¿Tiene usted voz? ¿Es usted escuchado? Todo ser humano sin excepción necesita ser escuchado. Cuando somos escuchados, sentimos que somos aceptados, que somos tomados en cuenta, que somos respetados, que somos valiosos… La importancia de tener voz y ser escuchado no se limita a la vida familiar y privada, sino que se extiende a toda […]
¿Tiene usted voz? ¿Es usted escuchado?
Todo ser humano sin excepción necesita ser escuchado. Cuando somos escuchados, sentimos que somos aceptados, que somos tomados en cuenta, que somos respetados, que somos valiosos…
La importancia de tener voz y ser escuchado no se limita a la vida familiar y privada, sino que se extiende a toda la sociedad, es decir, a la administración pública, la educación, la política…
Si no fuera por nuestra capacidad de relacionarnos no habríamos desarrollado el lenguaje, nuestra consciencia sería muy limitada, nuestra inteligencia no nos habría permitido ir mucho más allá de la posibilidad de sobrevivir y, por supuesto, no habríamos construido una cultura y organizado una sociedad.
Toda organización social es el resultado de las relaciones entre las personas, lo que implica haber adoptado un estilo de comunicación.
La cultura occidental, el mundo civilizado, escogió un estilo autoritario de comunicación basado en el arquetipo del machismo, es decir, en un estilo de comunicación vertical, en el cual los mensajes, mejor dicho, las órdenes, van de arriba hacia abajo y excepcionalmente de abajo hacia arriba. Esto quiere decir que los de arriba no tienen consciencia de los de abajo, que no los escuchan. Quiere decir que hay un abismo entre la «realidad» creada en la cúspide de la pirámide y la realidad de la base; y que los que «mandan» no tienen remota idea de qué está pasando en el mundo material.
¿Cuántas veces ha visto que en las universidades los rectores y vicerrectores se tomen la molestia de «conversar» con los profesores o con los estudiantes en el cafetín? ¡Dios mío, que falta de glamour!
¿Cuántas veces el ministro de educación o su secretario se dignan a salir de sus oficinas para dirigirse a las escuelas y tomarse el tiempo de hablar con los niños? Ni siquiera los docentes lo hacen con sus alumnos. Igual que los padres, no oyen.
Estando «abajo», tener voz en casa, en el sistema educativo, en la administración pública, la empresa privada, el partido político, las organizaciones religiosas es algo excepcional, pues el estilo de comunicación que hemos desarrollado no es de Ser Humano a Ser Humano, sino de Superior a inferior; de sabelotodo a ignorante…
Lo anterior genera, aunque lo neguemos, un estilo de violencia abierto y soterrado de los ricos, de la clase media, de los pobres, de los políticos, de los educadores, de los empleados públicos y privados, de los sindicatos, los religiosos… «entre«, «desde» y «hacia» los demás.
¿Usted que se queja de la tiranía y ¿lucha? por la igualdad se ha dado cuenta, ha tomado consciencia de su tendencia al monólogo, al autoritarismo, de su tendencia a tomar decisiones unilaterales, de que es un pequeño dictador, un pinche tirano?
La gente, las personas subordinadas en ámbitos sociales claves como la administración pública o la educación, en su mayoría son tratados como niños, no se les escucha, se les reprende si tienen opinión propia, si advierten incongruencias en lo que dicen o hacen los que «mandan».
Las personas «sólo deben obedecer porque sí, porque lo dice el jefe, el líder, el mandamás, el neo-caudillo…», y ello, aunque diga disparates y los lleve a todos por el camino de la destrucción.
Ese no tener voz, no poder emitir opinión alguna, el no ser escuchado… lleva mensajes implícitos tales como: «¿Quién eres tú para que yo te tome en cuenta?»; «!Ubícate!»; «tus ideas no me interesan»; «no eres tan inteligente como para saber lo que estás diciendo»; «eres un pobre ignorante, un bruto»; «métete en tus asuntos y no molestes»…
¿Democracia? ¿De cuál democracia hablarán los que se hacen llamar líderes de los partidos políticos? ¿De cuál democracia hablan los docentes? ¿De cuál democracia se habla en la administración pública? ¿De cuál democracia hablamos todos? ¿Será que la palabreja nos gusta y en manos de los supuestos líderes sirven de motivo para ocultar males como la discriminación y la segregación?
