La reciente Cumbre de Naciones Unidas con motivo de su 60º aniversario resultó en un fracaso en los principales temas de la agenda. Los líderes mundiales pasaron casi de largo por los Objetivos de Desarrollo del Milenio (OMD) o la reforma del organismo, y se atascaron en un asunto polémico: la lucha contra el terrorismo […]
La reciente Cumbre de Naciones Unidas con motivo de su 60º aniversario resultó en un fracaso en los principales temas de la agenda. Los líderes mundiales pasaron casi de largo por los Objetivos de Desarrollo del Milenio (OMD) o la reforma del organismo, y se atascaron en un asunto polémico: la lucha contra el terrorismo internacional. Aunque de acuerdo en el fondo -que es necesario combatir esta lacra-, los países no han sido capaces de convenir la forma de abordar este fenómeno ni de buscar, siquiera, un concepto común de terrorismo. Alberto Piris, analista de política internacional del Centro de Investigación para la Paz y General de Artillería en la Reserva, considera imposible llegar a un acuerdo mientras interfieran intereses políticos.
– ¿Supone el acuerdo de mínimos alcanzado en la Cumbre de la ONU un paso adelante o un paso atrás en la lucha contra el terrorismo internacional?
– Me parece un paso más retórico que real, sin mucha trascendencia por el momento. Habrá que esperar a ver cómo se materializa.
– ¿Por qué es tan difícil encontrar una definición de terrorismo?
– Resulta imposible definir qué es terrorismo mientras se siga considerando que existen terroristas «buenos» (los que apoyan las políticas propias) y «malos» (los que se oponen a ellas). EE. UU. es el ejemplo más flagrante de esta contradicción; pero no el único. Las acciones hostiles de la «contra» nicaragüense eran terrorismo para el Gobierno de Ortega, pero eran «luchadores de la libertad» para Washington. No parece que esto vaya a cambiar, salvo en algunas declaraciones retóricas de muy baja credibilidad.
Por otro lado, el Derecho Internacional siempre ha considerado legítimo recurrir a la violencia para deshacerse de la tiranía y la opresión. Pero «tiranía» y «opresión» siguen siendo expresiones relativas, de ahí la dificultad de encontrar un punto común en el que coincidan todos los Estados.
Por último, si llega a alcanzarse una definición de validez universal, no será absurdo sospechar que, más que fruto de una reflexión imparcial, justa y equitativa, sea producto de la ecuación de poder vigente en ese momento.
– En la búsqueda de las raíces de este fenómeno, hay analistas que lo explican como una expresión degradada de los fallos en la política de integración de la emigración en Occidente, especialmente en Europa; otros buscan las raíces en los desmanes de la política exterior estadounidense -primero-y occidental en general; un tercer grupo basa sus explicaciones en problemas locales sin resolver, como Palestina. ¿Cuál sería su explicación?
– Si hubiera una explicación concreta y unívoca, se habría dado un paso trascendental para vencer esta peligrosa amenaza actual. Pero no la hay. En primer lugar, porque la misma expresión «terrorismo internacional» no es suficientemente clara: si ETA actuara en territorio francés ¿sería considerada como una banda terrorista internacional y no «local», como hasta ahora?
Existe, además, una doble dificultad: la de definir qué es terrorismo y qué no lo es; y la de establecer su naturaleza internacional o local. Lo que nos llevaría a otros terrenos conceptuales, no bien precisados, que alargarían mucho esta entrevista.
Aparte de esto, y centrándome en la pregunta, creo que todos los factores citados en ella contribuyen al terrorismo. Ninguno es definitivo, pero todos son coadyuvantes.
A ellos habría que añadir algunos otros:
– la influencia de las interpretaciones religiosas que proponen paraísos a los terroristas y confirman su tendencia al extremismo;
– la idea de que el terrorismo puede eliminarse sólo mediante acciones militares o policiales.
– Terrorismo internacional e Islam parecen una pareja inseparable. ¿Es per se un fenómeno dirigido contra Occidente?
– En España se ha tenido la sensación de que independentismo vasco y terrorismo etarra también iban de la mano. Parece que ahora se vislumbra otra perspectiva en la que el independentismo pueda expresarse sólo en términos de confrontación política, como corresponde a un sistema democrático eficaz. De modo parecido, en el terrorismo internacional actual hay un componente de radicalismo islámico que hoy no puede ignorarse, aunque es imposible predecir cómo evolucionará.
