Traducido para Rebelión por Felisa Sastre
El aspecto más significativo de las elecciones presidenciales en Estados Unidos es el desastroso deslizamiento de todo el espectro político hacia la derecha. Los reaccionarios cambios fundamentales en la Constitución de Estados Unidos, la legislación social, la política y las leyes internacionales, así como la experiencia histórica se han convertido en el lenguaje común de los dos principales candidatos en estas elecciones, sin que ello haya provocado manifestaciones populares masivas o protestas de intelectuales de la mayoría de la izquierda.
La Patriot Act en su versión original y en las revisiones posteriores, ha eliminado de hecho los derechos fundamentales y la seguridad de los ciudadanos ante detenciones arbitrarias por parte del Estado. Pero ambos candidatos la han respaldado. La Seguridad Nacional del Estado se ha convertido en el eje de las campañas de los dos partidos.
Ni los candidatos ni los partidos han afrontado los problemas de los trabajadores afro-estadounidenses o Latinos, excluidos de hecho de los debates públicos. La exclusión programática de las «minorías» tiene mucha más importancia que la exclusión del registro de electores de la que tanto se ha hablado en los medios de comunicación, y la consecuencia, según estiman los expertos, es que cerca del 60% de los electores de esas minorías no votarán. Los resultados de la exclusión de hecho en la participación electoral nacional serán un poco más altos que los que se producían durante la época de la exclusión legal en el Sur.
El tema central del debate económico entre Bush y Kerry ha sido el déficit presupuestario federal, no la pobreza, la vivienda, la sanidad, el salario mínimo o los insuficientes ingresos familiares. Ambos candidatos defienden la austeridad fiscal aunque pretenden aumentar el gasto militar; y, aunque los Demócratas anuncian un pequeño incremento del gasto en educación, su insistencia en reducir el déficit público y en aumentar los presupuestos militares convierten sus promesas electorales en una farsa.
No se ha presentado propuesta alguna de nuevas leyes laborales que faciliten la organización de los sindicatos en el 91% del sector privado, que se encuentra sometido por completo a la clase capitalista. Pero, a pesar de la indiferencia absoluta de los candidatos a la presidencia, la mayor confederación sindical- la AFL-CIO- ha gastado diez veces más dinero en el millonario candidato del partido Demócrata, John Kerry, que en el trabajo de afiliación de los trabajadores más pobres durante un año. El denominado » Solidarity Institute» (Instituto de Solidaridad ) invirtió más dinero en la financiación de los golpistas contra Chávez que en proteger los derechos de los extremadamente explotados obreros agrícolas de Estados Unidos.
La última reforma social del pasado todavía vigente- el programa de jubilaciones del estado, la Seguridad Social (SS)-, se va a privatizar: Bush defiende públicamente la privatización mientras Kerry afirma que la Seguridad Social está en «crisis» y precisa de «ajustes». El anterior presidente demócrata, Clinton, inició el proceso de privatización con el nombramiento de una Comisión de los dos partidos que abrió la puerta a la privatización «parcial» y propuso la prolongación de la edad de jubilación hasta los 67 años.
Pero incluso ante una inminente crisis sanitaria como la amenazadora epidemia de gripe y la escasez de vacunas, ninguno de los candidatos se ha mostrado dispuesto a tomar medidas que vayan más allá de la «solución que dé el mercado». Mientras millones de vulnerables ciudadanos estadounidenses van a enfrentarse a la enfermedad y se van a producir decenas de miles de muertes evitables entre niños, mujeres embarazadas, ancianos y enfermos crónicos, ninguno de los candidatos presidenciales ha propuesto que intervenga el Estado para proteger la salud pública.
Los dos candidatos principales y sus partidos defienden las guerras coloniales y las ocupaciones, no sólo las actuales en Irak, Afganistán y Haití, sino las futuras en Irán, Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Sudán y dondequiera que el imperio exija. Ambos, asimismo, defienden que Estados Unidos e Israel incumplan las leyes internacionales, y apoyan las arbitrarias y masivas detenciones ilegales, los secuestros y asesinatos extra-territoriales llevados a cabo por las «fuerzas especiales», y los ataques militares en lugares habitados por población civil. Así que, hoy en Estados Unidos, la falta de respeto a las leyes se ha convertido en requisito para ser «presidenciable» y las diferencias entre los dos candidatos se reducen a la forma de gestionar la imagen pública del Imperio y en consultar o no con los aliados europeos. Todo el debate público presidencial se ha centrado en cómo entablar las guerras coloniales, en cómo acabar con la resistencia popular y en cómo aumentar la eficacia del ejército, no en los aspectos legales, éticos o políticos de esas guerras. En otras palabras, todo el espectro político ha quedado reducido a un marco ideológico en el que la única preocupación es la eficacia en el gasto de EE.UU. y no los millones de personas sin hogar, los parados, y las víctimas coloniales, muertos y heridos, ni los centenares de miles de familias aterrorizadas que viven entre escombros en Gaza e Irak.
