Mis queridos lectores, me dirijo a ustedes para abordar el tema de moda, lo económico, el nudo gordiano para el cual no se encuentra un Alejandro Magno criollo que lo desate de un mandoblazo. Hace años atrás escribí que el más grave problema económico de aquellos tiempos era la falta de una política económica como […]
Mis queridos lectores, me dirijo a ustedes para abordar el tema de moda, lo económico, el nudo gordiano para el cual no se encuentra un Alejandro Magno criollo que lo desate de un mandoblazo.
Hace años atrás escribí que el más grave problema económico de aquellos tiempos era la falta de una política económica como tal. Los años han pasado y seguimos sin tener claridad en esta materia, entendiendo que al aludir a una política económica nos referimos a un conjunto de objetivos interrelacionados en materia fiscal (recaudación de impuestos y uso de los recursos del Estado), en materia cambiaria (estabilidad de la moneda frente a otras), en materia monetaria (regulación del dinero circulante para mantener la inflación en niveles bajos), en materia de balanza de pagos (intercambio de mercancías y servicios con el exterior), en materia de empleo, producción, productividad y crecimiento económico.
Basta con ser un observador y no muy acucioso, para darse cuenta que en todos estos años no se ha desarrollado nada en materia económica que se acerque a una concepción económica holística, en lo que se refiere a objetivos económicos e instrumentos efectivos de política económica.
La razón aparente para esta falta de visión y de coordinación de acciones efectivas en materia económica la podemos encontrar en el rentismo petrolero. Una economía que a partir de los años 70 vio aumentar su dependencia de los recursos provenientes del petróleo, con épocas de vacas gordas alternando con vacas flacas que implicó ciclos de bonanzas económicas y depresiones.
Me surge la inquietud acerca de si es la renta petrolera realmente la culpable de todo este desaguisado o existen razones más profundas debajo de las aguas turbulentas en que nos encontramos. Me surge la inquietud de por qué el socialismo no ha podido vencer esta tentación de seguir dependiendo del petróleo cuando era claro que la renta petrolera en el capitalismo de la Cuarta República no había sido capaz de sacar a Venezuela de la miseria y el subdesarrollo. Me surge la duda acerca de si a Venezuela le hubiera ido mejor sin la renta petrolera, o por el contrario, el no haberla tenido hubiera condenado al país a ser uno de los más pobres de América Latina.
Creo que la renta petrolera per se no es ninguna maldición, y digo esto, porque países como Noruega que se toparon con una explosión de ingresos producto de la explotación del Mar del Norte ha acumulado sabiamente un fondo de ahorro de un millón de millones de dólares. Ese país con un nivel de desarrollo muy elevado antes de la explotación petrolera, ahora puede estar muy tranquilo aunque su condición de productor de hidrocarburos se extinga. Para los noruegos, la renta petrolera no ha sido una maldición sino una bendición, y esto debido a que existe una mentalidad colectiva que ha relacionado la riqueza con el trabajo, la producción y la productividad. Además de contar con una clase política que no ha visto en la manipulación de los recursos petroleros una fuente de ingresos para generar un modus operandi en política basado en el clientelismo.
También, podemos reseñar el caso de Dubai que en los últimos años se ha dedicado a transformarse en un paraíso para el turismo de lujo, lo que ha significado que ha dedicado ingentes recursos provenientes del petróleo en inversiones reproductivas a largo plazo que permitan diversificar la economía del país. La riqueza petrolera le llegó a Dubai cuando era un país paupérrimo poblado por tribus que vivían precariamente en el desierto. En el caso de los países árabes ha habido un gran despilfarro y ostentación de riqueza, pero finalmente, se han dado cuenta al parecer que a largo plazo hay que invertir en actividades productivas.
