Un tupamaro es… un maestro, un estudiante, un oficinista, un obrero, un campesino, un ama de casa, un soldado, un policía… Me parece que algo así decía una canción que conocí allá para aquellas décadas de los hornos, esos años de los sesentas y setentas del pasado siglo, que aún persisten porfiadamente en mi memoria. […]
Un tupamaro es… un maestro, un estudiante, un oficinista, un obrero, un campesino, un ama de casa, un soldado, un policía… Me parece que algo así decía una canción que conocí allá para aquellas décadas de los hornos, esos años de los sesentas y setentas del pasado siglo, que aún persisten porfiadamente en mi memoria. Hago referencia al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), esa mítica guerrilla urbana que asumió la crítica de las armas con singular efectividad en el Uruguay de aquellos años, esa otrora «Suiza de América» dominada por unas elites políticas y sociales cada vez más insensibles ante las necesidades y derechos de las mayorías trabajadoras de la ciudad y del campo. Hoy habría que añadir que un tupamaro es…también presidente: José «El Pepe» Mújica, votado por una decidida pluralidad mayoritaria de votos de ese pueblo uruguayo por cuya liberación se levantó en armas, padeció cárcel y torturas para, luego de excarcelado, alzarse nuevamente, aunque esta vez con las armas de la política. Contrario a lo que comúnmente se pueda pensar, «El Pepe» no tomó el poder sino que lo fue construyendo paciente y abnegadamente desde su propia biografía y la de sus compañeros.
Dice ese insigne poeta y escritor uruguayo Mario Benedetti que a pesar de las «clases de amnesia» con las que se ha pretendido que olvidemos aquello por lo que se ha vivido, luchado y sufrido intensamente en el pasado reciente, el presente sigue lleno de memoria. En momentos como éste: «me convenzo de que mi región/no es la farándula de otros» y que «el olvido está tan lleno de memoria/que a veces no caben las remembranzas/y hay que tirar rencores por la borda/en el fondo el olvido es un gran simulacro/nadie sabe ni puede/aunque quiera/ olvidar». Y concluye el poeta recién fenecido: «el día o la noche en que el olvido estalle/salte en pedazos o crepite/los acuerdos atroces y los de maravilla/quebrarán los barrotes de fuego/arrastrarán por fin la verdad por el mundo/y esa verdad será que no hay olvido».
Los Tupamaros fueron uno de esos objetos que los faranduleros de lo «políticamente razonable» pretendieron que echásemos al olvido. Sin embargo, cómo se olvida lo que está tan cargado de memoria histórica, lo que se encarnó en tantos y tantas, a través de todos los rincones de la vida y del país, y que luego, renació de sus cenizas, transfigurado de mil y una maneras, para burlar las circunstancias hasta que se reapoderó de ellas.
La peregrinación hacia el poder de esta organización político-militar, luego de su fundación en 1963, es tema para otra odisea homérica. Se dice que el nombre de «tupamaros» tiene dos posibles orígenes: la rebelión indígena liderada por José Gabriel Condorcanqui, mejor conocido como Tupac Amaru II, que acaeció en 1780 en el Virreinato del Perú, en la época colonial española; y el mote despectivo con el que las autoridades policiales españolas, en el periodo colonial, se referían a los patriotas del movimiento independentista de 1811 en el Río de la Plata.
Políticamente, los Tupamaros se propusieron romper con los lazos de dependencia neocolonial que tenía embargada la soberanía del pueblo uruguayo. En ese sentido, se planteaban la liberación nacional como primer objetivo, el cual debía ser abordado a partir de la construcción de un dispositivo de poder político-militar del pueblo, acompañado de la acumulación más amplia de fuerzas antiimperialistas. Desde una singular humildad, estaban conscientes de que la libertad nacional no sería el resultado de la lucha de una sola fuerza política sino que de una pluralidad de fuerzas. Ahora bien, los Tupamaros también se comprometieron desde sus inicios con la construcción de una sociedad socialista, la cual entendían como una en la que el ser humano es el centro de todo y no el capital. La forma concreta que ésta asumiría en el contexto uruguayo lo dictarían las propias circunstancias histórico-sociales y culturales del país.
Luego de poner en jaque con sus operaciones al sistema político uruguayo, éste reacciona con la más virulenta y sangrienta represión, apoyada por el gobierno de Washington. Se decreta el Estado de Sitio y luego el Estado de Guerra Interno; el régimen vigente pasó de la dictadura disfrazada a la dictadura abierta. Se torturan, desaparecen o asesinan a los detenidos. Si bien nunca consigue capturar a la totalidad de los dirigentes y militantes del Movimiento, ya para 1972 le desarticula su capacidad operativa. A renglón seguido, en 1973, se instaura una dictadura militar que dejará en suspenso toda actividad política y sindical. La restauración democrática tardará trece años.
En 1985, un decreto de amnistía aprobado por el Congreso nuevamente en funciones pone en libertad a los líderes tupamaros presos, incluyendo a Mujica. Éstos hacen una apuesta por continuar su lucha desde la legalidad restituida, para potenciar y ampliar su contenido democrático. Poco después de su decisión de incorporarse al Frente Amplio (FA) en 1989, integran una alianza con otras agrupaciones que llevará el nombre de Movimiento de Participación Popular, el cual se convierte a partir del 2005 en el sector más votado al interior del FA como expresión de una exitosa estrategia de acumulación progresiva. En los comicios generales de este año, la lista de tupamaros candidatos al Congreso fue la que más votos cosechó.
Preguntado en una ocasión sobre la relación entre esta modalidad renovada del MLN-Tupamaros y la antigua versión, Mújica resaltó que la clave del éxito de los Tupamaros, como movimiento, ha sido precisamente la flexibilidad: «Algunos identifican esta actitud con un renunciamiento, pero para nosotros la flexibilidad, la apertura, siempre fueron un presupuesto». Insiste en que la ruta seguida «es la única forma de crecer», criticando de paso a aquellos que en la izquierda equivocadamente se dedican a «pescar en la pecera de la izquierda, pues así no se crece, no se avanza.» «De convencer a los que no están convencidos se trata y no de mirarse el ombligo», sentencia.
«El Pepe» Mujica fue el primer dirigente histórico de los Tupamaros en ser electo en el 1995 a la Cámara de Diputados. Ya en los siguientes comicios, es electo al Senado. Luego en los comicios del 2005, con la victoria histórica del candidato presidencial del Frente Amplio, Tabaré Vázquez, «El Pepe» es reelegido al Senado y luego designado Ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca del nuevo gobierno izquierdista. En el 2008 regresó a su banca senatorial para lanzar su candidatura a la presidencia por el Frente Amplio.
Mujica, de 74 años de edad, se considera «chacarero» de profesión, es decir, granjero y vive en las afueras de Montevideo en su granja, junto a su esposa y compañera de hace ya cuatro décadas, también tupamara, Lucía Topolansky. Ésta fue la candidata más votada al Congreso en estos comicios y por ello, además de ser la primera dama, le corresponderá presidir el Senado, el tercer cargo público de mayor importancia en el gobierno. En tal calidad tendrá a su cargo la juramentación de su compañero como nuevo presidente de la nación.
Y eso no es todo, según se informa, Mujica habrá de designar a dos líderes históricos de los Tupamaros para ocupar las carteras de Interior, bajo la cual está la policía, y de Defensa, a cargo de las Fuerzas Armadas. La historia uruguaya ha dado así una vuelta de tuerca como pocas veces vista.
¿Quién dijo que el pasado no tiene porvenir?
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El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño «Claridad».
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.