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Elecciones y otra Política

Fuentes: Aporrea

Comenzó la batalla electoral. Reventaron las candidaturas por todo el país (izquierda-derecha, escuálidos-chavistas, no es lo mismo por cierto) absorbiendo el tiempo político de innumerables colectivos de base y masas de apoyo. Dada la formación del PSUV a lo interno de este y del espacio político bolivariano se probarán innumerables correlaciones de fuerza que a […]

Comenzó la batalla electoral. Reventaron las candidaturas por todo el país (izquierda-derecha, escuálidos-chavistas, no es lo mismo por cierto) absorbiendo el tiempo político de innumerables colectivos de base y masas de apoyo. Dada la formación del PSUV a lo interno de este y del espacio político bolivariano se probarán innumerables correlaciones de fuerza que a su vez hacen parte de sus tendencias internas. Sobretodo de las relaciones entre las bases críticas capaces al menos de tomar una distancia moderada frente al status burocrático que ha manejado el gobierno central y los gobiernos regionales como de los espacios de militancia partidista que siguen siendo administrados por los intereses ya enquistados dentro del juego de poder. Van a quedar mendigando los partidos menores (básicamente PPT, MEP y PCV) pero algo sacarán me imagino. Naturalmente esto es parte de un proceso al interno del orden constituido que en este caso se siente obligado a sincerar sus tensiones y utilizar una cierta dinámica democrática para solventar la profunda crisis de credibilidad en que han caído gracias al caudillismo, el hiperoportunismo y la degradación moral y política de una cantidad innumerable de sus representantes dentro de los mandos medios del estado y representaciones políticas. Es la crisis del chavismo y su intento de superarse de sí mismo.

Sin duda esta circunstancia nos va a atravesar a todos por la propia «anomalía bolivariana». Es decir, siendo el gobierno de Chávez un gobierno «no querido» por los órdenes mundiales de poder es importante saber si esta anomalía dentro del sistema mundo del capital es capaz o no de guardar la base electoral mínima como para conservarse en su lugar de poder. Esto garantiza que exista en las elecciones un eje diferencial, al menos formalmente, entre los candidat@s mucho mas profundo que en la mayoría de los países del mundo, donde «se vota» en sitios donde los que tienen posibilidades de triunfo no son mas que el matiz de una misma regla de dominio imperial y global, independientemente de sus coberturas ideológicas. En las democracias burguesas eso que llaman «pluralismo» no solo se olvidó sino que lo sustituyeron por un circo mercantil. Al contrario, al menos hasta ahora, decir «aquí ganaron los chavistas o ganaron los escuálidos», es una manera también de hacernos una imagen, no sé hasta qué punto muy verdadera, en el rigor seguramente que no, pero una imagen al fin de si ganó el pueblo o ganó el imperio, si serán en principio los representantes de la burguesía o de los trabajadores los que tienen el dominio del coroto. Lo digo desde el punto de vista de las representaciones simbólicas y el ánimo colectivo y no de la verdad objetiva. Decimos entre nosotros que si ganó lo que llamamos «chavismo» entonces la revolución aún tiene chance si no se desploma, y por ello hemos votado unos cuantos millones por los «chavistas». Una suerte de bondad ciega que se ejerce independientemente de que luego, en lo real real y en el sitio donde ejerce su poder el representante que elegimos, muchos -demasiados- sean igualitos de vagabundos y «antipueblo» que sus predecesores derechistas. Esta «prueba del voto» no es más que la herencia .que compartimos con centenares de naciones de más de dos siglos de luchas por la constitución de «repúblicas independientes y democráticas» y que terminó concretándose en la lucha por el voto universal y secreto. Cosa que ya hace parte de la cultura política dominante, y que en la V República naciente cobra mayor intensidad por esta anomalía bolivariana y el voto ciego por ella.

