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Entre el fuego y la sartén: movimientos sociales y burocratización

Fuentes: Passapalavra

Más allá del debate superficial alrededor de las elecciones que tuvieron lugar el pasado domingo 30 en Brasil, es preciso volver a poner de relieve las actuales (y viejas) dificultades para clarificar las posiciones y los objetivos de las luchas y movimientos sociales que pongan realmente en cuestión y apunten a superar el orden del […]

Más allá del debate superficial alrededor de las elecciones que tuvieron lugar el pasado domingo 30 en Brasil, es preciso volver a poner de relieve las actuales (y viejas) dificultades para clarificar las posiciones y los objetivos de las luchas y movimientos sociales que pongan realmente en cuestión y apunten a superar el orden del capital, lo que nos obliga a repensar la cuestión de las formas organizativas que requerimos para transformar el mundo. El siguiente texto, desarrollado como una reflexión abierta e inacabada desde las condiciones específicas del Brasil, y desde el esfuerzo de difundir, apoyar y pensar las luchas del colectivo Passapalavra, apunta a que los movimientos sociales deben ser defendidos, ante todo, del avance de la burocratización. El gran desafío es la generalización de las relaciones solidarias y colectivas establecidas directamente en la base de los movimientos sociales.

¿Por qué este artículo?

No se conseguirá superar el capitalismo sin la energía y la iniciativa de los trabajadores, decididos a romper con sus actuales condiciones de vida y existencia. Movilizar a los explotados ha sido hasta ahora la motivación por la cual se forman organizaciones revolucionarias y sindicatos anticapitalistas. La suposición implícitamente aceptada es que la revolución es un acto de masas. Mientras tanto, desde el inicio histórico del movimiento anticapitalista de los trabajadores, un enemigo trabaja para debilitar esa perspectiva, entorpecerla y finalmente matarla: la burocratización, la división del movimiento entre una base pasiva y una activa élite de los «más iguales que los demás». La crítica a la burocratización es tan antigua como la propia burocratización, y ha sido necesario recomenzarla cada vez. ¿Porqué esa cultura está todavía tan enraizada, manifestándose desde la socialdemocracia del siglo XIX hasta los polos modernos de la izquierda llamada radical? ¿Como actúa el virus de la burocratización, neutralizando el fervor revolucionario de viejos y nuevos militantes, creando el escepticismo en la base del movimiento y promoviendo su desmoralización?

¿Cómo combatir esa cultura, de modo que los movimientos sean verdaderos espacios de movilización y formación, sin otros intereses en juego más allá de la emancipación social y destrucción del Estado capitalista? No ignoramos, claro, que incontables factores externos toman parte en este tablero. Pero aquí optamos por ocuparnos con la porción de la realidad que nos compete y que está a nuestro alcance: el desafío interno de toda lucha social.

El desarrollo de la burocratización

Prevenirse contra la burocratización exige que el/la activista o militante revolucionario no pierda de vista nunca que el objetivo es incentivar el proceso de emancipación humana, de la constitución consciente de nuevas relaciones sociales, solidarias, igualitarias y autónomas, de una sociedad que merezca el nombre de socialista. Una transformación de ese tamaño no es tarea de un partido, sindicato o movimiento social corporativo, sino de millones de trabajadores en un proceso de concientización creciente.

Movimientos, sindicatos e partidos son instrumentos surgidos en la guerra de clases con el objetivo de favorecer el proceso, dinamizarlo y ampliar su perspectiva. Pero hasta ahora ha ocurrido que muchas veces acaban por actuar en el sentido contrario. Existe un vínculo íntimo entre la burocratización, los horizontes limitadamente corporativos y la conversión del aparato organizativo en el objetivo principal. El burócrata pierde la visión de la meta original, la emancipación humana, y pasa a vivir cada vez más para defender su aparato organizativo, su poder creado por encima de la base del movimiento, y teme que un proceso revolucionario derrumbe su poder corporativo, lo que de hecho pasaría… – y por eso se torna un enemigo encarnizado de la lucha emancipatoria. Por su acción desmoralizante de la lucha de los trabajadores, la burocracia es la quinta columna del Estado capitalista en los movimientos de los trabajadores. Es el agente de la clase explotadora, la cara interna del enemigo de clase, beneficiándose tanto como éste del mantenimiento de una sociedad de explotación. Es cierto que a veces los dirigentes toman la iniciativa de convertirse en burócratas, o militantes entran ya burocratizados a los movimientos. Pero no creemos que eso haya sucedido en la mayor parte de los casos y, de cualquier modo, la gran cuestión es saber por qué motivo los trabajadores comunes, la base del movimiento, permitieron la burocratización. No se trata aquí de culpar a los burócratas por haberse transformado en tales, sino de analizar lo que ocurre en las luchas que torna a las masas pasivas y, por lo tanto, convierte a los dirigentes en burócratas.

