Los economistas neoliberales, tras haber caído con sus recetas en el mayor desprestigio por todo el planeta, están a punto de tomarse su revancha con Venezuela y catalogan a la crisis de desabastecimiento como el fracaso del modelo chavista. No puede discutirse que la crisis existe; pero en cuanto a las causas, ni todo es […]
Los economistas neoliberales, tras haber caído con sus recetas en el mayor desprestigio por todo el planeta, están a punto de tomarse su revancha con Venezuela y catalogan a la crisis de desabastecimiento como el fracaso del modelo chavista. No puede discutirse que la crisis existe; pero en cuanto a las causas, ni todo es tan simple como lo explica el gobierno al denunciar un golpe de mercado, ni como lo explica la oposición, que todo lo reduce al control de precios y sistema cambiario.
Los saqueos a supermercados nos retrotraen a la Argentina y los días previos a la caída de De La Rúa. En julio, en Barrancas del Orinoco, estado de Monagas, medio millar de personas asaltaron un local de la cadena estatal PDVAL y robó sus productos. Dos días después, una multitud saqueó los depósitos de un supermercado en San Félix y la Guardia Nacional se vio obligada a copar las calles para recuperarlas de las hordas enardecidas. Apareció entonces lo que Maduro tantas veces anunció que buscaba la oposición: el primer muerto. Aparte de locales, los camiones transportadores de mercaderías también son atracados. El gobierno importa productos por toneladas, pero si a lo que es saqueado se suma lo que se llevan los contrabandistas y acaparadores, todos los esfuerzos terminan siendo insuficientes. En 2014 fueron incautadas más de 28.000 toneladas de alimentos que estaban destinados al contrabando.
Venezuela se encamina trágicamente a un agotamiento de sus inventarios de productos, a la vez que sus reservas internacionales van en picada. La derecha internacional aconseja liberar los precios; pero eso dispararía la inflación y los más débiles sucumbirían. Una luz roja titila sobre los depósitos de arroz, maíz y trigo. Para colmo, aun cuando el gobierno logra exitosos convenios para conseguir granos en el exterior, los proveedores no pueden dar una respuesta tan rápida como se necesita, ya que los embarques, descarga y distribución a todo el país toman su tiempo y lo que se embarca no es suficiente. Esto sucede porque el problema es estructural y no circunstancial.
Paradójicamente, un país pequeño como Uruguay se ha transformado en un formidable salvavidas para la gran potencia petrolera del continente, tras canjearse 300 millones de dólares que Uruguay adeudaba a PDVSA por 235.000 toneladas de alimentos. De todas maneras, aunque es un alivio transitorio, esto está a años luz de solucionar la crisis. La oposición espera a que terminen de agotarse los inventarios para darle un certificado de defunción al modelo chavista. Con la crisis resulta más fácil conseguir adeptos para las guarimbas o para marchar en las «manifestaciones pacíficas» convocadas para tumbar al gobierno, tan pacíficas que las molotov, piedras y armas de fuego abundan tanto como las pancartas.
Opositores venezolanos listos para una manifestación pacífica
En pleno caos, las hienas tienen su fiesta. El gobierno acusa y encarcela a los acaparadores; pero cada vez son más los que lucran con la desgracia de sus compatriotas. La empresa distribuidora Herrera C.A. tenía acaparadas mil toneladas de alimentos en el estado de Zulia, por lo que fue intervenida temporalmente. En el oeste de Caracas, el gobierno nacional decretó la ocupación de los galpones de varias empresas de La Yaguara. Una de las factorías ocupadas es Cargill, la cual distribuye el 70 % de los alimentos que produce a las redes estatales Mercal y Pdval. Siete mil panaderías han sido perjudicadas por la escasez. Falta harina de trigo, azúcar, aceite… falta todo. Faltan pañales desechables y también jabón para lavar los reutilizables. Falta champú, pasta dental y desodorante, lo que en un país que se desgarra cuando su candidata a Miss Mundo pierde, es una tragedia insoportable. Falta todo, menos mesura, colaboración, solidaridad, honradez y responsabilidad. Eso nos lleva a hablar de las causas no tan visibles de esta crisis.