Sabemos de todas formas que la situación no está fácil, los errores denunciados por años por los «anárquicos manejados por la CIA» parece que no son tan traidores y vendidos; tanto que la probable pérdida de municipalidades y gobernaciones ya es un dato confirmado, independientemente de los remolinos internos y las estupideces naturales que cometa la derecha electoral. Igual, también es sabido que las «candidaturas disidentes» al verse marginadas por la dedocracia y los aparatos burocráticos que ya se desplegaron por todos lados estarán tentadas a abrir su propio camino y probar suerte propia, caso emblemático de Luis Tascón. Ya se sabrá hasta que punto o cuantos son los puntos que revientan con estas crisis internas por venir. De todas maneras le deseamos suerte a los mejores, que lleguen hasta el triunfo hombres como Gonzalo Gómez en Caracas o Julio Chávez en Lara, y a tod@s los luchadores sociales que serán candidatos o precandidatos en estos días. Y en general, porqué no, que ganen tod@s los chavistas al menos para que siga el pleito revolucionario y los del poder algo tengan que ceder y no puedan atacar como les de la gana; robarán, muchos seguirán siendo lo vagabundos que son, muy bien, inevitablemente será así, pero que al menos por lo que representa su anomalía y su fidelidad obligada al discurso «antiimperialista y anticapitalista» del comandante les permitió estar donde están, no puedan bloquear del todo el avance colectivo. Es una manera de darle algo de luz a nuestra ceguera. Y cuidado, no nos estamos refiriendo a la lógica del menos malo, eso de negociar o de votar por quien no es tan derechista como el otro. Esa es la mejor manera de legitimar el orden de opresión y abrirle el paso a la contrarevolución. Es simplemente darle un último chance al voto para que éste le de continuidad al desarrollo de un ánimo revolucionario hoy en crisis. Un ánimo que en su origen no saboreó victoria masivamente por la insurrección sino por el voto (1998), y que todavía no se despliega en plena autonomía creyendo en «representaciones» y no en la destrucción de ellas.

Pero más allá de las crisis, de las disidencias, de las anomalías políticas, de la cultura política de mayorías en que está envuelta Venezuela, consideramos que también ha llegado el momento de preguntarnos dónde está el verdadero espacio y tiempo de la militancia revolucionaria, más allá de las limitantes que impone la situación y la cultura política mayoritaria. Aquí sí contestamos como mucha mas vehemencia afirmando que a estas alturas las elecciones, el orden electoral de las «mayorías» votantes, la mirada del pueblo como actor pasivo dentro del mercado de compra y venta electoral entre políticos de profesión, el tacticismo electoral, el creer que el juego al interno del estado es en sí un momento legítimo de una estrategia revolucionaria, son todo menos un acto real de construcción emancipativa y revolucionaria. Después de casi diez años parece que la revolución ya se ha convertido en un problema a concretar y no en un discurso que promete una resolución feliz que nos espera, cual destino seguro, al final de la «transición». En otras palabras, de la «votación» ya tenemos que pasar a la «rebelión». O al menos a empezar a situarla, facilitar los caminos y acompañar al verdadero insurrecto. Si el voto, desde el punto de vista de la subjetividad colectiva, es aún una prueba de posibilidad revolucionaria a nivel de base, de la misma manera y por la misma degradación del cortejo político que lo utilizó para empoderarse, este ya no constituye certeza alguna de que el camino libertario habrá de concretarse. Por el contrario, estamos muy cerca del momento en que el acto mismo de votar, así sea por el Che Guevara revivido, sea una manera precisa de matar la revolución. Es por tanto imposible que aún hoy el ejercicio militante se pruebe él mismo en la lucha a nivel de las representaciones políticas o simbólicas, guardar los ánimos y las promesas, mejorar las correlaciones tendenciales dentro del coto cerrado de la lógica de partido, someternos a lo que nos dicta la «mayoría» pasiva y obligadamente conservadora. Ya llegamos al límite temporal en donde la revolución o la hacemos o ella muere con o sin chavistas, con o sin Chávez, en los cargos de gobierno, ganando o no elecciones.

