Incluso la burguesía, que alguna vez tuvo cierta sensatez endógena en su etapa revolucionaria, entendió la importancia histórica y cultural de consolidar estructuras coherentes para la de formación de los cuadros y las instituciones que irían a dar consistencia teórica y continuidad super-estructural al capitalismo. Incluso, ellos entendieron que los patrimonios históricos debían ser preservados […]
Incluso la burguesía, que alguna vez tuvo cierta sensatez endógena en su etapa revolucionaria, entendió la importancia histórica y cultural de consolidar estructuras coherentes para la de formación de los cuadros y las instituciones que irían a dar consistencia teórica y continuidad super-estructural al capitalismo. Incluso, ellos entendieron que los patrimonios históricos debían ser preservados y, aunque los interpretaron a su antojo y conveniencia, aceptaban un cierto carácter de inviolabilidad y conservación necesarios para orientar la formación intelectual de las clases sociales. Incluso a sabiendas de sus luchas irreconciliables. Así fuese en condiciones de desigualdad y exclusión sistémicas.
Pero algo les pasó. Una mutación «genética», en las entrañas mismas de las luchas inter-burguesas, produjo su monstruo neoliberal que, muy velozmente, les ha carcomido lo que de más valioso tuvo la burguesía en campo de la cultura y la intelectualidad, para reducirlo todo a un modo salvaje del comercio donde sólo importa endiosar mediocres y mediocridades para engordar cuentas bancarias. Los más ignorantes de las corporaciones se aliaron para devaluar y desacralizar incluso los «valores» más queridos por las burguesías -más diversas- incluso aquellas que no cursaron el antecedente histórico de las aristocracias. Gestaron el neoliberalismo como forma de la bestialidad y la barbarie capaz de sobrevivir desinteresado de la historia, de los patrimonios y de los baluartes que representan, incluso para la clase dominante, adueñarse de la memoria cultural de los pueblos. Quedó todo reducido al amor por la usura desaforada.
Por eso avanzan como hordas taradas de avaricia, contra la educación que la propia clase dominante forjó con sus fundamentos ideológicos y sus paradigmas civilizatorios de clase. Avanzan y destruyen el suelo educativo que heredaron mientras escupen para arriba su saliva de ignorantes funcionales a las lujurias privatizadoras. Son incapaces de pensar su estupidez y para disfrazarla contratan intelectuales serviles para que les decoren la estulticia con sus ontologías del ego mercantil. Están destruyendo lo que su propia clase produjo y todo lo que pudo haber surgido en las refriegas históricas hacia la descolonización del conocimiento. Están destruyendo las bases y los cimientos. Se vende todo. Demuelen bibliografías y bibliotecas, aulas y paraninfos, éticas y estéticas. Se vende todo y nada importa. Se vende lo tangible y lo intangible, se vende la instrucción y se vende la educación. ¿Quién da más?
En ese mercadeo demoledor de la educación se tiene, a cambio, la nada misma. Lo que llegan a proponer algunos atrevidos es el engendro parvulario de sus inteligencias minúsculas preñadas con el «estiércol del diablo» para inundar con saliva de miserables la vacuidad de sus argumentos, la miseria de sus «ideas» y crimen de lesa humanidad implícito en atacar con toda impudicia e impunidad el derecho fundamental de los pueblos a la educación, pública, gratuita y libre, actualizada, dinámica y transformadora. Educación secuestrada por intereses de mercado, por parásitos de la ignorancia y por burócratas de las cuentas bancarias. El neoliberalismo es una debacle destructora que incuba aguantaderos de mercachifles, unas veces camuflados como «funcionarios públicos», otras veces como «empresarios» que se adueñaron del poder para cumplir su epopeya nihilista ante sus espejos de nada. Con trajes de «marca» y risas falsas. Eso sí.
Hasta hoy, ninguno de los argumentos esgrimidos por las jaurías neoliberales que atacan el derecho a la educación, tiene sustento, prueba, ni lógica social alguna. Se trata de esperpentos inconsultos sacados de un manual de necedades donde reina por su estupidez la peregrina idea de que hay que convertir a la educación en un negocio done se rinda culto al productivismo burgués y el servilismo de esclavos. Sueñan con entrenar a los pueblos para que sean sumisos y eficientes desmemoriados que entienden el éxito profesional como resultado de odiar a sus iguales. Quieren siervos dispuestos a competir como fieras pero con modales de burócratas para consolidar una cultura universal de la hipocresía en el que sólo vale el dinero que se invierta en los bancos, en las casa, en los coches y en los trajes. Supremasismo de gerentes.
Y nos vienen con sus flatulencias intelectuales a imponer «evaluaciones», auditorias, exámenes… diseñados por la mano de los amos que sólo ven en la educación una forma de extorsión rentable para sacrificar la inteligencia de los pueblos, sacrificando su derecho educarse y su derecho a empoderarse socialmente con el saber que la humanidad acumuló y que es de propiedad colectiva. Así nos fue en Chile, en Perú, en Colombia por ejemplo.
Entendida como fuerza emancipadora la educación está aun en pañales. Eso no quiere decir que no tenga orientadores conceptuales clave que se han constituido en base fundamental para consolidar una dirección revolucionaria en materia de educación. Lo que no hemos consolidado es la fuerza social organizada capaz de hacer carne los idearios disponibles hasta ahora, para hacer de la educación una parxis cotidiana de la descolonizarnos teórica y metodológica. Tenemos inoculados todos los manuales inventados por la ideología de la clase dominante para convencernos de el conocimiento es relativo, incompleto o imposible. Que la razón prima sobre la realidad. Que el individuo es más que el grupo y que el producto es mejor que el proceso. Positivismos, conductismos, estructuralismos, posmodernismos y, además, todo tipo de misticismos. Ha sido una historia extenuante que ahora remata con neoliberalismo.
No hemos visto lo mejor de una educación emancipadora y revolucionaria garante de la libre maduración de la ciencia y garante, así, de una sociedad libre. Tal como Martí lo quería «ser culto para ser libre». No hemos visto la unidad de todas las fuerzas sociales coordinada para defender una educación liberada de toda amenaza de mercachifles y no hemos visto el libre desarrollo de la investigación científica capaz de proveernos la epistemología emancipadora necesaria en la praxis de la inteligencia sin limites de clase. Tenemos muchos logros, muchas bases y muchas experiencias extraordinarias pero las tenemos como archipiélago inconexo. Falta la unidad de todas esas partes hacia un todo dinámico que sea capaz de frenar con su movilización, la ofensiva neoliberal contra la educación y sea capaz, sobre todo, de crear para esa educación una situación revolucionaria inédita. Hemos de poder.
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