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El papel del trabajo: Argentina

Empresas recuperadas

Fuentes: La Jornada

De la necesidad surgió el ingenio. Trabajadores argentinos han sacado a flote empresas abandonadas por sus propietarios originales en la tormenta de las crisis que han azotado a ese país. ¿Marx está de regreso? «Tuvimos el coraje de ocupar, la valentía para resistir y nuestro desafío es tener la inteligencia para producir», dice uno de los protagonistas de esta historia.

Seguramente no se trata de la materialización de la utopía socialista del control de los trabajadores sobre los medios de producción, pero algunos miles de personas que hacían funcionar fábricas que fueron cerrando sus puertas una tras otra durante las últimas décadas decidieron hacer algo para evitar la destrucción de sus puestos de trabajo. Ante el abandono de instalaciones industriales argentinas por los empresarios que llegaron a la conclusión de que era mejor dejar que sus negocios quebraran, grupos de obreros decidieron tomar posesión de máquinas y galpones, manteniendo de alguna manera la actividad productiva.

El fenómeno, iniciado de manera tímida a fines de los años 70 como reacción a la primera oleada de desindustrialización en Argentina, provocada por la apertura del mercado impulsada por el régimen militar, se intensificó con la política neoliberal de la década de 1990, pero sólo pudo hacerse viable con el colapso económico de 2001. El pico de esa reciente crisis fue el golpe de gracia para muchas empresas, pero a la vez creó condiciones para que algunos sectores beneficiados por el fin de la paridad cambiaria del peso con el dólar recuperaran la competitividad, y fue con ese margen de maniobra que los nuevos emprendimientos lograron desarrollarse.

En la actualidad existen alrededor de 180 empresas recuperadas por los trabajadores en el país. Los mismos líderes del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas reconocen que su valor es, por ahora, más bien simbólico y que el peso de dichas empresas en el conjunto de la economía es ínfimo. Pero algunas de esas firmas lograron hacerse de un espacio en el mercado y hasta exportan sus productos.

«Tuvimos el coraje de ocupar, la valentía para resistir y nuestro desafío es tener la inteligencia para producir», afirma Hugo Fucek, ex miembro de la agrupación guerrillera Montoneros, quien para escapar del régimen militar pasó por México y Cuba. Fucek, de 53 años, integra con otras 22 personas la Cooperativa de Trabajo Viniplast Ltda. La fábrica de telas plásticas, ubicada en el antiguo barrio industrial de Mataderos, llegó a tener 70 empleados en la década de 1970.

Junto con otras 12 empresas de la ciudad de Buenos Aires, Viniplast fue beneficiada por una ley que expropió las compañías, transfiriendo su control a cooperativas formadas por trabajadores que las ocuparon después de que la mayoría fue abandonada por sus propietarios. Una de esas empresas es una fábrica de grisines (palitos de pan), cuya historia fue vertida en la película Grissinópoli, del director Darío Doria, ganadora en 2004 del premio de mejor documental en el Festival de Barcelona, que se estrenó en agosto pasado en Buenos Aires.

El filme narra la historia de sus 16 empleados, la mayoría de los cuales no terminaron la escuela primaria y son mayores de 50 años. Ellos decidieron ocupar las instalaciones de la fábrica después que sus dueños dejaron de pagarles nueve meses de sueldos y cerraron la planta. Los obreros formaron la cooperativa Nueva Esperanza y tomaron el control de la fábrica, que volvió a producir.

La legislación aplicada en dichos casos, aprobada a fines de 2004, determina que cada cooperativa tiene 20 años para devolver al gobierno de la ciudad la indemnización pagada a los antiguos propietarios por la expropiación y añaden tres años de gracia. Con particular pragmatismo, Fucek se distancia del sector que asocia el movimiento de las empresas recuperadas a «una nueva vanguardia de los trabajadores» y se preocupa de la factibilidad de su negocio. «Desde que empezamos, invertimos 200 mil pesos [casi 70 mil dólares] en la adquisición y reparación de máquinas», explica, mientras toma café en el bar del hotel Bauen, un tres estrellas ubicado en la tradicional esquina porteña de Callao y Corrientes, que también integra la lista de empresas recuperadas por sus empleados.

Fucek explica que en este momento cada uno de los miembros de la cooperativa Viniplast se lleva a su casa mil 300 pesos (unos 450 dólares) por mes, y afirma que por ahora es necesario vivir con sueldos modestos, «pero dignos», para prepararse para el futuro. «Nuestro sueldo podría ser más elevado, pero tenemos que invertir y pensar en el momento de pagar la deuda», estimando que el valor que tendrá que entregarse al gobierno de la ciudad para compensar la indemnización pagada a los antiguos dueños es de 1 millón de dólares.

Mientras algunas empresas tienen problemas, otras ya exportan su producción. «Como sucede en Colombia, Estados Unidos y España, en México la gente brinda con copas de cristal fino hechas por los trabajadores de la Cooperativa de Trabajo Cristalería Vitrofin de Cañada de Gómez», celebra una comunicación de la flamante agencia de noticias del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas. El texto, publicado en el sitio de Internet de la organización, da cuenta de que «hacia la tierra del Chapulín Colorado partirá en los próximos días un contenedor de entre 10 y 12 mil unidades elaboradas en la empresa recuperada de la ciudad de la provincia de Santa Fe». Otra nota menciona la oportunidad de que una empresa recuperada en la provincia de Córdoba, en el centro oeste argentino, venda tractores «para la reforma agraria de Venezuela».

Con un poco menos de euforia, la principal preocupación de Fucek y de los otros trabajadores de Viniplast en este momento es la misma que tienen otros industriales argentinos: la dificultad de competir en el mercado interno con la producción que viene de Brasil y, principalmente, de China. «Hasta ahora veníamos bien, pero hoy un artículo que a nosotros nos cuesta 12 o 13 dólares, viene de Brasil a nueve y de China a un costo aún menor», se lamenta, defendiendo la necesidad de contar con medidas oficiales para proteger a la industria local. Ese mismo reclamo lo hace prácticamente todo el empresariado argentino y ha sido escuchado por el gobierno del presidente Néstor Kirchner, que aplicó formas de protección para algunos productos.

En contraste con la preocupación pragmática de hombres como Fucek, el movimiento cuenta además con representantes identificados con una visión de izquierda que él cree ya superada. «Hay gente que quiere la estatización de las empresas, con el control de los obreros», pero si el Estado no tiene la capacidad de satisfacer las necesidades básicas de la población, ¿cómo podrá cumplir las necesidades productivas?», se pregunta.

De acuerdo con su visión, las empresas recuperadas no son «la panacea revolucionaria, pero son otro camino. Lo que sí hacemos es repartir la riqueza de manera más equitativa, y eso es revolucionario», concluyeel ex guerrillero.