Bajo su directora actual, los economistas del Fondo Monetario Internacional, en franca rebelión con el consenso neoliberal y la tradición de la institución, están publicando una serie de informes y blogs, donde ponen de manifiesto la deriva neo-propietarista y desigualitaria del actual capitalismo global [i].
Algo sabido, pero aún por certificar por el Mainstreem. La cuestión ya no es quien tiene razón y donde está la ideología, o quienes intentan ejercer una disciplina respetuosa con los hechos y la experiencia histórica; sino cuales son las consecuencias políticas que se deben extraer de lo observado. Qué proyecciones de futuro debemos hacer con los datos en la mano, y donde se encuentran las falsas ilusiones y expectativas. Creo que la reflexión empieza por lo que Cristian Alonso et al, grupo de cinco economistas del FMI denominan el “impacto divergente” de la Inteligencia Artificial sobre la riqueza de las naciones y la destrucción masiva de empleo, en el marco de una cuarta revolución industrial[ii].
Las estimaciones realizadas en un Working paper del FMI, por este grupo de economistas, confirman las previsiones de Rifkin, Jessop y muchos otros autores, a finales del siglo pasado, de que la robótica, base tecnológica del posfordismo, destruiría muchos más trabajos de los que iba a crear, generando además una brecha cultural y generacional; cuyo resultado podría ser “el fin del trabajo”, tal y como lo conocemos. Los economistas del FMI centran su investigación en el impacto de la IA sobre el conjunto de tecnologías que engloba la robótica, y en el ensanche de la brecha que IA crea entre los países avanzados y los que aún se consideran en desarrollo, que acelera el efecto ya citado de pérdida generalizada de los empleos tradicionales, incluso en países en desarrollo. Para los historiadores, estos hechos suponen el final de la sociedad del pleno empleo, la concentración industrial y el consumo de masas y de la cultura sindical obrera.
La empresa fordista, núcleo cultural del capitalismo avanzado.
Las organizaciones empresariales, en la etapa de expansión global del capitalismo industrial, tenían su modelo en la fábrica estadounidense de Ford. El paradigma era una suma de Taylorismo y mecanización, con la separación entre un grupo de personas expertas en la concepción y organización de tareas (staff), y otro que las ejecutaba; la teoría utilizada para precisar las tareas y coordinarlas era el mecanicismo, la automatización progresiva de la coordinación (cintas y trenes de trasmisión de piezas), y el conductismo, salarios variables para implicar al obrero en las ganancias de productividad de las tareas, y contrato salarial a largo plazo para salvaguardar el “know-how” y crear dependencia (Lipietz, 1995). Por último, la invención del producto precedía a la necesidad, o sociedad de consumo. Un modelo canónico de relación salarial, basado en el valor de cambio, aunque estable, combinado con el marketing director del mercado. Sin embargo, la empresa Schumpeteriana, o creadora de conocimiento, es el sitio donde se realiza el viejo concepto del valor de uso (la utilidad) del trabajo cooperativo.
La gran empresa fordista crecía, empujada por el mercado, y procuraba mantener en su seno, fuera de la incertidumbre mercantil, todas las actividades que su marketing prescribía para llegar al cliente solvente. A medida que aumentaba el número de actividades que abarcaba, más difícil le resultaba asignar correctamente los recursos a los procesos que aportaban mayor valor añadido. Se vio obligada a diseñar complejos sistemas de organización, aunque solo fuera para saber hasta qué punto le interesaba crecer, o correr los riesgos de no controlar la actividad (Coase, 1937). La mejora de los sistemas de información, y el diseño de contratos idiosincrásicos con proveedores externos, le han permitido tener hoy el mismo control, pero en forma de red, ahorrándose los gastos de supervisión y una cara estructura de tercer nivel. Las corporaciones globales integran y combinan las transacciones con y entre empresas, con la red que sus sistemas de información tejen y hacen posible, e incluyen además las “start-ups” innovadoras.
