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En la cloaca de Vivendi

Fuentes: www.planetaportoalegre.net

La historia de la transnacional que controla el mercado mundial del agua, es un torrente de casos de sobrefacturación, corrupción y sobornos al sector público

Jean-Luc Touly es una persona de buen humor. Flaco, gesticulador y un buen contador de historias, el tipo de personas con las que se habla por horas sin percibirlo. Touly también es probablemente uno de los más corajudos a la hora de denunciar a una transnacional. Solo, consiguió provocarle fuertes dolores de cabeza a Vivendi – uno de los mayores conglomerados corporativos del mundo, monstruo cuyas entrañas, él conoce muy bien.

Empleado de Vivendi hace décadas, en los últimos años el sindicalista Jean-Luc Touly ha sacudido el escenario empresarial francés al difundir (junto con ATTAC), un fraude millonario involucrando a la transnacional. Una cruzada que, contra todas las probabilidades, ayudó a derrocar al ex presidente de la compañía, Jean-Marie Messier, que estaba hundiendo a la empresa en un caos administrativo y en un torbellino de investigaciones públicas. En Brasil invitado por el Gobierno de Paraná – que está en conflicto con Vivendi por el control de SANEPAR (compañía de saneamiento de Paraná) -. El autor de «Les Véritès Inavouables de Vivendi» (Las verdades inconfesables de Vivendi) conversó con Planeta Porto Alegre sobre los entretelones de la mayor corporación mundial del agua.

Negocio sucio

Creada en Francia hace 150 años, bajo el nombre Compagnie Genéréle des Eaux, Veolia Environment (conocida hasta 2003 como Vivendi) es la mayor prestadora de servicios hídricos del mundo. Dueña de un imperio construido a lo largo de más de un siglo de fusiones y negocios sospechosos, actualmente provee a más de 110 millones de consumidores, en 84 países. Touly comenzó a trabajar en la compañía en 1976, encargado de los informes técnicos y financieros de las regiones circundantes a París. Situación que lo puso cara a cara con el festín de corrupción y sobrefacturación promovido por la empresa. «Incluso en sus países de origen, las transnacionales actúan sin control», lamenta Touly en una entrevista con Planeta Porto Alegre. Y continúa: «No es extraño que las direcciones de las corporaciones sean compartidas por los mismos accionistas y consejos administrativos. Es lo que sucede, por ejemplo, con gigantes como Suez y Veolia, y con Nestlé, Coca-Cola y Danone».

Hasta los años 50, Veolia Environment tenía, junto con Suez, no más de un tercio de la gestión del agua de los municipios franceses. Hoy, Touly calcula que una recurrente política de sobrefacturación, corrupción y soborno a sindicalistas, activistas y personas del sector público, ha elevado esa cifra al 80%, con amplia participación en el mercado mundial. Según el sindicalista, la cosa funciona de la siguiente forma: «Esas empresas (como Suez y Veolia/Vivendi) firmaban contratos con el gobierno (francés) por hasta 40 años, a lo que seguía un adelanto en dinero, en préstamos de largo plazo – y con intereses bien altos – para inversiones. Como ese crédito es otorgado sin ningún tipo de auditoría, la cantidad se gasta no solamente en obras de infraestructura, sino también en cualquier tipo de cosas que el gobierno considere de su interés». El reembolso, claro, se recarga en la cuenta de los consumidores, y el contribuyente termina pagando préstamo e intereses.

Llamado «derecho de entrada» y eliminado por François Miterrand en 1993, esa jugada permitía que los políticos dieran al público una impresión de buena situación financiera, con obras en construcción. Lógicamente, tratándose de un préstamo a largo plazo, su pago terminaba quedando a cargo de sus sucesores, lo que ponía al Estado en la bizarra situación de acreedor eterno de Veoila/Vivendi y de Suez. No por casualidad, las dos están entre las tres mayores corporaciones mundiales del agua; la tercera es la alemana RWE.

La prohibición del «derecho de entrada», sin embargo, parece haber agudizado la creatividad de las empresas a la hora de burlar la nueva legislación. «Encontraron formas de garantizar que las compañías continuaran facturando con el Estado», explica Touly. » Como, por ejemplo, la sobrefacturación en la publicación de anuncios en periódicos municipales (algo como el diario oficial, pero dirigido al gran público)’. Otro camino para que el dinero continuase circulando era la inversión en equipos de fútbol, que, en Francia, tienen estrechos lazos administrativos con los municipios. «Las empresas sobre-facturaron los gastos en publicidad deportiva, y condicionaron buena parte de lo que ofrecen a la firma de contratos de servicios».

Estafa a los cuatro vientos

Los daños de Veolia/Vivendi al bienestar financiero de la población no se restringen a Francia. Buena parte del dinero embolsado por la compañía viene de la sobrefacturación de los salarios del personal especializado distribuido por la corporación alrededor del mundo. A pesar de que el gasto por la administración de empleados varía bastante dependiendo la ciudad, estado o país, la empresa prefiere ignorar esta matemática elevando el precio que cobra a los gobiernos por el mantenimiento de su personal. La diferencia, lógicamente, es recaudada por la transnacional.

En el esfuerzo caníbal de entrar en el mercado internacional, vale todo, afirma Touly, la seducción de ONGs y organismos humanitarios que, «financiados» por Veolia y otras compañías, preparan el terreno para nuevas embestidas. En situaciones de emergencia, por ejemplo, las transnacionales del agua se acoplan a instituciones de auxilio humanitario. En los países con infraestructura débil, se apresuran para «ofrecer» los especialistas del cuerpo técnico de las empresas, para que «asesoren» al gobierno en la construcción de sistemas de agua. Una solución, que por regla, desemboca en las alternativas ofrecidas por la propia compañía, «gentilmente» financiadas por el Banco Mundial. No es por casualidad, recuerda el activista, que «el presidente del Consejo Mundial de las Aguas es presidente de la Sociedad de las Aguas de Marsella – una subsidiaria cuya propiedad se divide en 50% para Suez y 50% para Veolia».