Apenas ha habido debate sobre la política en Latinoamérica: los dos partidos respaldan el Plan Colombia, el Plan Andino, la instalación de más bases militares estadounidenses y el ALCA. Las diferencias entre uno y otro candidato se reducen a que Kerry quiere hacer compatibles una mayor protección a los poco competitivos productores estadounidenses con el supuesto «Mercado Libre» en Latinoamérica.
Es evidente que el giro hacia la derecha de la política estadounidense, que combina el liberalismo económico con el militarismo imperialista, comenzó con la guerra de Afganistán en época de Carter, y con la desregulación interior; se agudizó después con las guerras sucias de Reagan en Centroamérica, la invasión de Granada y el masivo gasto militar; Bush padre, extendió el imperialismo con la Guerra del Golfo y Clinton invadió los Balcanes y desmanteló los programas de bienestar social para madres solteras y sus hijos menores. El actual Gobierno de Bush ha codificado, formalizado y explicitado las políticas liberales en el interior y las políticas bélicas imperialistas llevadas a cabo por los presidentes que le precedieron, republicanos y demócratas, de forma que cada vez que la izquierda opta por el «mal menor» el espectro político se mueve más aún hacia la derecha.
La actual campaña electoral tiene lugar mientras se llevan a cabo dos dilatadas guerras coloniales en las que EE.UU. se enfrenta a una masiva resistencia, a un continuo incremento de víctimas y a un incremento de los déficits comercial y presupuestario. Aún así, no existe una oposición política a esas actuaciones coloniales. El dramático deslizamiento desde una democracia oficial burguesa a un estado colonial de seguridad se ha llevado a efecto sin una oposición política significativa ni en el interior de los dos partidos ni en los «movimientos sociales».
Desde una perspectiva histórica, uno de los aspectos más sorprendentes de estas elecciones presidenciales- además del extremado giro hacia la derecha- es el desmoronamiento de la «izquierda» y de los movimientos progresistas de oposición, ya que más del 90% de la izquierda y de los progresistas se han concentrado en la campaña de apoyo a Kerry.
Los movimientos progresistas estadounidenses han experimentado un continuado declive desde los días de las masivas protestas en la calles de Seattle (1999) contra la Organización Mundial del Comercio (OMC), y las manifestaciones multitudinarias de febrero de 2003 contra la guerra. Ahora, en octubre de 2004, no hay gente en las calles para protestar- a pesar de las brutales guerras coloniales y de la ocupación de Irak, Afganistán, Palestina y Haití. ¿Dónde están todos los que protestaban? ¿ Adónde se han ido los intelectuales «libertarios»? Los han encauzado con éxito para apuntalar la candidatura de Kerry, que está a favor de la guerra y que apoya a Sharon. En el corto espacio de dos años, se ha producido la transformación de un movimiento pacifista masivo y vibrante, que aspiraba a la paz y la justicia, en el apéndice frívolo de una campaña electoral a favor de un multimillonario belicista. Esta «transformación» es el resultado de la falta de coraje y de dignidad de los más destacados líderes ideológicos de la izquierda y de su miopía política. «Cualquiera menos Bush» es una «solución» a corto plazo que sacrifica las posibilidades estratégicas y tácticas de los movimientos de masas de los años 1999-2002. Y Lo más lamentable en esta capitulación de la izquierda es el hecho de que existe una tercera opción real: Ralph Nader y Peter Camejo. Nader y Camejo está realizando una decidida y valiente campaña por todo lo que peleaban los manifestantes de Seattle y los pacifistas antes de su subordinación a Kerry: la oposición a las guerras de Irak y Afganistán; la defensa de la soberanía de Venezuela contra los Kerry-Bush que promovieron el golpe; la encendida defensa de los palestinos contra el terrorismo de estado de Israel, y la exigencia de un servicio nacional de salud de cobertura universal. Ante la oportunidad de unirse a los dos o tres millones de votos que apoyarán a Nader/Camejo, los «progresistas», las ONG, profesores, periodistas e intelectuales de Nueva York, Boston, Los Angeles, etc., no sólo apoyan a Kerry sino que difaman a Nader y Camejo con las más graves descalificaciones personales. Una izquierda avergonzada por su rendición ante el poder, trata de destruir a los únicos candidatos que les recuerdan los principios en los que, al fin cabo, se basa la política de izquierdas.
