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Un texto de 1983

En el primer centenario del fallecimiento de Karl Marx: Carta de la redacción de mientras tanto

Fuentes: Rebelión

Nota edición: El siguiente escrito fue la carta de la redacción de mientras tanto en el número monográfico que la revista publicó con ocasión del primer centenario del fallecimiento del autor de El Capital: «Karl Marx. 1883-1983», mientras tanto 1983; 16-17: 5-7. Los miembros del consejo de redacción de la revista contribuyeron activamente en la […]

Nota edición: El siguiente escrito fue la carta de la redacción de mientras tanto en el número monográfico que la revista publicó con ocasión del primer centenario del fallecimiento del autor de El Capital: «Karl Marx. 1883-1983», mientras tanto 1983; 16-17: 5-7. Los miembros del consejo de redacción de la revista contribuyeron activamente en la discusión del texto pero la redacción última fue realizada por Sacristán. Se recogen en él algunas de las preocupaciones e intereses del último Sacristán y no veo que, bajo ningún punto de vista, pueda o deba ser etiquetado como escrito menor o de mera intervención. Por lo demás, lo sucedido desde entonces, cuando aún no se había producido la desintegración de la Unión Soviética ni la caída del socialismo en Europa del Este, y en China no campaba a sus aires, raudo y veloz, un capitalismo poco afable conducido por un Partido Comunista «renovado», cuando, decía, nada de ello había sucedido en el momento de su publicación, otorga al escrito, si cabe, mayor interés.

 

En una conversación de aquel mismo año con la revista mexicana Dialéctica Sacristán señalaba, igualmente a raíz de una reflexión sobre el Marx tardío, un interesante y entonces poco explorado sendero socialista: «(…) Creo que, a pesar de la aspiración que siempre tuvo de producir obra muy terminada literariamente -lo cual es una de las causas de que dejara tanto manuscrito inédito-, Marx ha muerto sin completar su pensamiento, sin pacificarse consigo mismo. Eso debe tener que ver con el hecho de que la última parte de su vida coincide con una importante transición en el conocimiento científico». El año de la muerte de Karl Marx, recordaba Sacristán, había sido el año de la aparición de la Introducción a las ciencias del espíritu de Dilthey, de la Historia de la mecánica de Mach y de los dos ensayos de Sergio Podolinski en Die Neue Zeit sobre termodinámica y ley del valor, «con conceptos que Marx ya no puede alcanzar, pero cuya problemática, percibido más o menos claramente, ha hecho vacilar, en mi opinión, al viejo Marx». En las cartas del viejo Marx, podían leerse declaraciones que tenían que ser sorprendentes para muchos «marxistas»: «Hoy ya nos hemos acostumbrado a varias de ellas. Por ejemplo, la actitud de Marx respecto de la comunidad aldeana rusa. Hoy sabemos que Marx escribió a Vera Sassulich que la comunidad aldeana rusa podía ser un camino al socialismo, y que no era verdad que el camino por el capitalismo fuera el único posible, como pensaban los marxistas rusos». Tampoco sorprendía, añadía de manera optimista Sacristán, la declaración de Marx, en esa misma carta, «según la cual él ha estudiado el desarrollo de ciertos pueblos, a saber, los de Europa occidental». No menos sorprendentes eran, para la vulgata marxista, ciertas consideraciones y reflexiones del viejo Marx a las que «yo estoy dispuesto a dar cierta importancia; por ejemplo, consideraciones melancólicas de rechazo de la penetración del ferrocarril por los valles de los afluentes del Rin. Se dirá que éstas son declaraciones en cartas, que no se pueden comparar con El Capital. Claro que no se pueden comparar con El Capital, pero tienen también una significación. Hay un abismo entre el Marx que quiere que los Estados Unidos invadan de una vez México para incorporarlo al capitalismo mundial y el Marx que preferiría que el ferrocarril se detuviera en las grandes ciudades renanas y no siguiera penetrando en el país campesino. (¿Qué habría pensado de las autopistas nazis?). Hay una distancia que no es teórica -esto es, que no se refiere a la explicación de lo real- sino política, referente a la construcción de la nueva realidad». Sacristán reconocía que reflexiones análogas del viejo Marx, la conocida carta a Vera Sassulich o la carta a Engels sobre los ferrocarriles, le habían abierto el camino para pensar que no había contradicción entre «mantener el modelo marxiano referente a la acción del desarrollo de las fuerzas productivo-destructivas y su choque con las relaciones de producción, y una concepción política socialista que no confía ciega e indiscriminadamente en el desarrollo de las fuerzas productivo- destructivas, sino que conciba la función de una gestión socialista -y no digamos ya de la comuna- como administración de esas fuerzas, no como simple levantamiento de las trabas que les opongan las actuales relaciones de producción. Me parece que una vez formulado así, esto resulta muy obviamente coherente con la idea de sociedad socialista, de sociedad regulada» [todos los énfasis son míos].