El hecho de que las acciones terroristas en Irak produzcan víctimas en el pueblo iraquí no debe interpretarse mal: gran parte de los iraquíes víctimas del terrorismo son vistos por los terroristas como colaboradores de los invasores, por ser aspirantes a cubrir plazas en la Policía o a trabajar en empresas controladas por las potencias ocupantes. En los casos de más difícil justificación – desde el punto de vista de los terroristas – se suele aducir que se trata de «malos musulmanes», que incumplen tales o cuales preceptos de su religión.
– ¿Es el terrorismo internacional sinónimo de pobreza?
– Más que sinónimo de pobreza, el terrorismo internacional puede emparejarse con la idea de «reacción». Se trata de una reacción a muchos factores, como ya se ha dicho. Los que derribaron las Torres Gemelas no habían crecido en la miseria. Algunos de los suicidas palestinos que siembran el terror entre la población israelí, por el contrario, sí han nacido y vivido en la desposesión casi absoluta y la humillación permanente. Los primeros reaccionaron frente a ideas inculcadas de odio a EE. UU. – como símbolo del mundo ajeno, tradicionalmente opresor – y se creyeron protagonistas de una acción mesiánica de reparación de injusticias seculares; los segundos reaccionan contra el Estado de Israel, fuente para ellos de toda injusticia, y causa de su miseria y humillación.
De ahí que, en la lucha contra el terrorismo, sea esencial analizar cuál es la «acción» que provoca tal «reacción», lo que facilitará la resolución del problema.
– Algunos analistas consideran que el caudal de solidaridad y legitimidad que obtuvo Estados Unidos tras el 11-S se ha desperdiciado con las equivocaciones de la guerra contra el terror. La herida de Irak sigue abierta y sangrando. ¿Qué opina al respecto?
– La aberrante estrategia de la «guerra preventiva» aplicada a la lucha antiterrorista es quizá el mayor error que se ha cometido en los últimos años. La invasión y ocupación de Irak, una vez diluida la nube mediática que la ocultó, se considera cada vez más claramente como un acto de agresión injusta contra un pueblo que nada tuvo que ver con el 11-S. Justificarla con la eliminación del dictador que lo oprimía, una vez reveladas como falsas otras causas para desencadenarla, no convence ya a nadie.
En el seno de EE. UU. podrá llegar a prevalecer, alguna vez, la necesidad de reconocer esos errores que tanta sangre han costado a la humanidad. Mientras esto no ocurra, EE. UU. no recuperará el prestigio del que gozó en épocas pasadas como defensor de las libertades de los pueblos.
Es paradójico observar que la única superpotencia indiscutible del planeta, provista de la mayor capacidad militar y económica que jamás se ha conocido, pase ahora por los momentos más bajos de desprestigio y falta de ascendiente moral sobre el resto de la humanidad. El faro de la neoyorquina estatua de La Libertad, está apagado. EE. UU. ya no irradia esperanza a los pueblos ni constituye un modelo a seguir para muchos de ellos.
– En la lucha contra el terrorismo internacional se están recortando libertades en favor de la seguridad y se están rebajando los estándares internacionales en derechos humanos. ¿Hasta que punto es posible avanzar en la lucha contra el terrorismo internacional y salvaguardar las libertades y derechos que ha llevado años conseguir?
– En este aspecto no se pueden aceptar concesiones. Si lo que se trata es de defender nuestras sociedades libres y democráticas de un enemigo exterior, no se debería empezar deteriorando nuestra libertad y nuestra democracia con medidas restrictivas y legislaciones que tienden al totalitarismo. De ser así, estaríamos destruyendo lo mismo que pretendemos defender. No hay paradoja más demoledora que ésta.
La eficacia policial que se trata de lograr con esas medidas hay que buscarla por otros caminos: más y mejores recursos para los organismos de protección y seguridad, más coordinación entre ellos, mejor cooperación internacional, más control de los paraísos fiscales y de las opacidades bancarias, son algunos aspectos a mejorar. Basta recordar que está ya bien comprobado cómo la incapacidad burocrática y las rencillas entre el FBI y la CIA impidieron abortar a tiempo los ataques terroristas del 11-S, a pesar de que se disponía de información suficiente para haberlo hecho.
– ¿La semilla del terrorismo internacional se planta más en los países de donde proceden los terroristas o en los países que son víctimas del mismo? ¿Qué papel desempeñan aquí los discursos fundamentalistas en algunas mezquitas y cómo se pueden abordar sin socavar el derecho a la libertad de religión y expresión?