El gobierno fija precios guiado por una política humanitaria; pero los comerciantes aprovechan la desesperación de los consumidores y los multiplican. Muchos prefieren pagar un producto a 100 veces su valor regulado que hacer filas de tres horas en las cadenas estatales o arriesgarse a no conseguirlos.
Polar, la mayor productora de cerveza, cerró dos de sus seis plantas por falta de materia prima. Es que para adquirir la cebada, que viene del exterior, Polar necesita que el gobierno le libere dólares, esos mismos que escasean para adquirir otros productos de alta necesidad. El problema no es que a la gente le falte cerveza, el problema es que miles de personas queden sin trabajo. El gobierno acaba de pagar una suma importante a los proveedores internacionales, con lo que se espera que la producción, tanto de Polar como de Cervecería Regional, retome la normalidad a mediados de agosto; pero aún queda una deuda de 217 millones de dólares.
Desde fines de 2012, el gobierno comenzó a retacear la oferta de dólares, lo cual ha venido complicando la importación de alimentos y medicinas, entre otros productos. Es obvio que la caída estrepitosa de los precios del petróleo golpeó a Venezuela en el hígado, ya que aquel representa el 96 % de los ingresos por concepto de exportaciones. De aquí surge la primera causa del caos: Venezuela ha sido siempre un país monoproductor que importa la inmensa mayoría de las cosas que consume. Chávez, dos años antes de su muerte, intentó revertir la dependencia petrolera e impulsó varios proyectos de industrialización; pero esto es algo que tendría que haberse iniciado muchas décadas antes para que hoy se sintieran los beneficios. Uruguay, sin quererlo, vuelve a beneficiarse con las crisis ajenas, pudiendo llegar a venderle ganado gordo en pie, nacido y criado en este país, y casi todo lo que produce.
Otro elemento que empeora la situación es la sobredemanda, ya que la gente quiere comprar no solo lo que necesita, sino para formar una reserva. A modo de ejemplo, el país consume mensualmente 125 millones de rollos de papel higiénico; pero debido a una sobredemanda de 40 millones, el gobierno ha decidido importar 50 millones más para llevar tranquilidad a la población. Si no se entiende este concepto, estaremos simplificando en extremo la situación. Es lo mismo que ocurre con las corridas bancarias. Basta un rumor para que se propague la histeria y se retiren los depósitos abruptamente poniendo en problemas a bancos que en realidad estaban saneados.
No son pocas las cosas que avivan el fuego. La pasión con que los venezolanos tratan todos los temas no puede ignorarse. No pidamos moderación en sus discursos ni a los gobernantes ni a la oposición; y quien no entienda esto no entenderá nada porque no conoce Venezuela. La cancha está marcada hace tiempo entre los que convocan a derrocar al gobierno de cualquier manera y los que dicen «no pasarán». Esto es la lucha de clases en su máximo nivel. La derecha oligárquica quiere retomar las riendas del poder para volver al sometimiento de la mayoría y ensaya nuevas fórmulas para lograrlo, mientras que el gobierno tiene la difícil tarea de intentar ser socialista en un mundo capitalista que no tolera insubordinaciones.
A esto se suman dos males endémicos e históricos: la corrupción y la delincuencia. Por si fuera poco, Venezuela es el refugio de millones de colombianos que huyen de las motosierras de los paramilitares uribistas, pero también es un campo de acción para que estos desarrollen sus crímenes, importando la industria del secuestro, con lo que no quiero decir que el sicariato y el secuestro sean una industria exclusivamente importada.