*

Lector, lectora, dedicar un número de mientras tanto [1] a tratar de Marx con motivo del centenario de su muerte es seguramente participar en la fiesta académica celebrada bajo la advocación del «Marx de todos». La verdad es que no hay por qué negar que existe un Marx de todos, o de casi todos: de los liberales y de los demócratas, de los socialdemócratas y de los estalinistas, de los trotskistas [2] y de los eurocomunistas…Y, desde luego, el Marx de los académicos, el Marx-tema-de-oposiciones. Ni siquiera el narcisismo herido, autoherido, de todos los collettis [3] o antiguos apologistas de Marx que ahora le imputan los campos de concentración siberianos (aunque conservan suficiente buen sentido para no imputar a Cristo el estadio de Santiago de Chile [4], seguramente porque no sostuvieron antes que Cristo era un científico puro sin relación con el antiguo testamento) renuncia a completar su ración anual de publicaciones con algún «paper» sobre el santón derribado.

También es verdad que, si Marx puede ser de todos, será porque esté más o menos exorcizado y ya no se teman de él efectos maléficos. Pero la exorcización de Marx es un asunto complicado, y decir que ahora ya se ha conseguido es caer en un error: como notó Gramsci, ya en otras ocasiones anteriores se ha creído a Marx exorcizado. Gramsci [5] pensaba en los grandes burgueses rusos de finales del siglo pasado y comienzos de éste, para los cuales, decía, El Capital debió de ser libro de cabecera, puesto que con su esquema de filosofía de la historia les prometía el indefectible adviento de un capitalismo perfecto. Pero aquellos grandes burgueses se equivocaron al creerse al pie de la letra las leyes y necesidades que encontraron categóricamente enunciadas en El Capital y en otros escritos del Marx que se podría llamar clásico. Exactamente igual se equivocaron los bolcheviques, que creyeron también en todas aquellas necesidades y determinaciones infalibles. Si el error de los primeros se inscribió principalmente en los hechos, pues ellos nunca pudieron presidir un capitalismo inglés en Rusia, el de los segundos tiene además documentación autógrafa de Marx: las cartas, hoy célebres pero entonces desconocidas, a Otetschestwennyje Sapiski [Anales de la Patria] y a Vera Sassulich, en las que Marx relativiza lo más especulativo de su sistema, limitándolo a los países de la Europa Occidental, y, sobre todo, renuncia explícitamente a la filosofía de la historia. Al final de su vida, Marx no pronosticaba nada «necesario» ni «determinado» ni a los primeros ni a los segundos; por lo que se puede suponer que su pensamiento acabó desembocando más allá de las confortadoras seguridades con que lo exorcizaron burgueses y déspotas.

Cuando se lee a Marx sin seguir creyendo en más de una «necesidad histórica» de la que se desprendían previsiones de cumplimiento dudoso, cuando no claramente contradichas por los hechos, ¿qué valor se aprecia principalmente en sus escritos? Ante todo, el de ser lugares clásicos de la tradición revolucionaria. La obra de Marx se coloca en la sucesión de los que, en nombre de Dios o de la razón, han estado en contra de la aceptación «realista» de la triste noria que es la historia de la especie humana, vuelta tras vuelta de sufrimientos no puramente naturales y de injusticias producidas socialmente. Dentro de esa tradición, Marx se caracteriza por haber realizado un trabajo científico fuera de lo común. Pero, precisamente, no hay trabajo científico cuyos frutos estén destinados a durar para siempre, como no sea en las ciencias que no hablan directamente del mundo.

