Se conocen los fenómenos venezolanos: inflación, alta tasa de endeudamiento, desfallecimiento de la capacidad importadora, estrechez por la caída de los precios del petróleo y embrollo en la pluralidad cambiaria. La mayoría de los economistas se lo atribuyen a gestión desacertada y la secta neoliberal, a la falta de libertad de los mercados. No obstante, […]
Se conocen los fenómenos venezolanos: inflación, alta tasa de endeudamiento, desfallecimiento de la capacidad importadora, estrechez por la caída de los precios del petróleo y embrollo en la pluralidad cambiaria. La mayoría de los economistas se lo atribuyen a gestión desacertada y la secta neoliberal, a la falta de libertad de los mercados.
No obstante, Maduro no ha fracasado sino que ha llevado a término y con absoluta lealtad el modelo de Pedro Vuscovic, famoso en 1970, desde cuando Salvador Allende lo acogiera como Plan Chileno, de transición al socialismo. Luego, Fidel Castro conoció y ratificó el modelo, durante su estadía en Chile, aunque puso en duda su tránsito pacífico al socialismo. El brutal golpe de Pinochet, dejaron al modelo Vúscovic en penumbra y el olvido, aunque no los cacerolazos por el desabastecimiento, ni las cifras record de inflación que marcaron el 300% en 1973 y luego se elevó hasta el 600%.
Por el contrario, pensaban otros, el modelo soviético era perfecto, acabado y viento en popa, aunque las medidas propuestas por Liberman sobre la gestión empresarial, eran objeto de polémicas. Entre otros, el Che Guevara las calificaba de retorno al capitalismo, y de haberse llevado a cabo, sólo habrían logrado inaugurar una nueva fase de planificación indicativa. Al mismo tiempo, Corea del Sur con el auspicio norteamericano, puso en marcha sus planes quinquenales, con nacionalización de la banca, la creación de grandes consorcios financieros, recio proteccionismo puntual y temporal y un régimen dictatorial, todo de un corte soviético perfeccionado.
Por lo demás, nada nuevo que proponer, ni añadir, puesto que Cuba heroica y revolucionaria ofrecía la adaptación del modelo soviético a América Latina, se decía. Salvo esguinces del maoísmo de privilegiar al campesinado y de alianza con el empresariado nacional, no atado a empresas imperialistas, era la meta indiscutida de la izquierda revolucionaria. El modelo estaba dado y solo restaba la toma del poder.
La originalidad chilena consistía en mantener la democracia liberal, nacionalizar tan solo el cobre «salario de los chilenos» con otras «empresas claves» y entrar en una fuerte fase de distribución de ingresos, reforma agraria y mantener un cierto empuje inflacionario también distribuido mediante el control de precios de la canasta obrera. Es decir, constituir a la demanda en el motor del desarrollo económico. No se olvide que Chile era y es, de lejos, el primer productor y exportador del mundo de cobre y en menor escala de otros metales. Similar a Venezuela con su enorme riqueza petrolera.
En breve, ese plan de la Unidad Popular chilena de transición al socialismo, liderada por el presidente Salvador Allende y en economía, por su ministro de hacienda Pedro Vuscovic, contemplaba:
1.- Estatización de algunas áreas «claves de» la economía. (La actitud muy permisiva de la toma de fábricas promovida por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria o MIR chileno y sus «cordones industriales», generalizaron las nacionalizaciones).
2.- Nacionalización de la Gran Minería del Cobre. Acierto por consenso nacional, que remató luego el dictador Pinochet, aunque con puerta abierta a las concesiones extranjeras).
3.- Aceleración de la Reforma Agraria. (Y actitud también muy permisiva de la toma de tierras y haciendas promovida por el MIR que provocaron un gran revés a la producción agropecuaria).
4.- Aumento de los salarios de todos los trabajadores, (ajustados con subsidios de la emisión monetaria simple, que provocaría una inflación controlada).
5.- Congelación de los precios de la canasta obrera para que la inflación no devorara la conquista de salarios más elevados.
6.- Modificación de la constitución y creación de una cámara de representantes única.
