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En la huella de Federico List

Fuentes: Rebelión

Comentario al libro «La Insubordinación Fundante», de Marcello Gullo

 

Durante varios años rogamos, demandamos y reclamamos que el libro: «El Sistema Nacional de Economía Política», del alemán Federico List, sea lectura obligada en las universidades de América Latina, ya que demuestra que la emergencia de las grandes potencias, como Inglaterra, Francia y EEUU, se debió a su severo proteccionismo y no al libre mercado predicado por el escocés Adam Smith. A partir de ahora nos toca rogar, demandar y reclamar que en las universidades de América Latina sean dos los libros de lectura obligatoria: El de List y la «Insubordinación Fundante» del argentino Marcelo Gullo.

List publicó su obra en 1841, 65 años después de que Smith difundiera su «Investigaciones sobre la Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones», en el que sus enunciados librecambistas se equiparan a verdades bíblicas. Su cinismo lo conduce a afirmar que Inglaterra alcanzó su grandeza no por su política comercial proteccionista, sino «a pesar de ella». List dice que esa falacia se asemeja a sostener que una planta creció a pesar de haber sido regada.

Añade que Inglaterra no se benefició en el aspecto comercial con el «Acta de Navegación», de 1641, que prohibía a navíos extranjeros transportar mercaderías que no fueran de su propio país y que la convirtió en el mayor imperio del mundo, aunque reconoce que aumentó su poderío. List le recuerda que el poder es más importante que la riqueza, ya que este atributo permitió a los ingleses sumir a decenas de países en la impotencia. Smith aconsejó a EEUU y Polonia que no abandonaran su vocación agrícola. List, quien residió varios años en el país del norte, coadyuvó a dejar de lado esos cantos de sirena, ya que, como dijera el general Ulises Grandt, durante la guerra de Secesión, su país tenía que imitar a Inglaterra en lo que hace y no en lo que predica. 

List muestra el éxito de los franceses y el estancamiento de España y Portugal, que no supieron retener el excedente de sus colonias, dilapidándolo en  gastos suntuarios en lugar de promover su industrialización interna, primero, para conquistar mercados externos, después. Advierte, así mismo, que ningún país, como Italia, estuvo en mejores condiciones que Inglaterra para ser la primera potencia de su tiempo. No lo logró debido a que sus florecientes islas, como Venecia, Génova, Pisa, Amalfi y Florencia, herederas de la tecnología y conquistas culturales del imperio romano, se enfrentaron entre sí en guerras fratricidas. De ahí extrae una enseñanza inapelable: Si no existe unidad nacional, todo está perdido.

Gullo, para quien el requisito de cualquier nación que desee salir de su condición periférica, es la insubordinación ideológica, recoge los grandes lineamientos del maestro List para incursionar en el análisis de países asiáticos emergentes como Japón y China. Japón, gracias a la Revolución Meiji, iniciada en 1868, alcanza lo que denomina el «umbral de poder», mediante medidas clásicas para salir del atraso feudal, como la abolición de aduanas internas y apertura de carreteras, ferrocarriles, telégrafo y líneas de navegación de vapores, pese a la oposición de los señores feudales. Funda su primer diario y miles de escuelas populares. Coloca las bases para la apertura del Parlamento y emerge el primer partido político. Instala el primer teléfono, generaliza los vehículos de tracción equina y compra las patentes de armamentos Hottchkiss. 

Como los problemas no faltan nunca, Japón compra de Inglaterra un súper costoso plan de construcción naviera, el que fue transferido con medidas equivocadas. Así, los «gentlemen» estafaron a los ingenuos nipones. Sin embargo, el mayor error de Japón consistió en entregar su gobierno al agresivo militarismo japonés, que le causó los mayores descalabros. Pese a sufrir el primer bombardeo atómico, Japón se benefició de la necesidad de Occidente de enfrentar el poderío Chino y de otros países asiáticos, lo que explica su fortaleza actual. 

La descripción de la emergencia China no es menos apasionante. Si bien China fue el país más poderoso del planeta en el Siglo XIII, las potencias occidentales la sometieron a sistemáticos saqueos y humillaciones, como la imposición inglesa de convertirla en consumidora de opio. A juicio de Gullo, China sale a flote gracias a la visión de Sun Yat-sen, quien decía, en la segunda década del Siglo XX, que, para los pueblos, las ideas no son buenas ni malas, sino útiles o inútiles. Afirma que su país era una hipercolonia, porque sus sufrimientos, su estado de dominación, iban más allá de una simple colonia, era, en realidad, una semicolonia de todas las potencias extranjeras, que ejercieron sobre ella el más despiadado imperialismo. Sut Yan-sen postula un capitalismo nacional, férreamente conducido por el Estado central. 

El país más poblado del mundo va ahora camino de convertirse en la primera potencia del orbe. El hecho se debe, entre otros factores, a que ha condicionado las inversiones extranjeras a la transferencia de tecnología, en tanto que, en materia automovilística, por ejemplo, el 90 % de las piezas deben ser fabricadas en China, empeñada ahora en desarrollar una economía de conocimiento intensivo. Lo cierto, afirmamos nosotros, es que ningún país periférico puede pergeñar un futuro socialista, si, previamente, no arrebata el poder de decisión política y económica a consorcios foráneos. 

Lo interesante del libro de Gullo es que aún incursionando en el análisis económico de países ya estudiados por List, aporta novedades de enorme valía. De esta manera, socializa los siguientes datos: Hasta mediados del Siglo XIX, el orgulloso pueblo alemán carecía de conciencia nacional. El hombre de Baviera, Prusia o Hesse no se sentía alemán y no creía que existiera una patria llamada Alemania. La clase política presentaba niveles de corrupción que haría palidecer de vergüenza a cualquier político latinoamericano. Los señores feudales de Alemania vendían a sus súbditos por millares al Ejército británico, que los convertía en soldados esclavos. La unidad alemana, acaudillada por Bismark, puso los cimientos del poderío alemán, vigente en nuestros días. Otra vez el tema de la unidad nacional aparece como requisito de transformaciones estructurales.

El seguimiento de Gullo a List se produce aún en el eurocentrismo del pensador alemán. List obvió las consecuencias económicas y sicológicas del  tráfico de esclavos africanos, muchos de ellos trasladados a las plantaciones de Brasil y el Caribe. En general, la ausencia de análisis de la situación en Africa es un denominador común en los trabajos de List y Gullo. El escritor argentino cifra grandes esperanzas en el MERCOSUR, sin puntualizar que ese acuerdo integrador carece de destino en tanto transnacionales europeas, norteamericanas, chinas o japonesas manejen sectores claves de la economía sudamericana. Esas transnacionales están articuladas a Paraísos Financieros y al narcotráfico, así como al papel alienante de sus ONG.

No se mencionan los abusos de Brasil con relación a sus vecinos débiles, como Paraguay, Bolivia y Ecuador, fenómeno que llevó a Ruy Mauro Marini a desarrollar la tesis del subimperialismo brasileño. Marini decía que el subimperialismo logra su expansión relativamente autónoma en los países más sometidos, lo que permite a sus burguesías beneficiarse con transferencia de valor, a fin  de lograr excedentes que son incapaces de defender frente al imperialismo. Ojala en futuras ediciones, que serán requeridas muy pronto, gracias a su enorme éxito editorial, el libro de Gullo pueda llenar estos baches, que no aminoran su enorme valía.