La Copa del Mundo y los comicios presidenciales configuran una ardua tarea para el gobierno brasileño en el año en que se conmemoran los cincuenta años del golpe militar que derrocó al presidente brasileño João Goulart y los sesenta del suicidio del mítico ex presidente brasileño Getúlio Vargas. Este año se desarrollarán en Brasil una […]
La Copa del Mundo y los comicios presidenciales configuran una ardua tarea para el gobierno brasileño en el año en que se conmemoran los cincuenta años del golpe militar que derrocó al presidente brasileño João Goulart y los sesenta del suicidio del mítico ex presidente brasileño Getúlio Vargas.
Este año se desarrollarán en Brasil una serie de eventos que marcarán de modo especial su coyuntura política. Para comenzar, en abril se cumplirán cincuenta años del golpe militar que en 1964 derrocó a João Goulart, dando inicio a una larga dictadura que se extendería hasta 1985, con la elección indirecta de José Sarney como primer presidente de la restauración democrática. La dictadura brasileña promovió un conservador desarrollismo con predominancia del capital transnacional, destinado a enterrar la experiencia de desarrollo nacional con expansión de derechos sociales que se había iniciado durante el período varguista iniciado en los años 30.
Presencia del pasado
El ascenso de Goulart a la presidencia, habiendo triunfado como vicepresidente en las elecciones de 1960, se produjo tras la renuncia del demagogo y conservador Jânio Quadros. Generando temor en las elites conservadoras del país, Goulart representaba de forma especial la herencia varguista, habiendo ingresado en la política a través de Getúlio, por compartir su origen en São Borja, una zona al sur de Brasil. Conocido popularmente como Jango, había presidido el Partido Trabalhista PTB, encarnación partidaria del populismo varguista, siendo ministro de Trabajo de Vargas en su segundo gobierno y generando el rechazo de las clases dominantes, que exigirían su renuncia, dada la visible afinidad de Goulart hacia los sindicatos.
El clima que se produzca durante el Mundial incidirá en elecciones federales.
El 13 de marzo de 1964, el presidente Goulart pronunció un discurso radical donde anunció su pretensión de instalar las denominadas «reformas de base», promoviendo una reforma de la Constitución que le permitiría efectuar modificaciones significativas a nivel educativo, tributario y agrario. Sin embargo, las reformas propuestas serían fervientemente rechazadas por las elites conservadoras, que acusaron al gobierno de Jango de querer instalar en Brasil una «República sindicalista», identificándolo como el representante del peronismo en Brasil. En aquel discurso radical, como señala a Debate el especialista Carlos Fico, el hecho de que Goulart haya propuesto una regulación al precio de los alquileres fue imperdonable para estos sectores. Los más importantes medios de prensa del país, centrados especialmente en el eje de Río de Janeiro y San Pablo, como los cariocas O Globo y Correio da Manhã, así como el conservador O Estado de S. Paulo, fueron relevantes actores a la hora de promover un escenario de desestabilización, criticando aquello que percibían como una marcha del país hacia el comunismo y que condujeron al posterior derrocamiento del presidente, perpetrado por las fuerzas armadas.
Cincuenta años después, el reconocimiento a la figura de Jango y su investidura presidencial oficiada públicamente el año pasado por el gobierno de Dilma Rousseff constituye un acto de reparación histórica. Cuando Goulart murió en la Argentina en 1976, no fue enterrado como ex presidente, dados el temor de la dictadura por el papel que había cumplido este como organizador de un frente democrático en el exilio y las expresiones de congoja que su muerte podría despertar. El reconocimiento del actual gobierno brasileño supone, como señala el historiador Lincoln Secco, una importante operación de reinserción en la memoria colectiva de una experiencia de signo popular, que se postula de forma tácita en continuidad con los gobiernos petistas, enmarcando a estos últimos hacia el interior de una tradición de experiencias políticas reformistas.