Por lo tanto, incluso en red, la empresa postindustrial es una organización jerárquica, porque es capitalista. La graduación de objetivos que persigue está presidida por la consecución del valor añadido para los accionistas (Kaplan, 1998); premisa que condiciona el conjunto de la estructura organizativa y los directivos, a los cuales se exige una sólida formación en finanzas. Sin embargo, la especialización y complejidad de los conocimientos suponen una pérdida de control para los directivos generalistas; incluso tras los procesos de externalización y subcontratación de la provisión de componentes intermedios y actividades especializadas, muchas áreas de las empresas adquieren una gran autonomía por la dependencia de los expertos, obligando a la dirección a manejar sofisticados sistemas de indicadores de cumplimiento (feed-back), para coordinar las actividades y someterlas a la jerarquía de objetivos. Pero le eficiencia exige que los indicadores sean fáciles de integrar en sistemas de software ad-hoc, para ser monitorizados en tiempo real[iii], y que sean idiosincrásicos, congruentes con las instrucciones que los directivos medios manejan habitualmente. Porque éstas reflejan las rutinas de la empresa, memoria de las soluciones a los problemas y conflictos que han resuelto los miembros, creando una cultura de veteranía (Nelson y Winter, 1982). Pero la rutina tiene un efecto path-dependence y puede interferir en la innovación, si no se respetan ciertos códigos (Nelson y Winter, 1982), de ahí la utilización de la reingeniería para despejar los caminos hacia la innovación, y de ahí también los costes de implantarla[iv]. Lo cual no impide que, de manera continua, por el propio proceso de mejora de las actividades de producción y la reingeniería, las empresas avancen hacia la externalización, la automatización y la robótica[v], impulsadas por la lógica mercantil.
Los cambios desde el gorila amaestrado (Taylor) a los RR.HH. (Maslow)
Para comprender la crisis actual como una crisis de contexto, hay que remontarse a la filosofía de los recursos humanos de Maslow, opuesta a la deshumanización del trabajador implícita en el mecanicismo de Taylor, que se inició en los años treinta, cuando nuevas industrias, principalmente la electrónica y la química avanzada, requerían de la organización de equipos multidisciplinares, donde la simplificación de tareas no aportaba eficiencia, e impedía la interacción entre el trabajador semiautónomo, los equipos de montaje y los sistemas complejos de máquinas e instalaciones. Las nuevas industrias exigían del trabajador formación (capital humano) y autonomía para tomar decisiones, dentro de unas normas precisas de seguridad y funcionamiento. También tenemos que atender al impacto de la calidad, aplicada durante la II Guerra Mundial a la industria militar de los Estados Unidos, y exportada a Japón como ayuda para la reconstrucción. En ese país dio sus frutos, en un despliegue de nuevos conceptos organizativos, que no solo convirtieron a Japón y Alemania en líderes mundiales industriales, sino que prepararon el camino para todas las trasformaciones de lo que se ha llamado el posfordismo.
Pero el sesgo de determinismo tecnológico del final del fordismo, no debe ocultarnos la lucha de clases subyacente a la crisis de 1975. La primera manifestación de aquella crisis fue la igualación de la tasa de productividad entre los tres países que lideraban el fordismo, Estados Unidos, la R.F. de Alemania y Japón, agudizando la competencia entre ellos por encauzar las materias primas hacia el área liderada por cada uno, lo que facilitó la colusión monopolista de los suministradores entre 1973 y 1979 (Lipietz, 1995), limitadamente conocida como crisis del petróleo. El ajuste competitivo de las tres grandes economías industriales, según los análisis micro más aceptados, se debió a las innovaciones que prepararon el posfordismo: la calidad japonesa en Toyota, el J.I.T. en las provisiones a las cadenas de valor, japonesas y germanas, y la PYME italiana[vi], que facilitaron la introducción de máquinas CNC, e impulsaron la creatividad.
La revolución informática de los años ochenta y noventa, con el microprocesador, los ordenadores personales e Internet, junto con el avance del software, posibilitó la coordinación de cadenas de producción, descentralizadas al conjunto del globo. Se externalizaron, en primer lugar, los talleres de actividades y fabricación de piezas con un alto contenido de mano de obra poco cualificada, y se expatriaron a los técnicos, gerentes y mandos de taller; una primera versión de la globalización productiva que generó la cultura de los directivos cosmopolitas[vii], y difundió el know-how fabril capitalista, favoreciendo la creación de empresas y talleres auxiliares en países en desarrollo.
De la clase obrera a la sociedad postindustrial
Durante los treinta años posteriores a la II Guerra Mundial, los sindicatos de industria fueron vistos como un cuarto estado en los países del capitalismo más avanzado. De hecho, muchos economistas de la época vieron en la planificación indicativa y la concertación social sindical, un signo de la confluencia de las economías mixtas del Este europeo, los estados del bienestar de Europa y las sociedades socialdemócratas escandinavas[viii] (Postan, 1979). Pero, a finales de los años sesenta del siglo XX, las sociedades del bienestar europeo empezaron a manifestar signos de estancamiento, conforme se mostraban incapaces de integrar a las nuevas generaciones, masivamente formadas en las Universidades, dentro de un esquema de oficios y estructuras administrativas diseñado para el funcionamiento de las cadenas de producción. Mientras, las patronales mostraban malestar por la escasez de mano de obra especializada, señalaban claramente a la crisis del sistema de enseñanza europeo, que había masificado las universidades diseñadas para formar elites, y era incapaz de dotar de conocimientos especializados al capital humano de la industria[ix].
