Si alguien pretende tomar el mundo y cambiarlo, / es improbable que lo consiga. / El mundo pertenece al espíritu, por lo tanto, no debe ser manipulado. / Quien intenta cambiarlo lo arruina, quien pretende conservarlo lo pierde. LAO TSÉ (en el Tao Te Ching). (1)
Desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, es un placer ocuparse del libro de Santiago Jaramillo, uno de los mejores amigos de mi hijo Santiago, a través de quien me lo hizo llegar, hecho que lo hace doblemente valioso. Tal vez lo primero que deba decir es que se trata de poesía libre, nada de romance, soneto, oda o égloga, y en la que la amargura es el concepto que mejor engloba esos poemas más descriptivos/narrativos que metafóricos, aunque a veces tenga chispazos brillantes/geniales en este último sentido e incluso humor, un humor negro, pleno de ironía y de sarcasmo. En síntesis, un libro que toca muy hondo, mucho más en épocas de tanto y tan pobre materialismo: hecho que, ya de entrada, marca el acierto en el título del poemario, Condiciones materiales, (2) las del autor, a quien acompaña en los dibujos Elizabeth Builes. Dichas condiciones, son aquellas en las que creció Santiago: precariedad, miedo, hambre y amargura, dolor y pobreza, en abierta lucha por la dignidad…
Desde el inicio, con la dedicatoria a Gloria Tobón, su querida madre, seguida de las citas del inofensivo vampiro, por poético, Luis Hernández C.; del extracto del poema Problemas de la estética contemporánea, de nuestro Malcolm, por X-504, alias Jaime Jaramillo Escobar, bofetón memorable a la oligarquía paisa, precursora del GEA; y del reclamo justo del poeta callejero por excelencia (junto al recordado Darío Lemos), Helí Ramírez, en tanto el mundo sea para los empobrecidos, que no pobres porque nadie elige serlo, con la condición inversa a lo que pasa hoy, por ese engendro llamado IA, pero es BC o Brutalidad Concreta: que las máquinas trabajen para los humanos, así haya que destruir el mundo y volver a crearlo ‘como lo queremos’, desde el inicio, el libro nos subsume en el mundo del trabajo, la plusvalía, la explotación, es decir, las características del Sistema que niega o avala, anula o favorece las condiciones de supervivencia a los seres humanos, no sin antes sobreexplotarlos y alienarlos.
Son en total 34 ‘poemitas, escritos con el corazón’ y a la vez ‘mi vox horrísona, un pequeño grito herido de quienes nacimos más abajo en la escalera social’, como dice Santiago en su dedicatoria para mi ejemplar del libro: le recuerdo, vía Marx, que lo clave no es el origen de clase sino la posición y más allá la condición de clase, y ahora agrego que la lucha por la dignidad. La dignidad personal, ese equivalente a la soberanía de los pueblos, de la que hablaba Carlos Gaviria (3). Como bien se sabe, las condiciones materiales son aquellas a las que refería Marx: 1. La Naturaleza o el medio geográfico que rodea a la sociedad. 2. La población y su densidad nacional o social. 3. La producción, con cuya ayuda los hombres crean los bienes materiales necesarios para subsistir. Lo que ya desde el inicio le agrega a lo literario un plus sociológico y económico/político al poemario de Jaramillo, sin desligarlo de su concreta búsqueda artística ni de sus propuestas, más que intenciones o metas filosóficas.
En otras palabras, las condiciones materiales son las que posibilitan el desarrollo o el fracaso del hombre en la sociedad para satisfacer sus necesidades de vivienda, salud, educación, acceso al trabajo, ascenso en la escala social, lo mismo que la movilización, el ocio como sucedáneo de escuela (no de vagancia ni de improductividad, según el canon capitalista) y, obvio, la libertad de expresión, el derecho a la comunicación y a crear medios que la faciliten. Y de esas mismas condiciones materiales habla Marx como formadoras del carácter del hombre en la sociedad, en abierto combate con las condiciones económicas que impone el Sistema, primero feudal y luego capitalista, más tarde neoliberal y neofeudalista, y de nuevo capitalista e hiperconsumista, como para minar toda eventual resistencia personal, de grupo o social. O lo que significa el tapabocas, una orden de silencio, con motivo del virus/negocio, precisamente para desvirtuar de entrada cualquier foco de oposición, de disidencia, de crítica.
