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Historia y vestimenta

Elogiio de la guayabera

Fuentes: Rebelión

Termina el verano y con él el apogeo de una prenda de vestir que con cada temporada se hace más popular: la fresca guayabera criolla. En toda el área del Caribe, desde las playas de Barbados hasta las arenas del Cancún mexicano, desde la Cartagena colombiana hasta San Juan de Puerto Rico, de la acogedora […]

Termina el verano y con él el apogeo de una prenda de vestir que con cada temporada se hace más popular: la fresca guayabera criolla. En toda el área del Caribe, desde las playas de Barbados hasta las arenas del Cancún mexicano, desde la Cartagena colombiana hasta San Juan de Puerto Rico, de la acogedora Veracruz hasta la calurosa Santiago de Cuba, la guayabera es una prenda de vestir que contribuye a dignificar la informalidad y a simplificar las galas.

El vestuario tiene un lenguaje. Existe un excelente estudio de la norteamericana Alison Lurie sobre el tema. Al vestirse cada ser humano sigue tres principios: el de la seducción: intenta fascinar al prójimo; el utilitarista: protegerse según las circunstancias; el de la ubicación de jerarquías: se advierte a los demás de nuestro lugar en la escala social.

Por ello los mandarines chinos usaban larguísimas uñas, querían subrayar que no trabajaban con las manos, eran hombres de pensamiento, de dirección. El mismo objetivo servían las gorgueras y los puños de encaje blanco que llevaba la aristocracia en el siglo dieciséis. Durante la revolución inglesa, encabezada por Cromwell, los parlamentarios se distinguían por la brevedad de su corte de pelo opuesto a las largas melenas ondeadas de los monárquicos.

Muchos políticos han usado su vestimenta para simbolizar una situación histórica. Churchill llegó a retratarse con una siniestra ametralladora y un bombín que lo semejaba a un gangster de Chicago, al iniciarse la Segunda Guerra Mundial. El pueblo británico recibió el mensaje: arribaban tiempos de violencia física. La austera casaca de Mao Tse-tung sirvió de uniforme, durante un decenio, a los extremistas de todo el mundo. La desnuda guerrera de Stalin fue una divisa de los sacrificios del pueblo ruso durante su Guerra Patria. Las tiaras refulgentes de Evita Perón eran el distintivo e la reivindicación de los descamisados.

El sombrerazo de Zapata fue la encarnación de las aspiraciones revolucionarias de los agraristas. Los bonetes de Jacqueline Kennedy fueron la alegoría de una nueva generación elegante y dinámica que llegaba al poder. El uniforme guerrillero de Fidel Castro ha sido uno de los emblemas de una revolución hostigada, que ha vivido en medio de incertidumbres, zarandeada por invasiones, complots y un asfixiante bloqueo. Ese uniforme ha sido el distintivo de la defensa beligerante ante el acoso. La palabra guayabera es una corruptela de «yayabero», o sea, el nacido en las márgenes del río Yayabo, que cruza una de las ciudades más antiguas de Cuba, Sancti Spiritus, fundada por Diego Velázquez en el siglo dieciséis. De la guayabera se tiene testimonio gráfico por primera vez en 1906, en un daguerrotipo tomado al Sr. J. M. Ceballos, propietario de un ingenio de Ciego de Ávila.

Existe la hipótesis de que el atuendo sea una derivación de la filipina y haya entrado en Cuba como consecuencia de la trata de chinos, que se intensificó a finales del siglo diecinueve. Otra tesis la muestra como derivada de la guerrera española. Los mambises que combatieron en el Ejército Libertador cubano jamás usaron guayabera, vestían una ligera chamarreta o una simple camisa, cuando no andaban cubiertos de jirones, o desnudos, que era lo más frecuente.

La guayabera comenzó a popularizarse en Cuba durante la presidencia del general José Miguel Gómez (1908-12), quien era nativo de Sancti Spiritus. Apareció legitimada como locución en el «Vocabulario cubano» de Constantino Suárez publicado en 1921. Alcanzó su máxima utilización durante el gobierno de Ramón Grau San Martín (1944-48), quien era tan adicto al ajuar que llegó a convertirse en un verdadero traje de la corte. Hubo reacciones en contra por la excesiva informalidad de las ceremonias oficiales. Una prestigiosa sociedad femenina, el «Lyceum», llegó a organizar en 1948 un simposio sobre el uso y abuso de la guayabera.

La guayabera se ha extendido ya no sólo por todo el Caribe sino que puede verse en los centros de veraneo desde Cannes hasta Marbella, de Viareggio a Mónaco. Se ha convertido en un símbolo de la despreocupación vestimentaria, de la sencillez campestre, del espíritu festivo y el relajamiento reposado. En Cuba, sin embargo las nuevas generaciones la rechazan porque la ven como un símbolo del burócrata en funciones oficiales. Prefieren usar pañuelos de cabeza, aretes y tatuajes, como nuevos piratas, desdeñando que sus nuevos símbolos estén relacionados con la marginalidad delictiva. Sin embargo, tras el triunfo de la revolución cubana sufrió un temporal eclipse por ser vista como una supervivencia de la cultura burguesa.

De una u otra forma la guayabera ha rebasado muchas etapas, contextos políticos y económicos, clases sociales y etapas históricas y continúa su vigencia. Con casi siglo y medio de existencia es una prenda que ha llegado para quedarse.

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