Los comicios en Irak -escribe la autora- no eran acerca de cómo votarían los iraquíes -se trataba meramente del hecho de que votaran, y, más importante, de lo que la valentía de los iraquíes hizo sentir a los estadunidenses. Aparentemente, el verdadero propósito de las elecciones era demostrar a los estadunidenses que, como planteó Bush, «los iraquíes valoran su propia libertad»
Los iraquíes le dieron a Estados Unidos el más grande ‘gracias’ y de la mejor manera que podríamos haber esperado». Al leer este análisis electoral de Betsy Hart, una columnista de Scripps Howard News Service, me acordé de mi fallecida abuela.
Medio ciega y una amenaza al volante de su chevrolet, firmemente se rehusó a entregar las llaves de su coche. Estaba convencida de que, fuera a donde fuera (de paso aplastando a las mascotas de Filadelfia), la gente la saludaba y le sonreía. «¡Son tan amigables!» Tuvimos que darle las malas noticias. «No te saludan con toda la mano, abue, nomás con el dedo medio».
Así pasa con Betsy Hart y otros miopes observadores electorales: creen que los iraquíes al fin les enviaron las tan esperadas flores y dulces, cuando en realidad los electores les mentaron la madre (les enseñaron el manchado dedo medio). Llegaron los resultados electorales: los iraquíes votaron abrumadoramente por derrocar al gobierno de Iyad Allawi, instalado por Estados Unidos, que rehusaba pedirle a este país que se fuera. Una decisiva mayoría votó por la Alianza Unida Iraquí (AUI); la plataforma de la AUI demandaba «un calendario que programe los tiempos de retiro de las fuerzas multinacionales de Irak».
Ee la plataforma de la coalición ganadora hay más mensajes enviados por los electores. Algunos puntos a destacar: «Adoptar un sistema de seguridad social bajo el cual el Estado garantice un empleo para cada iraquí en condiciones de trabajar… y que ofrezca facilidades a los ciudadanos para construir sus casas». La AUI también se compromete a «cancelar las deudas de Irak y los pagos compensatorios y a usar la riqueza petrolera para proyectos de desarrollo económico». En pocas palabras, los iraquíes votaron por repudiar las políticas radicales de libre mercado impuestas por el ex enviado estadunidense Paul Bremer y selladas gracias a un reciente acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Así que, ¿la gente que se emocionó viendo cómo los iraquíes acudían multitudinariamente a las casillas apoyarán estas demandas elegidas democráticamente? Por favor. «Uno no fija calendarios», dijo George W. Bush cuatro días después de que los iraquíes votaron precisamente a favor de esto. De la misma manera, el primer ministro británico Tony Blair describió las elecciones como «magníficas», pero descartó pudiera establecerse un calendario fijo. Los compromisos de la AUI de expandir el sector público, quedarse con el petróleo y cancelar la deuda probablemente sufran destinos similares. Al menos si Adel Abd al-Mahdi se sale con la suya -es ministro de Finanzas iraquí y se le menciona como el líder del próximo gobierno iraquí.
Al-Mahdi es el caballo de Troya de la AUI. (¿Acaso creyeron que iban a apostar todo a Allawi?) En octubre pasado le dijo a un público en el American Enterprise Institute que planeaba «restructurar y privatizar las empresas estatales [iraquíes]», y en diciembre hizo otro viaje a Washington para revelar sus planes de una nueva ley petrolera, «muy prometedora para los inversionistas estadunidenses». El mismo al-Mahdi fue quien supervisó la firma de una oleada de acuerdos con Shell, BP y ChevronTexaco en las semanas anteriores a las elecciones, y fue quien negoció el acuerdo de austeridad con el FMI. Con respecto al retiro de tropas, al-Mahdi no comparte la plataforma de su partido, más bien parece servir de intermediario a Dick Cheney en Fox News: «El momento de retirada de los estadunidenses depende de cuándo nuestras fuerzas estén listas y de cómo responda la resistencia después de las elecciones». Pero en lo que respecta a la ley Sharia, nos dicen que su posición es muy cercana a la de los clérigos.
Las elecciones iraquíes fueron aplazadas una y otra vez; mientras, la ocupación y la resistencia se volvían cada vez más mortales. Ahora parece que dos años de derramamiento de sangre, soborno y de torcerles el brazo en lo oscurito tuvo como resultado esto: un acuerdo en el que los ayatolas obtienen el control de la familia; Texaco obtiene el petróleo, y Washington obtiene sus perdurables bases militares (algo así como «el programa de petróleo por mujeres»). Todos ganan menos los electores, quienes arriesgaron sus vidas por depositar sus boletas a favor de un nuevo paquete de políticas.
Pero no importa. El 30 de enero, nos dicen, no era acerca de lo que los iraquíes votaron -se trataba meramente del hecho de que votaran, y, más importante, de lo que su valentía hizo sentir a los estadunidenses respecto de su guerra. Aparentemente, el verdadero propósito de las elecciones era demostrar a los estadunidenses que, como planteó Bush, «los iraquíes valoran su propia libertad».
Asombrosamente, parece que esto es noticia. El columnista de Chicago Sun-Times, Mark Brown, dijo que el voto fue «una clara señal de que la libertad realmente sí puede significar algo para los iraquíes». En el Daily Show, de CNN, Anderson Cooper lo describió así: «La primera vez que, como que tuvimos un indicio de sí están dispuestos a como que dar un paso adelante y hacer cosas».
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Esta gente sí que es difícil de convencer. El levantamiento chiíta contra Saddam en 1991 no fue suficiente para convencerlos de que los iraquíes estaban dispuestos a «hacer cosas» para ser libres. Tampoco lo fue la marcha de 100 mil personas que se llevó a cabo hace un año en demanda de elecciones inmediatas, o las elecciones locales espontáneas organizadas por los iraquíes en los primeros meses de la ocupación -Bremer prohibió ambas. Resulta que en la televisión estadunidense toda la ocupación ha sido un largo episodio de Factor Miedo, en el cual los iraquíes libran obstáculos cada vez más difíciles para demostrar cuán profundo es su deseo de volver a tener su país. Que demuelan sus ciudades, que sean torturados en Abu Ghraib, que les disparen en los retenes, que sus periodistas sean censurados y que les corten el suministro de agua y luz -todo esto fue el preludio a la mayor prueba de resistencia: esquivar bombas y balas para llegar a una casilla. Al fin, los estadunidenses se convencieron de que los iraquíes deveras, deveras, quieren ser libres.
Así que, ¿cuál es el premio? ¿El fin de la ocupación, como demandaron los electores? No sean ingenuos -el gobierno estadunidense no se someterá a ningún «calendario artificial». ¿Empleos para todos, como prometió la AUI? No puedes votar por tonterías socialistas como esas. No, obtienen las lágrimas de Geraldo Rivera («me sentí un baboso»), el orgullo materno de Laura Bush («fue tan conmovedor para el Presidente y para mí ver a la gente salir con el dedo manchado») y las sinceras disculpas de Betsy Hart por haber dudado de ellos («Wow-sí que me hicieron ver mi error»).
Y eso debería de ser suficiente. Porque si no fuera por la invasión, los iraquíes ni siquiera hubieran tenido la libertad de votar por su liberación, y luego que ese voto fuera ignorado por completo. Ese es el verdadero premio: la libertad de ser ocupados. Wow -sí que me hicieron ver mi error.
(Traducción: Tania Molina Ramírez. Copyright 2005 Naomi Klein. Este texto fue publicado en The Nation, www.thenation.com)