En su reciente visita a Irán, el presidente Chávez resaltó la importancia de impulsar el estudio y producción de fuentes de energía alternas a los hidrocarburos, dado que éstos son un recurso no renovable que está disminuyendo rápidamente en virtud del aumento del consumo en los países del primer mundo. Afirmó que había que planificar […]
En su reciente visita a Irán, el presidente Chávez resaltó la importancia de impulsar el estudio y producción de fuentes de energía alternas a los hidrocarburos, dado que éstos son un recurso no renovable que está disminuyendo rápidamente en virtud del aumento del consumo en los países del primer mundo. Afirmó que había que planificar con tiempo el uso de la energía para asegurar la supervivencia de la especie humana y su desarrollo social. Sin embargo, entre la variada gama de fuentes energéticas distintas a los hidrocarburos, hizo énfasis principalmente en la energía atómica, respaldando los planes que para desarrollarla ha implementado el gobierno iraní y subrayando la significación de las iniciativas que se adelantan en el campo de la investigación nuclear dentro del Mercosur (Agencia Bolivariana de Noticias, 30-07-06).
Dada la trascendencia, tanto para Venezuela como para la América Latina en su conjunto, de los planes de investigación y desarrollo en materia de energía mencionados por el presidente Chávez, consideramos oportuno someter a discusión, una vez más, el controversial tema del uso «pacífico» de la energía nuclear.
En efecto, varios especialistas han señalado que el mundo cuenta con reservas de petróleo para abastecer suficientemente la demanda mundial, aprovechables con la tecnología actualmente disponible, apenas hasta el año 2030. Los más optimistas alargan el plazo hasta mediados de siglo. Lo cierto es que la gran mayoría de los expertos coincide en afirmar que los días del petróleo barato y, más aún, los días de la industria basada en la quema de este combustible están llegando a su fin.
Por otra parte, cada vez son más notorias y preocupantes las evidencias de que los combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas) son los responsables del calentamiento global y las cada vez más violentas perturbaciones del clima, como las sufridas durante la temporada de huracanes del año pasado en el Caribe y el Golfo de México.
Todos estos factores han llevado tanto a George Bush en los Estados Unidos como a Tony Blair en el seno de la Unión Europea, a insistir -como lo hace ahora el presidente Chávez- en la necesidad de reactivar las inversiones en la industria de generación de electricidad a partir de la energía atómica, en respuesta al alza prolongada de los precios del crudo provocada, entre otros factores, por la sangrienta ocupación de Irak y el incremento de la demanda en China.
Al menos en el Viejo Continente, las reacciones contrarias no se han hecho esperar en la opinión pública de diversos países que decidieron hace algunos años, ante el impacto del desastre de Chernóbil, desactivar sus centrales nucleares y reconvertirlas a otras fuentes como el gas, la energía eólica y la energía solar. De hecho, es significativa la lista de las naciones que – como Alemania, Austria, Suecia, Bélgica, Suiza, Dinamarca, Italia y Holanda – decidieron, mediante la promulgación de leyes o la realización de referendos consultivos, abandonar progresivamente esta peligrosa fuente de energía. Aunque también es cierto, por desgracia, que varios de los gobiernos actualmente en el poder en Europa han comenzado a mostrarse interesados en retomarla.
En Asia, el gobierno chino anunció hace poco su decisión de implementar un ambicioso plan para la construcción de aerogeneradores destinados a la producción de electricidad, con miras a convertir la fuerza del viento en la tercera fuente energética de la nación para el año 2010.
En América Latina, también la Argentina ha comenzado a desarrollar dos importantes proyectos para generar electricidad a partir de la energía eólica en la Patagonia. Y en Brasil, aparte de su conocida iniciativa de utilizar etanol (alcohol extraído de la caña de azúcar) como combustible para los automóviles, el crecimiento de la industria de los aerogeneradores ha sido significativo, sobre todo a raíz de las sequías que han afectado en los últimos años su capacidad hidroeléctrica.
