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Entre el insomnio y la esperanza: el llamado histórico es a seguir luchando

Fuentes: Rebelión

«Mi pueblo amado, todo y uno solo en mi corazón… les invito a que sigamos juntos escalando nuevas cumbres.»   Hugo Chávez. La Habana, 30 de junio de 2011 Se acabaron las especulaciones, al menos sobre la salud del presidente Chávez. Ahora se inicia la gran batalla política que el anuncio presidencial ha inaugurado. Desde […]

«Mi pueblo amado, todo y uno solo en mi corazón… les invito a que sigamos juntos escalando nuevas cumbres.»

 

Hugo Chávez.

La Habana, 30 de junio de 2011

Se acabaron las especulaciones, al menos sobre la salud del presidente Chávez. Ahora se inicia la gran batalla política que el anuncio presidencial ha inaugurado. Desde el mismo momento en el que Chávez dijo la palabra «cancerígeno», se escucharon los primeros ladridos de la jauría. Pero debemos entender desde ahora que no se trata solo, como algunos voceros oficiales están ya diciendo, de la batalla electoral de diciembre de 2012. La cuestión es mucho más profunda y lo que está en juego va mucho más allá de la silla presidencial, que esta sea sin embargo esencial al proceso en estos momentos y en los años futuros.

Una de las críticas que, reiteradamente y desde distintos frentes, se han realizado en contra del proceso revolucionario venezolano ha sido la del peso y centralidad de la figura del presidente Chávez. La individuación del proceso es siempre un riesgo, aunque el líder sea también un elemento necesario e incluso, las más de las veces, imprescindible. Creo, como afirma Ernesto Laclau en su libro La razón populista, que: «un grupo tal que, mediante la organización, hubiera asumido todas las funciones del individuo y hubiera eliminado la necesidad de un líder se corresponde, casi punto por punto, con una sociedad totalmente gobernada por lo que hemos denominado lógica de la diferencia. Sabemos que una sociedad así es una imposibilidad (…) Pero su antípoda, un grupo duradero cuyo único lazo libidinal es el amor por el líder, es igualmente imposible (…) Los únicos ejemplos (…) sobre grupos basados tan sólo en el amor por el líder se refieren a situaciones pasajeras.» (2010, 109).

La crítica, creo, caló al menos en el pensamiento del líder. En algún momento, Chávez entendió que era necesario pluralizar el mando y delegó en sus ministros gran parte del despliegue de misiones estratégicas, como AgroVenezuela (Juan Carlos Loyo) y Vivienda (Elías Jagua), así como la atención de las últimas emergencias causadas por las lluvias en Táchira (Tarek El Aissami) y Zulia (Árias Cárdenas). Aún así, Chávez sigue siendo el único líder del proceso, por su capacidad discursiva, por su visión estratégica, por su manejo mediático, por su vínculo directo con los sectores populares, por su carisma. Su ausencia en estos últimos días dejó evidencia de ello.

Lo que quiero decir es que si fue esta una estrategia para que emergieran nuevos liderazgos, ese objetivo no se cumplió, sin querer desmeritar el trabajo ni el esfuerzo de nadie. Pero más allá de eso, las críticas apuntaban en otra dirección: la tarea histórica que nos convoca es otra que buscar un «sustituto» del líder. La cuestión se centra, creo, en que no se trata de construir un nuevo sujeto político que pueda llegar a «suplantar» a Chávez, sino de que, quien ejerza ese rol ineludible en un futuro que queremos lejano, no se convierta en una pieza única e insustituible, que no recaiga sobre un solo sujeto el peso de un proceso que debe entenderse ya como colectivo. No se trata pues de buscar otro líder, sino de construir otro tipo de liderazgos, en plural; permitiendo e incluso propiciando liderazgos naturales: comunales, comunitarios, indígenas, campesinos, obreros, pero con verdadero poder de decisión, abriendo y posibilitando al máximo la participación y el protagonismo inscriptos en la Constitución Bolivariana. En esa tarea, habrá de acompañarnos también el mismo Chávez.

El proceso venezolano debe avanzar no ya en la transformación de un aparato estatal carcomido por años de burocratización, inoperancia y corrupción, sino en la construcción de un nuevo modelo social en el que el poder esté cada vez más cerca del pueblo: no sólo el poder de decidir sobre asuntos meramente comunitarios, vitales para el buen vivir; sino también sobre los grandes asuntos nacionales como la explotación de las riquezas, los convenios internacionales, las plataformas de integración, solidaridad y cooperación con los países de América Latina y el mundo.

Creo que hay Chávez para rato, y no es tiempo de lamentaciones, sino de fortalezas y esperanzas; pero también debemos entender esta dura coyuntura como un momento de profundización y radicalización del proceso y en ello será punta de lanza el poder popular organizado. Chávez mismo tiene sobre sus hombros, ahora más que nunca, la responsabilidad histórica de propiciar y dar paso al fortalecimiento de las bases populares que debieron haber sido siempre sostén y motor de la Revolución Bolivariana. Habrá también que radicalizar las transformaciones políticas, económicas, culturales, actuando no sólo ya en contra de los viejos vicios que siguen carcomiendo el proceso, sino contra las ‘nuevas tribus’ que se han gestado al amparo del mismo y que no se han sino deleitado con las mieles del poder.

El lugar que ha ocupado Chávez y que esperamos siga ocupando durante largo rato, no es fácil de llenar, esta será acaso la tarea más ardua que nos haya tocado enfrentar a quienes nos decimos revolucionarios, más allá de las malas jugadas que nos han hecho algunos sectores del ‘chavismo’ y del mismo gobierno. No será una tarea fácil pero es la que se nos presenta ahora como la más urgente y necesaria. Como Chávez mismo ha dicho ‘nadie, salvo el pueblo, es imprescindible’ y será el pueblo todo el único garante de que continúe la revolución su sendero verdadero, o se enquiste en el atolladero por definir quienes serán los herederos del ‘chavismo’. Una lucha que ha carcomido al peronismo argentino durante casi 40 años y que mantiene todavía hoy en vilo el futuro de la revolución cubana.

La batalla será dura, más que cualquiera otra de las antes asumidas. Ganarla es tarea de todas y todos, de todas y cada uno. Perderla sería perder la República, enfrentarnos de nuevo a la canalla.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.