– Pienso que no existe un «semillero» de naturaleza única para el terrorismo que ahora nos amenaza. Un joven musulmán en un suburbio parisino puede sentir tanta desesperación íntima y personal como otro que ve cómo su vivienda es derribada por un buldózer en Palestina, y ambos pueden ser inducidos a responder a esa desesperación con violentas acciones terroristas, incluido el suicidio.
Poco importa, a efectos prácticos, que el inmigrante albergue las semillas del terrorismo antes de llegar al país de destino o que broten en éste. El resultado es casi el mismo.
También hay que considerar que las soflamas religiosas son tan peligrosas en las mezquitas como en las ondas de radio y televisión de algunos predicadores cristianos. La aplicación exaltada de ideas religiosas, sean las que sean, a conflictos de cualquier índole (políticos, económicos, etc.) tiene como resultado inevitable agravarlos y fanatizarlos.
– En los países musulmanes, ¿el fenómeno terrorista es un asunto esencial en la agenda, como ocurre en buena parte de Occidente?
– El fenómeno del terrorismo no es el principal asunto de la agenda política de ningún país, aunque algunas retóricas oficiales así lo afirmen.
En términos generales, y aduciendo también valores estadísticos, los pueblos sufren mucho más por otras razones que por los efectos del terrorismo. El hambre, el desempleo, la inseguridad, la violencia urbana, la explotación laboral y otros aspectos de este tenor inciden mucho más intensamente en la situación de las personas que el temor a morir víctimas de una acción terrorista.
Pero casi todos los gobiernos saben aprovecharse bien de la existencia del terrorismo. Y la pugna política interna en los Estados democráticos, también lo hace. Un pueblo asustado y acobardado – como el de EE. UU. tras el 11-S – acepta más fácilmente los errores, las mentiras y las corrupciones del gobierno bajo el que busca seguridad y protección.
La agenda del presidente Bush (o de la camarilla de neoconservadores que viene dirigiendo sus pasos) tenía en aquellas fechas otras prioridades: recuperar la baja credibilidad personal y poca estima de que gozaba entre la población, fruto del fiasco electoral que le llevó a la Presidencia, era quizá la primera. La segunda, dejar su impronta en un «nuevo orden mundial» que no fue capaz de establecer su padre, empezando por aplicar lo que él llamaba «visiones» de un nuevo Oriente Medio. La tercera, reforzar su posición personal como «Comandante en Jefe» decidido a vengar a EE. UU. por la humillación sufrida, excitando los más bajos instintos patrioteros. El terrorismo fue la excusa que le permitió alcanzar sus objetivos principales.
Prueba de lo que aquí se afirma es que la intervención militar estadounidense en Irak no sólo no ha supuesto ningún avance en la lucha antiterrorista, sino que ha fomentado el terrorismo hasta extremos antes inconcebibles.
– ¿Es lo que está pasando en Rusia? Putin y Bush han encontrado en el terrorismo internacional un punto en común.
– Para EE. UU., los independentistas chechenios eran luchadores por la libertad antes del 11-S y sufrían la brutal represión de Moscú. Declarada por EE. UU. la paranoica «guerra universal contra el terrorismo», que no tiene fin previsible, el presidente Putin aprovechó la ocasión para añadir el independentismo chechenio a la lista de los terroristas «oficiales» (esto es, los que son tenidos por tales en EE. UU.), obteniendo así la necesaria luz verde para proseguir con la destrucción militar de los chechenios que aspiran a la independencia nacional.
– En el caso chechenio, o en el español, ¿se deben aplicar los mismos patrones a la lucha contra el terrorismo local que a la lucha para erradicar el terrorismo internacional?
– La tendencia a buscar patrones es peligrosa y muy poco racional. Con el «patrón iraquí», España debería haber bombardeado el sur de Francia, para aniquilar las bases etarras situadas en esa zona. Puede también aducirse, con más fundamento, que según el «patrón democrático», EE. UU. debería haber echado mano de sus recursos policiales, diplomáticos y financieros, para descubrir y castigar debidamente a los causantes del 11-S, sin recurrir a la ciega acción militar que sus ejércitos desencadenaron en Afganistán e Irak.
No es necesario descubrir nuevos «patrones»: existen leyes, tribunales y procedimientos judiciales. La democracia debe servirse de esos instrumentos. La democracia solo habría de recurrir a la guerra cuando la amenaza sea básicamente militar.
– ¿Cómo viene a afrontar este problema la Alianza de Civilizaciones que propone el presidente español Rodríguez Zapatero?
– Mientras no se pase de las expresiones y deseos a los hechos y las realidades, es difícil predecir el resultado de esa propuesta del Presidente del Gobierno, inicialmente atractiva.