Muchos creen que la Revolución Bolivariana en Venezuela, es de la inspiración del sociólogo alemán Heinz Dieterich, residente en México y quien bautizara un socialismo alternativo al soviético ya fallecido, de «Socialismo del siglo XXI1«. Pero no es así. Él mismo lo ha negado ante «la torpeza» de los dirigentes venezolanos: «Si Maduro y Cabello quieren salvar el proceso tienen una solución inmediata: llamen a Rafael Correa, único Presidente latinoamericano que tiene una comprensión científica de la economía de mercado»2. Quizá exagere porque Evo Morales también lo ha hecho muy bien.
En realidad el modelo Vuskovic, ahora en Venezuela, es hijo natural y radicalizado de la versión estructuralista socialdemócrata. En la larga polémica entre el estructuralismo latinoamericano versus el monetarismo neoliberal, se origina en el dogma neoliberal de que el Estado sólo debe intervenir para controlar la inflación y el equilibrio del gasto público. Y la inflación, afirmaban, se produce por excesos de demanda de expansión monetaria y fiscal. Si se logran esos dos equilibrios macroeconómicos, afirmaban y afirman todavía los neoliberales, el mercado garantiza el crecimiento económico.
Para evitar el diálogo de sordos, los estructuralistas replicaron aludiendo sólo a la inflación: la inflación en América Latina es resultado de la debilidad estructural de la economía, que se manifiesta en la rigidez del sector agrícola y en la vulnerabilidad de los sectores externo y fiscal. La causa sería entonces, la precaria oferta que requiere reformas estructurales, promovidas y financiadas por el Estado. No el estricto control monetario, como panacea.
En el curso de esta polémica apareció una versión estructuralista más radical, en la que se minimiza el efecto de la expansión monetaria y fiscal empeñada en las reformas, y se le otorga a la expansión de la demanda, el calificativo de «motor del desarrollo económico» 3. Aunque se presume que este privilegio otorgado a la demanda efectiva procede de Keynes, al aplicarla a las reformas estructurales en países apenas emergentes, esta versión resulta del todo espuria.
En efecto, Keynes sí privilegia la función de demanda que se desdobla en consumo y ahorro, con el fín de conservar el equilibrio de la economía. De allí los modelos imperantes que S/L en función de la tasa de interés que regulan los bancos centrales. Otra cosa es Keynes cuando se refería a países desarrollados que sucumben a las crisis económicas y que dan lugar al desempleo y a una ingente capacidad instalada productiva ociosa. La forma de relanzar esas economías, opina Keynes, se debe hacer apoyando la economía empresarial (oferta) mediante inversiones públicas financiadas con déficit fiscal y si es necesario mediante una mayor expansión monetaria y una rebaja significativa de la tasa de interés para alentar la demanda efectiva. No con austeridad fiscal y monetaria, como predican los monetaristas, que ahondan y prolongan las crisis.
Pero si se trata de economías en crisis permanente de subdesarrollo, empujar la demanda por la vía de la expansión monetaria y el déficit fiscal, sólo puede crear enormes presiones inflacionarias, mitigadas quizá por el incremento de las importaciones, no solo suntuarias, sino además de textiles populares y alimentos. Entonces, si no es hiperinflación mitigada por las importaciones, es endeudamiento externo para financiar los excesos de demanda. O las dos cosas a la vez, como ya sucedía en Chile antes del golpe y ahora sucede en Venezuela. Porque en subdesarrollo no existe una enorme capacidad instalada ociosa que responda a inusitados incrementos de la demanda, como en las crisis de los países desarrollados.
El problema, en suma, es que si bien ambos sitúan la polémica en la coyuntura del corto plazo, los estructuralistas radicales terminan situándolo en el territorio del desarrollo económico de largo plazo y los monetaristas entregando el largo plazo del desarrollo a la eficiencia de los mercados, en especial al sector financiero «liberado», y a los progresos en la educación y la tecnología. La mayoría de los economistas radicales no acaban de entender esta increíble paradoja.
Ninguno de los dos usa el aporte conceptual del Nobel de economía John Hicks, quien distinguiría entre «crecimiento inducido» por la expansión de la demanda y «crecimiento autónomo» provocado por nuevas oportunidades de inversión. Distinción que por fuerza lógica separa los ciclos de coyuntura de corto plazo, de la tendencia estructural de la industrialización. Dos macroeconomías distintas: la monetaria y la financiera, porque la financiera está atada a las «oportunidades de inversión», cuya sementera primera para el desarrollo es la sustitución de importaciones, tan chocante para la secta neoliberal.