¿Qué es lo que no queremos escuchar? ¿Por qué no lo queremos escuchar? ¿Habrá al mismo tiempo algo que nos impide escucharnos?
Si no somos escuchados: «¿Cuál democracia puede existir en este país, Venezuela, si por hábito la mayoría de las personas que ocupan un «medio carguito», o es padre o madre de familia; o docente; o portera o portero…; se comporta de manera despótica, como cualquier vulgar dictadorzuelo?
A la calle ha salido cualquier cantidad de gente, cualquier cantidad de veces, a gritar y a exigir libertad con cabilla o pistola en mano, incluyendo no sólo a los politiqueros de costumbre, sino también los que se esconden detrás de la fachada de buenos estudiantes, de buenos ciudadanos, de gente con buenas intenciones que quieren salvar al país…
En el partido, sea amarillito, verdecito o azulito, el que le guste…; existe el hábito de callar a la gente pensante… sólo quieren borregos… entonces yo me pregunto: «¿Con qué autoridad están pidiendo democracia? ¿Con qué autoridad piden libertad? ¿Qué ocultan detrás del pedir? ¿Amordazar a la mayoría?
La historia se repite en nuestra educación, sea en la escuela, el bachillerato o la universidad pública o privada; en la escuela, el bachillerato o universidad religiosa o seglar… El cura sabe lo que me pasa sin escucharme, es obvio que soy un maldito pecador, y me impone penitencias sin escucharme; el psiquiatra me manda pastillas porque se considera más experto que yo en cuanto a mis problemas; nuestros padres siempre supieron lo que nos pasaba y nos mandaban a callar, o bien, nos decían: «Tú debes hacer…». ¡Cuánto ansiábamos tener más edad para que nos dejaran tranquilos y poder mandar a los demás!
En todas partes, casi siempre, enfrentamos un forcejeo, enfrentamos escaramuzas de poder y seguimos sin ser escuchados.
La historia de los oídos sordos se repite en la administración pública, en los medios privados de comunicación masiva, en la junta de vecinos, en la junta de condominio, en la sociedad de las hermanitas de la caridad, la legión de María y no se diga en el Opus Dei y el Partido Episcopal Democrático…
Si uno termina por hacerse oír es un mal educado, un grosero, un malcriado, un alzao, un entrometido, un busca pleitos…
Mi derecho a hablar, a opinar, a aportar…, me lleva a ser considerado hasta un delincuente, mientras que los supuestos líderes políticos, religiosos, educadores…; que están para servir y deberían escuchar, son los únicos que hablan. Y hablan por mí, por usted, sin habernos dirigido jamás la palabra porque, como ya sabemos todos, están muy ocupados, porque nunca se encuentran, porque no nos dan una cita sino para dentro de tres meses.
El ciudadano modelo, según el mensaje de nuestras prácticas sociales, es aquel que es un borrego: «Mientras más borrego sea usted, mejor ciudadano es». Pero ni usted ni yo somos borregos y nos hierve la sangre cuando no nos oyen y nos irrespetan.
Sin excepción todos queremos ser felices, ser capaces de disfrutar la vida y estar en paz y satisfechos con nosotros mismos, es decir, queremos ser psicológicamente sanos, pero hay un pequeño inconveniente. En este país, dicen los expertos en la conducta, que tener salud mental es verse obligado a sentirse contento en una sociedad que ha sido construida arbitrariamente a los porrazos y sin que a la mayoría nos hayan tomado en cuenta. Una sociedad que ha sido organizada tanto en su infraestructura, como en lo económico, en sus relaciones, lo educativo, lo político, lo religioso, la justicia… de manera unilateral, casi siempre improvisada, a la carrera, para obtener votos, conseguir una opinión pública favorable, para que apoyemos y seamos usados…, por los que ¿saben?
En las calles, no lo podemos negar, hay una queja permanentemente, una insatisfacción que no se aplaca, porque no nos oyen, no nos oímos, no oigo…
Cuando el otro habla, sencillamente estamos comparando lo que nos dicen los demás con nuestros viejos esquemas, con paradigmas caducos, es decir, con aquellas ideas nuestras que creemos verdades absolutas, eternas e inmutables, de forma que el otro habla solo, al viento…, porque yo, mientras el otro habla, estoy preparando mi discurso para rebatir todo o la mayor parte de lo que el otro diga.