Desde Dos máquinas, sobre el trabajo de su querida madre con una plana y una fileteadora, Botones, sobre ese niño que pega su primer botón a los cinco años y luego 3.500 más en un solo día ‘sobre perilla infinitas’, antes de que quiebre Confecciones SAYJU, Bultos, sobre el oficio de coteros de él y su hermano, cargando pantalones para ponerlos en las vitrinas, Ventiladores, sobre esos multiplicadores de voces que atenúan el calor en duras jornadas de labor, Retazos, sobre esos ojos pausados que sólo tienen quienes trabajan 15 horas diarias en una máquina, y el hijo que en vez de irse a dormir se tira a su lado en el piso, hasta ¿Dónde están?, sobre el hallazgo de las grandes cosas detrás de las más sencillas, el odio injustificado contra todo, y, por contraste, sentir la felicidad de poder hacer algo contra lo que se odia y Santi que sigue trabajando para producirle más plusvalía a los ricos y lo único que queda es el recuerdo de la madre trabajando para una multinacional, sólo que ahora ella tiene 64 años.
En dichos poemas, Santiago Jaramillo hace una reflexión/recreación sobre el yugo del trabajo en aroma de amargura, dolor, hambre, pobreza, sin jamás pretender provocar conmiseración, sino como un ejercicio de liberación de esa pobreza, de esa hambre, de ese dolor, de esa amargura, a manera de autoconocimiento, de psicoanálisis sin ayuda de nadie más que de los recuerdos de su madre, su padre, sus hermanos, su amigo Mauricio quien fue asesinado, sus amores pasados o perdidos. Y a través de ellos hay todo un viaje, una experiencia poética, un mundo recuperado, gracias al afecto, a la memoria, a la sensibilidad, que es lo que permite pasar lo pasado que no sirve y atesorar el pasado que es hoy y no ayer y que ayuda a construir un mejor futuro, sin lastres de arrepentimiento, sino en afán de lucha por preservar la dignidad, así en medio sólo haya desesperanza, penas temporales, fracasos pasajeros: porque sólo la constancia, la terquedad y la paciencia son facilitadoras de nuevos y mejores mundos.
En Papá, Santiago Jaramillo evoca con nostalgia su ausencia y la figura que la luz y sus partículas a través de los árboles intentan dibujar; en Regreso a la ciudad, los viajes de domingo con los hermanos amontonados en el platón de una camioneta vieja, el paso suave de las montañas a lo lejos, las manos suaves tomadas por las manos duras del padre que mira a su hijo como si siempre fueran a estar juntos; en Diciembre de 2003, las reuniones en familia, tomando aguardiente, las risas ocasionales, las luces de Navidad vistas desde una ventana de Santo Domingo Savio, el amigo que le pide ‘dejar de ser gay’ y su primer beso a Marcela; en Las palabras, a pesar del ‘gonorrea’ e ‘hijueputa’, la felicidad de ser libre por la posibilidad de expresarse, a partir del recuerdo de cuando en una moto su hermana y su novio lo llevaban al estadio; en Cachorros, el desespero de Peggy por no poder evitar que vendan uno a uno a sus seis hijos y la preocupación del niño que la observa por si algún día faltara…
Todas ellas, experiencias cotidianas de una familia y un mundo comunes y corrientes que sólo buscan esculpir en el tiempo un momento triste o alegre o sublime o una experiencia terrible de dolor, violencia, muerte o asesinato que, de contera, muestra el mundo horrible en el que creció un niño, sin poder hacer nada para cambiar las condiciones de vida, trabajo, educación, salud, vivienda, pero que, por contraste, a través de la escritura deja el testimonio de quien piensa y cree en un mundo mejor, así no sea él quien lo logre. Como en Diente de león, que se pregunta si ese era el amor, si regresa en algún instante o si vuela por ahí como las pelusas de esa flor que se deshace en el instante como pompas de jabón o como los cerezos en flor, símbolo de lo efímero, y ya no vuelve más. O como en Universo, cuando el protagonista siente que esas estrellas y lunas de plástico, compradas por su hermana y dibujadas en el techo de la pieza de Juli, todas las noches le abrían la inmensidad del universo.
