A los políticos se les mide por la relación dinámica entre lo que dicen y lo que hacen y sus resultados en la vida social. Alexis Tsipras no pasó esa prueba. De poco le valió el cariño manifestado al jefe de la «revolución bolivariana» expresado en el retrato colocado en la pared de su despacho […]
A los políticos se les mide por la relación dinámica entre lo que dicen y lo que hacen y sus resultados en la vida social. Alexis Tsipras no pasó esa prueba. De poco le valió el cariño manifestado al jefe de la «revolución bolivariana» expresado en el retrato colocado en la pared de su despacho en Atenas.
Como Hugo Chávez, el premier griego despertó un montón de esperanzas en mucha gente de su país, en miles de militantes de izquierda, en intelectuales nuevos y desgastados, excepto en los tributarios del marxismo como fe encerrados en sectas de onanismo sin destino.
Ni Tsipras ni Siriza eran revolucionarios en el sentido de otros revolucionarios que triunfaron desde 1917. Pero bastaba lo que eran, un frente heterogéneo con exagerado peso de académicos, para que tras ellos despertara una nueva resistencia entre el Mediterráneo europeo y las calles latinoamericanas. Una nueva alternativa, desde el corazón del Euro, que le diera un reimpulso a lo que 15 años atrás comenzó en América latina y tanto impactó en la izquierda honesta de Europa.
Pero Alexis Tsipras decidió negarse a si mismo. No era necesario pedirle que fuera «bolchevique», bastaba que fuera lo que era, pero sin negarse en eso. Al revés de Hugo Chávez, prefirió hacer lo contrario: capituló a la troika, traicionó el mandato popular. Se enterró solito.
Este final polìticamente ridículo se volvió inexorable desde el mismo momento en que él hizo lo contrario de lo que dijo, burló el Referéndum y se recostó en los poderes imperiales que alguna vez dijo que quería enfrentar.
Ahora, derrotado y caído en desgracia, se burla de sí mismo con esta declaración: «El pueblo debe tomar el poder en sus manos. Ustedes deben decidir si logramos llevar al país por un camino positivo, ustedes deben decidir si somos capaces de llevar al país a la salida del memorándum».
Esto equivale a bailar chacarera en un velorio y llorar desconsolado en medio de un carnaval carioca. Tsypras no aprendió nada de las lecciones políticas del siglo XX, el más político de los siglos humanos.
Este final, u otro similar de crisis agónica, era inevitable en las condiciones sociales y políticas de Grecia, sometida a las presiones dislocantes de los bancos europeos y Alemania como nuevo Estado dominante. El imperio alemán aplica una política dura, inflexible, mientras Obama, más a la defensiva, busca pactos como el firmado con Irán, con Cuba y el que adelanta con las FARC, incluso con Venezuela desde la visita de Shannon a Caracas en marzo. Cuando Obama no puede negociar manda las tropas o los drones, como en Ukrania o medio Oriente. Ambos tratamientos tácticos sirven al mismo objetivo de recomponer un sistema mundial de Estados más estable que recupere la tasa de ganancia media y sostenga el modelo internacional de acumulación por saqueo.
Alexis Tsypras y su gobierno, ambos, se fueron vaciando de legitimidad social, a cambio de la ilusión de ganarse el respeto de los dueños del Euro y la opinion pública media de la Europa más burguesa. Nunca apeló a los poderosos movimientos obreros de la vieja Europa o de Estado Unidos y Japon.
Ese proceso de desgaste se aceleró desde la firma del primer paquete neoliberal, una semana después del Referéndum. También era inevitable: Tsypras borró con la mano derecha lo que su izquierda había logrado en el Referéndum. La mejor definición la dio su ex ministro de Finanzas, Varoufakis: «Syriza ha traicionado a la gran mayoría del pueblo griego».
Alexis Tsypras y sus compañeros de Syriza en el Gabinete, no supieron ni fueron capaces de convertir a Grecia en una alternativa anti neoliberal de proyección internacional, teniendo las condiciones propicias para hacerlo. Les bastaba con renunciar a la deuda odiosa, corrupta e ilegítima y asumir las consecuencias que imponen una decisión revolucionaria como esa. No estarían ni solos ni debilitados. Bastaba que se apoyaran en el pueblo movilizado que los votó y en los movimientos internacionales, para minimizar los costos del enfrentamiento. No hay golpe que valga contra esa resistencia. Para ello hay hacer al revés que Tsipras. En vez de confiar en los enemigos, blindarse con los amigos.
Entre Grecia y América latina
Es bueno recordar que hace 15 años, con el movimiento bolivariano liderado por Hugo Chávez, surgió en América latina una posibilidad, similar a la que se pudo generar desde Grecia. En pocos años de combate, inteligencia estratégica y organización social se consolidó una alternativa en el sur del continente. La derrota del ALCA fue su primera victoria, entre otras.
