Proclama el anuncio de Aquarius que se incrementan las ventas un 38% después de un año sin publicidad, y por eso mismo debe ser que hacen un anuncio. Y es que la gente hace lo que le da la gana y es el fin de la era del marketing. O bien se trata de una […]
Proclama el anuncio de Aquarius que se incrementan las ventas un 38% después de un año sin publicidad, y por eso mismo debe ser que hacen un anuncio. Y es que la gente hace lo que le da la gana y es el fin de la era del marketing. O bien se trata de una estrategia de marketing que juega a proclamar la libertad del consumidor anunciando la muerte del marketing. Con lo que la publicidad alcanza definitivamente un estatuto artístico, porque el arte moderno se apoya en el pedestal dadaísta que proclama la muerte del arte. A mayor gloria del arte. A mayor gloria del marketing. A mayor gloria de una confusión que consume nuestra libertad mediante el nudo de una contradicción que lo abarca todo. También la esperanza de revolución pacífica, popular y festiva que vino a significar en su momento la contracultura que abanderaba la era de Acuario.
Así que en la era de Aquarius el Secretario de Estado estadounidense Colin Powell se permite bromear una parodia militarista mediante un karaoke de Village People mientras tiene al mundo sufriendo una guerra. Y en la evidencia de poder permitirse semejante parodia proclama el triunfo de un poder incontestable.
En la era de Aquarius toda propuesta del poder abarca su contrario. De la misma manera que la nueva campaña de marketing de Aquarius utiliza como coartada la ilusión de la libertad del consumidor para inocularle el condicionamiento de una nueva manera de consumir Aquarius. Ya no como un producto especializado en el campo de consumo del deporte isotónico, sino como refresco masivo e indiscriminado.
En la era de Aquarius un gobierno de Fraga contrata a los Stooges para celebrar la ruta inasequible al desaliente de un milenarismo católico. En la era de Aquarius la muerte de Carmina Ordóñez es cabecera de un telediario. En la era de Aquarius los paneles señalizadores de las autovías hacen la función de un frío recuento de las muertes que producen, con la excusa de prevenir muertes que recontar, pero en ello andan ya. En la era de Aquarius el último anuncio de Coca Cola no promociona tanto el anuncio de la bebida. Sino que la promoción de la bebida es una excusa para promocionar un tono de móvil con la canción que utilizan en ese anuncio. En la era Aquarius un oso de peluche es un juguete que incorpora una cámara en sus ojos para vigilar al individuo desde nada más nacer. Por su propia seguridad y para tranquilidad de sus padres, por supuesto. En la era de Aquarius la publicidad del Audi RSQ lo anuncia como estrella protagonista de Yo Robot. Lo que supone fácticamente el triunfo identitario de la máquina a propósito de una película que viene a alertarnos del peligro de una tecnología que combate por su identidad.
Vivimos una era que hubiera hecho estremecer de ingenuidad la peor pesadilla de Guy Debord. Orwell se equivocó. El Gran Hermano no es la proliferación indiscriminada de un rostro vigilante, sino de un espejo. Este estallido de lo cotidiano hace a Lefebvre más vigente que nunca. De manera que, recordándolo, siguiendo esta lógica, la contradicción que va de Acuario a Aquarius proclama una era donde terrorista es… el conformista.