Sería el 25 de octubre, por el viejo calendario ruso, pero la fecha, desde que los días comenzaron a medirse de forma diferente, se celebra el 7 de noviembre. A la luz de lo que pasaría después podría parecer que una mano misteriosa quiso, con ese detalle tan poco común, desaparecer el recuerdo de la […]
Sería el 25 de octubre, por el viejo calendario ruso, pero la fecha, desde que los días comenzaron a medirse de forma diferente, se celebra el 7 de noviembre. A la luz de lo que pasaría después podría parecer que una mano misteriosa quiso, con ese detalle tan poco común, desaparecer el recuerdo de la más grande y trascendental de las revoluciones, la que cambiaría el rumbo de la Historia para dar paso a un régimen social totalmente opuesto al predominante en todos los continentes del planeta Tierra hasta aquel año 1917.
Así, la Gran Revolución Socialista de Octubre dirigida por Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) derrumbaría el mito de que el poder debía pertenecer, por derecho propio, a los poderosos, y pondría las riendas de los destino del multinacional país en manos del proletariado y de los campesinos.
Bien se conoce que fue un salto descomunal, sin precedentes: la Rusia que hasta ese momento habían dominado zares contra cuya voluntad nadie podía atreverse se vio de pronto bajo la manta protectora de una nueva doctrina, proclamada por un hombre sencillo y sin pretensiones de riquezas ni de poder, cuya única aspiración era que el pueblo se gobernara a sí mismo, sin necesidad de que nadie le obligara, ni mucho menos le explotara. Había bebido de las ideas de Carlos Marx y Federico Engels.
Si el mundo caminó luego hacia experiencias de democracia (entendida como el poder del pueblo) fue precisamente gracias a la Revolución de Octubre. Y si muchas otras naciones tuvieron un referente al cual mirar, aunque no siempre supieran dilucidar entre lo imitable y lo digno de ser desechado, se debe también al intento de los bolcheviques de construir una sociedad lo más justa y humana posible, empeño en el cual perdieron la vida muchos hombres y mujeres, incluido, a la larga, el propio Lenin, quien falleció como consecuencia de las complicaciones que le ocasionara un atentado varios años antes.
A 92 años de aquel suceso, celebrado con bombos y platillos mientras duró la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y relegado al plano de lo intrascendente por la miopía de muchos luego de la caída del campo socialista, valga la memoria concretada en recuerdos, actos, y sobre todo en la conciencia de quienes saben a ciencia cierta que sin aquel Octubre la humanidad hoy sería diferente.
Mirando atrás, quienes cursamos estudios en diferentes repúblicas de la URSS sentimos la añoranza de los tulipanes en manos de los millones de personas en desfile, de los globos lanzados al aire, de las paradas militares, las banderas y proclamas dando vivas a Lenin, al Socialismo, al Gran Octubre. Aquel suceso nos salvó, por los siglos de los siglos, de un mundo unipolar sin siquiera el intento de hacerlo diferente, un mundo amenazado y pisoteado luego por el nazi-fascismo, también vencido a un costo de millones de vidas para que, con sus convulsas etapas posteriores, la Tierra siguiera su curso y llegara hasta los días de hoy menos injusta, menos sangrienta, más cercana al hombre que la habita y que es la razón de su propia existencia.