Entonces un error económico de la Venezuela de la Cuarta República y ahora de la Quinta, es no haber sabido invertir productivamente la inmensa renta petrolera. No podemos culpar sino a la clase política dirigente, que en el transcurso de la historia moderna de Venezuela no ha tenido una visión de país a largo plazo que no pase de un eslogan, como la Gran Venezuela o la Venezuela Potencia, sin que se haya dado una acción coherente en el pasado y el presente para lograrlo.
Aunado a lo anterior, la clase política venezolana no ha podido deslastrarse de la práctica de mantener una clientela política en base a la repartición de parte de la renta petrolera. En la Cuarta República gran parte de la renta petrolera se la llevaba la burguesía que estaba siempre bien conectada con la clase política gobernante, algo de la renta se repartía en programas sociales limitados, una gran parte se iba en corrupción (recordemos el dicho de aquellos años, yo no quiero que me den sino que me pongan donde haya) como un mecanismo de capturar una clientela política.
Ahora en la Quinta, una gran parte de la renta petrolera se ha ido en programas sociales (misiones) que han sido un mecanismo de transferencia unilateral de recursos a los más desfavorecidos, es decir, que en última instancia, no ha estado asociado a un trabajo productivo (no relacionado con ningún incremento de bienes o servicios), y que ha ido directamente a aumentar el dinero circulante, los niveles de consumo y por último ha catapultado la inflación. Tampoco podemos cerrar los ojos a que esta transferencia de recursos ha estado ligado en cierta medida a crear una base política clientelar. Por otra parte, la corrupción no parece haber disminuido en los últimos años. La prédica de los valores altruistas del socialismo no ha impedido que muchos oportunistas que se han subido al carro del chavismo hagan buenos negocios.
Durante la época de las vacas gordas para la clase política no ha sido necesario adoptar una política económica coherente con objetivos bien definidos en materia de estabilidad cambiaria, baja inflación, crecimiento del empleo y crecimiento económico. Es decir, para esta clase dirigente no ha existido el problema económico fundamental de toda sociedad, de satisfacer necesidades múltiples y jerarquizables haciendo el mejor uso de unos recursos escasos y de uso alternativo. Por el contrario, los recursos han sido abundantes para importar todo lo que se necesite, en vez de afrontar los innumerables problemas de crear una infraestructura productiva nacional.
Durante la época de las vacas gordas las voces que han advertido acerca de la posibilidad que el tiempo de bonanza sea finito, han sido acalladas achacándoles el mote de «profetas del desastre». De alguna forma, la clase política ha aplicado el pensamiento de Metternich que señalaba algo como lo siguiente – Al principio dirán que no es verdad, luego dirán que es verdad pero no es importante, luego dirán que es verdad e importante pero que era algo que sabían desde hace mucho tiempo.
La clase política cuando viene la época de las vacas flacas lo negará, habrá expresiones como «estamos blindados», «tenemos los recursos asegurados para pasar los malos tiempos» o «los precios del petróleo rebotarán», será la política del avestruz que mete la cabeza en un hoyo en la tierra para no ver lo que ocurre a su alrededor. La clase política gobernante de cualquier signo nunca querrá escuchar malas noticias y tratará de matar al mensajero. Esto obviamente tiene una explicación racional, toda clase política intenta mantenerse en el poder hasta los fines de los tiempos y las malas noticias en un régimen autoritario pueden culminar en una insurrección, y en un sistema democrático en un voto castigo.
Pasemos a enumerar ahora los errores económicos que yo considero que se han cometido tanto en la Cuarta como en la Quinta República. En verdad no pretendo ser original en el señalamiento de los errores cometidos, han sido ampliamente difundidos, por supuesto, por la oposición, pero ahora también están siendo difundidos por facciones y personajes del chavismo. Lo que pretendo hacer es una simple recopilación.
En primer lugar, podemos comenzar con la política de expropiaciones de tierras y empresas. Una medida económica debe evaluarse por sus resultados y no por sus buenas intenciones. Las expropiaciones no han dado como resultado una mayor producción ni en el agro, ni en la industria. Las expropiaciones que han dado lugar al pago de indemnizaciones a los dueños privados han resultado en una sangría de los recursos del Estado sin que haya habido un retorno adecuado. La producción agrícola no abastece el mercado interno y hay insuficiencia de cemento, de cabillas y muchas otras cosas lo que ha llevado a una fuerte especulación.
