Cooperativas de textiles, calzados y agroturismo, con apoyo financiero estatal y bajo el paraguas del plan de «núcleos de desarrollo endógeno» económico, social y político, prueban el camino hacia el «socialismo del siglo XXI» propuesto por el gobierno de Venezuela.
El boom de cooperativismo que vive el país, de la mano de la bonanza de los precios del petróleo y en busca de sustentar las bases de un nuevo modelo socioeconómico, muestra, empero, debilidades como la aparición de proyectos fantasmas o la falta de autofinanciamiento.
«Yo era buhonera (vendedora ambulante), pero me cansé de trabajar bajo la lluvia y el sol, y me incorporé a la cooperativa Venezuela Avanza. Aquí gano menos dinero y el calor en el galpón es muy fuerte, pero esperamos mejorar al paso del tiempo», dijo a IPS ante su máquina de coser Ana Ortiz, madre de siete hijos.
Es una de las 220 mujeres que trabaja, una tarde calurosa casi asfixiante, en la cooperativa de fabricación de ropa instalada hace un año en el Núcleo de Desarrollo Endógeno Fabricio Ojeda, enclavado en el populoso oeste de Caracas. Por siete horas de trabajo durante cinco días a la semana recibe 117 dólares mensuales.
Es mucho menos que el salario mínimo, cifrado en 188 dólares. «Es que nos regimos por la ley de Cooperativas y no la ley del Trabajo. Lo que entregamos no es un salario, sino un anticipo de excedentes, que distribuiremos en diciembre», advierte ante la consulta de IPS Ana Guédez, del Consejo de Administración de la cooperativa.
El Núcleo se erige en una estación de almacenaje y distribución de combustible que estuvo cerrada por más de 12 años, reacondicionada para acoger esa cooperativa textil, otra de calzado, una clínica estatal, una plazoleta y un huerto en el que trabajarán personas de la tercera edad.
A su lado hay un mercado del programa de alimentos subsidiados por el gobierno, y en áreas vecinas se agregarán una biblioteca, una escuela de activismo comunitario, un comedor popular, un centro preescolar, una radioemisora, un centro de informática, más otros proyectos que elegirán los vecinos, detalla Guédez.
Este régimen de asamblea alcanza a las decisiones de producción, según cuenta a su vez María Maza, de 20 años, una de las 143 personas asociadas –casi todas mujeres– de la cooperativa de calzado. «Elaboramos sobre todo calzado escolar, un botín de un solo modelo, aprobado en asamblea de socias con gente de la comunidad, que es más barato», explicó.
La combinación de ánimo, dificultad y esperanza del área textil se repite en otras áreas: «Es un trabajo, una oportunidad. Como trabajamos con pegamento, aquí tenemos problemas con los extractores de aire, pero eso debe mejorar en unos meses, no se pueden hacer todos los gastos de una sola vez», confió la cortadora de cuero Marta Arrieta.
Las zapateras se fijaron 186 dólares, casi un sueldo mínimo, de retribución mensual o anticipo de excedentes, una modalidad establecida por las cooperativas en el mundo entero desde que se fundó la primera en 1844, en la localidad inglesa de Rochdale, y que las pone a salvo de algunos pagos a los asalariados (que no tienen) según la legislación laboral.
El Núcleo Fabricio Ojeda es la vitrina de estos centros de actividad económica, social y política. Es un escenario de debates cuando se reúnen activistas del vecindario en comités de salud o de tierra urbana, y con frecuencia es mostrado a visitantes extranjeros que llegan para conferencias de solidaridad con el presidente Hugo Chávez.
Fabricio Ojeda fue un periodista que dirigió la Junta Patriótica, ente civil que ayudó a derribar la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez (1948-1958). Elegido diputado para el periodo 1959-1964, abandonó su curul para unirse a las guerrillas comunistas y murió en 1966 cuando estaba preso en un calabozo militar.
¿De dónde salió el dinero para este plan? El gigante estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa) aportó 7,4 millones de dólares para la remodelación de galpones, áreas comunes, la construcción de la clínica y para echar a andar los proyectos, incluido el capital de trabajo de las cooperativas, informó el coordinador del núcleo, Winckelman Ángel.
Las obras civiles fueron encargadas a cooperativas de albañilería de la zona, a órdenes de ingenieros de la Armada, relató Ángel.
En tanto, nuevos desarrollos se concretaron con una cooperativa de arquitectura y otra asociación de ese tipo, llamada Ápices, de profesionales universitarios, que es la encargada de monitorear el tinglado social y económico del núcleo.