La experiencia de la pobreza se refleja en el poema Descubrimiento, un mazazo por donde se le mire para un niño que es objeto de discriminación por parte de otros niños que se bañan en una piscina y decretan ‘que yo no era / de la unidad / porque era pobre’. La del temor, en Miedo, con ese niño que, como el del filme Cuando mi padre salió en viaje de negocios, de Emir Kusturica, duerme en medio de sus padres y de pronto piensa qué pasaría el día que muriera uno de ellos. La del trabajo, en Brother, que aquí no es hermano sino la marca de la Ojaladora Industrial en la que el padre pasa sus últimos 20 años viendo subir y bajar una cuchilla que corta una tela ‘4.000 veces al día’ y de vez en cuando él para y sale al balcón, fuma un cigarro y mira las montañas. La del hambre, como metáfora, en Arroz está detrás del hecho de comerlo, blanco como papel, que de tanto mirarlo y comerlo y volver a mirarlo ‘era como casi nada’; en Cusco, el recuerdo de nunca haber ofrecido hamburguesa a su padre.
En tales recuerdos se filtran la amargura, el dolor, la pobreza que, por contraste, producen la necesidad de luchar, de volver la frustración motor de vida, el miedo factor de lucha y de cambio, la espera vector de esperanza y no sinónimo de desesperanza ni, mucho menos, como creía el sabio chino: ‘La esperanza es una puta que se parece a la desesperanza’, así la sentencia parezca irrefutable. Así se infiere de La casa, poema en el que un inmueble deviene pedagogo del sujeto que vive allí hace 15 años y por eso piensa a menudo cuando tenga que irse con su familia ‘pues la casa no se ha enterado / de que no es nuestra’, lo cual produce al unísono placer, humor y frustración. O de Como si fueran felices, con esos cuatro hombres en overol que cargan sus cajas de cerveza ‘en sus espaldas, mientras gritan y cantan como si fueran felices’; o de Globos, con un epígrafe del citado D. Lemos, Me elevo como un globo y tiene un agrio final: el chico que anhela ser uno de ellos, para luego quemarse y desaparecer.
O de Calle 33 con la 76, título que, seguro, de no ser por su sentido topográfico como registro de la memoria, nadie más usaría, con la chica que desaparece antes de que lo haga el muñequito verde del semáforo peatonal. Pero, como no todo ha de ser tragedia, aunque vengan otras más adelante, de pronto renace la esperanza, como en Autopista (y aquí se anota que ya Jaramillo ha registrado varios símbolos de la modernidad en los títulos de sus poemas: no como capricho, sino como sentido de referencia del mundo en que creció y vive) con ese carro rojo que avanza entre miles a las seis de la tarde y en el que ‘podría estar / la chica que amo’ y luego habla de los otros colores que son sinónimos de celebración de la vida y motivo de felicidad, pero al final, como no hay dicha completa, otro tiestazo: cuando desinflen las bombas y se queden solos, notarán que ‘aquello que ocupó un lugar importante era sólo aire’. O en Bruxismo, sustantivo insólito, aquí rotundo, para poder ignorar la suspensión del sueño.
