Posledniy Poezd / El último convoy (2003) es una película extraordinaria, tanto por su intención social y política, como su belleza plástica que cuesta encontrar en las obras de los nuevos cineastas. Es una película que ya tiene una historia corriendo por los festivales, y es una trayectoria triunfal, de reconocimiento de los méritos que tiene la película. Se estrenó en Venecia en 2003, ganando el premio Luigi de Laurentis. En noviembre fue a Tesalónica y causó asombro, y era la película de la que se hablaba en los corrillos. Ganó el Alejandro de Oro, máximo galardón de Tesalónica, y a la vez el premio de la crítica internacional (FIPRESCI). A partir del doble premio de Tesalónica, la película empezó a recorrer festivales y a recoger premios. En el festival de Wiesbaden de 2004 recibió una mención especial; en los premios Nika que se dan en Moscú, recibió el de descubrimiento del año en la cinematografía rusa; y en el festival de Rotterdan recibió un premio que da Amnistía Internacional. En Rusia acaba de salir el DVD, después de una buena acogida en salas. Sin embargo, pese a ese reconocimiento público no ha llamado la atención de los distribuidores..
Alexei Alexeyevich German (junior) -nacido en Moscú el 4 de diciembre de 1976- es el hijo del conocido cineasta Alexei German, autor de Control en los caminos (Para vierka na daroga, 1975), Dvadcat dnej bez vojny (Veinte días sin guerra, 1976), Mi amigo Ivan Lapsin (Moj drug Ivan Lapsin, 1982) y Khrustalev, masinu! (Krustalev, ¡mi coche!, 1998). Pasó su infancia en Leningrado y en 1996 fue a Moscú para entrar en el VGIK, el Instituto de Cine del Estado, del que salió graduado en el 2001, entrando a trabajar en Lenfilm, el estudio de San Petersburgo. Su semejanza en el nombre y apellido entre padre e hijo ha creado cierta confusión en las páginas de información por la red, dando la impresión de que había una nueva película de German premiada. En realidad, German padre esta trabajando todavía en la adaptación de la novela Trudno byt’dobom (1964, Es difícil ser Dios) de Arkadij y Boris Strugackij, con el título provisional de Chto skazal tabachnik s tabachnoi ulitiy (Lo que dijo el tabaquista sobre la vía del Tabaco).
Alexei German, jr reconoce que su padre había visitado alguna vez el lugar del rodaje. No importa, pues lo que se percibe no es el fruto de una influencia directa en la forma de hacer cine, sino más bien el resultado de una forma de entender el cine.
El último tren sorprende -y cautiva- por su forma de presentar los personajes, de seguirlos sin hablar, con largos travellings laterales o complicados movimientos de cámara. De hacer que la historia se cuente sola. La verdadera trama de la película, la de algunos alemanes que los han dejado abandonados en la retirada, está contada en los primeros quince minutos, sin que medie ningún diálogo importante. La cámara sigue al oficial médico que acaba de llegar, y mientras, en los lados de una espléndida fotografía en blanco y negro y en scope, vemos al ejército alemán preparar a toda prisa la retirada. Cuando él llega al hospital militar, los últimos heridos son trasladados y los soldados recogen sus armas y parten apresuradamente. El espacio y el tiempo se confunden: el tiempo deviene espacio, los planos y el ritmo de los mismos no pueden ser juzgados como lentos, sino como el itinerario necesario para mostrar los pequeños trayectos en el vasto espacio ruso.
Su argumento es una historia de después. Cuando empieza en realidad ya ha terminado. En los primeros segundos de proyección asistimos a la orden de abandonar el tren. El oficial médico está destinado a una sección evacuada o en vías de evacuación, pero a él no le evacuará nadie, porque en teoría está en el tren. Los soldados alemanes que están en el puesto al que mandan al oficial médico están siendo evacuados precisamente por el último convoy, del que él es obligado a descender. Al principio de la película, se dirime toda la suerte del oficial alemán. No hemos visto de qué se le acusa, lo que ha hecho antes de que le obliguen a apearse del tren. La historia termina cuando empieza la película, y ésta tiene la ligereza de las consecuencias.
Alexei German jr comenta brevemente el guión: «Cuando mi abuela y mi madre iban a ser trasladadas en un vagón de carga hacía Alemania, en una parada, un soldado alemán desobedeció las leyes militares y las sacó del vagón. Esto las salvó. Aproximadamente por este mismo tiempo, mi abuelo -un soldado del ejército rojo- fue asesinado por los nazis. Estas son las dos caras de una misma moneda. Decidí hacer esta película por aquél alemán que salvo a mi familia. La película es sobre una división de soldados del Tercer Reich estacionados en el Frente del Este. No sobre los que violaban y asesinaban, sino sobre aquellos que no querían morir en esa guerra. Cuando escribí el guión el planteamiento varió, y la película giró entorno a la historia del médico alemán, que era un hombre ingenuo, que era reacio aceptar la idea de la guerra. El tipo de hombre que siempre tratará, en cualquier guerra, de evitar que alguien disparé contra otro. La película trata de personas inteligentes que se ven forzadas a luchar y que al final encuentran una muerte absolutamente fútil y sin sentido.»
La película pretende ser equidistante en la visión de los acontecimientos. El oficial y uno de sus compañeros de infortunio se acercan a un grupo de partisanos, básicamente mujeres, que les dejan partir sin hacerles nada. Más tarde, vuelven a encontrarse a dicho grupo muerto: los hombres colgados y las mujeres violadas y asesinadas. Entre ambos episodios, una emboscada de guerrilleros rusos que masacra a los heridos alemanes que había dejado el oficial. Las dos caras de la moneda: los alemanes matan rusos y estos matan alemanes. La película acaba junto a una de las mujeres rusas que no ha muerto todavía.
El último tren es también una obra desmitificadora. La antigua Unión Soviética tuvo mitificada la segunda guerra mundial, y el cine se encargó de propagar sus historias de heroísmo y dolor. Hasta los cineastas más independientes, como Alexei German, Andrei Tarkovski o el recientemente fallecido Elem Klimov, hicieron películas sobre la ocupación alemana. Por supuesto, no todas tenían el mismo nivel ni las mismas intenciones. Como género, sirvió primero para adular a los dirigentes, y luego para difundir una imaginería carente de crítica de los propios soviéticos, y eso incluso en el año dos mil. La película de German jr se viene a sumar a Kukushka (El cuco, 2002) de Alexander Rogozhkin -en Valladolid y en Tesalónica el año pasado-, que proponía también una visión de los alemanes menos maniquea y más conciliadora.
El aliciente de El último convoy es una obra valientemente pacifista y contra los valores heredados por la cinematografía rusa; pero a la vez es una obra de una precisión y de belleza que constituyen un valor artístico innegable. El problema que tiene es un problema externo, aunque nos afecta a nosotros, espectadores españoles. Es una película rusa, y esto precisamente va a dificultar la visión entre nosotros, porque no hay una tradición de ver una cinematografía que es como un continente desconocido. La primera película de Alexei German jr, con su prodigiosa manera de narrar visualmente y los dos premios que ha recibido, constituye un acta de acusación a todos los que permanecen inactivos ante este desconocimiento. Habrá que aprovechar que oportunidad que brindan 100.000 retinas y La casa encendida para verla.
Miembro de la FIPRESCI