La economía del estado-nación dirigente, los Estados Unidos, estaba entrando en una crisis de endeudamiento, generado por la guerra de Vietnam, que provocaría una inflación generalizada en el conjunto de los estados capitalistas. Entre 1973 y 1975, el cambio secular de coyuntura se manifestaría en un aumento sin precedentes del precio de la energía; y en el ascenso de las economías de Alemania y Japón, de la mano de nuevas formas de organización industrial. Fórmulas que aplicaban a la cadena de montaje diseños ya experimentados durante la guerra en las industrias de la electrónica y el armamento, pero que los mánagers estadounidenses se resistían a introducir, por miedo a perder jerarquía. Pues, como dice Putterman (1984) “la jerarquía es la forma que una inteligencia finita asume frente a la complejidad”.
Por su lado, Japón y Alemania exploraban nuevas formas de organización del trabajo, basadas en la calidad y el trabajo en grupo[x], que redujeron los escalones de la jerarquía y, con ella, los costes de supervisión en la gran industria. Pero fue el avance de la informática, impulsado por los microprocesadores y ordenadores personales, con el concurso de programas para la gestión de la información masiva, lo que facilitó asumir la complejidad; las facilidades de coordinación, que ofrecían las nuevas tecnologías, impulsaron la externalización de las unidades, abriendo el mercado de trabajo a la competencia global. Los sindicatos nacionales, colocados a la defensiva, dejaron de defender las condiciones de trabajo, para centrarse en la defensa del empleo, y los estados compitieron por atraer inversiones y paliar la destrucción de empleo, utilizando para ello el dumping fiscal y social. Estos acontecimientos representaron una contra-revolución social en los países desarrollados, que significa el final del pleno empleo, la descualificación del trabajo no intelectual y una extensión de formas actualizadas del trabajo servil, que se acompañan de una generalización del precariado, el cual alcanza incluso a muchas formas de trabajo hasta ahora considerado técnico[xi].
La transición al posfordismo, los contratos de trabajo de empresa.
El “fordismo”, concebido como pauta de eficiencia, implicaba un modelo organizativo en el que las mejoras solo pueden emerger desde la línea media ejecutiva y de los enlaces de ésta última con los “staffs” técnicos. En cambio, las prácticas asociadas a la calidad confrontan dos fuentes opuestas de ahorro de costes, la cadencia del trabajo en cadena, y la implicación de los empleados en la reducción de costes por errores y reprocesos, originados éstos por el propio ritmo de la cadena. La calidad favoreció las prácticas corporativas sindicales, porque centraba el salario en índices de resultados específicos de la empresa, frente a la valoración de puestos del convenio de industria.
Este escenario de relaciones laborales fue típico del fordismo en transición hacia las fases más avanzadas de implantación de la calidad total (TQM). La estabilidad de la relación laboral era valorada por ambos, empleador y empleado, porque implicaba “la adquisición de conocimientos para crear habilidades específicas”, es decir expertismo en un oficio de la empresa para una “actividad o servicio que requiere continuidad en su desempeño”. Este matrimonio de conveniencia, entre la empresa y sus trabajadores, se basaba en el potencial de la cooperación para multiplicar la productividad del trabajo humano, porque crea “know-how”, que aporta ventajas competitivas a la firma[xii]. Por esa razón, las grandes empresas japonesas y alemanas contrataban a largo plazo[xiii]. El contrato de trabajo corporativo consiste en sacar de las incertidumbres del mercado el suministro de habilidades y conocimientos profesionales; a cambio ofrece a los empleados carrera profesional en una serie de reubicaciones, que dependen de parámetros ciertos de actividad y responsabilidad. Creaba “mercados laborales internos”, donde los empleados compiten por las posiciones utilizando su capital humano, en base a normas corporativas que crean confianza. Los contratos a largo plazo eran percibidos beneficiosos para ambos: para la empresa porque pagaba salarios por debajo de la productividad marginal aportada; para el trabajador porque ganaba un salario superior al que tendría en otra empresa donde no pudiera poner en valor su capital humano específico (Milgrom y Roberts, 1993). La confianza en la interdependencia integraba los objetivos de la empresa para ambas partes: los empleados implican su subjetividad en conseguir que las cosas ocurran; como cuando dos o varias personas, confrontan un problema y lo resuelven entre ellos. Estos actos ocurren cotidianamente en una organización y son fuente de fortalezas; pero desde la perspectiva TQM, se considera una debilidad el que tales cosas no ocurran. La eficacia de la calidad total exige la asociación entre la empresa y los empleados.
