En Paralaje, realizamos un homenaje al maestro Enrique Tábara, reconocido exponente del arte moderno del Ecuador, quien falleció el pasado 25 de enero. Publicamos una texto inédito de la teórica de arte Lupe Álvarez (escrito en 2019), un fragmento del texto curatorial «Ecos del tiempo. Revisitando el Ancestralismo en el Arte Moderno del Ecuador» de Rodolfo Kronfle Chambers (2012), en el que se incluye una reflexión sobre la obra ancestralista del artista, una selección de obras de la Fundación Río Revuelto, muchas de las cuales no han circulado previamente, dos piezas emblemáticas de la colección del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador, y la pintura ganadora del Salón de Julio de 1967.
Enrique Tábara, la «sensibilidad emocionada»
Por Lupe Álvarez
El legado artístico de Enrique Tábara calza, como pocos, en la agenda que revisa los presupuestos desde los que se construye el relato hegemónico de la Historia del Arte para América Latina. Las indagaciones estéticas de este creador desde los años cuarenta del siglo XX, contribuyen a instituir una axiología particular para tratar con los desarrollos artísticos de nuestras modernidades, enfrentando la lectura que tilda de epigónicos con respecto a la modernidad occidental, los cauces estéticos engendrados en la confrontación productiva de muchos artistas que viajaron a Europa para codearse con sus revoluciones estéticas, logrando aprovechar la inmersión en los experimentos expresivos del momento, para habitarlos con significaciones donde refulgen raíces propias.
Su obra se ubica a caballo entre la avanzada internacional de los años cincuenta, con el informalismo dando vía a los traumas de la posguerra y el malestar local debido al corset del Realismo Social convertido en orientación estética oficial.
Enrique Tábara. Obra producida en enero de 1956, cuando el artista estaba recién llegado a España. Colección Fundación Río Revuelto.
Enrique Tábara. Gris precolombino (1967). Óleo sobre lienzo. 300 x 150.5 cm. Primer Premio Salón de Julio 1967. Colección Museo Municipal de Guayaquil. Fuente: https://museoarteyciudad.com/bicentenario-expo/
Como conjunto, su legado estético muestra claramente las incidencias del campo cultural ecuatoriano de entonces. En esas coordenadas es donde se definen los impulsos de avanzada para el período en el que el autor explaya su plataforma creadora: la impronta del Realismo Social y la incidencia de la academia con profesores extranjeros que, a contrapelo, ensancharon sus horizontes motivacionales y estéticos priorizando la densidad de los elementos plásticos y la autonomía de la obra, por sobre significaciones ideológicas.
Totalmente estimulado por las complejidades de nuestras ciudades cargadas de las lacras de la miseria social, Tábara creó representaciones donde la explotación, el trabajo infantil, la prostitución y, en general, las secuelas de la pobreza encarnaron en un lenguaje figurativo suelto, libre de manierismos y folclorismos, mostrando caras menos estereotipadas de los sectores vulnerables imposibles de ser ignorados.
Enrique Tábara. s/t (1961). Mixta sobre cartulina. 50 x 70 cm. Colección Fundación Río Revuelto.
Enrique Tábara. Obra producida en 1962. Colección Fundación Río Revuelto.
Enrique Tábara. Obra producida en 1961. Colección Fundación Río Revuelto.
Marta Traba, la crítica que hizo época articulando un discurso acerca de lo que consideraba la vanguardia del arte latinoamericano de los años sesenta, estudiosa profunda de la especificidad del modernismo en nuestra región, celebró a Tábara como “adscrito a una corriente general, la de nuestro tiempo, sin abdicar de sus circunstancias”. Y lo señaló como artista representativo de un “frente estilístico” que, lejos de tematizar al indígena desde formas escuetas y didácticas o temáticas constreñidas (un indígena siempre vinculado a la tierra, a la herramienta de trabajo, al sufrimiento y la violencia clasista), comprendió la dimensión sígnica de las culturas precolombinas creando imágenes reticentes al discurso ideológico, pero claramente alusivas a las cosmovisiones prehispánicas rescatadas en sus obras en forma de tratamientos del espacio plástico, de ritmos y texturas frutos de una profusa experimentación con gestos y materiales.
Enrique Tábara. Guerrero (1970). Mixta sobre tela. 70 x 90 cm. Colección Fundación Río Revuelto.
Traba calificó a Tábara como una especie de medium que repite palabras, gestos y el “idioma indescifrable” de una raza a través de una “sensibilidad emocionada”. Consideró al artista dentro del selecto grupo creadores que le inspiró a hablar de un tipo genuino de resistencia cultural y ejemplificó, con su poética, sus tesis fundamentales acerca de la creación de un lenguaje artístico latinoamericano que rechaza lo narrativo y apuesta por lo simbólico inscrito en el tratamiento de la forma, al margen de las estéticas deudoras del muralismo mejicano.