¡Cómo nos gusta discutir sin razón, sólo por ganar una discusión y sentirnos superiores!
Cuando alguien nos habla, lo típico es que el otro nos quiera imponer una idea y lo típico es que nos defendamos, que tengamos a mano, listos, nuestros argumentos, de modo que la comunicación es puro ruido de la mejor sepa.
¡Qué trabajo cuesta hacernos entender cuando tenemos algo que decir!
En el ámbito que no has dado por llamar político, que creemos que es político, es increíble que cuando alguien de algún partido hace algo positivo, alcanza algún logro social, económico o de cualquier naturaleza, lo que es la mejor manera de comunicar algo de manera auténtica y expresar amor hacia nosotros; los ¿opositores? no lo reconozcan, se muestren indiferentes, como si no hubiese ocurrido nada. ¡Ah, si los ¿opositores? lo toman en cuenta es para denigrar o decir: «nosotros lo hubiéramos hecho mejor»!; lo cual es la mejor manera de decirnos lo mediocre que son y cuánto miedo sienten, cuánto nos odian.
Un momento, los ¿opositores? denigran y descalifican las cosas positivas que hace algún otro para el país. ¿Para qué equipo juegan entonces? ¿Están con nosotros o contra nosotros?
En los años de gobierno del presidente Chávez hemos visto que los logros son reconocidos casi siempre por instituciones u organizaciones extranjeras. Los ricos de este país dicen que les va muy mal, pero en lo que va de año han ampliado sus negocios, se han comprado un nuevo palacio y hasta han comprado tres o cuatro vehículos de 200 y 300 millones. ¡Ojalá todos fuéramos ricos y nos fuera tan mal!
Desde lejos todos los partidos políticos en este país huelen mal, huelen a podrido. Entre los miembros de todos los partidos políticos, y ello excluye a las honrosas excepciones que existen en cada uno, la mayoría define actividad política como hacer trampa, denigrar, deshonrar, injuriar, ofender… a «los enemigos». Lo hacen para ganar aceptación, porque a falta de verbo, de don de ser, es más fácil llegar a la emocionalidad reactiva de la gente que usar el cerebro, escuchar, informarse, pensar.
Tan podrido están los partidos políticos en Venezuela que dentro de cada uno de ellos la mayoría es sorda y ciega a la delincuencia interna disfrazada de lucha política: «En la política todo vale». ¡No tienen palabra, no podemos confiar en ellos!
Siempre de «imita monos», copiando a la crema política de USA, por cierto, muy oscura; los supuestos líderes políticos dentro del perímetro del partido nos mandan a callar por aquello de «mantener las apariencias», de que no hay que darle armas al enemigo, de que debemos mantener la unidad a pesar de que todos terminemos embasurados y degradados.
Debemos callar por las buenas o por las malas: «Ya sabes lo que te conviene». Lo cierto, es que la «mayoría» en cada partido no habla porque está prohibido, porque siente miedo, porque ha probado la amenaza, la tortura, la muerte de algún amigo o familiar».
En lo que llamamos política hay verdades que no se dicen, pero ¿para qué se van a decir si no hay receptores que las oigan? ¿Para qué si los que viven declarando en los medios acusan sin pruebas, si no tienen más argumentos que el insulto, si hoy dicen una cosa y mañana se contradicen… y su palabra «tiene más valor» que la de cualquier ciudadano honrado?
¡Pero qué increíble, basta que algún asomado de otro país diga lo que pasa en Venezuela, expertos en terrorismo, como un Bush, un Gaviria, un Negroponte…; aunque no sepan dónde queda nuestra patria, para que, particularmente la gente de la clase media «, levante las orejas y diga amén»! «Son buenos ciudadanos, son buenos borregos».
Estos dóciles y «buenos» ciudadanos, sin identidad nacional, en su mayoría imitan todo lo extranjero porque lo nacional es pura porquería. Quieren ser europeos o gringos aunque la realidad física, política, económica, cultural y social sea distinta, diferente, no se parezca en nada y no tenga nada que ver con nosotros. Aunque Venezuela sea el cielo, quieren convertirla en el infierno porque eso parece que les permite elevar una auto-estima que no tienen.