Macroeconomía de la Nueva Izquierda
Quizá fueron los coreanos del sur quienes mejor optaron por esa solución, aceptando la necesidad de los equilibrios monetario y fiscal de corto plazo como un telón de fondo y trazando enérgicas políticas industriales y de exportación de largo plazo. ¿Despegue milagroso? Alice Amsden, en su libro sobre Corea, reveló con detalle las piezas y tuercas del milagro. El presidente Luis Ignacio da Silva4, Lula, también sorprendió al iniciar su primer mandato, cuando ratificó al gerente y el equipo directivo del Banco Central, quienes eran confesos neoliberales. Más aún, el Plan de Desarrollo a la usanza neoliberal siguió siendo una guía del gasto del presupuesto nacional, con énfasis social y lucha contra la pobreza extrema. Pero a través del tradicional Banco Nacional del Desarrollo Económico y Social (BNDES) y del Banco para Fomento de las Exportaciones (Cacex), se empezó a tramitar la Política industrial, Tecnológica y de Comercio exterior (PITCE). Así se ponen en marcha las «inversiones autónomas» desarrollistas.
Esta maniobra teórico-práctica, deslinda las políticas de corto y de largo plazo. Pero yendo más allá, el presidente Lula conformó tres Comisiones de alto nivel y con función de asesoría en la toma de grandes decisiones, compuesta por gobierno, sectores privados y sociales5. Esta función corporativa no elimina por completo el formidable papel que desempeñan los grupos de cabildeo (lobbies) en las democracias liberales, pero elevan el nivel de participación democrática en las grandes decisiones de política económica y compensan el poder omnímodo que han alcanzado los tecnopolíticos neoliberales dependientes de las instrucciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, conforme al Consenso de Washington y ausentes en las palancas del desarrollo.
En los países emergentes del BRICS, se anotan modelos menos dogmáticos y proclives a la configuración de una economía mixta, sin que ello los haga inmunes a los grandes ciclos críticos que se han puesto en marcha en Estados Unidos y Europa Unida. Modelos de desarrollo económico mucho más consistentes. Por el contrario, las quijotadas populistas y neoliberales caen sin remedio en recurrentes crisis económicas y sociales insalvables. Caso de Venezuela.
Bernardo García es miembro fundador de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas.
Notas:
1 WWW.Rebelión.com 26.10.2010 Dice Dieterich: «Tres grandes modelos económicos dominan la economía global: el Consenso neoliberal de Washington, el Consenso desarrollista-socialista de Beijing y el Consenso desarrollista de Mumbai. En el Congreso internacional, «Nuevos paradigmas en la economía y ciencias sociales del Siglo XXI», en la Ciudad de México (Oct.,27-29), se discutirán esas tres estrategias dominantes, pero el centro teórico del Congreso será la cuarta vía de desarrollo para la humanidad: el Consenso de Berlín-Caracas, cuya nomenclatura va de la economía cibernética de Kantorovich hasta la economía de equivalencias de Arno Peters» «El modelo de Estado socialista del socialismo del siglo XXI es un socialismo revolucionario que bebe directamente de la filosofía y la economía marxista, y que se sustenta en cuatro ejes: 1.- el desarrollismo democrático regional, 2.- la economía de equivalencias, 3.- la democracia participativa y protagónica y 4.- las organizaciones de base».
2 Rebelion.org 22.10.2013 Heinz Dieterich: «Cómo salvar la economía venezolana y el Bolivarismo»
3 Ver en Julio Silva Colmenares: «Nuevo modo de desarrollo – Una utopía posible», Ediciones Aurora – Universidad Autónoma de Colombia, Bogotá, 2013, pgs. 126 y ss. y Eduardo Sarmiento: «Economía y globalización», Ed. Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2008 pgs.315 y ss.
4 Ver Brasilio Sallum Jr.:»La especificidad del gobierno de Lula (hegemonía liberal, desarrollismo y populismo)» en Revista Nueva Sociedad, N.217 sept.-Oct. 2008
5 El CDES Consejo Económico y Social para el Desarrollo está compuesto por 41 miembros empresariales (50%), de los cuales 22 provienen de la industria, 7 de la banca y finanzas, 2 del comercio, 5 de servicios, 5 del sector agropecuario. Los trabajadores tienen 13 miembros (15.8%). Las organizaciones sociales tienen 11 miembros y las organizaciones académicas, religiosas y culturales tienen 6 miembros (7,3%). El gobierno tiene 11 miembros (13,4%).
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