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Entre el fantasma de «Lehman» y la negociación

Fuentes: Rebelión

Cuando en 1937 Roosevelt decidió retirar las medidas de estímulo estatal de la economía norteamericana, los Estados Unidos resbalaron y cayeron sentados en la misma desgraciada posición en la que habían quedado durante los primeros años posteriores al estallido de la crisis de 1929. Cuando en septiembre de 2008 el gobierno de George Bush (h) […]

Cuando en 1937 Roosevelt decidió retirar las medidas de estímulo estatal de la economía norteamericana, los Estados Unidos resbalaron y cayeron sentados en la misma desgraciada posición en la que habían quedado durante los primeros años posteriores al estallido de la crisis de 1929. Cuando en septiembre de 2008 el gobierno de George Bush (h) decidió cortar la cadena de rescates estatales dejando librado a su suerte al cuarto banco de inversión de Wall Street, Lehman Brothers, se desató la conocida reacción en cadena de todos los mercados financieros del mundo y la «globalización» de la crisis económica. Una suerte similar se está jugando hoy la economía mundial salvo que esta vez, en dos escenarios simultáneos: Estados Unidos y Europa. A pocos días de que, ante los temores de una casi segura cesación de pagos de Grecia, la cumbre de Bruselas acordara un nuevo «rescate», fracasó el principio de acuerdo Demócrata-Republicano para incrementar el techo de la deuda pública de Estados Unidos, restableciendo el pánico en los mercados mundiales y los temores de que un nuevo «Lehman» podría estar a las puertas.

Cuando lo «impensable» empieza a ser pensado

El próximo 2 de agosto vence el plazo para que el Congreso norteamericano autorice al poder ejecutivo un incremento en el monto de la deuda pública que con 14,3 billones de dólares (100% del PBI) alcanzó su tope. Este trámite burocrático que desde la presidencia de Reagan se ha llevado a cabo decenas de veces, toma un cariz totalmente distinto en el contexto de la actual situación económica mundial. Demócratas y Republicanos ya acordaron que tal incremento debe hacerse a cambio de un recorte de gastos del Gobierno Federal de alrededor de 3 billones de dólares a aplicar durante los próximos diez años y aparentemente Obama ya habría renunciado a su anterior pretensión de incremento de impuestos a los ricos. El punto por el que se rompió la negociación es que los republicanos quieren aprovechar a fondo la actual debilidad del gobierno y proponen un plan diseñado en dos fases permitiendo un aumento temporal del monto de la deuda hasta fin de año, obligando a una nueva negociación en el Congreso durante el año 2012. El plan republicano pone entre las cuerdas al gobierno de Obama que debería optar entre un default técnico a partir de la semana que viene o la reproducción en escala superior de la crítica situación actual durante el año en el que se llevarán a cabo las elecciones presidenciales. Pero el problema central es que -más allá de que es muy probable que se selle algún tipo de acuerdo antes del 2 de agosto- «la imagen de Estados Unidos como el gran patrón de la economía mundial ha sufrido ya un daño que será difícil de reparar» (El País, 27/7). El sólo hecho de imaginar que por primera vez en la historia la deuda norteamericana pueda perder la calificación que le asegura a los Bonos del Tesoro un «riesgo 0», el hecho de que un default en Estados Unidos pueda ser pensado, es un duro golpe a la idea de que Norteamérica puede endeudarse infinitamente imprimiendo dólares y títulos de deuda sin ninguna contraparte de valor real. Es un duro golpe a la idea de que el Estado norteamericano y su moneda pueden jugar el rol que otrora jugaba el oro. La única «garantía» de los Bonos del Tesoro es la «fortaleza» de su economía o al menos la «creencia» de que dicha fortaleza relativa existe. La caída de la calificación de su deuda indicaría la disminución de esa confianza por lo cual sus bonos perderían valor incrementándose los intereses que pagan. Muchos inversores institucionales están obligados a tener entre sus activos instrumentos con la máxima calificación y muchas operaciones financieras utilizan estos instrumentos como respaldo. Si la calificación de la deuda norteamericana cayera, los inversores deberían compensar la pérdida adquiriendo otros instrumentos con la máxima calificación. Es probable que el dinero para hacerlo salga de la venta de otros instrumentos tales como acciones lo cual impulsaría fuertes caídas bursátiles. La pérdida de calificación induciría muy probablemente a China (principal tenedor de Bonos del Tesoro) y Japón, a deshacerse de sus activos en dólares pero también a los bancos europeos que durante el primer trimestre de este año elevaron sus tenencias de deuda estadounidense de 479.600 millones de dólares a 752.600, lo que representa un incremento del 56% (Banco de Pagos internacionales). Tal como señala un ejecutivo de Barclays Capital: «Dado que la deuda pública de EE UU tenía casi la condición de patrón oro para el mercado mundial de bonos, [una rebaja de su calificación] podría ser como un terremoto» (El País, 27-7). Una situación tal traería aparejado el fin de la posibilidad del Estado norteamericano de contener la crisis económica a través del endeudamiento del Estado tal como lo ha venido haciendo desde la quiebra de Lehman.