Dos enemigos de clase

Las trabajadoras y los trabajadores, tienen, por lo tanto, dos enemigos. El enemigo exterior es fácilmente identificable. Son los patrones, los dueños de las empresas y sus administradores, los dueños de las tierras y todos los representantes directos de estas tres categorías en el Estado. Pero existe todavía otro peligro, formado en el interior de la clase proletaria, en organizaciones populares, en las direcciones de sindicatos, en las direcciones de partidos de izquierda, y que es más difícil de identificar. Este peligro surge cuando la base se vuelve pasiva y los dirigentes se vuelven independientes de la base, se burocratizan, se distancian del convivio cotidiano de los trabajadores que dicen representar y se transforman en los nuevos jefes de las organizaciones que controlan. Al final del proceso ellos se convirtieron en un segundo enemigo, no exterior como el otro, sino interno al movimiento de los trabajadores.

Cuando se trata de sindicatos, que gestionan presupuestos muy abultados, además de fondos de pensiones, estos nuevos patrones pasan a comandar una verdadera institución capitalista, capaz de realizar inversiones colosales. Y, de este modo, las contribuciones de los trabajadores dejaron de ser empleados para su objetivo original, que era el de organizar la resistencia contra la explotación. Pero la disposición de grandes presupuestos no es indispensable para la conversión de los burócratas en nuevos patrones. En un proceso convergente, las burocracias de muchos partidos políticos que se reivindican de izquierda han pasado a ocuparse en acuerdos electorales y con negociaciones con el aparato de Estado, abandonando el objetivo inicial de esos partidos, que era el de enfrentar al Estado capitalista y todas sus ramificaciones. Ese es un fenómeno de carácter internacional en la actualidad de la lucha de los trabajadores.

En la medida en que se vuelven independientes de la base, las burocracias sindicales y partidarias pasan a convivir cotidianamente con patrones, administradores de empresa y políticos de derecha. Lo hacen con el pretexto de estar presionando y negociando, pero la familiaridad así establecida y la adquisición de nuevos comportamientos llevan a la crítica y al combate a amoldarse, a adaptarse y a enfriarse. En poco tiempo, las burocracias sindicales y partidarias comienzan a dirigir a las bases trabajadoras con los mismos métodos y la misma mentalidad que son empleadas por los patrones tradicionales. Invocan el pretexto de usar más tarde ese Estado – cuando sea hipotéticamente conquistado y si todo sale bien – para controlar al capital. Y así se desarrolla, aunque de forma todavía embrionaria, un capitalismo de Estado.

Ahora, la historia mostró repetidamente que el capitalismo de Estado representa la más grave derrota de la clase trabajadora frente a este enemigo interno. El capitalismo de Estado es una derrota tanto más grave en cuanto ella es presentada por la burocracia de izquierda como si fuera una «gran victoria» y una demostración de fuerza» del movimiento.

Las derrotas de los trabajadores

A lo largo de la historia vemos como hasta ahora los trabajadores han sido masacrados en las grandes confrontaciones con el capitalismo. Cuando las derrotas se deben al enemigo exterior, por más duras que sean, ellas provocan inicialmente un descalabro terrible en la capacidad organizativa de los trabajadores, pero como la distinción entre las clases se mantiene clara, la lucha recomienza más o menos rápidamente. Las situaciones más graves para la organización de la clase y más difíciles de ser asimiladas por la consciencia – porque son menos sangrientas, más silenciosas y más sofisticadas – se deben a las derrotas provocadas por la conversión de los burócratas en nuevos patrones, o sea, por el desarrollo de un enemigo interno. Es cuando se crean nuevos patrones a partir del interior del movimiento obrero, por ejemplo, que el ánimo de lucha de los trabajadores se  debilita y que la posición real de los burócratas en la lucha de clases se confunde a los ojos de la mayoría. Esas derrotas mistifican una realidad ya de por sí engañadora. No se sabe más quién es quién y con quién podemos contar para construir una sociedad libre, de las raíces a los frutos. En estos casos las derrotas son muy profundas y duraderas.