O en Poema de amor, el narrador/poeta se pregunta por qué no es feliz si tiene todo lo que quiere, y cita las motos, los relojes inteligentes, y lo que lo agobia, la canícula, acostado con Camila en el suelo y ella debe encontrar un haz de luz en medio de la oscuridad: cuando por el viento siente que todo en el bosque se rompe, aunque trata de mirar, no puede ver nada, ‘¡absolutamente nada!’; o en Mientras, ese interregno en que pasan tantas cosas al tiempo, producto del vértigo que es la vida moderna, y ‘moderna’ por no decir vetusta ni anacrónica, en fin: ‘Mientras estoy distraído / mientras la vida pasa, / te recuerdo’; o en Las cosas, porque también son parte indisoluble de las condiciones materiales, con ese par de búhos que el poeta recibió tiempo atrás de su amada, pero que lo han visto amar a otras y aun así ‘te recuerdan’, es decir, el dilema de que no por estar ahí se está presente o por no estar se está ausente. O en Hay días, sí, ‘en que la vida duele un poco más’, como cuando se monta al bus y ¡eureka¡
En efecto, porque he aquí una afortunada metáfora (entre varias más…): te duelen los zapatos gastados en los pies de la gente. Eso es ponerse en los zapatos del Otro; lo que se llama ser compasivo, sin lastres de religión; lo que se llama ser solidario, aunque no lo diga o, mejor, se quede callado porque esa es la verdadera caridad: no la que se publicita, como hacen Bill Gates, Elon Musk, Jeff Bezos y demás filántropos de la avaricia que cada día que pasa arruinan más al mundo y, sin embargo, la prensa de Rothschild y Murdock y BlackRock, les lava la imagen. Por eso, quizás, no importa si: ‘Sigues de largo, / pero sientes el frío / que sienten decenas / de cuerpos / debajo de los puentes, / [porque] ahora su lluvia, es tu lluvia’. Entonces, otra vez aparece la hamburguesa como metáfora del vacío, con la que nunca le ofreció al padre, o de hambre, con la que se puede comprar ‘para evadir la tristeza’. Claro, si no es de McDonald’s, esa comida transgénica, y ojalá lo supiera su promotora Linda Caicedo.
Los últimos cinco poemas del libro son: Circular Coonatra, un viaje en bus de la casa a la oficina, con un aire que impide cantar a los pájaros: para qué resistir si no hay sitio dónde esconderse (como en Greenwald sobre Snowden) (4) y las calles llenas de secretarias, obreros y estudiantes que perderán el bus y/o el trabajo: si suben, todos miran por la ventana; Los cables de luz, una recomendación: ‘Los poetas no deberían hablar tanto de sí mismos’ y, luego, que a Mauricio lo mataron, Sergio fue a la cárcel, Mangui es otro desaparecido más: 15 años con sus noches lleva esa lampara prendida e igual las cosa han ido pasando; Mauricio o el aviso de una madre a su hijo de que mataron al amigo y vienen los recuerdos de jóvenes a adultos y la violencia por ‘chasquear los dedos’ y ambos, tristes, se masturban por la misma chica y ahí tirado parecía llevar unos Adidas blancos; Domino’s Pizza o volver al pasado en modo de arrepentimiento; y Agustín o sentir la felicidad tan cerca, por tener menos de un año.
Entre las metáforas felices, o infelices, aunque logradas, del libro: mamá y la abuela compran dos máquinas y trabajan varios años de seis a seis, pasan de una tela a otra, trabajan, mientras hacen montones de cosas, mientras veían TV, mientras rezaban, mientras le levaban la ropa al esposo. Y así la abuela haya muerto un año atrás es como si hubiera muerto hace 29, porque para la DIAN, BanRepública, Caja Agraria es así ‘pues si una señora no mata sus deudas / las deudas la matan a ella’; igual pasó con su mamá en los 90, cuando nadie contestaba el teléfono: no fuera a ser un funcionario público; así, desde entonces ‘recuerdo a mamá / como un fantasma’ (Dos máquinas). El pasar de dar vueltas de felicidad a entrar en pánico cuando tras acostarse en medio de los padres el chico se pregunta ‘qué pasaría si alguno de los dos muriera’ (Miedo). Estando en Cusco, cuatro mil km lejos de casa y a diez años de muerto su padre y ‘llega el pasado / sin aviso a recordarme / que nunca le ofrecí hamburguesa’ (Cusco).
Lo anterior lleva a la función desarrollada por el maestro Eduardo Gómez (1932-2022) en Observaciones críticas sobre la función estética y social de la poesía (5) y la que, después de estudiar el origen del término que en alemán proviene del vocablo dicht = denso, puede considerarse que es enriquecer la sensibilidad. Lo que, en otras palabras, coincide con la del poeta, narrador y pintor Héctor Rojas Herazo (1921-2002), quien definió a la cultura como el refinamiento de los sentidos. Pero, hablar de poesía no es fácil: para Gómez hacer crítica de ella ‘será siempre muy difícil para no racionalizar en forma destructiva la obra de que se trate y no empobrecer su bella ambigüedad e irreductibilidad’. Y aclara que la poesía, como todo arte, es un lenguaje que busca comunicar (así, se aclara, no haya códigos comunes con el lector, como diría Estanislao Zuleta en su lúcido ensayo Sobre la lectura al recurrir a Paul Valéry), lo que supone una capacidad implícita y específica de conocer y objetivar el mundo.