En la calle, la queja continua y más frecuente va del lado de lo económico y lo político. Se habla de las metidas de patas hasta la saciedad de esta sarta de ignorantes que nos rodean económica y políticamente, se los insulta y mucho más; pero son tan sordos que ellos piensan que han ganado popularidad. ¿Esto tendrá algo que ver con aquello de que mejor que me saquen la madre y me pateen el rabo a ser ignorado?
Pobrecitos politiqueros, ellos no tienen la culpa de ser así porque nosotros entendemos y defendemos la idea de que ser líderes es mandar sobre los demás, es controlarlos, es decidir por ellos,! y claro, cuando se obliga al otro a decidir por nosotros, qué cómodo queda responsabilizar y culpar al otro!
La gente parece no querer líderes y asumir responsabilidades, parece desear politiqueros que sean caudillos, unos machos, por no decir matones, que a la menor diferencia saquen sus colmillos a relucir. Muchos hasta quieren ver sangre en la calle y que saquen a la policía como un Alfredo Peña o un Radonsky cualquiera. ¡Qué hombres tan bellos! Dicen algunas mujeres: «¡Esos si son hombres de pelo en pecho!»; para luego lamentar el maltrato físico.
¡Qué curiosos somos! Cuando nos dan palo y/o vemos quemar las barbas de nuestro vecino, los pobres desgraciados, el montón de politiqueros que les hace el juego a los que creen en las bondades de las dictaduras, son llamados «tiranos». Cuando hay quien lidera y gobierna con justicia es llamado blandengue, amanerado, mariposo, pargo…
Cómo nos gusta quejarnos y catalogar a los demás de injustos y tiranos aunque no los sean. Es tirano el docente que cumple con su deber de dar clases y nos recuerda nuestra responsabilidad de estudiar; el jefe que nos reclama porque «hoy quisimos tomarnos la mañana libre sin decir nada». Todo ello sin que nos paseemos ni remotamente por la idea de ¿Cuán tirano somos nosotros con los demás?
¡Claro, aquí no se puede hacer nada! ¡Nunca cambiaremos! ¡Me siento estancado! ¡No vale la pena estudiar! ¡Esto no es vida, estoy harto de todo, siento que mi vida no tiene más sentido que el de trabajar, producir para ganar cuatro monedas y apenas comer!
Concretemos un poco. ¿Qué dicen el estudiante, el profesor, el trabajador…?
«No me toman en cuenta». «Nadie me valora ni aprecia de verdad»; «el otro, el profesor, mi jefe, el ¿líder?… ignoran mis capacidades y me matan de aburrimiento». «Cualquier persona sin mi preparación puede hacer esto». «Siento que el país, que la universidad… igual marchan conmigo o sin mi». «Me siento frustrado, desanimado, solo, estresado y no siento que la vida tenga sentido, algo me falta, algo nos falta». «Corro todo el tiempo, el tiempo no me alcanza, ¿y para qué?». «Con frecuencia siento miedo y estoy ansioso por saber que haré a continuación». «Me aburre la escuela, el bachillerato, la universidad, el trabajo, la tonterías del partido, las agresiones gratuitas de los 4 Jinetes del Apocalipsis…, no le encuentro sentido a lo que hacemos».
Pero quienes usurpan y deforman el liderazgo, es decir, los padres, los docentes, los políticos, el jefe, el cura…, están metidos en su mundo, no oyen…, ni siquiera nosotros mismos nos escuchamos cuando decimos estas cosas y no hacemos nada por cambiar esta situación. Típicamente ante esto salimos del paso y no se nos ocurre mejor idea que cambiar al presidente, al gobernador, al líder del partido, al jefe…, pero de cambiarnos a nosotros mismos, ¿estás loco? ¿Qué te pasa?
Tenemos un complejo de perfección, somos soberbios, desconocemos el significado de la humildad, lo cual no nos deja admitir que debemos cambiar aun cuando estamos plenamente conscientes de que somos nosotros mismos los que «metemos la pata y mucho más allá».
Lo que vengo diciendo supone un grupo que habla y no es escuchado y un grupo que, además de no escuchar, habla por todo el mundo.
El juego es tú te callas y yo hablo. ¡Está bien, me callo!, pero ¿qué nos dicen quienes hablan todo el tiempo? ¿Cuál es su mensaje?