Estas mismas instituciones humanitarias son utilizadas como vanguardia en la conquista de mercados en los que los consumidores no tienen la costumbre de pagar por el uso del agua. «En África, Europa Oriental, algunos rincones de Asia, ellos (órganos humanitarios) entran en los países y trabajan junto al gobierno, construyendo una estructura «industrial» para la administración de recursos hídricos. Una vez hecho esto, está abierto el camino para los departamentos comerciales de las corporaciones del agua», esclarece.

En los países con buena infraestructura, como Brasil, Italia, Suiza y Canadá, el juego es un poco más sofisticado: las transnacionales tratan de seducir con la «venta de experiencia» técnica y administrativa. Lo que, recuerda Touly, siempre desemboca en el cuento de la privatización, o más recientemente, de las Asociaciones Público-Privadas (APP). «Cabe recordar», revela el activista, «que el ejecutivo número 3 de Suez fue, cuando era Comisario Europeo, quien aprobó el proyecto de las APP – el mismo modelo que , hoy, es exportado para el resto del mundo».

La estrategia en este caso, es ir entrando por las ventanas del control de la infraestructura pública, a partir de la inversión en empresas pequeñas y sistemas de tratamiento periféricos. «En esos países, a Veolia no le gusta aparecer, y envía, muchas veces, a sus subsidiarias». La idea, afirma Touly, es engañar al público, esquivando las resistencias. «Es común que pequeñas y medias empresas de tratamiento adquiridas por la compañía sean bautizadas con nombres locales, o en referencia a órganos públicos», completa.

La gran jugarreta

Sin embargo, el gran golpe de Vivendi, es lo que puso a Touly en la mira de la empresa. Datos que el sindicalista mostró al público, revelaron un fraude de cerca de 5 billones de euros contra el gobierno francés. La estafa encontrada por Touly puso nuevamente en la primera plana al antiguo todopoderoso de la transnacional, Jean-Marie Messier. El ejecutivo, que hoy carga con una millonaria multa estipulada por el gobierno de Francia por crimen contra el sistema financiero, es persona non grata en el mundo de los negocios del país. En el período en el que dirigió la compañía (1994-2002), Messier transformó Vivendi en un festín de negociados con el poder público, libros distorsionados y jugadas ilegales en el mercado de capitales. Una fiesta que, por su falta de límites, terminó en los tribunales.

La fortuna revelada por Touly sería fruto de una sobrefacturación de cerca de ocho mil contratos de mantenimiento de sistemas hídricos en la región parisina. Preocupado por la posibilidad de tener que dar el dinero al Estado en caso de que el esquema fuese descubierto, Messier habría puesto el dinero del saqueo en un laberinto de bancos y financieras distribuidos alrededor del mundo, intentando borrar su rastro. No fue suficiente. Investigaciones oficiales desentramaron la jugarreta, revelando que el dinero desviado fue, en verdad, el capital empleado en una de las grandes fusiones de este nuevo siglo – la compra de Universal Studios por la entonces Vivendi.

Aún con todos los datos en la mano, no fue fácil, para Touly, convencer al gobierno francés para que investigara el caso – cuando presentó las pruebas, sólo 7 de los 577 diputados del país apoyaron la creación de una Comisión parlamentaria para investigar el caso. Y no es para menos. No son pocos los representantes de la política partidaria francesa (de izquierda y de derecha) presentes en los consejos de las corporaciones del agua. «Cuando estos políticos pierden la elección, ellos vuelven a las empresas con salarios que varían entre 250 mil y 1 millón de euros», relata el sindicalista. Y continúa: «La asesora directa del actual intendente de París, por ejemplo, fue, entre 1995 y 1998 directora de recursos humanos de Veolia/Vivendi. Justamente, es ella quien hoy, se ocupa de la gestión de las aguas».

Un tiro por la culata

A mediados de 2004, la empresa contraatacó, y procesó a Touly por calumnia por el libro «Les véritès inavouables de Vivendi (Las Verdades Inconfesables de Vivendi)», radiografía de las suciedades de la compañía alrededor del mundo escrita junto con el periodista investigador Roger Lenglet. El tiro de la transnacional, sin embargo, le terminó saliendo por la culata – acosada por la opinión pública, la empresa terminó en un acuerdo amigable con el sindicalista. Lo que dejó a Touly en una situación, por lo menos extraña: debido a la estabilidad laboral garantizada a los sindicalistas franceses, él continúa siendo empleado de la compañía que, recelosa, se niega a liberarlo – al final, si lo hiciera sería nada más que acusar recibo de su propia culpa.

La prudencia aconseja mantenerse cerca de los amigos e inclusive más cerca de los enemigos. Touly abrió un cuadernillo con el título «Le Mouvement Altermondialiste et l’Eau — Quelles Réponses» (algo como «El movimiento altermundialista y el Agua – Cuáles son las respuestas»). Documento de acceso restringido apenas al alto escalón de Veolia Environment alrededor del mundo, es una especie de lista de grupos e individuos activos en la resistencia a la privatización del agua, enemigos potenciales de la transnacional. Él ojea algunas páginas, se concentra un poco y dice: «Aquí estoy yo», señalando su nombre, en el cuadernillo. «Junto a Maude Barlow, ATTAC, Foro Social Mundial…Por lo menos estoy en buena compañía». Correspondencia de Prensa