Ni la izquierda ni los progresistas muestran ningún tipo de oposición cuando Kerry defiende orgullosamente sus proezas bélicas en la guerra colonial de Vietnam. Para muchos progresistas de mediana edad, que consideran el éxito a la oposición a la guerra colonial en Indochina uno de los hitos más importantes de sus vidas, debe parecerles la más vergonzosa capitulación ante una grotesca revisión de la historia. También los políticos negros demócratas y conocidos creyentes permanecen mudos mientras Kerry ignora las reivindicaciones de los trabajadores negros, y concentran sus esfuerzos en los que denominan «electores de clase media» (blancos). El movimiento feminista aclama a Kerry- incluso tras haber prometido que nombrará jueces que están en contra del aborto libre. Ni las ONG de Seattle, ni los líderes del movimiento pacifista ni los del movimiento «No en mi nombre» han denunciado ninguna de las declaraciones belicistas de Kerry, ni tan siquiera ante su propuesta de enviar otros 40.000 soldados estadounidenses a Irak. En lugar de ello, muchos de los supuestamente «intelectuales progresistas» han lanzado ataques difamatorios contra el demócrata e izquierdista Ralph Nader por su programa pacifista. Cuando Kerry hizo público su apoyo incondicional a Israel, en momentos en que Sharon mataba decenas de niños palestinos y se estaba investigando a gentes del lobby judío por espiar en el Pentágono, la izquierda estadounidense permaneció muda. Cuando las principales organizaciones judías de Estados Unidos expresaban su apoyo a Bush y a Kerry para convertir en objetivos a Irán y Siria y para suministrar a Israel bombas de 2.000 libras de peso (N.T. cerca de una tonelada), los más prominentes y prestigiosos intelectuales críticos judíos mantuvieron sus bocas cerradas o las abrieron para atacar a Nader por sus críticas al salvajismo de Israel.
Una de las más graves consecuencias de estas elecciones presidenciales ha sido el espectacular colapso y desaparición de la izquierda durante el enfrentamiento de los dos candidatos de la derecha. En elecciones precedentes, incluso entre la izquierda que se decantó por la oportunista estrategia del «mal menor», se produjeron continuas presiones de los progresistas para incluir en la campaña electoral algunos temas sobre la «paz» y las reformas sociales. En la actual, Kerry ignora por completo a la izquierda, y acepta su apoyo sin tan siquiera reconocer su existencia. La izquierda se ha desacreditado a sí misma, y ha hecho lo posible para dar a Kerry un cheque en blanco con el que, si es elegido, pueda profundizar e incrementar el colonialismo militar y las políticas retrógradas internas.
Tras las elecciones, la izquierda no podrá exigir nada a Kerry porque el candidato no les ha hecho promesa alguna y podría contestar honradamente que los «progresistas» sabían de antemano lo que iba a hacer: «continuar la guerra (colonial) hasta conseguir la victoria».
Si aceptamos la discutible afirmación de que Estados Unidos es una democracia, y los candidatos, de forma explícita y pública, defienden las guerras coloniales, entonces habremos de admitir que todos los ciudadanos, y en especial los intelectuales progresistas que voten por un candidato belicista, asumirán una grave responsabilidad personal por las matanzas y el pillaje que tienen lugar en Irak, Palestina, Haití y en otros lugares. Después de las elecciones, sería indecente proclamar que la devastación colonial que se lleva a cabo no se hace «en nuestro nombre».
El hundimiento de la izquierda en Estados Unidos no es una mera cuestión de la campaña presidencial ya que tanto si gana Bush como si lo hace Kerry, cualquiera de ellos continuarán con nuevos bríos las sangrientas guerras coloniales tal como han prometido, y la izquierda habrá perdido su credibilidad y respeto. Enfrentados a un futuro de guerras, represión y regresión social la cuestión que se plantea es la de cuándo, dónde y cuánto tiempo pasará hasta que emerja una nueva generación política que se niegue a ser cómplice de las guerras imperiales y grite la verdad ante los poderosos sobre Palestina, la resistencia iraquí, los empobrecidos haitianos, y la necesidad de nuevos movimientos sociales y políticos en Estados Unidos.