 

¿Por qué surgieron los movimientos sociales?

Durante muchas décadas, en todo el mundo, sindicatos revolucionarios y partidos socialistas eran los instrumentos por excelencia y prácticamente los únicos de la lucha anticapitalista. Pero desde el inicio, y a partir de su propio interior, recibieron la crítica de ser portadores del virus burocrático.

Muchos afirman que no se trata de la degeneración de sindicatos y de partidos. Ellos ya nacieron «torcidos» debido a su forma de organización, que permite a las direcciones limitar la iniciativa de las bases. Para estos críticos, el tipo de sociedad que vamos construir está presupuesta en  la forma como nos organizamos para luchar. Y los partidos y sindicatos, con su estructura jerárquica y autoritaria, serían propicios a la formación de burocracias y opuestos a la emancipación.

Otros recuerdan que hubo numerosas tentativas, y algunas con éxito, de usar partidos y sindicatos como instrumentos efectivos de intensa movilización. Pero el balance histórico, aunque sin un veredicto final, ha contabilizado más fracasos que éxitos en la tentativa de esas organizaciones de convertirse en instrumentos insustituibles de la lucha anticapitalista.

Así, los sucesivos fracasos de los sindicatos y de los partidos de izquierda en cuanto instrumentos de la lucha anticapitalista llevaron a la constitución de diversos movimientos sociales y otras formas de organización popular. A decir verdad, la relación entre partidos y movimientos sociales en Brasil pasó por varias fases y es muy compleja. Los movimientos sociales urbanos de la década de 1980, que luchaban por salud, transporte y vivienda, contribuyeron activamente para la formación del PT, en negación al modelo clásico de partido internamente autoritario. Pero este componente activo no consiguió evitar la burocratización en la forma partidaria, y los movimientos sociales tuvieron que renacer, para rebasar los límites del partido. América Latina y otras regiones periféricas desempeñaron y desempeñan un papel fundamental en esta innovación, aunque en Europa y en los Estados Unidos hayan surgido formas de organización comparables a los movimientos sociales. Actualmente, la constitución de los movimientos sociales tiene que ver con el hecho de que demandas cruciales del proletariado rural y urbano por tierra, trabajo, techo y demás derechos sociales no encuentran espacio o prioridad en las reivindicaciones corporativas o politiqueras de sindicatos y partidos de izquierda, aunque se insista mucho en la forma utilitaria de separación entre los llamados «instrumentos sociales» – que serían los movimientos sociales y sindicatos – subordinados al «instrumento político» – el partido político de turno. Sin embargo, más que delegación del proceso de luchas hacia los dirigentes, los movimientos sociales deben sus conquistas a la acción directa de los propios trabajadores y no resultan de negociaciones entre delegados supuestamente representantes de las bases. Ya no se trata de encargar a las direcciones sindicales la obtención de unos tantos por ciento de aumento salarial, perdidos después con la inflación. Ni se trata de agrupar a los trabajadores en partidos formados en torno a plataformas doctrinarias formuladas por media docena de iluminados, que llevan al autoritarismo de los únicos que poseen la llave de la mítica claridad ideológica. Los movimientos sociales surgieron para unir a los trabajadores en torno a reivindicaciones prácticas, a conquistas efectivas – incluyendo la dimensión inmaterial – y no simplemente salariales o corporativas.