Lo siento, hablar no es emitir sonidos por la boca. ¡Está bien, emitir palabras usando la boca! Entre tanta verborrea, que nos cansa, que nos fastidia, que carece de mensaje concreto y que transpira discordia, no veo sino un hacerse notar.
No, un momento, sí existe un mensaje entre quienes hablan y hablan para hacerse notar.
Hay, por ejemplo, entre los que fingen ser políticos, un señor, una señora, desesperados porque los tomen en cuenta, porque los oigan… Nos envían a gritos un mensaje de auxilio: «por favor, le suplico que piense que soy importante, que digo cosas importantes… y la mejor manera, bueno, la única que aprendí en este mundo del machismo, es la de ser violento, la de hacerme del poder y que la gente se calle y me obedezca. No tengo nada que decir, es verdad. Lo peor es que yo también me siento tan inconforme como ustedes, me siento desgraciado, solitario… necesito que alguien me oiga y me aprecie, por eso, tal como me enseñaron, para ser alguien, me paro sobre la cabeza de los demás y ya sabe de sobra lo que hago. Por todo eso robo, por eso mato, soy corrupto y acumulo dinero sin importarme las consecuencias sociales y sin poder y sin saber disfrutarlo. Yo también soy víctima de la sociedad que entre todos hemos creado. ¡Por Dios vote por mí, hágame sentir importante!».
¡Bueno, yo soy como soy. Respéteme! ¿Cuál es el problema de ser como soy. No soy yo el que debe cambiar, son todos los demás lo que están en la obligación de hacerlo?
Hay un grupo que no es escuchado y un grupo que sin tener nada que decir habla hasta por los codos por doquiera que vayamos, pero la tragedia no termina allí.
Entre todos nos hemos rodeado de tales niveles de ignorancia y de desconocimiento de quiénes somos los Seres Humanos que hasta los Ph.d, los philosofical doctors, confunden amor con sentimentalismo y debilidad; liderazgo con poder; ser honrado con ser pendejo; estupidez, ser vivo y corrupto con ser inteligente; humildad con sumisión y postrarse a los pies de los demás; tener voluntad y ser disciplinado con coacción de la libertad. «Que se le ponga límites a alguien, que se la hagan observaciones… ¡Dios mío, qué agravio, que ofensa!».
Si cree que exagero, vaya a la universidad y dígale al rector que la universidad no es un estado dentro de otro estado, dígale a los profesores que en lugar de dedicarse a hablar en contra de los «amarillitos y los azulitos», de vez en cuando y para variar, al menos dicte un ratito la materia».
En este mare mágnum de cosas, de confundir las palabras e ignorar su significado y de no ser escuchado, de hablar como la mayoría de los medios privados de sentido y de comunicación, de docentes y curas que nos quieren obligar a actuar de cierto modo mientras ellos hacen todo lo contrario…; muchos han sido quienes han perdido la capacidad de entenderse tanto a sí mismos como a los demás; desconocen qué es eso de ponerse en el lugar del otro…, no extraña entonces la amargura, el que se pasen la vida entre mal entendidos y desavenencias.
¡Claro, no nos han enseñado a valorar la vida, a vivirla, a amar y con frecuencia hacemos de esta una sociedad en la cual vivimos «como sea»!
Lo grave es que muchos venezolanos han perdido su capacidad de reírse de sí mismos y no hallan sino euforia en tantos vicios, en supuestos éxitos pasajeros…; la juventud no encuentra norte porque ni es tomada en cuenta ni se la valora…
¡Y para que lo sepa, ni nos importa lo que pase con la juventud, ellos deben hacer lo que les ordenamos. Nada más!
¡Perdone usted, don!
Junto a ello, muchos venezolanos también han perdido su capacidad de ver lo bueno en los demás. Muchas personas, en medio de su miedo y resentimiento, han desarrollado una espectacular capacidad para ver lo negativo en los demás a niveles «ultramicroscópicos», y si abren la boca no es sino para destacar lo negativo de los demás. Son sujetos que aunque viven en el mejor país del mundo, no hacen sino decir que todo es pura m…
¿Cuál puede ser la autoestima de un grupo significativo de personas que viven en un ambiente en el que «no quiero oír a nadie y quítate de ahí para ponerme yo»…? ¿A dónde se fueron el amor, la confianza, el compromiso, el liderazgo?
