En la más reciente edición de la revista Vanity Fair, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz publica una aguda crítica a la concentración del ingreso y de la riqueza en Estados Unidos, propiciada por las políticas liberales del último cuarto de siglo, uno de cuyos efectos ha sido la creciente desigualdad. Sus observaciones se […]
En la más reciente edición de la revista Vanity Fair, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz publica una aguda crítica a la concentración del ingreso y de la riqueza en Estados Unidos, propiciada por las políticas liberales del último cuarto de siglo, uno de cuyos efectos ha sido la creciente desigualdad. Sus observaciones se concentran en el uno por ciento de la población que recibe la cuarta parte del ingreso de ese país. Semejante riqueza se ha traducido, de manera inevitable, en poder e influencia, y en políticas de gobierno orientadas a satisfacer los intereses de este reducidísimo grupo social. De ahí el título del artículo: Del 1%, por el 1%, para el 1%
, que también podríamos titular: Dinero llama dinero
.
Stiglitz sostiene que esta tendencia rompe con la tradición meritocrática de la sociedad estadunidense, y coloca a su país en las últimas posiciones del mundo industrial en materia de igualdad. Un hecho del todo novedoso, pues en el pasado mucho se hablaba de la movilidad social en Estados Unidos, que con ello se diferenciaba de las sociedades europeas supuestamente bloqueadas por su historia y por remanencias feudales. Ahora, sin embargo, la brecha entre los estadunidenses más ricos, los menos ricos y los más pobres, el 99 por ciento restante de la sociedad, es cada vez más amplia. Y no se refiere sólo a la diferencia de fortunas, sino a la creciente disparidad de oportunidades, pues ser rico ahora significa acumular dinero, pero también buena educación, atención médica, calidad de vida, entre otras muchas ventajas que son la base de mayor acumulación de privilegios.
La lectura de este texto evoca la comparación con México, sobre todo ahora que voces peregrinas sostienen que la nuestra es una sociedad de clase media, con base en información tan relevante como que cada vez más niñas se llaman Jessica. No contamos con datos precisos para medir la distancia entre el ingreso de nuestro uno por ciento superior y el resto de la población, pero sabemos que en 2008 el 10 por ciento más rico recibía un ingreso per cápita 35 veces mayor que el 10 por ciento más pobre; y que la diferencia entre el decil más rico y el inmediatamente inferior era más del doble. Para medir la diferencia en términos de oportunidades basta con mirar la escolaridad media del decil más pobre de los mexicanos, tres años, y compararla con los 12 años del decil más rico.
Dos de las inteligentes observaciones de Stiglitz quiero subrayar: los ricos creen que no necesitan al gobierno porque ellos se pueden pagar lo que normalmente son servicios públicos: educación, atención médica, seguridad, que en su caso adquieren en el sector privado. En México es la misma historia. El reinado de Elba Ester Gordillo no existiría si los hijos de los ricos fueran a escuelas públicas; los servicios del ISSSTE o del Seguro Social serían mucho mejores si fueran utilizados por los ricos, que recurrirían a su influencia para exigir calidad; las comunidades residenciales cerradas
en las que viven la fantasía de habitar un mundo homogéneo y, por lo mismo, libre de amenazas, estarían deshabitadas porque la seguridad sería un bien público. Sin embargo, los pleitos que desde los años del presidente Fox estelariza Ricardo Salinas son una prueba de que incluso para los ricos es mejor que haya gobierno, porque su insolencia le ha salido cara a otros empresarios; también lo demuestran las enormes dificultades del combate al crimen organizado que está destruyendo oportunidades de inversión, de crecimiento de las empresas, esto es, de enriquecimiento, que podría beneficiar a muchos.
Una segunda observación de Stiglitz sobre la que hay que reflexionar se refiere a la creencia del uno por ciento de que no necesita al 99 por ciento restante, porque como le ocurre con el gobierno, piensa que no le hacen ninguna falta. No obstante, se olvidan de que están en buena medida parados en el trabajo y en el consumo de esa mayoría, con la que piensan que no tienen nada en común. ¿De qué viven o, mejor dicho, de quiénes viven, las tiendas Elektra, que han hecho la fortuna de Salinas Pliego? ¿De dónde provienen los recursos que han enriquecido a un grupito de individuos que hasta antes de 1988 estaban perdidos en la oscuridad de la medianía, y que hoy están instalados en las listas del uno por ciento internacional? De ese 99 por ciento que les parece intratable, aunque es el que los alimenta, los viste y los manda a vacacionar al primer mundo. Si ese 99 por ciento apagara sus televisores, sus celulares, si se negara a hacer sus compras en los grandes almacenes, entonces el uno por ciento se vería en aprietos.
Para que los ricos cambien de actitud frente a políticas redistributivas administradas por el gobierno, hay que apelar, nos dice Stiglitz, a sus intereses. Si el 99 por ciento dispone de más televisores, más celulares y más dinero para consumir los bienes que ofrecen los centros comerciales, entonces los ricos se beneficiarán de este bienestar ampliado. El mensaje es bien claro: diferencias sociales y desigualdades las hay y las habrá, pero hay que saber combatirlas, para beneficio de todos. Como quien dice, todos vamos en el mismo barco; de ahí que Stiglitz publique este artículo en una revista dedicada al uno por ciento.
http://www.jornada.unam.mx/2011/04/28/index.php?section=opinion&article=019a2pol