En vez de gastar el dinero en el pago de indemnizaciones ¿por qué no se invirtió el dinero en crear nuevas empresas sociales o estatales que compitieran con las privadas?, forzando a una baja de los precios, o al menos, a evitar una inflación desbordada. Para mí, la razón para transitar este tortuoso camino está fundamentada en lo que ha sido un elemento distintivo del socialismo del siglo XX anclado en el marxismo, la desaparición de la empresa privada, evitando de esta manera la apropiación de la plusvalía por parte de la burguesía y la explotación del hombre por el hombre de acuerdo a la ortodoxia marxista.
La burguesía venezolana, como cualquier otra burguesía en cualquier lugar del mundo, no ve con buenos ojos al socialismo se sintió atacada en su esencia, y en el 2002 se planteó primeramente una salida convencional por la vía del golpe de estado, para después pasar a una asfixia económica del gobierno. Esta medida a medias de expropiación de activos de la burguesía no dio frutos económicos al gobierno, sin embargo, desarrolló en el campo de la burguesía opositora la firme decisión de detener la inversión privada, intentar cambiar la mayor cantidad de bolívares por dólares a cualquier precio para sacarlos del país. Esta medida contribuyó a frenar las inversiones extranjeras que no fueran aquellas dirigidas a la explotación de la faja petrolífera del Orinoco. En un mundo como el actual, donde leemos noticias de que en la Cuba socialista, permanente referente del proceso bolivariano, se han elaborado más de doscientos proyectos para atraer la inversión extranjera a la isla, suena contradictorio que Venezuela tenga una política económica que ahuyente estas inversiones, y algunas de las que han llegado a la Faja del Orinoco han terminado en querellas internacionales contra Venezuela.
Un control de cambios que se ha prolongado en el tiempo, absolutamente ineficiente a la hora de frenar la fuga de capitales. Un mecanismo que se ha ido complicando y degradando con la fijación de diferentes valores para el dólar y sin mecanismos efectivos para controlar el correcto uso de las divisas. Por último, un mecanismo que ha propiciado la corrupción, aun esperamos la lista completa de empresas que se llevaron los 20 mil millones de dólares, en todo caso, esperemos sentados.
Un sistema de controles de precios que a todas luces no ha podido frenar el alza de estos, y ha propiciado la especulación en virtud de la escasez existente. Un conjunto de iniciativas económicas que van desde planteamientos absurdos como los mercados de trueque y los gallineros verticales hasta la promoción de las cooperativas que han fracasado estrepitosamente.
La creación de fondos como FONDEN, Miranda, Fondo chino a expensas de las reservas internacionales almacenadas en el Banco Central ha tenido repercusiones muy importantes. Por un lado desviar divisas que debían llegar al Banco Central de Venezuela ha disminuido las reservas internacionales, lo que implica que se propicie la devaluación de la moneda, entendiendo de una manera muy simplificada que el valor de la moneda viene dado por el cociente entre bolívares en la calle y depósitos en cuenta corriente dividido por monto de las reservas monetarias (dólares y oro). Mientras disminuyan las reservas se requerirán más bolívares por dólar. Si a esto se le suma una política monetaria expansiva, es decir, ir aumentando año tras año la cantidad de bolívares en circulación la situación del bolívar frente al dólar se deteriora aún más.
Cuesta imaginarse que economistas chavistas no hayan podido darse cuenta de los problemas que esto traería tarde o temprano, incrementar la liquidez monetaria más allá de lo razonable y por otro lado, desviar divisas hacia fondos distintos a las arcas del Banco Central. Fondos que poco se sabe de su administración pero que al parecer no han tenido un impacto sustancial en el mejoramiento de la infraestructura del país (basta observar el deterioro en las carreteras y autopistas) ni en potenciar la producción y la productividad.