 

El riesgo de la burocratización de los Movimientos Sociales

Pero las instituciones cambian más deprisa que las palabras y la designación «movimientos sociales» pasó a veces a ocultar una realidad bien diferente. Hay movimientos sociales que no son otra cosa sino partidos políticos, cuya orientación ya no obedece a decisiones tomadas por la base y es enteramente determinada por la dirección de un partido, subordinada jerárquicamente a la burocracia de los sindicatos o a cualquier otra estructura externa que se eleve en instancia superior. Y hay movimientos sociales que, aunque no dependan de un partido en particular, están adoptando en su interior la estructura autoritaria de los partidos. Cuando comienzan a reservar para un cierto número de dirigentes, siempre los mismos, los canales de negociación con el Estado, esos dirigentes tienen como capital el control de las acciones de los militantes, y los movimientos acaban por reproducir la lógica estatal, a través del autoritarismo centralizador representado por el dominio de unos pocos sobre la mayoría. A lo largo del tempo, esta consolidación de estructuras verticales y la constante negociación con el Estado, inclusive para la gestión de recursos, acaba por requerir un cuadro de funcionarios técnicos especializados que, unido a la falta de democracia interna y a la ausencia de decisión de las bases, pasan a constituir un aparato burocrático cada vez más poderoso. Las bases ya no se reúnen en asambleas para discutir y decidir; son convertidas en rebaño para oír las instrucciones de los dirigentes. Esos dirigentes, en vez de ser cuadros que favorecen el desarrollo de las luchas, se convierten en dueños de estas luchas. Pretenden evitar las relaciones de solidaridad directa entre las bases de los movimientos, haciendo que las relaciones sean establecidas tan sólo entre «cuadros dirigentes». ¿Qué lleva a esta transformación? En un movimiento, tanto por la tierra como por el techo, transporte o por cualquier otro objetivo, la vida de las personas tiene que ser diferente desde el inicio, ellas tienen que organizarse de una manera que rompa con la sociedad dominante; en todas las dimensiones de su vida tiene que haber más autonomía y más colectividad. O sea, las formas de organización colectiva tienen que ser desde el inicio distintas de las que están vigentes en el capitalismo. Si eso no ocurre o si esa distinción se va debilitando, entonces la base del movimiento se aparta de los procesos de decisión. Se va consolidando, así, un nuevo espíritu burocrático, que impregna a las nuevas generaciones de luchadores. Militantes valerosos y llenos de dinamismo se van sometiendo y subordinándose a este espíritu, pues acaban teniendo como horizonte ese tipo de liderazgo. ¿Quién ignora esto y no tendría mil ejemplos para relatar?

Uno de los criterios para evaluar si puede o no formarse una clase de nuevos jefes en el interior de un movimiento social consiste en saber en qué medida las direcciones son controladas por la base, en qué medida la base consigue influir y determinar a las direcciones sus necesidades y su dinamismo. El otro criterio consiste en averiguar si las direcciones se esfuerzan por promover la autonomía de la base y por incentivar las decisiones colectivas y las relaciones de solidaridad en la base; o si, al contrario, procuran a cualquier costo reforzar su autoridad y dejar a la base sin voz y sin un campo de actuación directo.

Se trata de saber, en cada caso, si un movimiento social es un instrumento a disposición de la lucha de los trabajadores o si ellos se basan en una lógica que instrumentaliza a los trabajadores y sus anhelos para los fines específicos de una élite dirigente. En este caso la iniciativa de las bases es reducida a una apariencia, destinada a la perpetuación de la fuerza interna, y a una imagen, destinada a la propaganda externa. El objetivo deja de ser la construcción de relaciones sociales nuevas, solidarias, diferentes de las relaciones capitalistas, y pasa a ser formulado en términos sólo cuantitativos: número de personas, número de camiones, número de apariciones en la prensa y listas de registro. En los movimientos sociales en que esto ocurre, los trabajadores quedan reducidos a cifras, como lo son en una hacienda, en una fábrica, en una cantera de obras o en una cartera de inversiones, y los burócratas usan esas cifras en la mesa de negociaciones.