Cuando, a finales de los años setenta del siglo pasado, Marx relativizaba los resultados de su investigación, admitía que eran posibles desarrollos comunistas que no pasaran por «el modo de producción capitalista», que fueran, por así decirlo, para-capitalistas; la indeterminación en que estamos hoy respecto de un camino comunista es propia, en cambio, de una situación que se podría llamar post-capitalista, si por capitalismo se entiende lo que conoció Marx; no porque estemos más allá del capitalismo, sino porque nos encontramos ya ante la urgente necesidad de resolver problemas de los que Marx había pensado que no serían abordables sino después del capitalismo. El más importante de esos problemas previstos por Marx es el ecológico, desde sus aspectos relacionados con la agricultura hasta el motivado por las megalópolis. A Marx la solución de esos problemas le parecía cosa del futuro socialista. Difícilmente habría podido imaginar que el crecimiento de las fuerzas productivo-destructivas, iba a plantear esos problemas, y con urgencia, antes de que se vislumbrara un cambio revolucionario de la vida cotidiana, ni siquiera de la mera política.

Aunque el principal, ése no es el único terreno de revisión necesaria de las previsiones de Marx, de sus certezas o de sus confianzas. Hay muchos otros, empezando por la misma expresión verbal de las ideas más elementales del pensamiento comunista. La única explicación del mantenimiento de una jerga metafísica de finales del siglo XVIII y principios del XIX para hablar de comunismo es la eficacia emocional de las fórmulas rituales (por lo que hace al pueblo fiel) y la utilidad de su dominio para escalar en la carrera académica o política (por lo que hace a los clérigos).

Cuando se piensa -como pensamos en el colectivo de mientras tanto– que el valor principal y más duradero de la obra de Marx es su condición de eslabón de la tradición revolucionaria, revisar críticamente esa obra quiere decir intentar mantener o recomponer su eficacia de programa comunista. Trabajar la obra de Marx separándola de la intención comunista de su autor no tiene sentido marxista, aunque puede tenerlo político-conservador o académico. Separar de aquella intención motivos que no se sostienen bien científicamente, o que son ya inaplicables a una realidad cambiada, es seguir la tradición de Marx: eso mismo intentó él con autores como Owen o Fourier [6].

Para contribuir a esa tarea no es malo detenerse de vez en cuando a releer a Marx a la luz de los problemas vivos. ¿Y por qué no en el centenario? [7] [Ninguno de los énfasis es de Sacristán]

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Notas edición:

[1] En «Entrevista con Naturaleza» (Pacifismo, ecología y política alternativa, Barcelona, Icaria, 1987, p.136), Sacristán comentaba: «P.: ¿Cómo surge la idea de fundar la revista comunista ecologista mientras tanto? R: Surgió por el deseo de contribuir a que en la izquierda española se acogiera y se elaborara los nuevos problemas civilizatorios a los que nos hemos estado refiriendo. El colectivo de la revista procede casi en su totalidad del partido comunista, de las juventudes comunistas y de otros partidos comunistas menores, pero hoy ya el ámbito de sus colaboradores y lectores se extiende por ambientes ecologistas de varios tipos, anarquistas, feministas y, en general, contraculturales.»

En la primera «Carta de la redacción» de la revista (mt núm 1, pp.6-7), se señalaba: «(…) La tarea se puede ver de varios modos, según el lugar desde el cual se la emprenda: consiste, por ejemplo, en conseguir que los movimientos ecologistas, que se cuentan entre los portadores de la ciencia autocrítica de este fin de siglo, se doten de capacidad revolucionaria; consiste también, por otro ejemplo, en que los movimientos feministas, llegando a la principal consecuencia de la dimensión específicamente, universalmente humana de su contenido, decidan fundir su potencia emancipadora con la de las demás fuerzas de libertad; o consiste en que las organizaciones revolucionarias clásicas comprendan que su capacidad de trabajar por una humanidad justa y libre tiene que depurarse y confirmarse a través de la autocrítica del viejo conocimiento social que informó su nacimiento, pero no para renunciar a su inspiración revolucionaria, perdiéndose en el triste ejército socialdemócrata precisamente cuando éste, consumado su servicio restaurador del capitalismo tras la segunda guerra mundial, está en vísperas de la desbandada; sino para reconocer que ellos mismos, los que viven por sus manos, han estado demasiado deslumbrados por los ricos, por los descreadores de la Tierra. Todas esas cosas se tienen que decir muy en serio. La risa viene luego, cuando se compara la tarea necesaria con las fuerzas disponibles. Las nuestras alcanzan sólo para poner cada dos meses noventa y seis páginas a disposición de quien quiera reflexionar con nosotros acerca de todo lo apuntado. Quienes de verdad tienen la palabra son los movimientos potencialmente transformadores, desde las franjas revolucionarias del movimiento obrero tradicional hasta las nuevas comunidades amigas de la Tierra. Sólo cuando unas y otras coincidan en una nueva alianza se abrirá una perspectiva esperanzadora. Mientras tanto, intentaremos entender lo que pasa y allanar el camino, por lo menos el que hay que recorrer con la cabeza.»

