En la izquierda, hay un debate no perfilado pero si identificable en relación con la crisis económica española en el contexto del marasmo financiero europeo. Aquellos que defienden una salida progresista a la crisis -¿quién no?- se encuentran con la dura realidad de que nuestro país está en quiebra y acosado por los mercados financieros […]
En la izquierda, hay un debate no perfilado pero si identificable en relación con la crisis económica española en el contexto del marasmo financiero europeo.
Aquellos que defienden una salida progresista a la crisis -¿quién no?- se encuentran con la dura realidad de que nuestro país está en quiebra y acosado por los mercados financieros internacionales. Ante esta situación, y teniendo en cuenta que la idea de la salida progresista a la crisis puede encuadrarse en el reformismo, esto es, en no romper el marco actual de relaciones que mantiene nuestro país en la globalización capitalista y la Europa de Maastricht, se sienten en la necesidad de buscar soluciones a la peligrosa e insostenible posición financiera del país. De ahí a propugnar un «rescate» hay un solo paso, sin entrar en los matices de cómo ejecutar ese rescate – compra de deuda soberana por BCE, emisión de eurobonos, aumento del fondo europeo- y a quién debe incluir -sólo sector público o también a las empresas privadas-.
Con esta petición de rescate surge inmediatamente una contradicción insuperable con respecto al carácter progresista de esas propuestas de salida a la crisis. Los que vayan a rescatarnos, si los hay, no son hermanas de la caridad ni altruistas profesionales, sino gobiernos preocupados porque los problemas de las economías rotas no salpiquen peligrosamente a sus países y por garantizar, en la medida de lo posible, la recuperación de los fondos puestos a disposición de los países que se asfixian. Desde su posición de fuerza y para cumplir con esos objetivos ponen en condiciones muy duras a la política social y económica que han de seguir los países ayudados.
Ahí están ya los casos de Grecia e Irlanda para certificar el carácter antisocial y depresor de esa política. Un avance también de lo que cabe esperar para nuestro país nos lo proporciona el giro de mayo de la política del gobierno del PSOE, tras las exigencias de las instituciones europeas y la llamada telefónica de Obama. Por tanto, debe de quedar claro que es imposible reclamar un rescate y al mismo tiempo propugnar una salida progresista a la crisis.
Pero supongamos que el rescate tiene éxito y por el momento nuestro país se libra de hundirse. Que se gana, vamos, una batalla al tiempo. La situación resultante sería que quedaríamos más endeudados, pero en condiciones de hacer frente a los compromisos inmediatos con los nuevos fondos recibidos. Y cabe preguntarse, ¿cuándo podrá la economía española aliviarse del peso de la deuda externa?. Ello exigiría que en algún momento del futuro la balanza por cuenta corriente registrase un superávit. La respuesta es nunca. Actualmente, en plena depresión y con una tasa de paro del 20%, ese déficit supera el 5% del PIB, los tipos de interés que hay que pagar son cada vez más altos, el volumen de la deuda es creciente y el destrozo del tejido productivo es manifiesto, con secuelas para la capacidad de exportación. La deuda tiene hundido al país y, con rescate o sin rescate, no hay posibilidad alguna de salir de esta situación desesperada.
A la contradicción señalada entre salida progresista y rescate hay que añadir que este último no implica solución alguna. El país está en un pozo, ahogándose, y sólo se trata de esperar hasta cuando aguantará dando manotazos antes de hundirse. El engendro del euro, tan decisivo en este gran desastre, seguirá desplegando sus maléficos efectos hasta su inevitable desaparición en su configuración actual.
Esquemáticamente, la otra posición de la izquierda es la siguiente: hay que romper el dogal del euro, recuperar una política monetaria y una moneda propias, renegociar la deuda y proteger en todo lo posible la economía.
No se pueden ocultar las dificultades de esta opción rupturista, y es imposible negar que para la sociedad española se abriría una etapa nueva que pondría en entredicho la política y las concepciones dominantes desde la adhesión al Mercado Común en 1986, bajo la hegemonía del neoliberalismo.
Sin embargo, aparte de razones ideológicas profundas -¿qué sociedad con tintes de izquierdas se puede construir avasallada por el mercado y arruinada por la especulación financiera?-, la mejor justificación que encuentro para marcar distancias con la Europa de Maastricht es una frase oída a un amigo: la única perspectiva que tiene alguien sumiso en un pozo oscuro es el círculo de luz de la bocacha.
Se trata, evidentemente, de aprovechar ese rayo de esperanza: de reconocer un gran fracaso, de admitir los graves errores que se han cometido y abordar con una perspectiva nueva la reconstrucción del país.
Miembro de la Coordinadora Federal de Socialismo 21. http://www.socialismo21.net/
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