A más de 100 kilómetros al sudeste de allí, en un paraje rural que linda con un parque nacional, la casa de la antigua hacienda de cacao La Elvira es la sede de otro núcleo de desarrollo endógeno, con cooperativas más pequeñas dispuestas a explotar el potencial turístico del área para solaz al aire libre y contacto con la naturaleza.
«Un grupo de 19 (personas) formamos una cooperativa para manejar áreas de la casona como una posada y servir de guías a los turistas. Conseguimos un crédito público de 97.000 dólares para eso», contó a IPS Paula Calderaro, dirigente del proyecto formado a instancias del Ministerio de Economía Popular.
Otras cooperativas se forman para el núcleo: de transporte, de artesanías y confituras, de mantenimiento de las áreas para una «ruta del cacao» como agroturismo, de quienes manejarán el restaurante en la casona. A media hora de camino, un grupo de campesinos que dirige Javier Hidalgo quiere explotar un balneario junto a un río.
En el vecino y polvoriento pueblo de Macaira, con 3.000 habitantes, el Ejército se ha ocupado de arreglar algunas calles, la iglesia y la escuela primaria, y de acompañar programas de salud. «Necesitamos una escuela secundaria, una clínica popular y sobre todo fuentes de trabajo», comentó a IPS María Fuentes, una maestra jubilada.
Algunas cooperativas han surgido para realizar trabajos de construcción, para el transporte, de artesanías y hasta una panadería.
«Nuestra idea es conectar estas cooperativas con las del núcleo, creando una especie de ruta turística Macaira-La Elvira, y conectar ese núcleo con otros para establecer un polo de desarrollo endógeno», comenta a IPS, sobre el terreno, el viceministro de Economía Popular, Juan Carlos Loyo.
«Este plan tiene un año. Las personas van a un programa de formación técnica, productiva y de organización cooperativa, que dura algunos meses. Pueden recibir una beca (de 80 dólares mensuales) mientras se preparan. Luego se organizan y elaboran un proyecto, se busca el financiamiento y comienzan a producir», explica Loyo.
Al cabo de 12 meses «graduamos a 260.000 personas, que han formado 6.800 cooperativas, 60 por ciento de las cuales ya tienen financiamiento, y se agrupan en torno a 125 núcleos de desarrollo endógeno. Eso se ha traducido en que unas 200.000 personas, en este país de 26 millones de habitantes y una fuerza laboral de 12 millones, hacen trabajo colectivo», señaló Loyo.
Con el viento a favor del financiamiento oficial y una drástica reducción de los requisitos para su formación, Venezuela vive un boom de cooperativas. De menos de 800 registradas en 1998 se pasó a unas 10.000 en 2003, a 50.000 en 2004 y al cierre del último semestre ya sumaban 74.200.
Sólo desde Pdvsa se han drenado en dos años para los programas de «desarrollo endógeno» 585 millones de dólares, informó uno de los vicepresidentes de esa corporación petrolera, Franklin Méndez, en un foro regional de ministros de Ambiente.
Oscar Bastidas, del Centro de Estudios de Cooperativismo de la Universidad Central, advierte que puede tratarse de «dinero arrojado a fondo perdido, si apenas se entrega el primer lote de dinero la cooperativa desaparece, debido a la improvisación que ha reinado en la organización de muchas de ellas».
El experto advirtió la carencia de uno de los principios generales del cooperativismo, el autofinanciamiento, en un programa que «se ha convertido en un instrumento de distribución del ingreso petrolero por parte del gobierno».
El propio ministro de Economía Popular, Elías Jaua, admitió que «hay muchas cooperativas de papel, se registran como tales, pero tienen un jefe que gana más, asalariados, y una distribución del trabajo y los ingresos que no es equitativa».
Por eso la gubernamental Superintendencia de Cooperativas emprendió un programa de fiscalización de esas asociaciones, «para que no sean artilugios con los cuales algún grupo conserve privilegios», apuntó el funcionario.
«Entendemos que provenimos de una práctica de vida capitalista, profundamente individualista», comentó Loyo.
«Nuestra idea es sustentar las bases de un nuevo modelo socioeconómico, lo que el presidente (Chávez) llama ‘socialismo del siglo XXI’, y para eso privilegiamos a comunidades que comparten un tejido social y se organizan para una actividad productiva», agregó.
En el núcleo Fabricio Ojeda, el coordinador Ángel lo planteó así: «Los promotores no vamos a estar aquí eternamente. El núcleo debe fortalecerse, la comunidad y sus cooperativas deben estar en condiciones de sostenerlo. Transferimos el poder a la comunidad, pero ésta debe preparase para asumirlo. Es parte del debate por el socialismo del siglo XXI».