Default griego y cumbre en Bruselas

El pasado 21 de julio, se llevó a cabo la cumbre del Eurogrupo en la capital belga, a fin de acordar un nuevo plan de «rescate» a Grecia y evitar una cesación de pagos descontrolada que, se descontaba, provocaría una reacción en cadena similar a la de «Lehman». Como resultado de la cumbre cuya mesa chica de negociación integraron Alemania, Francia y el Instituto Internacional de Finanzas en representación de los bancos privados (créase o no, Grecia no participó) en el que tanto Alemania como el BCE cedieron posiciones, se admitió por primera vez que Grecia no puede afrontar el conjunto de sus deudas en lo que constituye el reconocimiento de un default parcial, por primera vez en décadas, de un país capitalista avanzado. El mecanismo de «salvataje» recientemente aprobado consiste en el otorgamiento de un nuevo préstamo de 109.000 millones de euros que sólo podrá ser utilizado para el pago de los vencimientos de deuda. Lo nuevo es que una parte del monto será aportada por los bancos acreedores que acordaron adherirse a un plan voluntario de canje de títulos con vencimientos hasta fines de 2019 por otros con plazos de hasta 30 años. El nuevo préstamo contempla una rebaja en las tasas de interés y un plazo de vencimiento promedio de 15 años. Se calcula que los bancos acreedores aportarían unos 36.000 millones de euros. El resto del monto será proveído por el FMI, el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF), la Unión Europea y la propia Grecia que deberá privatizar empresas y otros activos del Estado (aproximadamente 28.000 millones de euros) además de continuar con el draconiano plan de ajuste en curso, destinado a reducir el déficit fiscal. Con este mecanismo se reduce la deuda en aproximadamente un 21% y se evita que Grecia tenga que continuar demandando fondos en el mercado de capitales. La reestructuración resulta demasiado limitada como para que Grecia pueda reestablecer su capacidad de pago obligándola a depender de sus socios europeos que le crean una especie de paraguas mientras garantizan el sometimiento de las masas griegas durante al menos 30 años.

El plan avanza además en la flexibilización de las condiciones de funcionamiento del EFSF permitiendo que otorgue créditos preventivos a países en problemas (aunque no hayan sido «rescatados») y recapitalice sus bancos. Además se lo habilita (con la autorización del BCE y bajo condiciones de extrema inestabilidad) a comprar bonos en el mercado secundario de deuda. Todas estas medidas están pensadas para «aislar» a Grecia quebrando la línea de contagio y preparar mecanismos de rápida activación en caso de riesgo en España e Italia, países en los cuales se juega el destino del euro. Pero el aspecto más débil de todo el plan es que se otorgan nuevas atribuciones al EFSF sin recapitalizarlo lo que hace extremadamente dudoso que pueda cumplir con las metas planteadas.

Negociaciones frenéticas y maniobras insólitas

Se comenta que a apenas dos horas de comenzar la cumbre del Eurogrupo, se dejó filtrar un comunicado con las «resoluciones finales» para ver cómo reaccionaban los mercados. Como las bolsas no cayeron, siguieron adelante y cerraron la negociación que ya estaba acordada previamente por Francia y Alemania con el visto bueno del BCE. Frente a los temores de un escenario peor, la respuesta inmediata fue un alza de todas las bolsas. Todo parecía indicar un escenario de calma, muy pero muy temporario. Pero la ruptura del acuerdo entre Demócratas y Republicanos en EEUU, agregó extrema tensión a la situación y aunque lo más probable es que se llegue a algún tipo de negociación, continúa la amenaza sobre la deuda norteamericana, cuestión que se agrega a las debilidades del acuerdo alcanzado por del eurogrupo. Ambos hechos generan un clima en el que priman los «aprietes» y la negociación con un telón de fondo de alto riesgo que se utiliza para intentar negociar en mejores condiciones. Tanto EEUU como el Eurogrupo están actuando de manera en extremo pragmática acorralados entre el escenario de un nuevo Lehman y otro consistente en patear la crisis para adelante y ganar tiempo. El teatro insólito de maniobras, negociaciones políticas y con los mercados (que sólo puede desarrollarse mediante el método de prueba y error) muestra que así como la burguesía aprendió de los años ’30, también aprendió de la quiebra de Lehman y que en todo caso están intentando que algún tipo de destrucción de activos (necesaria) se produzca a cuenta gotas y de forma no explosiva. El escenario de un nuevo «Lehman» no obstante, no puede descartarse en un clima de extrema tensión en el cual toda negociación puede escaparse de las manos. Lo que es seguro es que, más allá de los tiempos y las formas exactas en los que se desarrolle la crisis (que aún siendo mundial dista mucho de ser un proceso lineal y homogéneo) y muy a pesar de los «buenos augurios» de quienes se apresuraron a darla por terminada, en los años 2007 y 2008, comenzó un proceso estructural profundo, el más grave desde la década del ’30 del que no puede salirse con medidas evolutivas y pacíficas y que va a requerir de ataques a los trabajadores y a las masas populares, lucha de clases y conflictos entre y al interior de los Estados, mucho más violentos de los que hemos visto hasta ahora.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.