Como tantas veces en la historia, nació heterogénea en lo político e ideológico, en sus expresiones gubernamentales, partidos y dirigentes. Pero esa alternativa tuvo la capacidad de mostrarle al mundo que se podía enfrentar al neoliberalismo con otras democracias y otras políticas de gobierno. Eso hubiera sido imposible sin las rebeliones nacionales vividas y los nuevos movimientos, además de los líderes.
Esa alternativa de izquierda latinoamericana ganó prestigio y se fortaleció porque produjo algunos cambios decisivos que modificaron el nivel de vida y confort de masas poblacionales que ni siquiera figuraban en las estadísticas nacionales. A caballo de esas reformas, cambios y mejorías sociales se fueron produciendo y consolidando nuevos gobiernos populares o progresistas, desde los más de izquierda, hasta los de centro-izquierda. Actuando en conjunto constituyeron por casi una década una alternativa. Emergió un nuevo anti imperialismo, nacieron el ALBA, PetroCaribe, Telesur, incluso organismos inseguros como Unasur.
15 años después, esa alternativa entró en crisis. La muerte de Hugo Chávez solo aceleró ese proceso. Él fue su motor ideológico y geopolítico (Newsweek llamó a esa novedad geopolítica, la «billetera petrolera de Chávez»). En realidad, ya había comenzado a manifestarse en la propia Venezuela entre 2009 y 2011. Honduras y Paraguay fueron dos de sus primeros síntomas inquietantes.
En América latina estamos presenciando una recurrencia de embates de la reacción conservadora. Lo de Grecia debe inscribirse en ella. En Brasil, allí el gobierno del PT/ Dilma está tan acorralado como el de Grecia entre un pacto contra natura con el PMDB, una recesión cruel y la crisis de gobernabilidad; en Ecuador la derecha sacó a su gente a las calles aprovechando la caída económica, pero sobre todo la grieta entre los principales movimientos sociales (Conaie, etc) y el Presidente Correa, cada vez más aislado de una parte del propio pueblo que lo apoyó mucho; Venezuela es asediada por tensiones en dos fronteras, al oeste los paramilitares uribistas de Colombia y al oriente desde Guyana donde EEUU atiza un conflicto fronterizo.
En otro terreno, esa reacción conservadora también se muestra en Argentina, que ve crecer un emergente voto derechista que ya logró quebrar la hegemonía kirchnerista de centro-izquierda; al otro lado del Río de La Plata, el PIT-CNT tuvo que hacerle dos paros generales al gobierno que votó tres veces. En ese mapa se inscriben el ahogamiento financiero mortal de Puerto Rico en la deuda externa, también la reciente rebelión social opositora en Potosí, Bolivia y las brutales medidas del gobierno dominicano contra la población migrante haitiana. En sentido contrario, el gobierno pro yanqui de Otto Pérez Molina en Guatemala, vive una crisis de gobierno que puede ser terminal, sin que haya al frente una alternativa de izquierda para reemplazarlo.
Estos ya no son síntomas sino una seria patología política de retroceso en marcha, llamada reacción conservadora.
Bajo la denominación que guste, solo sirve para expresar que aquello que no fue capaz de consolidarse como alternativa ha comenzado a retroceder. Esto tiene expresiones al interior de cada país donde las economías retroceden bajo los precios de un mercado mundial ajeno, con planes sociales o Misiones que deben reducir sus presupuestos.
Pero eso no es lo fundamental del retroceso. Lo peor, lo que mejor explica la brecha por donde se está colando la contra ofensiva conservadora actual, es que estos gobiernos de izquierda y centro-izquierda despreciaron la posibilidad de conformar un sólido bloque de países que sostenga esa alternativa anti neoliberal/capitalista.
La heterogeneidad que al comienzo sirvió para impulsar hacia adelante, se ha vuelto su límite: ahora es un freno. Basta preguntarse por el destino del Banco del Sur, o de las Comisiones Presidenciales Binacionales de Integración y Desarrollo que funcionaron hasta 2012, de Venezuela con Brasil, Argentina, Ecuador/Bolivia/Uruguay y Cuba, entre otros proyectos y procesos de alto aliento latinoamericanista. La construcción de esa alternativa ha entrado en crisis, se ha detenido.
Las causas de este proceso negativo no contiene misterio. Tiene responsabilidades políticas y gubernamentales incapaces de consolidar lo avanzado. Este es el mismo punto débil de Alexis Tsipras y lo que hizo en ses meses de gobierno.
Esta reversión registra como causa externa la constante presión dislocante del imperialismo, que sin es lo determinante. Pero también funcionan razones internas, esas que late dentro de los propios gobiernos de izquierda y centro-izquierda.
Las podemos clasificar en económicas (neokeinesianismo, neodesarrollismo y primarismo) y el surgimiento, en los casos de Venezuela, Brasil, Bolivia y Ecuador, de nuevas formas de burocracia rentista mediante la corrupción. Las causas políticas: tipos de gobierno contra natura de pacto con partidos de la derecha… que solo sirvieron a la derecha (Brasil, Paraguay, Nicaragua, El Salvador, o en Argentina el caso del ex vicepresidente Cobos). Las sociales: es evidente el desplazamiento de muchos votos populares hacia partidos anti populares, con serios alejamientos de cada gobierno: en Venezuela (acentuado), Argentina (emergente), Paraguay (consumado), Brasil y Ecuador (creciente).