O volver objetivo lo que de suyo es subjetivo: hacer poesía, arte en general. A la vez Gómez advierte sobre el peligro que corre la poesía en tanto forma de conocimiento y la más abstrusa y amenazada (después de la música), en el terreno artístico, por el subjetivismo, la actitud de algunos por reducir las cosas no a lo que dicen sino a lo que creen que dicen. Y señala que a ello contribuye el hecho de que sea el género literario que logra una mayor condensación expresiva. Explica, cómo en alemán es más evidente esa cualidad: Dichtung (poesía), Gedicht (poema), Dichter (poeta) y dichten (hacer versos… no dictarlos), provienen de dicht = denso. Si se compara con la prosa artística (cuento, novela, teatro), la poesía tiene de común con ella la configuración o sugerencia (mediante palabras) de imágenes artísticas, o sea, esenciales, totalizantes y ambiguas, pero se diferencia no sólo por su mayor capacidad de síntesis sino porque, en su afán de condensación, involucra con mayor frecuencia y audacia lo simbólico.
Además, refuerza su sentido merced a un ritmo más acentuado que la ata al arte más cifrado y hermético: la música. Así, glosando al citado Valéry, el concepto de la poesía resulta de la ‘oscilación entre el sentido y el sonido’. Cobra por eso mayor sentido lo que Nicolás Gómez D. dice en Escolios: ‘El poeta que no canta, tan sólo opina’ (6). Se puede pensar/comprender la poesía con objetividad crítica (aunque de modo más relativo/ambiguo que cuento, novela, teatro), en contra de las poses esteticistas y nihilistas de vanguardia que consideran a la poesía inaccesible y cerrada al análisis esclarecedor. Habría que coincidir con esa negativa si se intenta un análisis ‘simplemente racionalista, lógico o técnico’ de la obra poética, pero no si se logra una reflexión aproximativa, mediante una razón más compleja que dé suficiente importancia a la sensibilidad y la conciba ‘como capacidad cognoscitiva inherente al pensar y abierta a los laberintos del inconsciente: lo onírico, pulsional e instintivo’, Gómez dixit…
Las exageraciones irracionalistas del esteticismo y del vanguardismo son comprensibles como reacción defensiva de la complicada ambigüedad poética, ya que la crítica capaz de involucrar esa ‘nueva razón’, la que da importancia a lo inconsciente y plástico/musical en la creación poética, es casi inexistente sobre todo en el país. Aquí cabe recordar que el poeta es testigo, por mártir, de su tiempo y aquí entraría Ovidio, quien tras acercarse al Poder recibió la patada en el ano del César Augusto (7), quien lo confinó luego al destierro, es decir, le aplicó la que hacia los 50 del XX la mafia italiana usó como táctica y que la crítica de la época llamó ‘la teoría del limón’: usar a alguien para exprimirlo y cuando sea sólo cáscara, botarlo, como al limón: por acre e insoportable, sobre todo para el agresor, claro. Cuando el poeta es un lagarto, termina de candidato a alguna gobernación; cuando es digno, se limita a la poesía como herramienta para ayudar al cambio de su sociedad así su rol sea insignificante.
En conclusión, leer el libro de Santiago Jaramillo entraña dejarse llevar por la emoción, para luego ser rescatado por la coherencia, sin importar que sus ‘poemitas’ (cosa de la timidez, no de la arrogancia de tanto poetastro de la poetambre) pudieran reñir con los puristas del canon literario en tanto textos libres y sean más descriptivos/narrativos, y narrativos no exentos, eso sí, de cierto sentido épico por la carga socio/política que arrastran, que habitados por el verso la rima o el ritmo clásicos de una oda, una elegía o un soneto, en endecasílabos o alejandrinos. El sentido de sus poemas va por otro lado: despertar la sensibilidad, que se ha extraviado en los avatares del vértigo actual, en las condiciones materiales ya casi imposibles de satisfacer, dadas las desigualdades, la injusticia, la corrupción y el negacionismo al cambio, así como entre la amargura, el dolor y la pobreza que hoy ofrece el mundo por vía de la funesta labor de los políticos y la decadencia del Sistema con todo lo que ella arrastra de violencia y odio.
