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Un nuevo momento crucial

Elecciones venezolanas: ¡Chávez gana, los Estados Unidos pierden (de nuevo)!

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por Manuel Talens

Las elecciones venezolanas al congreso del 4 de diciembre de 2005 marcan un momento crucial en la política interior y en las relaciones entre los Estados Unidos y Venezuela. El partido del presidente Chávez, el Movimiento de la Quinta República, ganó aproximadamente el 68% de los escaños del congreso y con otros partidos progubernamentales, se repartió a todos los representantes. La concurrencia a las elecciones del congreso sin una campaña presidencial fue del 25%. El porcentaje a favor Chávez excede la mayoría afianzada en anteriores elecciones al congreso en 1998 (el 11,24%) y en 2000 (el 17%). Si comparamos la participación de votantes con los comicios más recientes, que incluyeron a la oposición (los municipales de agosto de 2005), la campaña por la abstención únicamente logró un 6% en el aumento de ciudadanos que escogieron no votar (del 69% al 75%). La afirmación estadounidense de que la baja participación fue resultado del boicot de la oposición respaldada por los EE.UU. es claramente falsa. El argumento de que ese nivel de participación permite poner en entredicho la legitimidad de las elecciones no se sostiene, porque si se aplicase a cualquiera de las elecciones al congreso, municipales y a gobernador que tienen lugar en los Estados Unidos «fuera de año electoral», muchas de ellas perderían la legitimidad.

Uno de los aspectos más llamativos de las elecciones fue la altamente polarizada participación del electorado: en los barrios de la elite y la clase media alta la participación estuvo por debajo del 10%, mientras que en los numerosos barrios populares, la BBC informó de colas que esperaban para emitir sus papeletas de voto. Con cerca de la mayoría de los pobres como votantes y más del 90% de los votos a favor del partido de Chávez y de una legislatura totalmente chavista, queda abierta la vía para una nueva y más progresista legislación, sin las tácticas de obstruccionismo de una oposición virulenta. Esto debe llevar a medidas que aceleren la expropiación de los latifundios y de las fábricas en quiebra y cerradas, así como a nuevas e importantes inversiones sociales y en infraestructuras. También es posible que una nueva enmienda constitucional permita un tercer mandato al presidente Chávez.

Washington: la estrategia del «todo o nada»

La administración Bush (con el apoyo del Congreso demócrata) se ha lanzado a una desesperada política de «casino», con una estrategia del «todo o nada», en lugar de incrementar gradualmente su oposición. Washington empujó a su confederación sindical clientelista (CTV) (con apoyo financiero y «asesoramiento» del AFL-CIO) a una huelga general en 2001 que fracasó y que, eventualmente, llevó a la formación de una nueva confederación que ha reducido la CTV a un aparato impotente. En abril de 2002, los EE.UU. respaldaron un golpe militar que fue derrotado en 47 horas por un levantamiento popular masivo, apoyado por los oficiales militares constitucionalistas, que tuvo como consecuencia la retirada forzosa del ejército de centenares de oficiales favorables a los EE.UU. De diciembre de 2002 a febrero de 2003, funcionarios respaldados por los EE.UU. y su entorno en la compañía estatal de petróleo, PDVS, organizaron un cierre patronal y paralizaron la economía de forma temporal. Trabajadores e ingenieros leales, apoyados por el gobierno, rompieron el cierre patronal y todos los principales funcionarios y empleados que se habían implicado en el mismo fueron despedidos, lo cual tuvo como consecuencia un redireccionamiento de las rentas del petróleo desde la clase alta a los pobres. Además, los EE.UU. canalizaron millones a raudales a través del National Endowment for Democracy hacia una ONG, «Súmate», para financiar un referéndum que revocara a Chávez en el 2004. El referéndum cayó derrotado por 16 puntos de margen (el 58% contra el 42%), lo cual llevó a la desmoralización, apatía y despolitización de los votantes de la derecha. En la reciente campaña al congreso, dado que las encuestas predecían otra derrota electoral masiva, Washington presionó a sus ONG y a su clientela política para que se retirase de las urnas y pidiese la abstención, con el resultado referido: la pérdida completa de cualquier esfera institucional de influencia, la marginación de su electorado político y el giro inevitable de la clase empresarial a negociar directamente con los congresistas de Chávez en lugar de hacerlo a través de la oposición.