Incluso debemos identificar causas de tipo moral como la corrupción, que al convertirse en sistema funcional dentro del Estado (Venezuela y Brasil sobre todo), no solo pervierte lo avanzado y convierte en improductiva la administración, además de regalarle argumentos a la prensa de derecha, es que también suele afectar gravemente la gobernabilidad al desmoralizar/alejar a las poblaciones pobres y de clase media que antes confiaron.
Como en Grecia, en América latina también están a prueba los gobiernos, líderes y movimientos. Pero en Grecia es peor. Allá lo que pudo ser una alternativa desde el segundo mando del poder mundial, apenas duró 6 meses. En América latina 15 años.
Nada indica que vayamos a derrotas aplastantes o golpes sangrientos. Guatemala es un indicador de lo contrario, allí es el pueblo pobre el que tiene en jaque el ex represor Otto Molina. Eso justifica la definición como de «reacción conservadora», o sea, una forma reaccionaria de hacer retroceder procesos que avanzaban hacia la izquierda, pero acudiendo a las mismas instituciones de los propios gobiernos de izquierda. Es que la izquierda en el gobierno se comió el cuento de que la democracia es neutra y no fue capaz de construir otras instituciones democráticas que superen a la republicana europea occidental capitalista. Excepto en Venezuela donde el experimento de las Comunas intenta aprender otra forma de reproducción y convivencia económico-social.
El ejemplo más avanzado de contra-reforma desde adentro es lo que hacen Dilma/PT en Brasil. No sólo está aplicando un plan económico fiscalista de corte neoliberal, como en Grecia (pero sin Troika), si no que los movimientos sociales lulistas ya no saben cómo defender a un gobierno que les recorta los salarios, los presupuestos, la seguridad social y además los reprime cuando luchan para preservar sus derechos. Esta contradicción explica que el jueves 20 de agosto, cuando salieron a las calles, el MST y los otros movimientos llevaron dos consignas: contra el golpismo derechista y contra el paquete fiscalista… de Dilma/PT-PMDB.
A Hugo Chávez le podemos criticar mucha cosas, menos la inconsistencia entre lo que decía y lo que hacía. Su proyecto era latinoamericanista. Con esa estrategia maestra en la manos armó acuerdos y desacuerdos con gobiernos y líderes no siempre compatibles con ese buen propòsito. Eso explica errores externos graves como los costos guerrilleros del pacto con Juan Manuel Santos, o al interior, haber creído que podría controlar la manada de corruptos y nuevos rentistas boliburgueses que vio crecer a su alrededor. Su frase de hondo patetismo de octubre de 2012, «Me siento un infiltrado en mi gobierno» sólo retrataba su derrota no solo clínica ante el cáncer, también política ante su propio sistema político.
La diferencia es que con esos errores a cuesta, no desmayó en la estrategia latinoamericanista, eso que llamamos alternativa, que hoy está en crisis.
Cuando quiso corregir ya era tarde. El Golpe de Timón y el Programa de la Patria, una plataforma revolucionaria en dos partes, ya no tiene aplicabilidad «desde arriba». Deberán ser aplicada desde abajo, incluso en contra de la nueva oligarquía rentista.
A diferencia de Alexis Tsipras y la parte de Siriza que lo acompañó durante 6 meses, Hugo Chávez no le tuvo miedo al desafío de enfrentar el sistema mundial de poder, comenzando por el de EEUU. Desde 2001 aprendió esa lección, desde abril de 2002 la llevó al resto del continente hasta donde y cuando pudo.
La otras diferencias clave entre uno y otro personajes es que Chávez honraba sus compromisos con el pueblo que lideraba. Respetó los Referéndums y apeló a los movimientos y las poblaciones pobres para resistir los embates externo e interno. En 1999 prometió renunciar a la Presidencia con la votación de la Nueva Constitución, y lo hizo. En 2007 perdió en otro Referéndum su derecho a la reelección y lo respetó, hasta que se volvió a votar y ganó. Esa identificaciòn social con el pueblo convirtió a Chávez en Chávez, el hombre que desafió a la historia a caballo de un movimiento social de izquierda, el bolivariano.
Tsipras y su grupo de poder hicieron lo contrario y el resultado es una derrota para los griegos empobrecidos; un mal ejemplo para Podemos y muchos dentro y fuera del Mediterráneo y en América latina.
Este es el costo de ser incapaz de construir una alternativa política a los poderes dominantes.
La fulana reacción conservadora no sale de una dimensión misteriosa de la realidad o de una conspiración de la CIA y los medios. Su avance actual es el inevitable resultado de retrocesos como el de Tsipras/Siriza/Grecia y de los que estamos viviendo en América latina. Tiene responsables políticos concretos.
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