La democracia es, sobre todo, una cuestión de formas. Superado el espejismo que nos hacía creer que la democracia era el medio para construir libre y colectivamente el futuro, aprendida la lección de que el verdadero parlamento está en los pasillos distendidos del Club de Bilderberg, que durante este largo fin de semana se reúne […]
La democracia es, sobre todo, una cuestión de formas. Superado el espejismo que nos hacía creer que la democracia era el medio para construir libre y colectivamente el futuro, aprendida la lección de que el verdadero parlamento está en los pasillos distendidos del Club de Bilderberg, que durante este largo fin de semana se reúne en Watford, con el ministro de Economía Luis de Guindos y Juan Luis Cebrían como palmeros del tablao flamenco de los poderosos; asumido todo esto, en fin, lo único que podemos esperar como súbditos sumisos de los reyes del Monopoly es que, al menos, se guarden las formas .
Es así como el muy pío y católico Juan Cotino nos dio este miércoles una magnífica lección democrática cuando ordenó desalojar «con delicadeza» a Elvira Murcia del pleno de Les Corts. Y ello a pesar de que Elvira tiene la desagradable costumbre de la impertinencia, un mal que para el buen presidente del parlamento valenciano es mucho más preocupante que la osteogénesis imperfecta que la mujer sufre de nacimiento. Porque Elvira tiene los huesos de cristal, pero la arrogancia de hierro cuando de lo que se trata es de reclamar una vida digna para las personas dependientes, como ya demostró hace un año al encadenarse con su silla de ruedas a las puertas de la Generalitat. Justo lo contrario de lo que esperan los poderes públicos de nosotros: huesos de hierro y arrogancia de cristal para soportar con resignación los eternos ajustes que el consejo de sabios de turno nos tiene reservados.
Pero Elvira en lugar de agradecer a Cotino que le enviara antidisturbios con almohadones de plumas, tuvo la desfachatez de perseverar en su insolencia. «Y Blasco ahí sentado», se atrevió a decir mientras, siguiendo las instrucciones del bondadoso Cotino, era expulsada con delicadeza. Todo porque Rafael Blasco se aferra a su escaño de parlamentario autonómico con el beneplácito del molt honorable president Alberto Fabra, a pesar de que la Generalitat solicita para él 11 años de cárcel por desviar fraudulentamente más de un millón de euros de los fondos autonómicos de cooperación. Claro que lo que Elvira ignora es que el diputado del PP, a diferencia de ella, tiene la cara de hierro y la honestidad de cristal, lo suficientemente frágil como para no importarle que se rompa dejándole en la desvergüenza. Sobre todo cuando se sabe que Fabra y la cúpula del PP le tratarán siempre con la «delicadeza» de la presunción de inocencia, al menos por ahora que el President todavía no ha asimilado las enseñanzas de su entrenador de liderazgo y se mantiene en su condición de dirigente de cristal con la moral hecha añicos.
Pero siempre, eso sí, respetando las formas, haciendo alarde de esas exquisitas maneras democráticas consistentes en aplicarnos la presión en su dosis precisa para evitar que nuestros huesos de cristal se rompan antes de tiempo, con la misma maestría con que el buen torturador sabe aplicar los electrodos con el voltaje justo para que la descarga no destroce antes de tiempo al interrogado. Hoy un recorte de pensiones, mañana una bajada de salarios, pasado una eliminación de becas, al otro un control sobre los úteros, al siguiente un nuevo contrato de mierda. Pero siempre, siempre, con delicadeza. Demostrando ese elegante respeto a las formas, aunque desagradecidos como Elvira, en su vulgaridad, sean incapaces de apreciarlo.
Fuente: http://www.eleconomico.es/blogs/item/110380-elvira-cotino-y-la-delicadeza-democratica