Algunas prácticas nocivas en el interior de los Movimientos Sociales:

registros y listas de asistencia

Una de las prácticas nocivas que vienen ganando espacio en los movimientos sociales brasileiros es la de las listas de asistencia, que se llevan a cabo en diversas actividades, sean asambleas, reuniones políticas o actos públicos considerados importantes por la dirección. En vez de servir como instrumento para mantener el contacto y la comunicación entre compañeros, estas listas establecen una clasificación entre los militantes, y aquellos que tienen más asistencias y más puntos tienen acceso supuestamente garantizado a las promesas del movimiento: casas, becas en Facultades, cursos de formación, acceso a servicios. Existe incluso otra modalidad más estructurada de puntuación, consolidada en cuadernos y registros de militantes, que tienen puntos marcados por cada actividad que realizan, como, por ejemplo, participar en campañas electorales para un determinado candidato. Eso cuando no son también medio de control y monitoreo para rendición de cuentas del movimiento junto al Estado, en razón de convenios y proyectos afines establecidos con éste.

Así, para conseguir movilizar a las personas, se recurre al mismo patrón que el de la empresa capitalista o de las instituciones disciplinarias estatales. Aunque se convenza al militante de que es posible conseguir cambios y de que esto depende del esfuerzo y del compromiso personal, en el caso de que no tenga tiempo o condiciones físicas y psíquicas, o que no quiera comprometerse en determinada actividad, existe una lista de espera que forma un «ejército de reserva de militancia», tal como en el capitalismo hay un «ejército de reserva de desempleados». Se trata de una forma de gestión y de control que, en vez de fortalecer los procesos de formación y emancipación, los vacía, substituyéndolos por la intimidación y por la coacción. El hecho es que tales números y cifras se tornan, en la práctica, el «capital político» que el cuerpo dirigente tiene para ofrecer a las demás burocracias, ya sea que formen parte directamente de las entrañas del Estado, o se encuentren fuera de éste (en el ámbito de la propia izquierda).

Otras prácticas nocivas: problemas de financiamiento

El tipo de relación que las cúpulas de movimientos sociales, órganos estatales, ONG’s y fundaciones privadas mantienen entre sí, en lo que se refiere al modelo de financiamiento que viene siendo crecientemente adoptado por estas nuevas organizaciones de clase, constituye otro dato muy preocupante.

La llamada ola neoliberal, que liquidó paulatinamente aquellas pocas instituciones tradicionales que, bien o mal, amparaban sectores sociales más pauperizados, hizo surgir, a montones, una nueva modalidad de gestión de los conflictos: el financiamiento de proyectos sociales obtenidos a partir de «editales» (formas de concurso para la obtención de recursos públicos en apoyo a un proyecto). El análisis de este circuito económico, mantenedor de gran parte de los movimientos sociales, evidencia que la tendencia a la burocratización, aquí criticada, no sucede debido a la eventual fragilidad de carácter, o desvío ideológico, de que nuestras direcciones llegan a padecer. Lejos de eso, el problema es todavía más profundo, pues estamos ante un mecanismo estructural bastante sutil, por medio del cual entidades que surgen como iniciativas contestatarias pueden convertirse en organismos de contención de las demandas sociales.

Por un lado, hasta que el capitalismo acabe, es comprensible que la creación de condiciones concretas para desplegar las luchas exija el empleo de cierta cantidad de recursos, y que, a primera vista, obtener un canal de negociación para generar grandes cantidades aparezca siempre como una táctica a ser considerada. Con todo, nos preocupan las situaciones en que los movimientos sociales quedan enteramente dependientes de esta forma de financiamiento, utilizándolas sin cualquier estrategia más consistente y sobretodo, relegando para un segundo plano la invención de formas autónomas para mantener la organización. Además, antes que nada, convendría preguntar: ¿por qué motivo gobiernos, ONG’s o incluso empresas privadas estarían dispuestos a financiar la actividad de movimientos que se afirman anticapitalistas?

El centro de la cuestión consiste en demarcar con claridad en qué medida la dependencia financiera no estaría comprometiendo la independencia política. Al final, es de esperar que para ser contemplados por el proyecto por el que compiten, los movimientos tengan que adecuarse a las formas y contenidos impuestos por los órganos financiadores. Además de eso, muchos movimientos acaban siendo rehenes de esta lógica, y la militancia se vuelve casi exclusivamente hacia la obtención de más recursos, dejando de lado el verdadero combate al capital.

