Se trata del mayor acuerdo comercial celebrado por Estados Unidos desde el TLCAN
Obtener la aprobación del Congreso estadunidense para el Tratado Centroamericano de Libre Comercio (TCLC), sobre todo en la Cámara de Representantes, será una ardua lucha para el gobierno de George W. Bush. La apuesta es que los republicanos, una vez más, lograrán una apretada victoria, como en batallas anteriores. Sin embargo, existe el riesgo de que el tratado sea rechazado, y aun si se le ratifica será un atisbo de la intensa resistencia que futuros acuerdos podrían enfrentar.
El TCLC es el mayor acuerdo comercial celebrado por Estados Unidos desde el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Los cinco países centroamericanos que lo forman (Honduras, Costa Rica, Guatemala, Nicaragua y El Salvador), en combinación con la República Dominicana (cuya inclusión está prevista), representaron para EU el socio comercial número 13 en importancia en 2003. Ese año los seis países constituyeron un mercado exportador más grande que Italia, y apenas un poco menor que Francia.
Hay algo más importante: el TCLC será la batalla central en el próximo periodo de sesiones del Congreso, de cuya fortuna depende la agenda comercial del presidente en los próximos cuatro años. Esa agenda incluye tratados comerciales con los países andinos que están actualmente en negociación.
El principio de esta batalla legislativa está a la vuelta de la esquina. Se dice que la Casa Blanca planea presentar el TCLC a los comités correspondientes del Congreso -el de Medios y Métodos de la Cámara de Representantes y el de Finanzas del Senado- ya en este febrero. Desde el momento en que reciban la legislación, los comités tendrán 45 días para dictaminar la iniciativa y presentarla a los plenos para un debate de no menos de 20 horas, y para votación no más de 15 días después. Esto implica que el TCLC podría presentarse a votación del pleno en la cámara y luego en el Senado en abril o mayo próximos.
Al momento no se han reunido los votos necesarios para el TCLC; de otro modo el Ejecutivo habría presentado la iniciativa hace largo rato. El cálculo de los votos necesarios para reunir los 218 de 435 que hacen falta oscila entre 10 y 50. La renovación del Congreso (tras las elecciones de noviembre hay 37 caras nuevas en la cámara y algunas en el Senado) y la partida de líderes de alto perfil en ambos lados de la cuestión ha dificultado el cálculo. Hay que asumir que los recién llegados no tienen fuertes preferencias y podrían votar en cualquier sentido. Y existe una veintena de congresistas demócratas y republicanos que tienden a sentarse en la banca el mayor tiempo posible, con la esperanza de negociar sus votos al mayor postor. En cualquier caso el campo está abierto.
Frente a frente están los mismos grupos que contendieron en anteriores escaramuzas comerciales. Del lado pro TCLC se ubica un cabildo empresarial que ha cobrado nuevos ánimos, los electorados pro latinoamericanos de Washington (con inclusión de la mayoría de los grupos de pensamiento de la tendencia dominante), los cabilderos contratados por los países involucrados y, el más importante, el presidente Bush. El Ejecutivo, sin duda, ordenará a todas las burocracias interesadas (la representación comercial de EU, el Departamento de Comercio y el de Estado) que presionen duro al Congreso para que apruebe la iniciativa.
En la otra esquina está la federación sindical AFL-CIO (que salió bastante magullada de los pasados comicios); el conglomerado ambientalista, que se ha vuelto menos vehemente; una variedad de organizaciones no gubernamentales, y algunos intereses especiales en la agricultura, que no tienen muchos antecedentes de colaboración con los otros grupos: se trata del bien arraigado y organizado cabildo azucarero y, en menor medida, el cabildo arrocero, que encabeza la carga contra el TCLC y está en la mejor posición de desempeñar la función de restar votos a los contrincantes. La principal queja del cabildo azucarero es que el TCLC establece un precedente peligroso al abrir el mercado estadunidense del azúcar.
Las circunstancias favorecen a Bush
La historia, las circunstancias políticas y, en gran medida, la razón, están del lado de que los republicanos ganen la batalla del TCLC. Sin embargo, será una votación cerrada, y el meollo de la cuestión radicará en que la Casa Blanca maneje la votación con destreza y, sobre todo, que gaste con prudencia su capital político.
