible es realmente la situación. Precios en aumento en el bombeo de petróleo es señal de recesión próxima (¿o quizá sería depresión?), por eso la administración está sacando todas las existencias para hacer frente a la demanda a corto plazo y mantener la ilusión de que las cosas aún marchan bien. (Bush tiene que tratar de evitar la inquietud popular masiva hasta que se lleven a cabo sus planes de combate en Irán).
Desde luego las cosas no están marchando bien. El país ha sido saqueado con toda intención y, como Bush y sus lugartenientes planearon desde el principio, terminará eventualmente en manos de sus acreedores. Quienes no se crean esto deberían observar la forma metódica en que los déficits se han ido produciendo con un ritmo (más o menos) de unos 450 mil millones de dólares al año; una rapiña sistemática y ordenada del futuro de la nación. El valor del dólar y la creciente deuda nacional siguen exactamente la misma (deliberada) trayectoria descendente.
Este mismo esquema de Ponzi ha sido desarrollado repetidamente por el FMI y el Banco Mundial por todo el mundo; siendo Argentina el último ejemplo dramático (el colapso económico de Argentina se produjo cuando su déficit comercial alcanzaba el 4%; justo ahora el nuestro va por un sin precedentes 6%). La bancarrota es una vía que acaba en la entrega de activos y recursos públicos valiosos a industrias colaboracionistas y en el aniquilamiento de la soberanía nacional. Una vez que una nación ha sido llevada de forma certera a la miseria, son los acreedores y no los representantes del pueblo quienes toman las decisiones sobre políticas públicas.
¿Creían realmente los estadounidenses que podrían evitar semejante destino?
Si era así, es mejor que se vayan olvidando, porque el martillo está a punto de caer y los daños colaterales van a ser inmensos.
La administración Bush está integrada fundamentalmente por internacionalistas. Eso no significa que «odien a EEUU»; sencillamente es que se han comprometido a alinear a EEUU con el «nuevo orden mundial» y con un sistema económico que ha sido aprobado tanto por las elites financieras como corporativas. Su patriotismo no va más allá de un pin con la chillona bandera tricolor sobre sus solapas. La catástrofe que la clase media estadounidense enfrenta es lo que esas elites denominan despreocupadamente «terapia de choque»; una sacudida repentina, seguida de cambios fundamentales en el sistema. En un futuro próximo podemos esperar reforma fiscal, disciplina fiscal, liberalización, flujos libres de capital, aranceles a la baja, servicios públicos escasos y privatización. En otras palabras, una sociedad completamente diseñada al servicio de las necesidades de las corporaciones.
Hay una serie de señales que indican que la economía está cercana a una etapa de evaporación. Incluso con energía barata, con bajas tasas de interés y con 450 mil millones de dólares de préstamos bombeados al sistema cada año, la economía está prácticamente haciendo aguas. Esto se debe en gran parte a los colosales cambios de riqueza provocados por los recortes de impuestos. Las teorías sobre bajadas de impuestos y goteo están ampliamente desacreditadas y los recortes de impuestos de Bush no han surtido ningún efecto, como prometió, a la hora de estimular la economía. Ahora, con el petróleo alcanzando los 60 dólares por barril, el paisaje económico está cambiando rápidamente y ya se están dejando sentir oleadas de pánico por todo el país.
La guerra de Iraq ha contribuido de forma considerable a nuestro dilema actual. El conflicto ha hecho desaparecer casi un millón de barriles de petróleo iraquí por día (la cantidad exacta que la administración está intentado sustituir presionando a la OPEC). En otras palabras, los precios astronómicos en el bombeo de petróleo son el resultado directo de la guerra de Bush. Los medios de comunicación han brillado por su ausencia a la hora de informar sobre los efectos negativos que la guerra ha tenido en la producción de petróleo, a la vez que han ocultado la eficaz estrategia de la insurgencia de destruir los oleoductos. Este no es un argumento que siente bien al público estadounidense, que esperaba que Iraq pagara su propia reconstrucción. En lugar de eso, la resistencia está golpeando al imperio en su talón de Aquiles (la necesidad estadounidense de cantidades masivas de petróleo barato), con consecuencias perjudiciales para la economía de EEUU.
Precisamente también porque la economía no puede recuperarse con los tremendos aumentos en el precio del petróleo, los manirrotos déficits de Bush amenazan la posición de dólar como moneda de la reserva mundial. Esto es mucho más grave que la simple disminución del valor del dólar. Si los productores más importantes de petróleo hacen la conversión del dólar al euro, la economía estadounidense se irá a pique de la noche a la mañana. Si el petróleo se comercializa en euros, entonces los bancos centrales de todo el mundo se verán obligados a seguir ese ejemplo y se le pedirá a EEUU que liquide su enorme deuda de 8 billones de dólares. Ese sería, sin duda, el día del juicio final para la economía estadounidense. Un informe reciente ha indicado además que las dos terceras partes de los 65 bancos centrales mundiales ya «han empezado a trasladarse del dólar al euro». El plan Bush para atacar el dólar ha sido telegrafiado a todo el mundo y, como dice el New York Times, «el billete verde no tiene ninguna parte adonde ir sino hacia abajo». Hay tan solo una cosa que la administración puede hacer para asegurarse que los que negocian con la energía continúen haciéndolo en dólares – el control del flujo de petróleo. Eso significa que el ataque a Irán es casi una certeza.
Las dificultades que enfrentan el dólar y la economía no son insuperables. El mundo ha tenido algo más que buena voluntad a la hora de compensar los gastos excesivos de EEUU mientras demuestre que puede ser un administrador responsable de la economía global. Sin embargo, la temeridad militar y económica de su administración sugiere que algunos de los actores clave del escenario mundial (particularmente Rusia, Irán, Venezuela, Alemania, Francia, China, Brasil) están colaborando en un plan alternativo; un plan para enfrentar la contingencia. Si Irán es bombardeado en un acto de agresión para el que no existió provocación, veremos seguramente cómo ese plan se activa. El escenario más probable sería un cambio rápido al euro, lo que tendría graves repercusiones para la economía estadounidense. (Rusia ha indicado ya que hará tal cosa). Para Irán, un ataque justificaría dotar a organizaciones terroristas dispares con el armamento que pudieran necesitar para atacar los intereses israelíes y estadounidenses donde quieran que estén. En cualquier caso, un ataque sin mediar provocación hará que se desvanezcan las ilusiones que puedan quedar sobre la guerra de Bush contra el terror y nos confirmará a todos que estamos metidos en una nueva guerra mundial; un conflicto por la dominación global.
Los pollos neoliberales han venido a casa a pasar la noche. América se ha convertido en el último escenario para las excéntricas políticas económicas del Consensus de Washington. Está claro que la elevada deuda nacional junto con los increíbles déficits comerciales han colocado a la nación al borde de un precipicio que conllevará cambios sísmicos en las fortunas de los estadounidenses de clase media. El New York Times resumía las perspectivas del país como sigue:
«Las repercusiones económicas podrían irse desplegando de forma gradual, provocando una larga y lenta caída de los niveles de vida. O quizá podría darse un desencadenamiento rápido, con las características de una crisis fiscal incontrolada».
«Una crisis fiscal incontrolada»… el futuro de EEUU bajo el mandato de George Bush. Tenemos por delante años de lucha colectiva. Como no se arreglen las cosas con rapidez, no tengo ni idea de lo que podría ocurrir.
Texto original en inglés: www.counterpunch.org/whitney04082005.html