Los nuevos conceptos de “flexibilidad”, cambio constante y competitividad por la innovación; que han terminado configurando las relaciones laborales de la economía del conocimiento; fueron importados de las sociedades mercantiles anglosajonas, cuando impusieron con la proliferación de sus contratos de cooperación con los países asiáticos y, en especial, con China, la internacionalización del mercado de trabajo; una concurrencia laboral que opera por desplazamiento de las instalaciones, y no de los trabajadores (Rifkin, 1996). Las corporaciones estadounidenses no podían imaginar que, con los contratos de externalización de las industrias a China y de los servicios a la India, estaban acabando, a la vez, con el monopolio industrial de Occidente.
El Estado-nación o la Institución del donut menguante.
Las trasformaciones del capitalismo, citadas hasta ahora, han convertido la globalización del comercio y el capital financiero, coetáneas a la crisis del fordismo, en la globalización del ciclo completo del capital. El corolario ha sido el avance sin trabas de la automatización y la robótica; llevando a la clase obrera industrial, mayoritaria en los países del capitalismo desarrollado, a convertirse en un segmento decreciente, aunque privilegiado, de la población asalariada. Esta última está soportando un descenso generalizado de ingresos, y la precariedad asociada a contratos más flexibles. La globalización ha debilitado la presencia política y sindical obrera, que fue central en las luchas ciudadanas por construir la democracia del bienestar y sus instituciones inclusivas, como el voto universal, la ciudadanía de la mujer, la seguridad social y la educación y sanidad universales. Con la globalización, termina la edad dorada del keynesianismo, cimiento de la sociedad moderna, tal como la conocemos.
Pero en este escenario, el Estado-nación, muy debilitado, sigue siendo necesario para el capitalismo global; la nueva economía, aunque navega por las redes de la Corporación multinacional, necesita ser legislada y, en la coyuntura actual, la herramienta es el Estado-nación. Las tecnologías “core”, en que se basan las nuevas industrias que impulsan la innovación, son globales y se organizan en red; pero su desarrollo implica una extensa colaboración entre empresas, investigación universitaria y agencias públicas, que tiene unos costes muy altos y necesidad de fondos, protección y apoyo de los Estado-nación (Jessop, 1993). Estos también tienen la función de amortiguar el choque social del hundimiento de la industria fordista y su desaparición. Además, el estado-nación es el único que puede utilizar los mecanismos políticos para insertar la anticuada economía nacional en las redes interregionales, continentales e internacionales, de la nueva economía global, favoreciendo inversiones en el exterior y atrayendo capitales al territorio, y la legitimidad para negociar con otros estados la legislación internacional. Por último, en algunos países, como Alemania y Japón, las corporaciones piden fondos al Estado-nación para proteger sus plantillas de personas, cuando en ellas residen sus competencias “core”. La contabilidad de las empresas, en ambos países, considera costes fijos los salarios de trabajadores con contrato indefinido.
Una nueva brecha de desarrollo creada por la digitalización del cambio tecnológico
No solo están cambiando las relaciones entre estados-nación desarrollados. Asistimos a una nueva configuración de la división internacional del trabajo, impulsada por tres factores, la cuarta revolución industrial impulsada por la Inteligencia Artificial, la emergencia de un nuevo continente tecnológico en Asia, de la mano de China y la India, y de las instituciones de cooperación económica del SE asiático, y, por último, la debilidad de los Estado-nación para aportar los recursos educativos y de salud al capital humano, que cada nación debe construir para incorporarse al posfordismo.
Según las estimaciones de varios economistas del FMI, que han publicado una investigación el pasado mes de septiembre, la pandemia del COVID-19 está acelerando la implantación de la Inteligencia Artificial, agravando la brecha tecnológica global. Aunque el estudio se centra en la diferencia entre economías en desarrollo y avanzadas; contempla unos resultados que también pueden ser ilustrativos para países que, como España, sufren un manifiesto retraso en la implantación de la revolución robótica.