En cada confrontación, Washington ha quemado un grupo clientelista estratégico en su afán por hacerse con el poder estatal en el plazo más corto… Washington se ha negado a ir acumulando poder mediante una estrategia política gradualista desde el interior, a modificar legislaciones por medio de la negociación, a explorar agravios reales o imaginarios y a suavizar la retórica demagógica que caracteriza su política exterior.

La política que subyace a las fracasadas astucias de Washington

La cuestión básica es ¿por qué persistió Washington en sus fracasadas políticas del todo o nada a pesar de una sucesión de derrotas? A pesar de que existe una continuidad en las políticas del todo o nada, los determinantes de dicha política fueron variando en cada momento. Entre 2001 y 2002, los ideólogos de las guerras múltiples, con la astucia de la lucha contra el terrorismo y el eslogan «O se está con nosotros o se está con los terroristas» (Bush, 23 de septiembre de 2001), estaban determinados a quitarse de en medio el régimen de Chávez. La razón era que el presidente Chávez fue uno de los poquísimos regímenes no comunistas que se opuso a la guerra estadounidense contra Afganistán y condenó el terror estadounidense (Chávez declaró: «No se puede luchar contra ningún terror con terror»). Dado que los extremistas controlaban el poder en Washington, ya en octubre del 2001, un funcionario del Departamento de Estado Estadounidense (Grossman) amenazó a Chávez diciendo que «él y las generaciones futuras (de venezolanos) pagarían» por haberse opuesto a la agresión estadounidense. Junto con el embajador estadounidense Charles Shapiro, los neoconservadores, sobre todo los cubanoestadounidenses en el Departamento de Estado que diseñaron las políticas para Latinoamérica, sobrestimaron su influencia en el ejército venezolano y exageraron el poder de los medios y de la elite empresarial en cuanto a la viabilidad de un golpe militar. La precipitada acción se debió a la entonces cercana invasión de Iraq y la necesidad obsesiva de imponer silencio a la oposición gubernamental extranjera, dada la masiva oposición en los EE.UU. y en Europa a una guerra contra Iraq. El segundo factor que influyó en la persistencia de Washington en sus políticas de todo o nada, en el momento del cierre patronal, fue la futura crisis del petróleo con la invasión de Iraq y los lazos de Chávez con Iraq e Irán a través de su dirección de la OPEP.

Tras haber jugado sus «cartas» militares y haber perdido, Washington jugó la del petróleo para debilitar o romper la OPEP y detener así cualquier subida del precio y asegurarse un incremento del flujo de petróleo de Venezuela. Una de las medidas inmediatas impuestas por los golpistas de 47 horas habría sido la de retirarse de la OPEP. Los ejecutivos del cierre patronal petrolero lo habrían hecho efectivo si hubiesen logrado derrocar al gobierno de Chávez.

La política del «todo o nada» de Washington también continuó a causa de las crecientes relaciones de Chávez con Cuba. El virulento grupo de presión anticubano y sus representantes en el Departamento de Estado, Otto Reich y Roger Noriega, intentaron destruir la alianza estratégica de Cuba con Venezuela, sin que les importase el riesgo que pudiesen correr los clientes estadounidenses en Venezuela, de la misma manera que los defensores de Israel en el Pentágono empujaron a la guerra con Iraq y están preparados para ofrecer apoyo yanqui a un ataque israelí contra Irán sea cual sea el costo para los clientes árabes de Oriente Próximo apoyados por los EE.UU.

El tercer factor que formó la política del todo o nada fue la oposición de Chávez al Área de Libre Comercio de las Américas y el creciente apoyo que suscita en Latinoamérica su propuesta Alternativa Bolivariana para la América (ALBA).

Los extremistas de Washington consideraron que la hegemonía estadounidense había disminuido en Latinoamérica debido a la infección por una serie de regímenes de centro izquierda «comprados» o influenciados por la oferta venezolana de crudo y financiación petrolera. En realidad ninguno de los regímenes en cuestión (Lula en Brasil, Kirschner en Argentina, Vázquez en Uruguay, etc.) estaba siguiendo de ninguna manera las políticas de bienestar de Chávez o su posición crítica frente al imperialismo estadounidense. Los fracasos estadounidenses en consolidar los gobiernos en Iraq o Afganistán y sus derrotas en la ONU y en la OEA a la hora de aislar a Cuba hicieron que los extremistas, desesperados por una victoria política, adoptasen la estrategia del todo o nada en Venezuela, cada vez con menos apoyo institucional y político, en un juego perdedor que buscaba compensar las derrotas anteriores. Cuanto más débil era la fuerza de su clientela, más chillona era la retórica y menor la resonancia en Venezuela, en Latinoamérica e incluso en el Congreso estadounidense, gracias a la política de Chávez de ofertar petróleo subvencionado para consumidores de bajos ingresos en los EE.UU.