El Mundial y las elecciones
Este año también asistiremos al desarrollo del Mundial de Fútbol, organización de un evento que se ha visto singularmente politizado con las protestas de junio de 2013 durante la Copa de las Confederaciones. Resultará un importante desafío para el gobierno de Dilma lidiar nuevamente con protestas en las calles durante la organización de un evento tan importante, con los ojos de la comunidad internacional situados allí. Las manifestaciones de junio de 2013 en las principales capitales de los estados brasileños expresaron la existencia de un importante contingente ciudadano, compuesto de un público joven de clases medias principalmente, al cual el crecimiento y cierta igualación promovida a partir de importantes políticas sociales en estos últimos 10 años no han conformado, dadas las importantes deficiencias que presenta aún el país en materia de servicios públicos, especialmente en transporte, educación y salud. Otra explicación complementaria para la emergencia de estas protestas se encuentra en la frustración de las expectativas por el estancamiento del crecimiento económico experimentado en 2013, luego de varios años de crecimiento sostenido. En este contexto, como han señalado Secco y Antonio David, «en las manifestaciones de 2013 es posible que estuvieran jóvenes de la clase media tradicional con miedo de descender y jóvenes beneficiarios de las mejoras sociales provocadas por el gobierno de Lula. Estos quieren ‘entrar en el ómnibus’ porque sus expectativas subieron más que su condición social».
La explosión de estas manifestaciones el año pasado resultó un fuerte llamado de atención para el conjunto de la clase política -que proclamó cambios retóricos que le permitieran readaptarse a la situación- pero especialmente supuso un golpe para el capital político de Rousseff, que bajó en ese entonces de un 57 por ciento de aprobación a un 30 por ciento en las primeras tres semanas desde el inicio de las manifestaciones. Sin embargo, luego de unos días de incertidumbre, Dilma declaró estar escuchando la «voz de las calles» e impulsó como respuesta una reforma política en el Congreso, capaz de terminar con el financiamiento privado de las campañas políticas que da origen a casos resonantes de corrupción. A pesar de que estas propuestas de reforma chocaron con el carácter acomodaticio del resto de la clase política -especialmente del conservador PMDB, principal aliado del gobierno petista en el Congreso-, la enérgica respuesta exhibida por la mandataria en estas y otras cuestiones del gobierno permitieron la recuperación de su intención de voto, que ascendió a un 47 por ciento, según Datafolha.
Y esto nos lleva a un acontecimiento fundamental de la agenda de este año, las elecciones presidenciales que tendrán lugar en octubre, para las cuales, si bien Dilma aparece como favorita en las encuestas, restan importantes acontecimientos por transcurrir. Efectivamente, el modo en que el gobierno petista pueda lidiar con posibles protestas durante el desarrollo de la Copa del Mundo -en lo cual influirá el desempeño de la selección brasileña en esta competencia deportiva- y el clima que se produzca durante el Mundial serán importantes variables a incidir en el desarrollo de las elecciones federales. De la capacidad del gobierno petista de enfrentar las posibles complicaciones que puedan emerger durante el desarrollo de esta competencia dependerá una parte del capital político que se pueda preservar hacia las elecciones.
Las oposiciones, agrupadas en dos polos -el polo del PSDB del cual seguramente será candidato Aécio Neves y el polo del PSB, construido por la alianza entre el gobernador de Pernambuco, ex aliado del gobierno federal, Eduardo Campos y la militante ambientalista Marina Silva, ex ministra de Medio Ambiente de Lula- presentan dificultades en su competencia política frente al partido de gobierno, pero estarán allí pendientes de los posibles traspiés del oficialismo en este año electoral. En definitiva, en 2014, el país vecino, con una serie de eventos que conjugan tanto la presencia del pasado como las demandas irresueltas del presente, tendrá un lugar particularmente relevante en la región.
Ariel Goldstein. Becario del Conicet en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC). Facultad de Ciencias Sociales. UBA.