También, tenemos que reseñar que en las épocas de las vacas gordas nunca se ha tenido la previsión de crear un fondo de estabilización macroeconómica para superar sin problemas momentos de baja de los ingresos por variaciones del precio del petróleo. Esto no puede tener otra explicación que una gran irresponsabilidad de los gobiernos de la Cuarta y de la Quinta. Existe en la clase política venezolana, la de ahora y la de antaño, que Venezuela podrá vivir eternamente del petróleo, lo que a mi juicio es un gran error. El discurso repetido cansonamente de que tenemos las más grandes reservas de petróleo del mundo infunde un optimismo delirante de que somos ricos y siempre lo seremos. Además, pone el acento en una materia prima como palanca de la riqueza, en vez de llevar el mensaje a la gente que la verdadera riqueza de un país se logra por medio del trabajo productivo.
No podemos dejar de mencionar un error garrafal porque tiene que ver con el descuido de la gallina de los huevos de oro, es decir, PDVSA. La empresa petrolera empezó a dedicarse a muchas otras tareas distintas a la que le corresponde, producir petróleo. PDVSA empezó a preocuparse de la alimentación, de construir viviendas y de programas sociales. Como reza el dicho quien mucho abarca poco aprieta. El resultado es que no ha sido posible levantar la producción, y por lo tanto, generar más ingresos. Además, frente a tanta responsabilidades asumidas su situación financiera se ha ido desmejorando, siendo necesario un mayor endeudamiento para financiar la operación normal de la empresa. Es difícil entender como pudo suceder todo esto, si para la construcción de viviendas, alimentación y programas sociales existen ministerios especializados en estas áreas.
Finalmente, abordemos el tema de la guerra económica. Me parece desconcertante que nos quejemos de una guerra económica planteada por la burguesía y la oligarquía. Es que se podía esperar otra cosa al definirse este gobierno como socialista y plantear medidas de expropiación de tierras y empresas, además de utilizar un lenguaje de guerra al referirse a los empresarios, tildándolos de parásitos apátridas, etc. No voy a entrar en defensa de la burguesía venezolana, muy por el contrario, en efecto como todo el país, los empresarios han vivido a costillas del Estado y de la renta petrolera, haciendo negocios con márgenes de ganancias groseros si se los compara con otros países.
Sin embargo, los empresarios han actuado en consonancia con la lógica capitalista, es decir, la búsqueda de la máxima ganancia, entonces de donde viene la quejadera y la lloradera de que la burguesía no está colaborando con la revolución. Cuando me he referido a la realidad económica de otros países con procesos similares como Ecuador, Brasil o Bolivia que dista mucho de nuestra realidad, hay amigos que me han dicho – lo que pasa es que la burguesía de esos países es nacionalista y no parasitaria. Esto si es fin de mundo, o sea, que el triunfo del socialismo ahora depende no del pueblo trabajador, sino que la clave es contar con una burguesía con sensibilidad social, productiva y nacionalista. Quienes así opinan se olvidan que a Evo Morales la «burguesía buena» de Bolivia quiso sacarlo a patadas de la presidencia al costo de producir una división del país.
No será hora ya de que la clase política venezolana tenga el valor de decirle al pueblo venezolano que se ha equivocado, pedir perdón por tanto desaguisado, dejar de llorar por el mal comportamiento de la burguesía y la oligarquía, secarse las lágrimas, amarrarse los pantalones y decirle al pueblo que se prepare para tiempos más duros aun. Reconocer como lo hiciera Fidel hace algún tiempo – creíamos que sabíamos cómo se construía el socialismo, pero en realidad nadie sabía. Pero al parecer hay alguien que sabe cómo hacerlo, Evo Morales, claro, no el socialismo trasnochado del siglo XX, sino el del siglo XXI, paradójicamente, alguien que se ha definido públicamente como marxista.