Eventualmente acomodados a este sistema de financiamiento, los movimientos sociales van siendo moldeados y, así, cercados por instancias externas a su organización. En este caso, tal como ocurrió con los sindicatos durante la vigencia del modelo corporativista (se refiere a la forma de dominación del trabajo desarrollada en el Estado Novo, a partir de la década de 1930, conocida como la era Vargas), son los órganos financiadores, estatales o privados, los que acaban por imprimir el ritmo y la cualidad de las luchas, a través del poder que detentan sobre el flujo y la inyección, directa o indirecta, de los recursos.

El diagnóstico tiende a mostrarse igualmente grave cuanto más se desciende en la pirámide organizacional que caracteriza este tipo de relación, y se adentra en las formas en las cuales los recursos son gestionados y distribuidos internamente. Antes que nada , recordemos que son rarísimas las situaciones en que el conjunto del movimiento, sobre todo en las bases, tiene oportunidad de opinar sobre la finalidad de los recursos; esta decisión, normalmente, es de competencia casi exclusiva del sector de finanzas de las organizaciones. Ya no es novedad que una parte importante de los gastos es destinada a la manutención de los cuadros administrativos de la organización. Sin embargo, se ha hecho común que también los cuadros políticos acarrean gastos fijos a los movimientos, constituyendo una verdadera e pesada hoja de pagos; lo que, en el lenguaje de los movimientos sociales, ha sido llamado de «liberación del militante».

Otra práctica nociva: la «liberación» de militantes

El «militante liberado» es aquel miembro de la organización que, además de tener cubiertos los gastos relativos a la actividad específica que le es atribuida, tiene en el movimiento su principal fuente de ingresos, o sea, salario, servicios y otras facilidades en especie. A pesar de preservar, en la mayoría de los casos, las mismas convicciones originales que lo llevaron a la acción política, el dato objetivo es que ese militante revolucionario, como en un pase mágico, se convierte en un funcionario de la organización a la que pertenece, con derecho a todos los predicados que esta condición le impone, dado que, hasta por una cuestión de sobrevivencia, pasa a actuar según criterios de eficiencia y productividad.

Se incentiva así un clima policiaco , basado en la medición cuantitativa del desempeño, que lleva a la profundización de las relaciones de competencia entre los militantes. Cuando esto ocurre, el compañero de lucha es visto también como un rival, ya sea para favorecerse con las conquistas del movimiento, o bien para ocupar puestos dentro de la estructura verticalizada de la organización. Y aún para aquéllos «militantes liberados» que consiguen no entrar en esta lógica de la «productividad», por acomodamiento o por el peso o prestigio político dentro de las organizaciones, el resultado para los movimientos no es menos perjudicial. De una forma u otra, van despuntando de este modo personalidades autoritarias frente a la base y de cierta forma serviles frente a la dirección. El carrerismo, la competición desenfrenada y las tácticas autoritarias para la reproducción del poder interno son consecuencias inmediatas de esta situación.

Resultado funesto: el agotamiento de las asambleas y de los espacios formativos

A medida que se acumulan y se desarrollan aquellos vicios de organización, las bases son desmovilizadas. Las formas de organización colectiva de la base de los movimientos van descaracterizándose y perdiendo el entusiasmo. Así, la base cada vez se reúne menos de manera libre y no jerarquizada en verdaderas asambleas, para discutir y decidir sobre la manera de luchar y

reconstruir sus vidas. Aunque en teoría las decisiones sean tomadas a partir de asambleas, éstas generalmente pasan a servir apenas para legitimar una línea previamente decidida por las direcciones o por las tendencias mayoritarias, en reuniones de cúpulas de delegados y representantes, esto cuando las asambleas no son apenas otro nombre para exponer los informes de la dirección, en las que los militantes de base no tienen, siquiera, derecho a la palabra.