2) Sobre Trotsky el trotskismo, estas breves anotaciones de Sacristán del fichero «Marxología» depositado en Reserva de la BC de la UB:

«1. «La oposición de izquierda se propone como fin decir lo que hay» («A la redacción de la revista Comunismo«, Comunismo 1, marzo de 1931). Sacristán: Es el comienzo más fundado y natural de la disidencia en un partido revolucionario. [Melancólica comprobación].

2. La debilidad del trotskismo (ya en Trotsky) respecto de la III Internacional es la de Gramsci: racionalismo y, sin embargo, permanencia en política en sentido clásico. Logicismo, dualismo, voluntarismo. Cuando reprocha senilización a Togliatti, se trata de esto. Togliatti dejó de ser «senil» cuando se supo representante de organización fuerte de clase.

3. «Sí, el fascismo avanza ahora en el mundo entero a paso de gigante. ¿Pero dónde está su fuerza? En la desorientación de las organizaciones obreras, en el pánico de la burocracia obrera, en la perfidia de sus dirigentes. Bastaría al proletariado de un sólo país oponer una resistencia implacable a la canalla reaccionaria, y con una resuelta ofensiva conquistar el poder, para que el avance del fascismo se trocara en su desbandada práctica y en su descomposición» (Manifiesto de los comunistas al proletariado mundial. Por la IV Internacional. Comunismo, 1936, Fontamara, 1978, p.186). La subestimación de la causa del fascismo es aquí tan demagógica que parece provocación, en particular si se tiene en cuenta la estimación acertada del avance del fascismo.

4. «Si la organización de la III Internacional fue imposible sin antes depurar la doctrina de Marx del revisionismo, ahora la creación de partidos revolucionarios proletarios es inconcebible sin una depuración de los principios y los métodos del comunismo de las falsificaciones del centrismo burocrático» (Declaración de la Oposición Comunista de Izquierda Internacional.Comunismo, 28, 1933.Fontamara, 1978, p. 172). La primera lectura es de risa: ¿qué revisión del marxismo habrá cometido Marx? Lo primero, naturalmente, es eliminar esta supraescolástica idealista que supone la existencia de una teoría en sí y eterna. Pero hay buen instinto: habla de las «incrustaciones positivistas» de las que habla Gramsci, del economicismo y del fatalismo: del reformismo, de la falta de alteridad suficiente. Hay algo inmutable: lo que no es ciencia. Claro que puede ser imperativos muy formales.

5. Las «Tesis sobre la dirección oficial del partido» presentadas a la III Conferencia por Esteban Bilbao contienen una excelente explicación de la involución rusa (CC, pp.68-69). Luego se estropea por la idea de desviación (más o menos consciente) idea que obstaculiza el análisis causal y la autocrítica auténtica. Pero al final vuelve sensatamente a lo mejor de la actitud trotskista de la época (C. 70) («La izquierda comunista…» (IV)).

3) Sobre Lucio Colletti, este interesante paso de ‘»Una conversación con Manuel Sacristán» por J. Guiu y A. Munné´ (Acerca de Manuel Sacristán, ed cit, pp.112-116): «(…) Colletti, ha sido un representante muy característico de un marxismo cientificista en el sentido de un marxismo entendido como teoría científica. En mi opinión es obvio que el marxismo no es eso, que el marxismo es una tradición del movimiento emancipatorio moderno, del movimiento obrero […] Bien, en cualquier caso, en mi opinión, la crisis del marxismo vista desde un punto de vista internalista, esta crisis del marxismo, la ejemplificable con Colletti y con Althusser, es la natural bancarrota de quien ha creído que el marxismo era una ciencia, cosa que no es. En el momento que descubre que no lo es, si él ha creído que el marxismo era eso se queda sin marxismo. Es evidente. Colletti se pasó la vida intentando depurar el marxismo como ciencia, quitándole Hegel al marxismo, que es como quitarle la Biblia a Jesús de Nazaret, claro, o como quitarle la Biblia al Evangelio de San Mateo, aproximadamente. Cuando descubre que no puede, que no hay nada que hacer, que Marx ni siquiera tiene inequívocamente el concepto moderno de ciencia, entonces se le hunde aquello. Para mí es claro, desde el punto de vista internalista; lo describiría así: es la bancarrota del cientificismo, pero un cientificismo que (…) yo no creo que Althusser o Colletti fueran cientificistas en el sentido en que lo son los positivistas. Es otro tipo de cientificismo; es marxismo cientificista, por así decirlo. La creencia en que el marxismo sea una ciencia» [la cursiva es mía].