Enrique Tábara. Obra producida en 1975. Colección Fundación Río Revuelto.
Pero no solamente Traba destacó los aportes de Tábara dentro de sus estudios acerca de la vanguardia estética en contextos que ella identificaba como más cerrados, menos cosmopolitas y con prácticas ancestrales vivas. Otros críticos y personalidades del momento señalaron también sus aportes al modernismo y asentaron los avales para que su obra nutriera la vertiente ancestralista, promotora de nuevos sentidos para las tradiciones abstractas y geométricas. Resulta significativo que en 1961 André Breton invite al artista a representar a España en un homenaje al Surrealismo junto a figuras como las de Salvador Dalí y Joan Miró. El libro La pintura informal en Cataluña de Lourdes Cirlot reconoce también al artista entre las huestes insignes del fenómeno estético barcelonés de la época.
Con una obra que ha mostrado incansables capacidades de rehacimiento, el currículum de Enrique Tábara es profuso. Múltiples exposiciones nacionales e internacionales y algunos importantes reconocimientos dan fe de su trayectoria como una de las cumbres del arte moderno de sesgo propio.
Enrique Tábara. Tinta sobre papel. 1954. Colección Fundación Río Revuelto.
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«Ecos del tiempo. Revisitando el Ancestralismo en el Arte Moderno del Ecuador»
Fragmento del texto curatorial por Rodolfo Kronfle Chambers (2012)
Las pinturas ancestralistas suelen caracterizarse por su riqueza matérica y por logradas texturas en sus superficies. La consecución de estos complejos planos pictóricos, a veces constituidos mediante técnicas y materiales no tradicionales como el polvo de mármol, la arena, el yeso, la cola o la cabuya, pueden llegar a ser un fin en sí mismos. En otras ocasiones se incorpora a estos un tipo de figuración que puede ser apenas insinuada, apoyada en los títulos para lograr una sugestión temática. Estos rasgos se presentan por ejemplo en la pintura de Enrique Tábara y Gilberto Almeida. Pero también existen pinturas donde las formas llegan a ser más definidas, recreando patrones, incorporando códigos geométricos o asimilando grafías y símbolos indígenas, que derivan en creaciones llenas de misterio y que parecen evocar una suerte de energía espiritual primigenia. Este estilo se presenta más en la “vertiente arqueológica” representada por practicantes como Estuardo Maldonado, Segundo Espinel y, a ratos, el mismo Tábara, entre otros.
Enrique Tábara. Tiahuanaco (1960). Óleo sobre cartón y textil. 162 x 130 cm. Colección Nacional Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador. Obra presentada en la exposición «Ecos del tiempo» del Museo Casa del Alabado.
La llegada de Maldonado a Italia, y el paso de Tábara y Villacís por España, donde residieron varios años, fue decisivo para el surgimiento de esta corriente. Tábara se convertiría en el más influyente, prolífico y versátil cultor de la misma, y por ende la voz más autorizada para comentar cómo se conjugaron los diversos factores que incidieron en el inicio de esta estética: “lo precolombino nace primero porque yo rompía con el informalismo, le metía una geometría, y no podía buscar en la geometría de los cubistas, de los constructivistas, etc., […] yo antes de pisar Barcelona [en 1955] ya llevaba bajo el brazo el libro ‘Universalismo constructivo’ (1944) de Joaquín Torres García, y por otro lado yo desde niño encontraba en la isla Puná las torteras [de la cultura Manteño-Huancavilca]; desde pequeño ya había encontrado esas formas que me llamaban mucho la atención […] también ya coleccionaba algunas cosas […] es decir, yo ya llevaba esa cuestión de lo precolombino y empezaba a hacer cosas, pero en España me olvidé de todo aquello y me metí un par de años de lleno en el informalismo, me lancé a ver qué era lo que ellos hacían y después de eso es cuando regresó lo constructivo, regresó Torres García; yo no salía de los museos de América, estudié el arte africano que también tiene mucho color y muchas estructuras parecidas también un poco a lo pre-colombino.”
Enrique Tábara. Tabú (1960). Óleo sobre tela. 92 x 73 cm. Colección Nacional Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador. Obra presentada en la exposición «Ecos del tiempo» del Museo Casa del Alabado.
Vale destacar que Tábara cita la “inspiración pre-colombina” como un elemento clave en su obra, pero hace un distingo fundamental en su modo de empleo, que no está en ese “mal sentido que era copiar los [elementos] sino en sacar una síntesis”. Aquella síntesis la define a su vez como “pocos elementos pero estructurados con un lenguaje superior”.
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