De acuerdo con los autores, los efectos se producirán a través de tres canales diferentes: la participación en la producción, los flujos de inversión y los términos de intercambio. Reproducimos su propio resumen:
“Participación en la producción: Los salarios son más altos en las economías avanzadas porque la productividad total de los factores es mayor. En un primer momento, estos salarios más altos inducen a las empresas de las economías avanzadas a hacer un uso más intensivo de robots, en especial cuando los robots sustituyen con facilidad a los trabajadores. Después, cuando la productividad de los robots aumente, la economía avanzada obtendrá mayores beneficios a largo plazo. Cuantos más sean los robots que sustituyan a los trabajadores, mayor será esta divergencia con los países en desarrollo”. Es decir, que se espera, de manera cierta, la pérdida de una generación en todos los países, por lo menos, en la transición a la IV revolución industrial; una parte sustancial de la población con habilidades obsoletas, que habrá que sostener y apoyar, si no queremos sufrir tal deterioro en la sociedad que termine con el propio avance tecnológico.
“Flujos de inversión: El aumento de la productividad de los robots alimenta una fuerte demanda de inversión en robots y capital tradicional (que se asume que es complementario a los robots y a la mano de obra). Esta demanda es mayor en las economías avanzadas debido a que hacen un uso más intensivo de robots (el canal “participación en la producción” analizado con anterioridad). Como resultado, la inversión se desvía desde los países en desarrollo para financiar esta acumulación de capital y de robots en las economías avanzadas, dando como resultado una disminución transitoria del PIB en el país en desarrollo”. Evidentemente, si se absorben los recursos hacia los países desarrollados, las migraciones alcanzarán tal magnitud que todos sufriremos el embate de los populismos totalitarios. La libertad de los flujos globales de capital deberá ser controlada por autoridades democráticas para revertir esos efectos.
“Términos de intercambio: Una economía en desarrollo se especializaría en sectores con una mayor dependencia de mano de obra no cualificada, de la cual tienen más en comparación con una economía avanzada. Si se asume que los robos reemplazan la mano de obra no cualificada pero que complementan a los trabajadores cualificados, en la región en desarrollo podría darse una disminución permanente de los términos de intercambio tras la revolución robótica. Esto se debe a que los robots desplazarán desproporcionadamente a los trabajadores no cualificados, lo que reducirá sus salarios relativos y disminuirá el precio del producto que utiliza con mayor intensidad mano de obra no cualificada. La caída del precio relativo de su principal producto, a su vez, actúa como un nuevo shock negativo, que reduce el incentivo a invertir y da lugar potencialmente a una caída no solo del PIB relativo, sino también del PIB absoluto”[xiv]. El capital humano, como componente esencial del desarrollo, se convierte en una responsabilidad global, que exige instituciones democráticas globales. Todos los riesgos asociados al futuro del posfordismo apuntan a la democracia integral como recurso.
Notas:
[i] Piketti, Th (2019) Capitalisme et Ideologie, Seuil Ed. París.
[ii] Cristian Alonso, et al, (2020) Will the AI Revolution Cause a Great Divergence? IMF Working Paper, Septembre
[iii] Y de ser fácilmente comprensibles por los empleados, no solo por los directivos de línea.
[iv] Por ejemplo, las reestructuraciones en la gran industria han conllevado amplios programas de prejubilación.
[v] Ejemplos: la industria del automóvil, aeronáutica, de la maquinaria metalúrgica,.., etc.
[vi] Lipietz A (1995) El Mundo del Post Fordismo, ponencia al Congreso de CEPREMA, Paris.
[vii] Personas que han compuesto el staff de la globalización.
[viii] Postan M.M. (1979) Historia Económica de la Europa Occidental (1945-1964). Editorial Tecnos, Madrid.
[ix] Gorz, A (1976) Estrategia obrera y Neocapitalismo. ERA Ediciones, S A, Mexico
[x] Toyota por la Calidad aplicada a la cadena, y Volvo por el trabajo en grupos. Ver Jessop, B. (1993) Towards a Schumpeterian Workface State? Review Studies in Political Economy, nº 40, Spring, pp. 41-72
[xi] Rifkin (1996) El Fin del Trabajo. Ed. Paidos, Madrid.
[xii] Williamson, O (1985) The Economic Institutions of Capitalism (Firms Markets
Relational Contracting); The Free Press, New York .
[xiii] (Milgrom y Roberts, 1993) Los comportamientos oportunistas impiden la estabilidad necesaria para el desarrollo de la curva de aprendizaje de la empresa. Lo mismo cabe decir para el empleado, el abandono de la empresa supone para él una devaluación de la parte específica de su capital humano.
[xiv] Cristian Alonso et al (2020) La inteligencia artificial podría ampliar la brecha entre las naciones ricas y pobres IMF Septembre, 11, Blog Dialogo a Fondo
Fuente: https://economistasfrentealacrisis.com/empresa-capitalismo-y-economia-global/