A falta de hablar desmedidamente, por querer ser oídos y de no ser escuchados, observamos a nuestro alrededor una sociedad enferma en la cual muchos de sus miembros se han vuelto y son jactanciosos, pretensiosos, echones, arrogantes, vanidosos, autosuficientes, pedantes; mientras que su contraparte para mantener el juego, es decir, los que se dicen débiles, han desarrollado el esquema de «pobrecito yo» y de auto-indulgencia.
La gente se ha olvidado así de ser auténtica y actúa como si trabajara, como si fuera honrada, como si fuera padre de familia, como si fuera un político, un comunicador social, un sacerdote, un docente…
De los 10 Mandamientos cometen el peor de todos los pecados porque a través de él se cometen al mismo tiempo los otros 9: «no mentiras»; porque se han inventado una imagen que no son ellos mismos, traicionándose a sí mismos; porque atacan su amor propio y el amor hacia los demás, hacia a la vida.
Nuestros líderes son transgresores permanentes del «no mentiras», tal vez por su miedo a vivir, a amar y sentir que deben controlarlo todo para asegurar efímeramente su integridad psicológica. Por afirmarse, mienten y son capaces de degradarse y degradar, de imponernos mundos que no existen, imposibles…, que nos destruyen, usando ideas como la de que son autosuficientes y hasta Mesías que nos salvaran a todos.
¿No es eso pedantería, vanidad, echonería que trasluce la poca confianza que tienen en sí mismos?
Me impresionan esos «líderes» que son sabelotodos, que todo lo van a arreglar, deben haber leído mucho a «superman», visto muchas películas del «Sucio Harry» protagonizado por Clint Eastwood o haberse embasurado el cerebro con esa historia oficial en la cual los héroes logran todo sin la participación y compromiso de los demás.
La realidad es muy diferente: «Nos necesitamos los unos a los otros»; no hay nadie que lo sepa todo, ni que lo pueda hacer todo». Les falta humildad, no conocen la palabra humildad, que no significa desmerecerse, disminuirse, sino saber ¿quién soy yo?, para ser consciente de las propias capacidades para actuar en congruencia con nuestras limitaciones y con las maravillas que individualmente cada uno de nosotros es capaz de realizar.
A pesar de lo dependientes que somos, llegamos a la soberbia de reventarnos con tal de no admitir nuestras limitaciones.
En el caso de quienes se hacen pasar por líderes políticos, tenemos que la mayoría se ha vuelto una cuerda de mentirosos compulsivos que han olvidado que no son omnipotentes, que no pueden gobernar solos, ello, el mentirse a sí mismos, con tal de mantener a flote su imagen y su importancia personal y el mantener la actitud de que nos pueden controlar a todos «por nuestro bien».
Como modelos que son, muchos de los que actúan como si fueran líderes políticos, religiosos… han copiado la ilusión de que no necesitamos del prójimo, algo muy particular entre los hombres venezolanos, y el precio es que deben cargar con su complemento en el juego: «los dependientes». Deben vigilarlos para que el mundo sea como ellos conciben que este pudiera darles seguridad.
No tenemos entonces un problema de raza, de clase social, de sexo, de religión… Tenemos un problema de soberbia, de mentirosos, de negadores de la realidad: «negamos las manos de nuestra madre que nos alimentó de niños, de lo necesario que fueron los maestros para que aprendiéramos a leer»… Hoy adultos: ¿Quién hace el pan, quiénes nos suministran el agua, recogen la basura, fabrican la cama en la que dormimos todos los días?
¡Yo, señor!
¡Qué arrogancia! ¡Qué personalidad tienen! la cual por definición, es máscara!
Esta dinámica de la soberbia, de los superiores y los inferiores, del mejor y el peor, de los buenos y los malos… no ha hecho más que destruir nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos; ha generado rencor, un rencor que entre algunos busca la salida en un baño social de sangre, que no sería sino una catarsis temporal, una liberación efímera del ahogo que produce toda la comedia social que vivimos.
Somos ladrones ocultos en las sombras de la noche porque nos estamos estafando a nosotros mismos y a los demás al negar el amor, al negar la vida. Somos mentirosos compulsivos, ciegos, que pretendemos que todo está mal o que pretendemos que todo está bien.
Por ello estamos pagando Karma, construimos un destino inevitable: «Hemos creado un ambiente social insano en el cual la gente no crezca y no prospere»; pero aún estamos a tiempo de cambiar.