En el panorama, se impone por tanto el desarrollo de «otra política» que no aguarda por elecciones, ni la continuidad de liderazgos, ni cargos dentro del viejo estado, tan solo se prepara para ejercer el derecho inalienable de los pueblos de rebelarse contra cualquier estado de injusticia. Es el pueblo que hace y construye su propia justicia y realiza en acto el propósito universal de la libertad y la igualdad. Por supuesto, decirlo en palabras parece muy fácil, el camino práctico y militante para ello es lo difícil. Y en efecto, si esto no tiene un suelo real, una subjetividad social que se politice y se de cuenta de este derecho suyo, el solo afirmarlo no tiene sentido. «Otra política» es entonces el mínimo estratégico para labrar este cometido. Forjarlo allí donde las luchas concretas ya se dieron cuenta que el voto, que la «democracia», ciertamente abrió el camino posible, o mas bien sentó las bases de una posibilidad, y esto se dio básicamente alrededor de las elecciones que se dieron entre el año 1998 (victoria electoral de Chávez) y el referéndum presidencial del 2004. Pero que de allí en adelante el voto y toda elección según los moldes de la paupérrima democracia burguesa entró en crisis; hoy llegamos a los límites de ella.

Insistimos pues en que es hora de ver el terreno en lo concreto y no en lo «abstracto democrático». Es decir, en el plano del dominio de las llamadas superestructuras político-ideológicas. La revolución cuando se ejecuta se muestra de lo más sencillo: se trata de quitarle a los opresores de cualquier signo lo que nos ha quitado, lo que han hecho suyo lo que en realidad es el fruto de la inteligencia y el esfuerzo colectivo. Por ello, la revolución a la final nada tiene que ver con las peleas de «representaciones» y cargos: la revolución es solo si es rebelión; rebelión contra ese orden de cosas, construcción de «otro mundo» radicalmente distinto. Y lo concreto hoy pasa como hemos insistido en la liberación de territorialidades (rurales-urbanas, productivas- comunales, virtuales-cognitivas) allí donde esa subjetividad se decide, gracias a su propio acumulado de fuerzas como de su convicción y voluntad, a tomar lo suyo, a hacer lo que su deseo, idea y esperanza le dicte.

