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Millones de personas repudian la Copa de la FIFA

Empieza el mundial

Fuentes: Rebelión

En el año 2007 el entonces presidente Inácio Lula da Silva, el ex jugador de fútbol Romario de Souza y el presidente de la FIFA,Joseph Blatter, anunciaron que el mundial de futbol de 2014 sería en Brasil. El país vibró de alegría y la popularidad de Lula aumentó aún más. Sin embargo hoy, a pocos […]

En el año 2007 el entonces presidente Inácio Lula da Silva, el ex jugador de fútbol Romario de Souza y el presidente de la FIFA,Joseph Blatter, anunciaron que el mundial de futbol de 2014 sería en Brasil. El país vibró de alegría y la popularidad de Lula aumentó aún más. Sin embargo hoy, a pocos días del mundial, el país se llena de manifestaciones en repudio a la «copa de la FIFA». ¿Qué pasó?

Además del gran espectáculo prometido para este año, Lula dijo en 2007 que la inversión en los estadios sería privada y que las obras del mundial (en transporte e infraestructura) mejorarían los servicios para el pueblo. Es decir, todo sería bueno para millones de brasileños. Pero las mentiras de la FIFA y del gobierno del PT fueron quedando al descubierto. En junio del año pasado un aumento del transporte público desencadenó grandes movilizaciones juveniles y populares contra ese aumento. Exigiendo además presupuesto para salud, educación y obras públicas para el pueblo. Y cuestionando los enormes gastos estatales para las obras del mundial. El gobierno del PT, con Dilma Rousseff, comenzó a desprestigiarse aceleradamente.

Lejos de la grandeza que pregonan, Brasil es un país saqueado por las transnacionales y los bancos. Los pagos de la deuda estatal treparon a 90.000 millones de dólares. Hoy la gran mayoría cuestiona la «copa de la FIFA». Porque vieron que las gigantescas obras insumieron enormes gastos. Más de 12.000 millones de dólares de los que se hará cargo el estado brasileño. Con una gran corrupción. Mientras los trabajadores y mayorías populares están sufriendo al mismo tiempo un duro ajuste, una gran inflación, cortes de gastos en salud y educación. Y las grandes «mejoras» que traería el mundial no se ven por ningún lado.

Fueron construidos o remodelados doce estadios. El costo de construir el estadio de Brasilia se ha triplicado a casi 900 millones de dólares en fondos públicos, debido, en gran medida, a facturación fraudulenta, afirman auditores del gobierno. Ese aumento de costos lo convierte en el segundo estadio de fútbol más caro del mundo, a pesar que la ciudad no tiene siquiera un equipo profesional de envergadura. Manaos, Brasilia y Cuiaba, tres ciudades sedes, no tienen equipos en primera división. Cuando juegan los equipos de estas ciudades llegan a juntar como mucho 1.300 hinchas. Y los estadios tienen capacidad para 44.000 personas. Parece que el de Cuiabá se va a convertir en una cárcel.

Gastos del estado, ganancias privadas

The Associated Press analiza la información en poder del principal tribunal electoral de Brasil que muestra un aumento estratosférico de las contribuciones de campaña por parte de compañías que se adjudicaron los contratos de construcción para la Copa del Mundo. Por ejemplo, una de las principales firmas constructoras de estadios, Andrade Gutiérrez, contribuyó con 37 millones de dólares en las elecciones más recientes al PT, partido oficialista y candidatos locales. El costo general de los 12 estadios, cuatro de los cuales se convertirán en elefantes blancos después del torneo -porque las ciudades no los pueden mantener-, se ha disparado a 4.200 millones de dólares en términos nominales, casi cuatro veces el estimado en un documento de la FIFA de 2007.

La FIFA puso condiciones favoreciendo a sus patrocinadores. Por ejemplo, Mc Donalds y Coca-Cola, no pagarían impuestos por 12 meses. La FIFA planea ganar 3.500 millones de dólares. Romario, ahora diputado por el Partido Socialista Brasileño y ex aliado de Lula, se convirtió en una de las voces más críticas cuando comenzó a conocerse el enorme gasto estatal. Además de denunciar la corrupción política, Romario calificó de «ladrón, mafioso e hijo de p…» a Blatter (FIFA) y denunció que no habrá obras importantes que queden para el pueblo.

Joana Havelange, directora del Comité Olímpico organizador, nieta de Joao Havelange -ex presidente de la FIFA-, imitando al «teórico» burócrata sindical argentino, Luis Barrionuevo, dijo: «Lo que había que robar, ya está robado», para explicar por qué era inútil hacer manifestaciones de protesta. Para colmo, a pocos días de la inauguración, sólo se terminaron 3 de los 12 estadios. Otra muestra de improvisación y corrupción.

Según una revista brasileña (que también muestra la destrucción del histórico Maracaná), se calcula que en la construcción de los doce estadios mundialistas se gastó el equivalente a lo necesario para edificar 150 hospitales públicos u 89 mil viviendas populares, o cubrir 1 millón de vacantes en universidades públicas, o el valor de 3 millones de vacantes en guarderías de tiempo completo o 18 millones de netbooks para estudiantes de escuelas públicas. ¿Cómo no va a estar indignado el pueblo brasilero, si están usando su «pasión» de multitudes, como es el fútbol, en desmedro de que se puedan combatir sus urgentes necesidades?

Los trabajadores y pobres de Brasil no podrán presenciar los partidos. El salario mínimo es de 306 dólares, mientras las entradas «baratas» (3º categoría) estarán entre 90 dólares (grupos), 220 dólares (inauguración), 440 dólares (final) y el paquete para ver cinco partidos del mismo equipo (hasta cuartos de final) sale 600 dólares.

Por eso, en pleno mundial, en simultáneo con los partidos de la Copa, en las calles de Brasil se jugará otro partido con huelgas y manifestaciones de obreros metalúrgicos, choferes de colectivos, maestras, universitarios, municipales, sin techo. Para derrotar el plan de ajuste y exigir salarios, salud, y educación. 

 

Miguel Lama es miembro de Izquierda Socialista (Sección argentina de la UIT-CI)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.