El destino poselectoral de la clientela política estadounidense: la oposición venezolana

¿Qué harán los viejos partidos que han boicoteado las elecciones, ahora que se han autoexcluido del Congreso? Los dos mayores partidos, Acción Democrática (AD) y Social Cristiano (COPEI), basaban su fuerza en la influencia del partido y en los puestos gubernamentales para asegurarse activistas y votantes. Sin ellos, el posible aparato del partido podría sobrevivir de la limosna de las falsas ONG estadounidenses (The Democratic and Republican Institutes), pero sin trabajos y beneficios extras sus partidarios buscarán en otro lado y quizá se enganchen en algunos de los grupos políticos más conservadores favorables a Chávez o se retiren de la política o formen un nuevo partido. Chávez tenía razón cuando dijo que estas elecciones significaban el entierro de los partidos tradicionales como contendientes viables para el poder electoral. Algunos, pero no la mayoría de los partidarios políticos de los partidos tradicionales, no están preparados ni les apetece arrojar bombas o la lucha callejera. Sin embargo, algunos de los otros grupos, como el pseudopopulista Partido Primero Justicia y los extremistas del entorno de la ONG Súmate apoyado por Bush y financiado por la National Endowment for Democracy podrían iniciar alguna clase de violencia callejera.

No cabe ninguna duda de que la derecha venezolana es incapaz de reproducir las «revoluciones naranjas» de la CIA-Soros en el Cáucaso, y ello por varias razones. Primero, porque el régimen de Chávez tiene una masiva base popular, activa y comprometida, que domina la acción en la calle. Segundo, porque no existe ningún problema en torno al cual la derecha pueda movilizarse y unificarse en un movimiento popular. Los vastos programas de bienestar son populares, la economía está creciendo, los niveles de vida están subiendo, la corrupción no está fuera de control y hay libertad absoluta de reunión, prensa y discurso.

Las asociaciones empresariales conservadoras están prosperando cada vez más con los contratos del gobierno y dependen de sus contactos con el partido victorioso en el poder para consumar acuerdos. No es probable que hagan una apuesta arriesgada con ONG derrotadas y partidos con una historia de política aventurera fracasada, pues ahora les resulta más fácil ganar dinero, y ello a pesar de sus prejuicios contra el «negro» en los cócteles de sus fiestas privadas.

Eso deja dos opciones a la oposición. Los pragmáticos, sobre todo entre la elite empresarial, probablemente tratarán de abrir un diálogo a través del conservador arzobispo de Caracas con el ala más moderada del gobierno de Chávez (los ministerios de economía y finanzas) y con el Congreso para ganar influencia y limitar los cambios desde «dentro». La segunda opción es un giro a la acción violenta extraparlamentaria y el reclutamiento de algunos militares o funcionarios de inteligencia con lealtades ambiguas. Podemos esperar unos pocos atentados, como los que tuvieron lugar el día de las elecciones , la voladura de un oleoducto y un cartucho de dinamita arrojado cerca de una base militar en Caracas. Ninguno de ellos tuvo mayores repercusiones. Una mejora de los comités de vigilancia comunitarios y de las operaciones contraterroristas controlarán a estos extremistas, a pesar del obvio apoyo que reciben de la CIA.

Política estadounidense: después de las elecciones

Claramente, la estrategia del «todo o nada» ha llevado a la desaparición, desintegración, rechazo y aislamiento de las palancas más significantes del poder que Washington poseía en la sociedad venezolana. Lo que queda son los medios privados de comunicación que todavía pueden montar una formidable campaña de propaganda antigubernamental a favor de EE.UU. Los Estados Unidos. pueden fortalecer y quizá radicalizar su mensaje, jugando la carta del «todo o nada» una vez más, con la esperanza de provocar medidas represivas, bajo la extraña premisa del «cuanto peor, mejor». Ya Thomas Shannon, el Subsecretario Estadounidense de Estado para Asuntos Hemisféricos Occidentales, respondió a la aplastante la victoria electoral de Chávez calificándola de «paso hacia el totalitarismo», un dictamen rechazado por cada país del Norte o del Sur de América, por las Naciones Unidas y por un ejército de observadores de la Unión Europea.