Las Condiciones materiales de las que habla en su libro son un bálsamo para mitigar el dolor y no una forma triste de atraer la lástima o una queja personal sin trascendencia: por lo contrario, sus poemas en aroma de libertad, exentos de prejuicios, pletóricos de dignidad o la soberanía para los pueblos, ayudan a mitigar las penas de tantos otros que han pasado por zonas de (in)tolerancia no aptas para seres sensibles e inteligentes que además crecieron entre carencia, atraso e injusticia, pero también entre amargura, dolor y pobreza y no por falta de iniciativas sino por inclemencias del Sistema, por inequidades de los distintos gobiernos, por farsas, conductas y procederes impropios de aquellos que dicen actuar en nombre del pueblo, pero sólo para saquearlo, esquilmarlo y desvirtuarlo para, luego, achacarle la culpa como si ese mismo pueblo fuera el responsable de sus desgracias y no, más bien, el receptor de los atropellos producidos en contubernio entre Gobierno, paras y sus socios de la fuerza pública.
Por eso, ahora entiendo su ‘Un abrazo revolucionario’, en la dedicatoria del libro ya sin temor a equivocación, pues las condiciones materiales del título son las mismas que refería Marx, para que en la sociedad el cambio fuera eficaz, así no surgiera ya, la vida ocurriera menos dentro de la desigualdad e injusticia y más dentro de la relativa igualdad, y el mundo fuera posible de transformarse sin resistencia de los derrochadores del erario, de los traficantes de bienes y tierras baldías, de los narco/corruptos en el manejo de empresas nacionales vendidas a extranjeros por coimas no nimias, sino que sobrepasan todo presupuesto en la cabeza de quien sea y a la vez garantiza la existencia futura a esas vidas parásitas/minúsculas vendidas al mejor postor: por contraste, las condiciones materiales de Santiago Jaramillo apuntan a una lucha por la dignidad, en detrimento de tanta amargura, dolor y pobreza que los políticos han sembrado en sus respectivos países, sin vergüenza ni estima alguna por sus habitantes…
A Santiago, hijo adorado, por seguir siendo mensajero de poesía, por la dicha de tenerlo en casa y por la amorosa atención que deparó a mi hermano Álvaro, su tío, en nuestras hazañas deportivas de jóvenes.
Notas, enlaces y bibliografía:
(1) TSÉ, Lao. Tao Te Ching, PDF, 100 pp.: 42. https://letrasparavolar.org/libros/archivos/ensayo/19.pdf
(2) JARAMILLO TOBÓN, Luis Santiago; dibujos de Elizabeth Builes. Condiciones materiales. Editorial Gallina Ciega, Medellín, 2023, 79 pp.
(3) https://www.youtube.com/watch?v=9hesRIVwwUA
(4) GREENWALD, Glenn. SNOWDEN – Sin un lugar dónde esconderse. Ediciones B, Editora Géminis, Bogotá, 2014, 313 pp. (4) GREENWALD, Glenn. SNOWDEN – Sin un lugar dónde esconderse. Ediciones B, Editora Géminis, Bogotá, 2014, 313 pp.
(5) GÓMEZ PATARROYO, Eduardo. Observaciones críticas sobre la función estética y social de la poesía: en Memorias, Tomo I, Ponencias, Segundo Congreso de Poesía en lengua española, desde la perspectiva del siglo xxi, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 2003.
(6) GÓMEZ DÁVILA, Nicolás. Escolios a un texto implícito. Atalanta Editores, España, 2009, 1.408 pp.
(7) Por su ironía, Ovidio fue enviado por Augusto en el año 8 a.n.e., con 51 años, a Tomis, ciudad romana que sería luego Constanza (Rumania), tal vez porque no toleraba su humor, sarcasmo, irreverencia.
Luis Carlos Muñoz Sarmiento. (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, 5.jun. 2012; columnista, 23.mar.2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por UFES, el 20.feb.21. Invitado por Pijao Editores al Encuentro Nacional de Literatura Colombiana vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, ES, Brasil, ago-nov.23). Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en Rebelión, Magazín EE y Las2Orillas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.