Los partidarios del TCLC se animan con el desempeño estelar del gobierno en obtener aprobación para anteriores acuerdos comerciales bilaterales: Marruecos, Jordania y Australia son los más recientes. El gobierno llegó antes a grandes extremos para obtener la aprobación de la Autoridad de Promoción Comercial (APC), aunque sólo fue por un voto. Es de preverse que irá con todo también a favor del TCLC.
El momento político no podría ser mejor para la Casa Blanca. Al esperar después de las elecciones para presentar el tratado, el presidente no sólo se verá recompensado con una mayor presencia republicana en el Congreso, sino también con una renovada luna de miel al comenzar su segundo periodo en enero. Los nuevos legisladores republicanos se verán particularmente inclinados a votar junto con un presidente que los llevó en ancas a Washington.
El problema no son las leyes, sino su aplicación
Al mismo tiempo, los demócratas se ven titubeantes y vulnerables. Al principio del nuevo periodo de sesiones, muchos tendrán en mente el hecho de que la cruzada contra el libre comercio que emprendieron algunas de sus figuras emblemáticas (entre ellas el candidato vicepresidencial John Edwards) no produjo muchos votos. La pérdida del apoyo de los latinos en las elecciones podría también pesar en la mente de algunos demócratas y explicar su renuencia a declararse en contra de una iniciativa que parece atraer a ese sector de electores, sobre todo los que tienen ascendencia de alguno de los países firmantes del TCLC. Charles Rangel (Nueva York), principal líder de la minoría en el Comité de Medios y Métodos, quien ha sido crítico del tratado, se encuentra en una posición particularmente incómoda dado el alto número de dominicanos en su distrito.
Los argumentos de las fuerzas partidarias del TCLC comienzan a roer la armadura intelectual de la oposición. Por ejemplo, las advertencias de que el fin de las cuotas mundiales a las importaciones textiles, que ocurrió el 31 de diciembre de 2004, conducirá a una invasión de textiles fabricados en China (con poco o ningún contenido estadunidense) a expensas de productos centroamericanos (que incorporan 75% de contenido estadunidense) parece resonar entre representantes legislativos procedentes de las Carolinas.
Además, el argumento de los sindicalistas de que el TCLC no contiene suficiente protección legal para trabajadores ha sido minado por una revisión llevada a cabo por la OIT el año pasado, la cual subrayó que el problema no radica en las leyes, sino en su aplicación. De hecho, todos los países centroamericanos son signatarios de las ocho convenciones esenciales de la OIT (El Salvador ha firmado seis), en tanto Estados Unidos sólo se ha adherido a dos. Los proponentes del TCLC señalan también que el acuerdo contiene protecciones laborales similares a las encontradas en el TLC con Marruecos, que el Congreso aprobó.
Por otro lado, el cabildo azucarero parece tener un firme asidero en representantes de estados productores de azúcar (Florida y Luisiana) y remolacha (Minnesota y Dakota del Norte y del Sur). Los legisladores de esos estados que son amistosos hacia América Latina, como el presidente del subcomité de asuntos exteriores sobre el hemisferio occidental del Senado, se encuentran en situación difícil. Los cabilderos azucareros sostienen que tienen de su lado hasta dos docenas de legisladores. Si es cierto, no es seguro cómo vaya el gobierno de Bush a contrarrestar esos votos.
La aprobación del TCLC, en cualquier forma en que el gobierno la maneje, probablemente cause un daño colateral a la Casa Blanca. Existe el riesgo de que los parámetros de futuros acuerdos comerciales sean circunscritos por el debate del TCLC, y que el azúcar sea el tema que complique las negociaciones con los países andinos. (El cabildo azucarero, por ejemplo, desearía que el gobierno de Bush se comprometa a no poner el azúcar en la mesa en cualquier negociación futura, y dejar el tema a las pláticas en la OMC.) Por otra parte, si el TCLC no es ratificado, hay poca esperanza de que los acuerdos andinos sufran un destino similar. En tal razón, la votación final sobre el tratado centroamericano será un acontecimiento crucial, que afectará las perspectivas del libre comercio en los años por venir.