Los propagandistas estadounidenses, claramente, no han reconocido el hecho de que es el extremismo lo que los ha llevado al virtual aislamiento total, incluso entre la mayoría de la clientela fiel a EE.UU. en la región. Washington puede intentar presionar a Colombia y a su presidente Uribe para crear conflictos fronterizos, pero eso no va a funcionar. El comercio venezolano-colombiano está creciendo rápidamente y cantidades de 3 mil millones dólares son muy superiores a las del comercio de Colombia con EE.UU. Es más, Venezuela es el mercado más importante de Colombia para productos manufacturados (el 25% del total). Con unos importantes mil millones de dólares, los gaseoductos y oleoductos venezolanos que atraviesan Colombia, apenas hay rancheros, industriales o banqueros que apoyen una incursión colombiana en Venezuela respaldada por EEUU.

Washington tiene otras dos palancas: las ONG y los terroristas clandestinos, que pueden intentar sembrar el caos y la destrucción para provocar un golpe o, por lo menos, manifestaciones callejeras. Hay dos problemas que socavan la efectividad de ONG, como Súmate. La dependencia económica de EE.UU. y la falta de una posición independiente ha reducido su legitimidad entre la clase media baja, comerciantes, profesionales y sectores conservadores de empleados públicos. Es más, sus numerosas campañas fracasadas y la pérdida de poder institucional han desmoralizado a aquellos que acudían a las manifestaciones. Eso deja a Washington con sus colegas del todo o nada, los terroristas armados clandestinos que tienen algo de apoyo entre un sector reducido de la elite en forma de casas seguras, acceso a armas y dinero. Sin menospreciar totalmente su capacidad de colocar bombas, el terrorismo es como un bumerang que al fortalecer las demandas populares de mayores medidas de seguridad, favorece la «mano dura».

Eso deja una posible intervención directa de EE.UU. A pesar de que los extremistas de Washington son teóricamente capaces, en la práctica les faltan aliados regionales, sus recursos políticos están en su punto más débil y la debilidad en la política interior de la administración Bush y el público estadounidense cada vez más contrario a la guerra (e incluso algunos sectores de Congreso) evitan una nueva invasión e implican una guerra prolongada contra un gobierno apoyado por millones de sus ciudadanos, con y sin armas. Sin embargo, dadas las perspectivas combinadas del «todo o nada» y del extremismo en Washington, nada puede excluirse del todo.

Congreso debilitado, gobierno de Chávez debilitado

Con la desaparición de los partidos, el pluralismo, el debate y la competición política se expresarán en otra parte. Hay numerosos partidos políticos y tendencias que son «pro Chávez», incluso una docena de ellos que pueden ser clasificados como liberal-democráticos, social-liberales, nacionalistas y una variedad de grupos marxistas. Igualmente, en los sectores agrarios e industriales y dentro de los movimientos sociales y sindicatos hay divisiones y competición entre los reformadores, centristas y revolucionarios. Dentro del Congreso y en los ministerios estas tendencias defienden, debaten, proponen y modifican políticas. Y el propio Chávez tiene un lado pragmático «reformista» y un lado revolucionario en su discurso y en su praxis. En otras palabras, la democracia pluralista está viva y goza de buena salud. Las grandes cuestiones entre mercado y estado, propiedad privada y pública, hacendados y campesinos, fábricas autogestionadas y monopolios privados y capital extranjero y nacional se discutirán y se resolverán dentro del manto chavista de tendencias múltiples.

El ala moderada o conservadora del chavismo se preocupa por la legitimidad a pesar de las elecciones limpias y certificadas. Probablemente buscarán extender la mano a las personalidades menos extremas, a personajes notables de la iglesia y líderes de los negocios para que anime a una nueva y «razonable» oposición política a neutralizar el guión estadounidense amplificado por los medios locales sobre la deriva hacia el totalitarismo. Los pragmáticos tratarán de mantener la disciplina fiscal y limitarán el gasto social y promoverán la asociación público-privada.

Los grupos y partidos centristas tratarán de consolidar el poder político dentro de las instituciones y su electorado, promoviendo reformas graduales y aumentarán el gasto social y distribuirán contratos de la gran infraestructura a la burguesía progresista.