Pruebas del golpe de mercado
Veamos ahora el aspecto más retorcido de esta trama. Por períodos suelen desaparecer de los anaqueles productos como la leche; pero hay queso, chicha (elaborada con crema de leche) y yogurt. Falta el champú, pero no falta el baño de crema, las sales para bañeras o los champúes más caros. Falta papel higiénico, pero no faltan servilletas ni toallas de papel. No hay azúcar, pero has postres, tortas y miles de cosas que la requieren en su producción. No hay acetona, pero sí hay esmalte de uñas. No hay máquinas de afeitar, pero sí hay crema de afeitar. En pocas palabras, no se encuentra el producto original, pero sí sus derivados. Esta es la pata de la sota.
Debido a que los comerciantes establecían el precio de un producto hasta en un 200 % por encima de su valor real, en 2013 el gobierno estableció el control de precios sobre algunos productos básicos de la canasta familiar. Esto provocó la aparición de nuevos productos que buscaban sortear la regulación. Por ejemplo, falta arroz, pero hay arroz saborizado, el cual sale caro pero está fuera de la regulación. Los precios de los productos derivados no están controlados por el gobierno, por lo que para los comerciantes es más rentable vender los derivados o sustitutos haciendo desaparecer los productos base. La harina de maíz está regulada a 12 Bs. el kilo; pero escasea. La harina enriquecida con arroz y avena sí está disponible, pero vale 40 Bs., y como la necesidad tiene cara de hereje, los consumidores llevan lo que hay. Los empresarios privados, a diferencia del gobierno, no tienen interés en vender los productos más accesibles, sino los más caros y lucrativos.
La guerra que vive Venezuela es contra la codicia de los grupos de siempre, los mismos que en 2002 derrocaron a Chávez e impusieron al presidente de FEDECÁMARAS en su lugar, los mismos que controlan al 70 % de los empresarios privados, los mismos que cuando tenían el poder mantenían en la miseria al 80 % de la población. Sin embargo, el chavismo no está exento de culpa. La lucha contra la corrupción y la delincuencia han sido insuficientes y las advertencias de Chávez sobre la necesidad de diversificar la economía, tanto en el sector público como privado, no fueron debidamente atendidas. «No siempre vamos a tener petróleo», avisaba.
De esa falta de diversificación también es responsable el sector privado que ahora protesta y se queja pero jamás hizo nada al respecto. El sector privado, que se congrega en torno a FEDECÁMARAS y CONSECOMERCIO, siempre fue enemigo de la política solidaria del chavismo y ha hecho lo posible por demolerlo. Tras el fracaso del complot con el paro petrolero e innumerables intentos de magnicidio, esta vez parece que encontraron la receta perfecta para tumbar al gobierno; porque cuando los ciudadanos van al mercado y no encuentran lo que buscan no se enardecen contra FEDECÁMARAS o CONSECOMERCIO, sino que van a golpear las puertas del Palacio de Miraflores. Estando yo en Venezuela, un individuo fue detenido en la playa cuando levantaba su lanzamisiles contra un avión en el que viajaba Chávez. Intentos como ese son innumerables; pero ahora, las sabias palabras de Bill Clinton se convierten en verdad rebelada: «Es la Economía, estúpido».
Los golpistas han refinado sus métodos. La gente pierde la lealtad al gobierno cuando no tiene el estómago y los bolsillos llenos. Antes de derrocar a Salvador Allende, los centros financieros internacionales le cerraron el grifo crediticio. También eran comunes las colas para obtener productos. La oposición venezolana, derrotada una vez más en las elecciones de 2013 busca ganar en los anaqueles lo que perdió en las urnas. Funciona. Muchos chavistas están desertando.
¿Y qué pasa con los dólares? El economista español Alfredo Serrano denuncia algo tremendo con las divisas que el gobierno vende al sector privado para importar mercaderías: Dejan una parte afuera, otra para el mercado ilegal y otra parte para comprar mercancía, pero menos de la que debían haber comprado».
Los venezolanos soportaron estoicamente el paro petrolero gracias al inigualable liderazgo de Hugo Chávez, que supo desnudar el complot ante la opinión púbica; pero ahora la situación es más dura y él no está. El mayor problema de Venezuela no es que falten dólares, café, azúcar, granos o medicinas. El problema es que falta Chávez.
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