4) Sacristán hace referencia a un estadio de Santiago de Chile donde fueron detenidos, torturados y asesinados numerosos miembros y simpatizantes de la Unidad Popular (y de otros partidos de la izquierda revolucionaria chilena). La bendición eclesiástica en ésta, como en otras ocasiones conocidas y cercanas, no se hizo esperar.

5) Del cuaderno «Gramsci» depositado en Reserva de la BC de la UB, estas breves anotaciones de Sacristán sobre Gramsci, «La rivoluzione contro il Capitale», IGP 5-I-1918. E: SG 149-153 [Planteamiento explícito de su problema con Marx]:

«Es el primer artículo de Gramsci sobre «Octubre». El mismo día (24-XI) había escrito acerca del «tercer órgano que faltaba -pero que no era aún los consejos, sino la Asociación de cultura. Desarrollo:

1. Los bolcheviques, hasta ahora fermento que ha evitado el estancamiento de la revolución rusa, se han hecho con el poder.

2. La revolución de los bolcheviques esta hecha de ideología más que de hechos. A eso sigue la frase: «Es la revolución contra El Capital de Carlos Marx» (E 150).

3. La explicación de cómo son y no son marxistas los bolcheviques. La interpretación de Marx: 1ª versión: las incrustaciones positivistas.

4. Segunda versión: Marx no podía prever la formación rápida anormal de voluntad popular ya por la guerra [Implícito: El esquema marxiano está hecho para la «normalidad»]. Luego lo dice explícitamente. La sensación es que admite la interpretación socialdemocrática de Marx, y por eso tiene el problema.

5. Tercera explicación: el pueblo ruso ha hecho la evolución «normal» con el pensamiento.

Es de mucha importancia notar la oscilación de Gramsci. El tratarse de textos periodísticos es una suerte, permite verla fácilmente: en un libro habría eliminado contradicciones.»

6) En el coloquio de la conferencia «¿Por qué faltan economistas en el movimiento ecologista?» (1980), se le preguntó a Sacristán por su opinión sobre Illich y los socialistas utópicos. Esta fue su respuesta: «(…) A mí, francamente, Ivan Illich me parece no sólo flojo y mal pensador sino que me parece insincero. Indirectamente es un defensor de tecnologías, detrás de las cuales están grandes monopolios. Por ejemplo, esa apología de los medios electrónicos y del teléfono, que él hace constantemente. El objeto de su ataque siempre es lo público… En cambio, de los socialistas utópicos mi actitud ahora, que no sé hasta qué punto puede interesar (…), pero ya que estoy lo digo, claro: Fourier me interesa muchísimo ahora; Saint Simon, poquísimo -bueno, algo, pero poco-; Owen, poco también; Cabet y los menores, casi nada; Babeuf, bastante. Pero el que más Fourier».

7) Dado que este texto es una carta de la redacción de mientras tanto, no será acaso insustancial algún apunte más sobre esta publicación. Entre los papeles usados en la discusión de la línea editorial de la entonces nueva revista de ciencias sociales, hay uno elaborado por Sacristán con fecha 1/7/1979, que lleva por título «Para la discusión de la línea de mientras tanto«, donde se señalan algunos de los puntos básicos de la publicación. El papel lleva una advertencia «Esta nota está escrita conociendo ya la de Paco [Fernández Buey], cuyo análisis de la situación comparto» y está dividido en cuatro apartados. El primero: «Para trazar la línea de la revista me parece útil empezar por un repaso de puntos que creo ya fijados por los dos años de existencia de la redacción:

1º. mientras tanto es principalmente una revista de pensamiento social. Este punto me parece que quedó establecido por el público lector de materiales, tanto como o incluso más que por elección nuestra. 2º. «Pensamiento social» es un rótulo que se tiene que entender de modo amplio, no en el sentido de la «Filosofía social» académica. La temática de la revista no queda materialmente especificada por esa rotulación, sino sólo el punto de vista. La música, o la literatura, o la física, etc., son también objeto de consideración por el «pensamiento social» en el sentido que nos interesa. 3º. Ese pensamiento social es de tradición marxista, es marxista en sentido histórico cultural, no necesariamente en sentido dogmático o institucional (Pero la tradición marxista incluye, naturalmente, también el marxismo profesional o institucional). 4º. El marxismo de mientras tanto se puede, además, caracterizar materialmente por un intento de ampliación y revisión del pensamiento de los clásicos, intento al que aludimos en serio y en broma al hablar de una línea rojo-verde-violeta».

El segundo apartado puntualiza algunas de estas consideraciones. Especialmente interesante es el punto 6º: «Creo que esos puntos, presentes ya en Materiales, se tienen que puntualizar a su vez en mientras tanto a tenor de los siguientes repuntos: 5º. mientras tanto debería construir las naturales consecuencias políticas concretas (españolas y mundiales) del pensamiento social que cultiva. Me parece que este repunto es ya acogido por toda la Redacción, como lo sugiere la aceptación de la fórmula de los artículos editoriales (Con este repunto 5º me adhiero a los puntos 1 y 3 del catálogo del papel de Paco. También estoy de acuerdo con los demás puntos del mismo). 6º. Sin embargo de lo dicho en el repunto 5º, creo que la inflexión de línea respecto de Materiales, por ser, como se habría dicho en la Edad de Oro de los grupúsculos, un paso a la ofensiva, y por serlo de una revista marxista no dogmática, sino rojiverdelila, debería desembocar en una fórmula no estrechamente política. Creo que podemos publicar, en modesta medida, piezas literarias de significación revolucionaria-cultural, en particular versos (p.e., de Schelley, de Guillevic, de Brecht, etc.), y también prosas (p.e. del fondo egipcio, de Los trabajos y los días, del Bhagavad-Gita, de la Biblia, de Eckhart, de los herejes franciscanos, de los anabaptistas, de Bacon, de Moore, de Mably, de Babeuf, de Benjamin, etc) pero no de corte épico, sino más bien lírico, como conviene a derrotados de buen humor. El repunto 6º se basa en la convicción de que una mentalidad revolucionaria sana y en parte nueva no puede obtener su potencia afectiva de dogmas pseudocientíficos, sino de un cultivo adecuado de la sensibilidad y el sentimiento (no de Marta Harnecker, sino de los poetas revolucionarios)».

El apartado 3 del papel enumera los puntos básicos de la línea de la revista: «Los dos años de existencia de Materiales y de su redacción hacen posible enumerar puntos de la línea de la revista sin preguntarse antes cuál es la finalidad de ésta. Sobre esta cuestión -a un inquietante aspecto de la cual alude el último párrafo del folio 1 del papel de Paco- me parece que ni siquiera sabemos si hay o no hay acuerdo unánime ni mayoritario en la redacción. Se podría discutir o considerar los siguientes objetivos posibles, que no se excluyen todos unos a otros: 1º. mientras tanto tiene por finalidad realizar el gusto que tienen redactores y colaboradores en publicar y en influir de un modo genérico en la cultura de nuestra sociedad, particularmente en la subcultura de las clases explotadas. 2º. mientras tanto tiene por finalidad influir crítica y positivamente en las organizaciones que son agentes principales de una cultura revolucionaria (partidos y sindicatos obreros). 3º mientras tanto se propone facilitar la unificación de los pequeños partidos comunistas no reformistas (a la izquierda de PTE [Partido del Trabajo de España]). 4º. mientras tanto se propone contribuir a una nueva concepción comunista que supere la presente crisis marxista, sin preocuparse de su realización. 5º. mientras tanto se propone contribuir a una nueva concepción comunista que supere la presente crisis marxista y pueda contribuir al nacimiento de una nueva organización».

Finalmente, en el último punto 4ª -«Miscelánea»-, sostenía Sacristán: «1. Tanto lo que observa Paco sobre los autores rojos extranjeros cuando consideraciones más positivas me llevan a creer que mientras tanto debe ser una revista muy indígena. Los autores rojos extranjeros deben ser muy leídos y comentados en la revista, pero no necesariamente publicados».

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