Los grupos de izquierda, organizados principalmente en los nuevos sindicatos con orientación de clase, en cooperativas basadas en barrios y comunidades, movimientos sociales campesinos y, sobre todo, en empresas autogestionadas por trabajadores y movimientos, están presionando para una profundización de la estatificación y una inversión mayor en empresas productivas locales, con vistas a reducir el 50% de la población activa que permanece desempleada o subempleada. Al mismo tiempo, atacan selección verticalista de los candidatos electorales. Es probable que surjan conflictos entre los activistas de masas en los barrios y sindicatos y ciertos oportunistas y funcionarios municipales y provinciales corruptos, sobre todo en la asignación de fondos y en el estilo de liderazgo.

Chávez está con la izquierda y los movimientos de masas pero no descarta a los pragmáticos que deciden la política macroeconómica ni a los centristas que están intentando institucionalizar el poder político. Todavía es Chávez quien sintetiza las diferentes posiciones, educa al público y proporciona un liderazgo carismático que unifica y mueve todo el movimiento. Es Chávez quien denuncia el imperialismo norteamericano y se reúne con los líderes iraníes y es Chávez quien firma acuerdos económicos con el neoliberal Uribe de Colombia y loa al Lula da Silva de Brasil, el muchacho del póster de Wall Strett, manchado de corrupción.

Chávez quiere un amplio debate en su visión del socialismo del siglo XXI, ventas subvencionadas de petróleo a países y pueblos pobres (incluso en los EE.UU.) y aprueba nuevos contratos de explotación del petróleo con las gigantes multinacionales.

El apoyo de Washington a la autoinmolación de la oposición venezolana en el congreso venezolano abre la puerta a mayores avances en la legislación que favorece trabajos, propiedad pública, reforma agraria, legislación laboral progresista y lazos hacia una mayor integración latinoamericana. La pérdida estadounidense de palancas de poder presenta la mayor oportunidad para reformistas y revolucionarios de aprovechar el momento histórico y no sólo demostrar su capacidad de derrotar al imperio, sino de construir una sociedad socialista incorruptible, democrática, única e igualitaria en la que la masa de la población esté involucrada en la legislación, no simplemente en votar a políticos que pueden o no defender sus mejores intereses.

Epílogo

El problema de la legitimidad de las elecciones no es una cuestión seria. Los observadores latinoamericanos de las comisiones electorales de numerosos países conservadores han declarado que las elecciones y sus resultados fueron democráticos, transparentes y un reflejo fiel de la voluntad de los electores. Los observadores de la Unión Europea certificaron que las elecciones fueron transparentes.

Con respecto a la participación del 25% del censo y la campaña de abstención promovida por la oposición respaldada por EE.UU: en primer lugar, muchos de los que no votaron eran partidarios del presidente Chávez y no lo hicieron por varias razones:

a. No vieron ninguna razón para votar, puesto que se suponía la victoria; unas elecciones competitivas habrían movido a votar a muchos de ellos.

b. Chávez no concurría. La base de la masa popular es más pro Chávez que partidaria de los partidos chavistas, incluso de su propio Movimiento por la Quinta República.

c. Muchas redes partidarias de Chávez se abstuvieron porque no les gustó la manera en la que sus candidatos fueron elegidos (de manera vertical) o no les gustaban sus políticas o su estilo político (corrupción, nepotismo, falta de iniciativa para emprender reformas).

d. Muchos de los beneficiarios de las reformas de bienestar público son pasivos porque están acostumbrados a recibir ayuda desde arriba, en lugar de luchar por beneficios desde abajo. El bienestar distribuido de una manera paternalista no anima a la actividad política.

En segundo lugar, muchos de los votantes de la oposición no se molestaron en votar debido a la apatía y a la desmoralización tras los recientes fracasos electorales (referéndum, elecciones municipales) y las costosas campañas autodestructivas que los llevaron a pérdidas de trabajo y de sueldos (cierre patronal y golpe). Este grupo de los que se abstuvieron de votar incluye a muchos que, aunque no simpatizan con los partidos de Chávez, se benefician de los programas económicos y rechazan la retórica extremista y la violencia perpetrada por sectores de la oposición. Muchos, si no la mayoría de los que no votaron no eran partidarios de la campaña de abstención de la oposición. No cabe duda de que la participación electoral por lo menos se duplicará en las elecciones presidenciales cuando Chávez se presente a la reelección, aunque la oposición se abstenga o presente un candidato o candidatos.