Cualquier semejanza con la lógica y retórica electoral no es mera coincidencia. Y cuando se aproximan las elecciones, muchos movimientos sociales, a pesar de decirse independientes de los partidos, se muestran vinculados a ciertos políticos, al punto de cambiar el discurso según las necesidades de la campaña. No es raro que esto provoque un distanciamiento e incluso una división interna en la base de los movimientos. Las consecuencias de esta actuación son todavía más graves porque subestiman la inteligencia de las personas, que saben muy bien que aquella contención y «retomar el trabajo y la lucha», a cada dos años, siempre en las vísperas de grandes elecciones, no pasa de una pura puesta en escena, en detrimento de los intereses reales de los trabajadores, tenidos por bobos. Aquéllo que otrora sucedió a los núcleos de base de los partidos políticos de izquierda en Brasil, convertidos en simples comités electorales, amenaza ahora con ocurrir también en los espacios internos de los movimientos sociales, a pesar de que éstos nacieron de la crítica histórica a la burocratización de los partidos e de los sindicatos. En vez de ser las primeras experiencias de un nuevo ciclo, los movimientos sociales corren un serio riesgo de convertirse en las últimas experiencias del viejo ciclo.

¡Pero los movimientos sociales no están condenado s!

¿Será que, tal como antes, las bases se irán a reducir a ser simples correas de transmisión, obedientes a las decisiones tomadas de forma ajena a su dinámica? ¡No seamos tan pesimistas!

El gran desafío interno a la clase trabajadora actualmente es la generalización y la consolidación de las relaciones solidarias y colectivas establecidas directamente en la base de los movimientos. ¿Hay cocinas comunes? ¿Hay estancias infantiles comunes? ¿Existen otros espacios formativos horizontales? ¿Como están organizados? Trabajador que es alejado de este proceso tenderá a alejarse y a delegar. Estos no son detalles, son el propio motor del movimiento.

En la secuencia de este desafío interno viene otro: la superación de las formas de control ejercidas por la jerarquía burocrática, que aniquilan las relaciones directas de solidaridad en las bases de los movimientos. Si las relaciones fueran determinadas tan sólo por los cuadros dirigentes, si las decisiones pasan unilateralmente de los dirigentes para los demás espacios o fueran transpuestas para los canales de negociación, esto significa el triunfo del sistema autoritario del Estado capitalista que, teóricamente, se pretendía criticar y combatir. Y que se necesitaría criticar y combatir de forma calificada, tal vez como nunca antes. Para evitar que esto suceda, además del combate evidente (y no tan evidente) contra el enemigo exterior de la clase trabajadora, contra los dueños de las empresas y de las tierras y sus representantes explícitos dentro del Estado, es urgente proseguir una crítica – y una autocrítica – atenta al enemigo interior en nuestras organizaciones, a todas las burocracias en gestación, a los candidatos a nuevos jefes.

Ahora, la mayor parte de los movimientos sociales continúa a constituir un campo donde la lucha contra la burocratización puede ser trabada con condiciones de éxito. Nos parece que ese campo no debe ser abandonado. Por su dinámica interna y por su capacidad de superar los límites del corporativismo, luchando por banderas más amplias que unifiquen a diversos sectores de la clase trabajadora, los movimientos sociales pueden proseguir un nuevo ciclo marcado por el fortalecimiento de la lucha anticapitalista. Los movimientos sociales deben ser defendidos, vale la pena defenderlos y la mejor forma de hacerlo es impedir el avance de la burocratización.

Para alejar la confrontación con las bases, los candidatos a nuevos burócratas y jefes recurren generalmente al argumento de que estaríamos proporcionando armas y municiones a los enemigos exteriores. Argumentan que la crítica a las burocracias sindicales tendría como efecto la «división interna» y el fortalecimiento de los propietarios y de los administradores de las empresas. Que la crítica a las burocracias de los partidos y de varios movimientos sociales tendría como resultado reforzar a los capitalistas y su gobierno. Y pretenden que tales críticas deberían confinarse a ciertas instancias internas de las organizaciones, lo que significa que los dirigentes sólo podrían ser criticados por los demás dirigentes, en un círculo vicioso. Las voces críticas internas se ven convertidas en los supuestos » enemigos verdaderos», mientras las burocracias en gestación ganan el tiempo necesario para desarrollarse y enraizarse. Además, son estas burocracias las que se preocupan, por encima de todo, por mantener su poder internamente, gastando la mayor parte de su tiempo en esto, buscando eliminar cualquier voz disonante o que cuestiona sus posturas e inclusive dificultando, en cuanto les es posible, la entrada de otros compañeros y compañeras que podrían sumarse a la lucha, por miedo de perder sus privilegios y posiciones de mando. Se comprende que los candidatos a nuevos jefes utilicen aquellos argumentos, pero no nos dejemos engañar, porque nuestra omisión o inercia es lo que puede ser mortal para los objetivos de la emancipación.