Lamentablemente, también la energía atómica ha experimentado un considerable avance en ambos países de América del Sur. Argentina, por ejemplo, ha incursionado en la fabricación y exportación de reactores nucleares para la producción de electricidad, mediante estrategias de negociación que han suscitado serias controversias. Este fue el caso del convenio de venta de una planta argentina a Australia suscrito en el año 2000, que contemplaba entre sus cláusulas el retorno a la patria de San Martín de los desechos radioactivos generados por el reactor instalado en las afueras de Sydney.
Esta clase de acuerdos, muy en la tónica del «capitalismo salvaje» que causó estragos en el país sureño en la década de los noventa, refleja además la gravedad de los problemas que enfrentan las naciones comprometidas con la producción de energía atómica, tanto en el Norte como en el Sur. En Ucrania, Rusia y Bielorrusia, por ejemplo, según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, fallecieron al menos 50 personas y otras 4.000 padecerán de cáncer, leucemia y malformaciones congénitas a causa de la radiación liberada en Chernóbil (aunque, de acuerdo con las investigaciones de Greenpeace, las cifras oficiales ocultan la verdadera dimensión de esta tragedia cuyas víctimas pasan de cien mil). En todo caso, el riesgo no se limita a eventuales accidentes en la operación de las centrales, sino al problema técnicamente no resuelto del manejo de los desechos radioactivos, cuyas emisiones letales perduran por miles de años. De ahí la apetitosa cotización en el mercado de los servicios de procesamiento de estos residuos ofrecidos por compañías públicas o privadas de países como Argentina, acusadas reiteradamente de convertir los territorios que las albergan en inhabitables basureros nucleares, como lo prueba la contaminación de las aguas subterráneas con uranio radioactivo en los alrededores del Centro Atómico de Ezeiza, en las afueras de Buenos Aires.
Por todas estas razones, nos parece absolutamente inconveniente la iniciativa de desarrollar planes para la generación de nucleoelectricidad (electricidad producida mediante reactores nucleares) en Venezuela, anunciada hace algún tiempo por el Ministerio de Energía y Petróleo. Se trata de un riesgo innecesario y dispendioso, sobre todo si se tiene en cuenta la diversidad de fuentes energéticas limpias disponibles a todo lo largo y lo ancho de la geografía nacional.
¿Por qué no pensamos más bien en regenerar los bosques de la cuenca del Caroní (devastados durante décadas de minería irracional) para preservar el potencial de generación de las represas de Guri, Caruachi, Macagua y Tocoma, productoras del 70% de la electricidad que se consume en el país? ¿Por qué no incentivamos a nuestros científicos y tecnólogos para que desarrollen técnicas efectivas para el filtrado y procesamiento del carbono, que eviten su lanzamiento al aire a través de las chimeneas de las centrales termoeléctricas a base de gas o fueloil al estilo de Planta Centro o Termozulia? ¿Por qué no hacer factible el sueño de millares de molinos de viento generadores de electricidad, girando con la brisa inagotable de Paraguaná para solventar las deficiencias del suministro eléctrico que aquejan al Estado Falcón?
Ahora que recientemente se han cumplido veinte años del peor accidente en la historia del uso «pacífico» de la energía nuclear, ocurrido en la central de Chernóbil el 26 de abril de 1986, es propicia la ocasión para activar el debate acerca del modelo energético, tecnológico y productivo sobre el que habrá de edificarse la integración sudamericana, con miras a ofrecer soluciones sustentables a los acuciantes problemas como la miseria, la desnutrición, el desempleo, la violencia, la discriminación, la dependencia tecnológica y la degradación ecológica que afectan a la región.
Ha llegado la hora de comenzar a ocuparnos seriamente de la salud global de la naturaleza, que es también la salud de nosotros mismos en tanto que hilos inseparables de su trama, y replantearnos las premisas de lo que llamamos desarrollo. Pues hoy más que nunca se ha hecho evidente que sin la ecología la economía no tiene futuro.