Es una pelea dura evidentemente; toda rebelión pasa por la confrontación, y quien no la quiera, quien no la acepte, por favor que no vista de rojo. ¿Crear conciencia?. Claro, pero ¿quién y donde se crea?, ¿la revolución es acaso un diploma universitario?. No compañer@s. Ese es el juego perverso del academicismo pequeño burgués que le pide al rebelde la conciencia y razón final de su rebeldía, es una trampa típica de las burocracias aterradas por el desborde popular y la pérdida de su status del «yo sé lo que es la revolución, tu no» (curioso no, el que la hace no sabe y el que no la hace o bien lejitos se queda, sí sabe). Una conciencia transformadora, si vale aún el término, solo se genera en el acto rebelde que la produce. Ese acto no lo genera el «yo» de la conciencia lo crea el pensar-hacer colectivo. Y es solo ese acto el que está en capacidad de generar el acontecimiento político que necesita la revolución para sobrevivir y expandirse. Y ese momento ya es necesidad. ¿Problemas geopolíticos, la presión y el ataque del mundo globalizado, del imperio?. También claro, pero si no se rompe el orden en algún lado muy real y concreto, ¿dónde puede hacerlo?, ¿tendremos que esperar que la totalidad del mundo cambie?, ¿y quién es el mundo sino todos los pueblos?, ¿y quién es la revolución sino el pueblo singular que se atreve por su propio costado a ayudar a reventar esa totalidad dominante?. La revolución es un abismo por el que tenemos que pasar a todo riesgo, no es un «cheque en mano» que lo cobraré seguro si juego bien a los movimientos tácticos de la «política» y la «geopolítica». En realidad, yendo a la chiquita, la geopolítica la inventaron los imperios para aterrarnos aún más. Materia preferida de cierta intelectualidad izquierdista ávida en palabras y de excelentes salarios pero totalmente ajena a cualquier compromiso y quehacer real, que le encanta reconocer y denunciar a las víctimas del imperio capitalista, pero que jamás se involucra cuando ellas se alzan. No es entonces la «integración latinoamericana» lo que facilitará la revolución, es la rebelión en su tiempo y lugar de los pueblos de nuestramérica, en su propio encadenamiento y articulación, lo que nos brindará la esperanza de liberación por la cual luchamos. Y por último, se dice: ¿esto no se hace con una dirección revolucionaria y con un gobierno que ponga las armas del estado a nuestro favor?. Si y no. Sí se necesita dirección, organización, claro, pero esta no es un acto ajeno, aislado y pensado fuera de la lucha misma. Es la lucha y la rebelión contra el orden de cosas lo que va creando sus propios cuerpos de dirección y organización y no al contrario, tal y como terminaron pensándolo la mayoría de las «direcciones revolucionarias» mas importantes del siglo veinte. Eso es ya un aprendizaje histórico por donde demasiados pueblos han pasado, y es también el proceso de aprendizaje, de reconstrucción y recomposición de fuerzas por donde estamos pasando en esta etapa histórica. Se necesita entonces una política rebelde, emancipatoria, que se ejerza y se practique, que se ponga a prueba, para saber cual es la dirección y cual es la organización conjunta de los pueblos que nos abre victoria, no al contrario. Organización y dirección que son ellas mismas todo un proceso complejo de encuentros y compenetraciones colectivas. Es por ello también que la lógica de partidos ya no nos sirve, secuestran la propia autoorganización y dirección colectiva. Y es sobre esta misma línea podemos pensar al problema eterno del gobierno y el poder. Jamás estado alguno, venido de los altares de la vieja sociedad, por mas constituyentes y cambios en su orden interno que se hagan, por mas que emita discursos y políticas liberadoras de cualquier orden, será quien nos va a marcar el paso de rebelde y el orden de liberación. Todo gobierno de estado a la final o desde el principio, se las jugarán todas en función de la conservación del orden de cosas que gobierna. El poder lo da en primer lugar la fuerza de una política de base, desde el suelo mismo, y lo que ella logre gobernar a través de las instancias que se constituyan desde esa lucha popular, en la rebelión pura y dura. El resto, eso de utilizar el estado como instrumento de acumulación, no digamos que es un puro mito, pero no está lejos de ello. Aquí hasta se ha querido utilizarlo como instancia de dirección y ahora de organización del pueblo en rebelión, siguiendo viejas escuelas del socialismo, eso sí es puro mito, un asesinato a la revolución misma. Que hable la historia. Se podrá utilizar en un momento preciso, como esta secuencia en donde el voto victorioso nos ha servido para agrupar y avanzar, frenar por un momento a la derecha, las oligarquías, los imperios. Pero si esto, no en largas y esperadas transiciones, sino en lo mas inmediato, dentro de las historias y situaciones de cada quien, no se supera con una estrategia que rompa estructuralmente con los ordenes de dominio, en pequeñas, o grandes rebeliones si se puede, será ese mismo gobierno puesto por nosotros quien acabe con la ilusión revolucionaria y destroce a los revolucionarios. Eso ya es parte de lo que estamos viviendo y demasiados lo saben y comentan. No es tampoco teoría, aunque muchos lo teorizaron desde hace mucho tiempo, es experiencia vivida. Ya se regó de nuevo la consigna histórica: «no queremos ser gobernados, queremos gobernar»; ella a nuestro parecer lo sintetiza todo y nos aclara el síntoma de los tiempos. Idear, practicar y construir esa «otra política», o la política de esta consigna, es lo que viene a continuación.

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