Recordemos que las derrotas más graves de la historia de los trabajadores han sido provocadas justamente por los nuevos patrones, formados en el interior de los partidos y de los sindicatos, sobretodo cuando ellos consiguen, usando en beneficio propio la fuerza de la clase trabajadora, tener acceso a espacios de poder. Ahora, el Estado les ofrece tales espacios y estimula su ocupación por éstos, incluso porque sabe que estos candidatos a nuevos patrones tienen como objetivo simplemente insertarse en esos espacios, sin derribarlos y transformarlos radicalmente. La historia está repleta de ejemplos en este sentido. ¿Hay alguien que en su sano juicio dude esto o que sea ingenuo al punto de menospreciar este riesgo verdadero? ¿Dejaremos a los movimientos sociales seguir por este mismo camino?

De nuestra parte, pensamos que las voces críticas surgidas en el interior de los movimientos deben ser incentivadas y ampliadas, para empujar el combate anticapitalista. Las condiciones de vida en este inicio de siglo exigen todavía más que los trabajadores repiensen y puedan recrear formas autónomas y emancipatorias de organización, capaces de enfrentar la brutal cotidianidad vivida por la mayoría de la población. Si fuera verdad que las voces críticas acaban por fortalecer a los enemigos externos y ocurre que las bases permiten que las prácticas burocráticas prevalezcan dentro de los movimientos, entonces estaríamos condenados a dejar el terreno libre para que el enemigo interior se consolide y crezca. O sea, bajo el pretexto falso de obtener victorias en el corto plazo (que incluso son dificultadas o boicoteadas por estas burocracias), estaríamos preparando nuestra derrota cierta a largo plazo.

¿Como combatir la burocratización?

La Comuna de París – la primera vez que la clase trabajadora tomó el poder, por dos meses, en la capital francesa en 1871 recuerda a los santos o los Evangelios, aquéllo con lo que las Iglesias y todos los creyentes dicen que están de acuerdo, pero que nadie practica. Del mismo modo, no hay partido, ni grupo, ni movimiento revolucionario que no proclame su admiración por la Comuna de París y su fidelidad a los principios organizativos formulados por la Comuna. Sólo que la admiración y la fidelidad, en la aplastante mayoría de los casos, se quedan apenas en las palabras.

¿Y qué principios eran esos? Aplicados a los días de hoy, serían:

• Si existe un movimiento social, es porque hay allí una «base de masas», formada por incontables personas llenas de anhelos y aptitudes para contribuir a la transformación social. Las circunstancias de la lucha no siempre permiten las asambleas generales, haciéndose necesaria muchas veces la delegación de poder. Entretanto, quien delega debe controlar: ese principio debe ser la cláusula inviolable en la constitución de todo movimiento, aceptado, garantizado e practicado por todos. La aplicación de esa norma, con las consecuencias de la sustitución de coordinaciones, direcciones y comités mal evaluados – pero nunca excluidos, habiendo siempre nuevas oportunidades a los militantes – debe ser encarada como natural.

• Las actividades de dirección jamás pueden ser vistas como especialización de funciones. Toda la base debe ser estimulada a asumir responsabilidades orgánicas, de preferencia rotativas, que genere una masa crítica de capacidad dirigente.

• Las actividades de dirección inevitablemente tienden a alejar al dirigente del cotidiano vivenciado por las bases del movimiento. Un burócrata consumado desprecia esa realidad y ese convivio, su pesadilla es un día volver a vivir e luchar con sus antiguos semejantes. Antes que eso ocurra, los dirigentes, en cuanto ejercen tales funciones, deben siempre reabastecerse en tanto dirigentes en la convivencia con las contradicciones sentidas en la práctica por sus representados.

Traducción: jóvenes en resistencia alternativa www.espora.org/jra

Artículo original en: http://passapalavra.info/?p=27717